El socialismo no puede florecer ni prosperar sin democracia
Quienes aspiramos a un mundo mejor no podemos imitar (no demasiado, al menos) los métodos del enemigo. Debemos defendernos, obviamente, pero debemos también, por encima de todo, intentar distanciarnos lo máximo posible de los métodos del enemigo. En cuanto asumimos sus métodos corremos el serio riesgo de convertirnos, tarde o pronto, en él. El fin depende de los medios. El estalinismo se nutrió de la filosofía (ya presente en el marxismo-leninismo) de que el fin justifica los medios y la llevó al extremo. Y, además, la élite revolucionaria se erigió en guardiana de la Revolución, siendo ella sola la que juzgaba qué era contrarrevolucionario o no. Si ya era un error reprimir, condenar, a quien era “contrarrevolucionario”, ese error se agravó cuando quien juzgaba qué era contrarrevolucionario o no era la élite del partido único que monopolizaba el proceso revolucionario. La revolución sólo puede avanzar, a largo plazo, con la fuerza de la razón y no con la razón de la fuerza. El uso de la fuerza debe ser, como máximo, transitorio, excepcional. Con el tiempo, ya vimos a qué nos condujo la filosofía del “todo vale”, de supeditar los medios a los fines, de monopolizar la transición al socialismo, de la represión por la fuerza del enemigo político. Nos condujo de nuevo al capitalismo. Y lo que es peor, facilitó enormemente la demonización ante las masas proletarias mundiales de las ideas del socialismo y del comunismo. La propaganda capitalista lo tuvo bien fácil con semejantes métodos represivos. Al margen de la guerra de cifras sobre cuántos muertos o presos hubo en la URSS. El caso es que hubo represión política, peor incluso que la existente en muchos regímenes capitalistas. El “socialismo” intentado en la URSS y sus satélites, basado en el erróneo y peligroso concepto de la dictadura del proletariado, se lo puso muy fácil al capitalismo para presentarse ante la opinión pública como adalid de la “libertad”. Una dictadura más camuflada y menos agresiva puede presentarse como un sistema “libre” frente a otra dictadura más descarada y agresiva.
Como nos recuerda Eric Hobsbawm en Historia del siglo XX, el propio Marx nos da la explicación más contundente del colapso del “socialismo real” (de cualquier sistema en general):
En la producción social de sus medios de subsistencia, los seres humanos establecen relaciones definidas y necesarias independientemente de su voluntad, relaciones productivas que se corresponden a un estadio definido en el desarrollo de sus fuerzas productivas materiales... En un cierto estadio de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones productivas existentes o, lo que no es más que una expresión legal de ello, con las relaciones de propiedad en las que se habían movido antes. De ser formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se transforman en sus grilletes. Entramos, entonces, en una era de revolución social.
El estalinismo posibilitó durante cierto tiempo el crecimiento económico, el avance hacia el socialismo, a pesar de sus graves carencias. Pero en determinado momento, se convirtió en obstáculo. En verdad podríamos incluso decir que se avanzó hacia el socialismo a pesar del método empleado, a pesar de sus errores, hasta que éstos hicieron imposible el avance. La propiedad estatal de los medios de producción y la planificación económica posibilitaron un espectacular crecimiento económico y grandes mejoras sociales, pero la falta de control democrático de la gestión política y económica acabó por pasar factura. El capitalismo de Estado tiene los días contados, deriva en socialismo o en capitalismo privado. Lo realmente chocante es que el “socialismo real” colapsó mucho más rápidamente que el capitalismo, que era el sistema en el que pensaba Marx, sobre todo, cuando postuló su teoría. ¿Por qué fracasó el “socialismo real”? ¿Por qué tuvo una vida tan corta? Esto sólo puede explicarse por el hecho de que sus contradicciones eran más intensas y profundas que las del capitalismo, incluso porque sus contradicciones aumentaron con el tiempo, en vez de disminuir.
