sábado, 18 de enero de 2014

Gelman: el gran poeta y sus límites



Murió Gelman. Murió aquel hombre que dijo alguna vez que la poesía es un oficio ardiente. Su vida fue un oficio ardiente. Bajo la época implacable en la que vivimos, en la que morimos, la poesía se abre como un nacer, como un grito. Es la materialización de la lucha por un mundo nuevo. Gelman luchó por ese mundo. Se jugó la muerte. Tenía 83 años.
Pero, a su vez, en su figura de ímpetu revolucionario convivieron al mismo tiempo los límites políticos de su militancia en el peronismo, que se proyectaron desde aquellos años hasta el presente.
Nació el 3 de mayo de 1930 en Villa Crespo. Tenía raíces revolucionarias: su padre había participado de la revolución rusa de 1905. En palabras del poeta, participó porque “era un social revolucionario, era un obrero”. Su padre escapó de la Rusia zarista en el año 12 ó 13. Logró regresar entre 1922 y 1923. Se instaló en Moscú y trabajó en los ferrocarriles. En un viaje a Ucrania conoció a quien fue la madre de Gelman. Antes de que finalice la década, su padre decidió emigrar de Rusia a causa del avance del stalinismo. “Lo que motivó esa decisión fue el destierro de Trotsky; ya había muerto Lenin, estaba Stalin en el poder; todavía se podía emigrar y lo hicieron”, dijo el poeta en una entrevista.
Cuando tenía 5 ó 6 años, su hermano mayor le leía poesía en ruso. El escuchaba como si mirara un cristal. A esa edad tocaba el piano. Una vez por año, su madre lo llevaba al Colón. La música y la poesía empezaban a hacer simbiosis en sus manos, en su cuerpo, en todo él. A los quince, comenzó a militar en la Federación Juvenil Comunista. El fervor por la revolución cubana, sumado a la férrea adhesión al stalinismo que se vivía en el PC generó que en 1963 Gelman y un grupo de intelectuales rompiera con el partido y fundara la editorial La Rosa Blindada (Prensa Obrera, 13/12/07). La experiencia de su padre y la suya constituirían una radiografía del stalinismo en el siglo XX.
Como muchos escritores y poetas de su generación (Walsh, Urondo, Miguel Angel Bustos), Gelman también fue periodista. Pasó por la redacción del semanario Orientación y del diario La Hora del PC Argentino. Estuvo también en Panorama y La Opinión, la revista Crisis y, finalmente, en la jefatura de redacción del diario Noticias (1974). Fue columnista de Página/12 hasta que perdió la vida el 14 de enero.
Llegaron los años de su acercamiento al peronismo armado. En 1967 se integró a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). En 1975, siendo las FAR y Montoneros una sola organización, fue enviado al extranjero para denunciar la violación de los derechos humanos por parte de la Triple A. En 1976 fueron secuestrados sus hijos Nora Eva y Marcelo Ariel, junto a su nuera María Claudia Iruretagoyena, quien se encontraba embarazada de siete meses. Su hijo y su nuera desaparecieron, junto a su nieta nacida en cautiverio. La pesadilla. La soledad. Sus cuervos, sus perros, sus pedazos. La presencia ausente de lo amado.
En 1978, ante lo que se llamó la “contraofensiva” montonera, Gelman y otros compañeros rompieron con la organización al señalar que era “una idea descabellada volver a la lucha armada”. Fueron condenados a muerte por la organización. Estuvo 14 años en el exilio. Se convirtió en un referente de los derechos humanos. En pleno alfonismo tampoco podía regresar. Cuando en 1989 fue indultado por Menem, Gelman lo rechazó: “Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis hijos”.
“Que ya no puedo así, con esta sed quemándome”, escribía Gelman en un poema. Esa sed como la ausencia de su nieta secuestrada, a quien recién pudo recuperar en el año 2000 y quien desde ese día decidió llamarse María Macarena Gelman García. No claudicó nunca la esperanza. Parafraseando sus palabras -esa voz de cigarrillo-, Gelman quemó el miedo, miró frente a frente al dolor y abrió las ventanas para darle mil rostros.
Creyó que su compromiso revolucionario tenía asidero en el peronismo. Los años se encargaron de anular esa caracterización.
Gelman rechazó firmar una solicitada por el juicio y castigo a los asesinos de Mariano Ferreyra, en el marco del comienzo del juicio oral y público en 2012, que pedía la condena a los culpables. Basó su negativa en que el actual gobierno era “el mejor que había hace décadas” y que no podía juzgar las acusaciones en su contra. También manifestó su apoyo explícito durante años a la burocracia sindical de la UTPBA, que hasta hoy usurpa el sindicato.
Gelman era un hombre preso de las contradicciones de cierto sector de la generación de los setenta que, en pos de la revolución, apoyó al peronismo y a la lucha armada. Por eso se pueden señalar los contrastes con gestos valiosos como su adhesión, en 2006, a una solicitada contra los bombardeos en el Líbano por Israel. Esas oscilaciones se explican por su adhesión al peronismo y su confianza en la burguesía nacional.
Gelman llegó a publicar más de 30 libros. Fue un notable poeta. Ganó, entre otros, el Premio Nacional de Poesía, el premio Juan Rulfo, el Reina Sofía, y, en 2007, el Premio Cervantes. Decía que nunca fue el dueño de sus cenizas, de sus versos. Esto recuerda al presurrealista Lautremont, quien eternizó alguna vez que la poesía debería ser hecha por todos. Los poemas, así, asumen un carácter colectivo, interpelando la individualidad de su historia presente. Sus cenizas, hoy, entonces, se expanden y suenan más fuertes aquellos versos suyos: “La poesía es hostil al capitalismo”. Nos queda su poesía, su memoria y sus límites.

Daniel Mecca

No hay comentarios:

Publicar un comentario