miércoles, 22 de enero de 2014

América Latina. Por las otras rutas del Dakar



El rugido metálico de las motos ensordeció el desierto. El blanco quemante del salitral, paralizado y sin tiempo, tembló y las llamas lo sintieron en las pezuñas cascadas de sodio.
Se juntaron en grupo para estar lejos de ese paso. El rally París – Dakar (que huyó de Europa y Africa para venirse al fin del mundo) rodeó el Salar de Uyuni, donde descansa y encandila toda la sal y el litio del mundo. O gran parte. A pesar de que Evo y 300 amautas elevaron el pedido ritual a la Pachamama para que no reaccionara contra los monstruos desbocados que invadirían los rincones vírgenes de su cuerpo, atacarían la historia viva del continente a la que nadie se le atrevió, atropellarían sus animales y se meterían en los patios infinitos de los campesinos, de los aymara, de los quechua.
Vaya a saber con qué acallaron la voz de la tierra. Que prefirió no levantar su brazo de sal cuando pasaron, estallando el silencio como un cristal.
El rally largó en Rosario, ciudad agobiada por el calor, los cortes de energía y una criminalidad organizada que duplica la media de homicidios del país. Viene desde el Africa y se trajo el nombre: Dakar (con el ícono árabe), en Senegal, era el punto de llegada. Corrido por Al Qaeda (según el discurso oficial), espantado por movimientos locales que ya no aceptaban el derrotero de muerte y destrucción histórico-ambiental que cada enero saliva el Dakar por el camino de turno, bajó alegre y ruidosamente a la América del Sur. Al patio trasero del mundo donde el Dakar viene a regalar las sobras del glamour, el dinero y la sofisticación tecnológica a los pobres de los confines.
Brotó desde la Rosario encendida sin que lo rozara su tragedia. Los héroes llegan de los mundos de la civilización a combatir con la naturaleza en pie. A colonizar y a conquistar. De San Juan a Chilecito, de Chilecito a Tucumán. Por donde corren los canales de la minería por lixiviación, marcados de cianuro; vistos pasar por cerros azules de pavor, con la dinamita atada a los pies; arrasando el living de la casa de los guanacos y los pumas, de los nogales y las vides. De Tucumán a Salta, de Salta a Uyuni, el salar boliviano, de Calama a Iquique, con la sangre todavía goteando de los dos mil obreros asesinados en el salitral chileno cien años atrás. Y los que van muriendo día tras día, estragados por un trabajo arrasador. De Antofagasta a La Serena, destruyendo geoglifos y patrimonios arqueológicos irrecuperables. Haciendo trizas el pasado de los pueblos.
Generosos los países del sur de América. Depositan su historia, sus desiertos vírgenes y sus campesinos aterrados al paso de la modernidad que Europa se sacó de encima como quien tira al piso el miguerío. No aceptó Ecuador, que “rechazó tajantemente la solicitud de la empresa Amaury Sport Organisation (ASO) para que la competencia se realizara por ese país, luego de analizar la experiencia y los daños provocados por las caravanas de vehículos en Chile, Bolivia y Perú”, denuncia el Colegio de Arqueólogos de Chile.
El Dakar plantea el relato de la "conquista de la naturaleza por la civilización, la retórica de la colonización del desierto, que está presente en el modelo extractivista”, define Eduardo Soler.
Y brota desde Rosario: Toyota, Ford, Honda, Scania, como armaduras glamorosas de millonarias heroicidades que juegan para el mercado de las altas marcas lejos de los trenes que descarrilan al paso por la villa o de los pibes soldaditos de los narcos o de la sed y el calor y la oscuridad y la vida que vale cada vez menos.
Soler se pregunta si el automovilismo es un deporte, si es que el deporte sigue siendo símbolo de la vida saludable. No si se trata de un poderío económico sideral, cimentado en marcas, empresas y tecnología. Consumidoras de una energía no renovable que se asocia, inexorablemente, otra vez al sistema extractivista. El rally cae en el sur del mundo. Y el sur del mundo se abraza a la canadiense Chevron para buscar desesperadamente los hidrocarburos no convencionales que sólo asomarán a través de la fractura hidráulica. Es decir, el fracking.
La puesta de rodillas de la naturaleza, la guerra declarada y desnuda de eufemismos como el “Combate contra la naturaleza”, título de Página 12 del 4 de enero, citado por Soler.
65 muertos lleva el Dakar sobre sus espaldas. Sólo 23 son pilotos y copilotos. El resto, eran gente de los pueblos, anónimos, a quienes se les metieron en sus patios, en sus casas, en sus lugares en el mundo que se extienden hasta donde el horizonte cierra sus puertas. En sus desiertos y en sus páramos de piedra y tierra, donde no hay más agua que la que llueve una vez al año.
Unos 800 todoterrenos, camiones, motos, cuatriciclos, abren senderos en espacios semivírgenes, contaminan y ensordecen, erosionan el suelo y alteran hasta la muerte a la fauna serena que conoce al hombre con su brazo más brutal. Millones de dólares que ponen las cosas en su lugar en los rincones más pobres del planeta.
Sólo los tabacaleros plantaron un piquete al paso del rally por Tucumán, sobre el puente del río Marapa. En un día en que la Pacha les guiñó un ojo, incendió motos, complicó el camino para que se extraviaran y les advirtió cómo vendrá la historia el día en que se fastidie en serio. Y el Dakar sea expulsado para que vaya en busca de otras tierras confinadas que aplaudan las sobras que arroja el banquete del Otro Mundo.

Silvana Melo

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