El “socialismo real” fracasó porque era poco socialismo, porque lo que no era en él socialismo acabó imponiéndose sobre lo que sí era socialismo. Y es que la dictadura económica es compatible con la dictadura política, bajo sus distintas formas. El capitalismo sobrevive, a pesar de sus contradicciones internas, con la oligocracia o con la dictadura sin disfraz. Sin embargo, por el contrario, el socialismo sólo puede sobrevivir con la auténtica democracia. Sin democracia el socialismo carece de su faceta fundamental. El socialismo es ante todo democracia. La propiedad social de los medios de producción no es un fin en sí mismo, es el único medio de que la economía sea gestionada democráticamente. No puede gestionarse lo que no se posee. El pueblo debe poseer los medios de producción, por lo menos los principales, para poder gestionarlos democráticamente. Pero si dicha propiedad social no se ve acompañada de la más amplia democracia, o bien, dicho de otra forma, si la propiedad formal no es real, tarde o pronto resulta insuficiente, incluso contraproducente. Surgen contradicciones, o se agravan, hasta el punto de hacer insostenible todo el sistema. La democracia económica sólo puede prosperar con la democracia política, y viceversa. El “socialismo” soviético tenía irresolubles contradicciones que tarde o pronto, más pronto que en el capitalismo, iban a estallar.
Como estoy intentando demostrar a lo largo de mis diversos escritos (ver, por ejemplo, el artículo Democracia vs. Oligocracia, o el libro ¿Reforma o Revolución? Democracia donde se analiza detalladamente el caso de la URSS, y del cual se ha extraído la mayor parte del presente artículo), dichas contradicciones se nutrieron de una profunda contradicción ideológica: la dictadura del proletariado. Este concepto es la raíz (ideológica) del problema. Por supuesto que no puede despreciarse el dificilísimo contexto en el que nació la URSS, pero tampoco debe despreciarse (para bien y para mal) la influencia ideológica del marxismo-leninismo en quienes intentaron construir el socialismo a principios del siglo XX en el país más grande de la Tierra. El marxismo supuso en líneas generales un gran avance para la humanidad, que, por fin, es consciente de las leyes que operan en su sociedad, y por tanto, que, por fin, es capaz de tomar el control de su propio destino; pero no está exento de errores, siendo el principal de ellos la idea de la dictadura del proletariado: ambigua, imprecisa, con una envoltura lingüística muy peligrosa que podía dar lugar a peligrosas interpretaciones (como así fue).
La China “comunista” está sobreviviendo porque está resolviendo, por ahora, sus contradicciones de cierta manera, pero a costa de renunciar, al menos de momento, al socialismo, logrando compaginar la dictadura política con la dictadura económica, no tanto ya la de la burocracia sino que la del mercado. La burocracia somete progresivamente su gestión al mercado, en vez de al pueblo. De esta manera es posible seguir generando riqueza al mismo tiempo que acapararla, tal como ocurre en el capitalismo, con la diferencia de que en el capitalismo quien acapara la riqueza es la clase empresarial, que ostenta el monopolio de los medios de producción, sustentado en su propiedad privada, mientras que en el estalinismo quien acapara la riqueza es la “clase” burocrática, que también ostenta el monopolio de facto de los medios de producción, pero esta vez sustentado en el monopolio político, no en la propiedad formal de dichos medios. Desde el punto de vista práctico, el problema es fundamentalmente el mismo: la economía es gestionada por minorías. Esas minorías sobreviven, y con ellas el sistema, si se someten ante algo externo a ellas. Si ese algo es el mercado es posible crear riqueza. Si ese algo es el pueblo es posible, además, repartirla suficientemente. El socialismo busca crear riqueza y repartirla de la manera más equitativa posible entre todos los ciudadanos. Para repartirla suficientemente, quienes la gestionan deben someterse al control popular. Es la mejor garantía, mejor dicho, la única. Cuanto mayor control popular, mayor probabilidad de que la riqueza sea disfrutada por el conjunto de la ciudadanía. No cabe duda de que hay élites y élites, de que algunas hacen más por sus pueblos que otras, pero tampoco cabe duda de que depender de élites es siempre un alto riesgo. En China la burocracia sobrevive porque es cada vez más el mercado el que regula la economía. Cabe preguntarse si alguna vez China alcanzará el socialismo sin dar el protagonismo a las masas, sin el desarrollo de la democracia. No parece que sea ésa la tendencia en el gigante asiático. No parece que el método empleado en China, en esencia estalinista, conduzca al socialismo, menos aun al comunismo. Más bien parece todo lo contrario. China se encamina hacia el capitalismo, el riesgo de restauración capitalista es cada vez mayor en ese país.
