En América Latina existían a principios del siglo XX varios grupos anarquistas. Pero fue en nuestro país donde el movimiento llegó a tener mayor influencia, después de Italia y España. En los orígenes del movimiento obrero echó raíces en los sindicatos obreros, logrando la dirección de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). Crearon casas del pueblo, organizaron obras de teatro, funciones literarias y conferencias por todo el país, junto a gran cantidad de folletos y publicaciones. Entre los periódicos “La Protesta Humana”, “El Rebelde” y “L’Avvenire” llegaron a tener una tirada de entre 8 y 10 mil ejemplares. Las figuras de Malatesta, Gori, Ghiraldo, Pellico y Virginia Bolten se destacan entre otras tantas.
En sus primeros años el anarquismo argentino estuvo cruzado por intensas polémicas, siendo la central la oposición entre antiorganizadores y organizadores. Estos últimos se consolidaron con la aparición de “La Protesta Humana” (1903). Apoyaban la formación de los sindicatos por oficio e impulsaban la huelga general como método de lucha.
La influencia que lograron se explica por las terribles condiciones que padecían los obreros inmigrantes, enfrentados a un Estado que ante “el conflicto social” respondía sólo con represión. Un proletariado semiartesanal sin derechos políticos ni sociales de ningún tipo que tendía a identificarse con los principios de los libertarios: “ni Dios, ni nación, ni patrón”.
Los anarquistas le aportaron al naciente movimiento obrero tradiciones de lucha, acción directa, solidaridad de clase e internacionalismo. En los sindicatos no existían dirigentes rentados, las cuotas eran voluntarias y concientes de parte de los trabajadores. Ayudaron a educar a un sector obrero en los principios elementales de clase.
A partir de la década de 1910 comienza una declinación incesante de la corriente anarquista. La explicación se encuentra por un lado en los cambios en la propia clase obrera, hacia un proletariado más moderno, y en el régimen político con la llegada del radicalismo al poder. Pero también en gran parte se puede encontrar en su ideología y estrategia, que los vuelve impotentes frente a estos cambios.
En primer lugar la brutal represión del Centenario y las deportaciones de los mejores activistas los diezmó. Esto fue facilitado por el hecho de que los anarquistas nunca se habían constituido como una organización centralizada, sino que perduraban como una multitud de pequeños grupos.
Respecto a los sindicatos, si bien fueron un motor importante de su organización, tuvieron una política sectaria, ya que pretendían que los obreros se agruparan por afinidades ideológicas, pronunciándose por el comunismo anárquico. Así lo establecen en el Vº congreso de la FORA de 1905. Esta intransigencia fue un gran obstáculo para lograr la unidad del movimiento obrero en una central única, junto a los obreros socialistas o los sin partido.
Los anarquistas eran contrarios a “hacer política” y a participar en elecciones, dejando el campo libre a los políticos burgueses como la UCR y a los reformistas del PS, sin presentar ninguna alternativa de clase, ya que no diferenciaban entre política burguesa y política obrera revolucionaria.
Sus llamados a la “huelga general indefinida”, de carácter insurreccional, dejaban todo librado a la espontaneidad de los trabajadores. Los anarquistas creían que podía liquidarse el Estado automáticamente, sin la existencia de organizaciones de democracia directa más amplias que los sindicatos, y sin partido revolucionario (al cual negaban) que dirija la insurrección.
Esta estrategia espontaneísta, que se basa en la agitación de la huelga general sin ningún tipo de preparación, sin programa de lucha, ni organismos de unidad de las masas obreras y populares y sin partido, se demostró impotente y terminó de fracasar en la Semana Trágica.
Los marxistas luchamos por una sociedad sin Estado y sin propiedad privada, sin clases, esto es el socialismo. Pero a diferencia del utopismo anarquista, sostenemos que para comenzar a construir esa sociedad es necesario primero derrocar al Estado de la burguesía y construir un Estado propio de los trabajadores basado en consejos obreros, como una transición necesaria hacia el socialismo.
Josefina Luzuriaga
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