Y es que el socialismo no puede construirse sin el protagonismo de las masas, como dijo en su día muy acertadamente Lenin (lo cual no le impidió contradecirse a sí mismo, cometer también graves errores en un contexto muy complicado, los cuales reconoció él mismo al final de su vida, poco antes de morir, cuando ya era demasiado tarde, cuando Stalin ya tenía el control de la Revolución soviética). Con elegibilidad, revocabilidad, transparencia, mandato imperativo, libertad de opinión, libertad de asociación, cuando los dirigentes responden ante las bases, ante las masas, ante el pueblo, cuando nadie, ningún partido, ninguna persona, ninguna camarilla, monopoliza el gobierno de un país, en suma, con suficiente democracia, las posibilidades de las traiciones personales disminuyen considerablemente, el peligro del burocratismo se aleja, la incompetencia y la corrupción desaparecen, o por lo menos son acotadas. Sólo puede lograrse un sistema que compagine justicia social con eficiencia mediante la democracia. Justicia social porque cuando el control lo tiene el conjunto de la ciudadanía, ésta no se va a perjudicar a sí misma, actuará para beneficiar a la inmensa mayoría, y al mismo tiempo para respetar los elementales derechos de cada individuo. Eficiencia porque cuando los gestores responden ante los gestionados la gestión mejora. Quienes critican a Stalin por romper con Lenin, o, en el bando contrario, a Jruschov o Gorbachov por romper con Stalin, no nos explican cómo fueron posibles semejantes “traiciones”, cómo podrían haberse evitado. Fueron posibles porque el devenir de los acontecimientos en la URSS dependía primordialmente de la élite revolucionaria, de quienes dirigieran y controlaran el partido único. El método revolucionario, el monopolio político, posibilitó, por lo menos facilitó enormemente, la contrarrevolución. Muchos de quienes acusaban a los rivales de “traidores” contribuyeron de alguna forma a posibilitar dichas “traiciones”. Contribuyeron al participar, en mayor o menor medida, en una metodología que conducía, de manera casi inevitable, por ser prudente, a las “traiciones”. La verdadera traición consistió en no contar con las masas, en imponerse a ellas, en construir el socialismo sólo desde arriba, en no desarrollar la democracia, en construir un “nuevo” sistema que se parecía demasiado al anterior en algunas cuestiones metodológicas fundamentales, que lo empeoraba incluso. No puede pretenderse que un sistema construido a pesar del pueblo, en vez de gracias a él, sea defendido por el pueblo. No puede pretenderse que un sistema que busca beneficiar al conjunto de la sociedad, dependa tan sólo de una élite ajena al pueblo, apartada de él, cada vez más alejada de él.
El socialismo, a diferencia del capitalismo, debe ser construido por el conjunto de la ciudadanía. A diferencia del capitalismo porque éste busca beneficiar tan sólo a ciertas minorías. Parafraseando a Trotsky cuando hablaba de la necesidad de la democracia en la economía, el socialismo necesita la democracia como el ser humano el oxígeno. Con un socialismo construido con la participación amplia y activa del pueblo es mucho más difícil sucumbir ante la involución, regresar al capitalismo. Si se logra un sistema que funcione, que compagine cierta eficiencia económica con libertad y justicia social, y esto sólo es posible lograrlo con el poder del pueblo, con una amplia y profunda democracia que abarque a todos los rincones de la vida social, al político, al económico, al ideológico, si se logra un sistema donde el pueblo se acostumbre a participar activamente en las decisiones que le afectan, si en dicho sistema los ciudadanos perciben que su participación es útil, que consiguen resultados concretos que les hacen vivir mejor, física y psicológicamente, ¿alguien cree que el pueblo se quedaría de brazos cruzados si algún dirigente pretendiera volver al capitalismo, o quitarle poder? En el socialismo, a diferencia del capitalismo, las masas deben ser activas, no deben sucumbir ante la apatía. Y no deben hacerlo porque el socialismo se construye con el poder popular, cuando millones de personas se involucran personalmente día a día en su construcción. La apatía de las masas, que no movieron un solo dedo para evitar la restauración capitalista en Rusia, es una de las pruebas más contundentes del fracaso del “socialismo” soviético. Un claro síntoma para saber si el sistema socialista se va implantando o no es la actitud de las masas. Si el pueblo permanece apático, o peor aún se vuelve cada vez más apático, si su apatía no disminuye considerablemente con el tiempo, si su actitud es parecida a la que tienen las masas en los países capitalistas, es que vamos por muy mal camino.
Lógicamente, tras siglos de capitalismo, de “democracia” de baja intensidad, las masas, salvo momentos muy puntuales como los estallidos sociales, son bastante pasivas. No es posible cambiar la mentalidad de las personas de la noche a la mañana. Pero desde el principio, cuanto antes, la transición al socialismo debe fomentar de todas las maneras posibles la participación activa y continua de la gente. Y la única manera que tiene la gente de querer participar más es participando, es dándole opciones reales de participar en los asuntos que le incumben, es dándole poder. Si la gente comprueba en la práctica que su participación sirve de algo, entonces participará cada vez más. Como dice David Held: Las personas son capaces de aprender a participar participando, y estarán más dispuestas a buscar participar si confían en que su aporte en el proceso de toma de decisiones es tomado en cuenta. El socialismo debe echar profundas raíces en el pueblo. Sólo así puede sobrevivir y prosperar a largo plazo. Los ciudadanos deben estar convencidos por sí mismos de la necesidad del socialismo. La vanguardia revolucionaria debe convencer, no imponer, debe orientar, no suplantar, debe servir al pueblo, no servirse de él, debe estar por debajo de él, y no por encima, debe ser controlada por el pueblo, y no controlarlo a él, debe luchar en igualdad de condiciones frente a todos sus enemigos por el poder político, y no monopolizarlo, debe ganárselo, y no garantizárselo. Y sobre todo debe dar ejemplo. Las masas pueden necesitar cierto empujón inicial, pero deben aprender a moverse por sí mismas, a no depender de élites. Y todo esto no es posible con un régimen de partido único, o de ideología única. Toda revolución monopolizada por cualquier minoría acaba derivando en contrarrevolución. Todas las experiencias revolucionarias de la historia lo atestiguan irrefutablemente. Ésta es una lección vital que nunca debemos olvidar. Cuanta más gente participe en la revolución, más posibilidades de que la revolución se asiente, prospere y sobreviva.
El capitalismo se sustenta en el mercado, en la competencia entre los productores. Cuando esta competencia desaparece y se sustituye por una planificación sin control externo, tarde o pronto, el sistema colapsa. Todo sistema necesita ser controlado, regulado, de alguna manera para que funcione. El capitalismo se autorregula. Aunque de manera anárquica, tan pronto se produce el crecimiento como el colapso. Las crisis en el capitalismo son consecuencia directa de su autorregulación anárquica, son los estallidos de sus contradicciones inherentes que nunca se superan más que temporalmente en un proceso continuo de construcción-destrucción. Pero, sin embargo, el capitalismo más o menos sobrevive, hasta que colapse por completo o se cargue al planeta y todo lo que contiene, si es que finalmente lo hace, nadie puede asegurarlo. O hasta que la humanidad logre sustituirlo por otro sistema. El socialismo debe ser regulado explícitamente, conscientemente. En el capitalismo ese control lo ejerce más o menos el mercado (si bien el Estado también interviene para que el sistema no colapse, cada vez más pues el capitalismo poco a poco se va negando a sí mismo), sin olvidar el decisivo papel de las crisis que, como dice Víctor Serge, se convierten así en las grandes reguladoras de la vida económica; son las que reparan, a expensas de los trabajadores, de las clases medias inferiores y de los capitalistas más débiles, los errores de los jefes de la industria. Como suelen decir los propios economistas capitalistas, el sistema es regulado por la mano invisible del mercado. En el socialismo ese control lo debe ejercer el conjunto de la sociedad mediante la democracia más completa posible. El socialismo no puede sobrevivir sin democracia. El capitalismo perfectamente. De hecho, el capitalismo sobrevive si no hay democracia, si ésta es simbólica o insuficiente. El capitalismo necesita, para sobrevivir, evitar la democracia, reducirla a la mínima expresión. Al contrario que el socialismo. Por esto las dictaduras de derechas funcionan desde el punto de vista económico (aunque con graves “efectos secundarios”). Y las dictaduras de “izquierdas” no. Acaban colapsando o asumiendo economías de derechas, más o menos capitalistas. “Dictadura de izquierdas” es un contrasentido, encierra una profunda contradicción irresoluble. No es posible un sistema económico de izquierdas (democracia económica) conviviendo con un sistema político de derechas (dictadura política). Al contrario, el capitalismo (dictadura económica) convive armónicamente con la “democracia” burguesa (dictadura política disfrazada de democracia), con la dictadura fascista (dictadura política sin disfraz) o con la dictadura “socialista” (dictadura burocrática disfrazada de dictadura del proletariado).
El socialismo sólo puede prosperar si los medios de producción son socializados y democratizados por completo, si la sociedad en conjunto se democratiza, si la economía es regulada conscientemente por el conjunto de la ciudadanía, si quienes la dirigen en determinado momento en nombre de los demás responden ante éstos. Cuanto más se desarrolle la democracia más probabilidad de implementar el socialismo, más posibilidad de que prospere. El capitalista responde ante el mercado, aunque no responde todo lo que debiera. El propietario de una empresa, o sus ejecutivos, pagan por sus malas decisiones, aunque no pagan lo mismo que los trabajadores. Quienes defienden el capitalismo por el hecho de que la iniciativa privada es el motor de la economía, por el hecho de que al empresario le interesa gestionar bien su empresa para no pagar las consecuencias de su mala gestión, se olvidan, precisamente, de que los ejecutivos al servicio del capitalista cuando pagan por sus malas actuaciones, que no siempre lo hacen, son recompensados con suculentas indemnizaciones, se olvidan de que dicho propietario nunca es destituido de su statu quo por mal que gestione, sólo paga su mala gestión cuando se arruina o su empresa quiebra, cuando antes los trabajadores (que no suelen tener grandes ahorros u otros medios de ganar dinero, al contrario que el empresario que invierte en bolsa o en otras empresas) han perdido el sustento. ¿Qué ocurriría si en la empresa quienes gestionan, los propietarios o los ejecutivos, pagaran por igual su incompetencia que el resto de los trabajadores? Yo creo que es obvio que cuando alguien paga más por sus actuaciones, responde mejor. Es muy gracioso ver cómo algunos defensores a ultranza del liberalismo, es decir, de la sacrosanta propiedad privada de los medios de producción, nos dicen que el socialismo, bajo ninguna de sus formas, ni siquiera la colectivista, puede funcionar porque los gestores socialistas no se esmerarían en hacer funcionar las empresas por no pagar por las consecuencias de su mala gestión (parece que dichos apologistas se olvidan de que sí podrían pagar por esa mala gestión, mediante el control democrático de su gestión), cuando en la sociedad capitalista actual, los ejecutivos o los propietarios de las empresas nunca pagan (o muy poco), salvo en casos extremos, las consecuencias de sus malas gestiones o de sus prácticas fraudulentas. Y no hace falta recordar mucho ni irse muy lejos en el tiempo: basta con observar lo que ha ocurrido en la actual crisis, que en el momento de escribir este artículo, principios de 2014, sigue azotando al mundo entero. ¿Dónde están los responsables? ¿Alguien ha pagado las consecuencias de esta crisis, producto de comportamientos especulativos, consentidos por los gobiernos políticos? Sí. Sobre todo los trabajadores o los pensionistas, los menos culpables, los menos responsables.
A pesar de todo, el capitalista, aunque poco, responde algo por su gestión frente al mercado. El gestor del sistema socialista lo hace, lo debe hacer, ante la sociedad. En el capitalismo quien manda es el mercado. En el socialismo son las personas, el conjunto de la ciudadanía. En cualquier caso quien gestiona tiene que responder ante alguien o algo, si no el sistema, llámese como se llame, no funciona. En el capitalismo ese algo es el mercado. En el socialismo ese alguien es el conjunto de la ciudadanía. En el primer caso quien manda es la mano invisible del mercado. En el segundo es la mano visible, que debe ser bien visible, de la ciudadanía. En el primer caso es el capital el que manda. En el segundo las personas, la sociedad entera quien debe hacerlo. El capitalismo acaba siendo sometido a algo impersonal, no humano, llamado mercado, dinero o capital. Por esto Marx hablaba del fetichismo de la mercancía. Porque en la sociedad humana capitalista los humanos son dominados por cosas no humanas, aunque desde luego inventadas por los humanos. En el capitalismo el ser humano no está al servicio del ser humano. Está al servicio del dinero. En la sociedad humana capitalista, el mercado, el dinero, las cosas, se convierten en sus dueños, en sus ídolos. La sociedad capitalista es el culto al dinero, convertido en el rey de los fetiches. Bien es cierto que el dinero no es una invención del sistema capitalista, pero ningún sistema como éste le da tanta importancia. Con el capitalismo el progresivo deterioro de la sociedad humana, la progresiva deshumanización, la progresiva “fetichización”, llega a su cumbre. El capitalismo no nació de la nada, los sistemas que le precedieron lo posibilitaron, contenían su germen. En verdad que el capitalismo es la forma que adopta una sociedad alienada donde el dinero iba poco a poco dominando al ser humano. Pero así como el capitalismo se nutrió de los sistemas anteriores, a su vez, él puede sentar las bases del sistema que puede sustituirlo: el socialismo. Con la diferencia de que el socialismo supone un paso en el sentido de negar a su predecesor. De aquí proviene fundamentalmente la mayor dificultad del socialismo respecto del capitalismo. Así como el capitalismo fue una continuación de las tendencias predominantes pasadas, el socialismo, por el contrario, puede suponer sobre todo una ruptura, no una simple evolución, sino una profunda transformación como consecuencia de la resolución de las contradicciones capitalistas, una síntesis dialéctica. Gracias al socialismo científico postulado por Marx y Engels, por primera vez en la historia humana, al ser humano se le ofrece la posibilidad de controlar conscientemente su destino, de elegirlo él, no de someterse a fuerzas oscuras que le dominan y le controlan, de resolver las contradicciones sociales en un determinado sentido, y no en otro. Estamos, indudablemente, en un momento histórico crucial (un momento que ya lleva durando aproximadamente un par de siglos, un instante en la historia de la humanidad).
El socialismo pretende invertir la tendencia de la historia humana, volver a situar al ser humano en el lugar que le corresponde: en el centro de su sociedad. El socialismo reivindica una sociedad verdaderamente humana, donde los seres humanos sean los protagonistas, y no cosas como el dinero, el capital o el mercado. En este aspecto, socialismo es humanismo, es devolver al ser humano el protagonismo perdido. El socialismo debe ser sometido a las personas, si no vuelve al capitalismo o colapsa. Los defensores del capitalismo nunca se plantean la posibilidad de que la economía pueda ser gestionada democráticamente. Ellos que propugnan, por lo menos de palabra, bien es cierto que con la boca pequeña, la democracia política, no quieren ni oír hablar de la democracia en el ámbito de la economía. Si la democracia se reconoce como el mejor sistema para que un grupo humano conviva y prospere, para que se gestione a sí mismo, ¿por qué aplicarla en unos ámbitos y no en otros? ¿Por qué sí en la política y no en la economía? Ésta es una de las grandes contradicciones de la “ideología” capitalista, de la “ciencia” económica y política capitalista. Esa contradicción sólo puede superarse o resolverse de dos maneras: o bien eliminando la democracia política (como así hace progresivamente el capitalismo, donde el mercado acaba suplantando a los gobiernos, donde el capital se pone por encima de la soberanía popular, no hay más que ver lo que está ocurriendo en la actual crisis donde gobiernos incluso socialdemócratas se someten a la dictadura de los mercados, del capital), o bien desarrollando y expandiendo la democracia desde el ámbito político al económico (como así propugnan los socialistas, los verdaderos). El capitalismo está progresivamente exterminando la democracia política, la poca soberanía popular que logramos alcanzar. La dictadura del capital necesita evitar la democracia política, y sobre todo la económica. La democracia económica es el fin del capitalismo. El capitalismo es la dictadura económica. Dictadura o Democracia. Capitalismo o Socialismo. He ahí el dilema. ¡Pero no confundamos estalinismo con socialismo! ¡Ni confundamos la “democracia” burguesa, o sea la oligocracia, con la verdadera democracia! No confundamos lo proclamado con lo real, la etiqueta de la botella con su contenido.
Un sistema que no es regulado por el mercado ni por la ciudadanía, acaba colapsando. El capitalismo de Estado tiene poco futuro. Por esto todos los regímenes que implementan un socialismo insuficiente, con una escasa democracia, tarde o pronto, no muy tarde, reintroducen la iniciativa privada, ceden el control al mercado. Acaban dando pasos decisivos para la restauración del capitalismo. La democracia, por tanto, se nos presenta imprescindible no sólo para iniciar el camino hacia el socialismo, sino que para proseguirlo. La democracia debe acompañar al socialismo desde el principio hasta el final. En cuanto se separan, el socialismo está condenado al fracaso. Al contrario de lo que piensan algunos izquierdistas, la democracia es el ADN del socialismo. El problema es que se dejan engañar por el mal uso hecho de la democracia por la burguesía, asocian democracia a democracia burguesa, le hacen el juego a la burguesía en el sentido de permitir que ésta se apropie del concepto genérico de democracia, cuando en verdad la democracia es el enemigo público número uno de la burguesía, como de cualquier élite social dominante. El problema también es que dichos izquierdistas rechazan por completo la democracia burguesa, cuando algunos aspectos de ésta deben ser inevitablemente utilizados, mejorados, ampliados, llevados a la práctica. Han relativizado en exceso el concepto genérico de democracia. Para ellos la democracia sólo puede tener apellidos, sólo puede ser burguesa o proletaria. Ese error se nutre de errores profundos del marxismo en cuanto al uso del relativismo (ver el artículo Relativizando el relativismo, el cual se ha incluido en un capítulo del libro El marxismo del siglo XXI).
El socialismo no puede ser real sin democracia real. Y la democracia real no puede prescindir del pluripartidismo, del sufragio universal, de la libertad de opinión, reunión o de asociación, etc. etc. Pero tampoco hay democracia real sin mandato imperativo (programas electorales de obligado cumplimiento), sin revocabilidad, sin referendos frecuentes y siempre vinculantes, sin una ley electoral donde se intente llevar a la práctica el principio elemental “una persona, un voto”, sin separación efectiva de todos los poderes (especialmente respecto del poder económico), sin elegibilidad de todos los cargos públicos (en una democracia auténtica no puede haber reyes ni reinas), etc. etc. No es posible una democracia real sin el control de los gobernantes por parte del pueblo, si los ciudadanos se limitan a elegir a sus dictadores cada x años, si los votos se convierten en cheques en blanco, si no hay una suficiente igualdad de oportunidades entre las ideas, entre las personas, entre las opciones políticas, etc., etc. La democracia real será una combinación de democracia representativa, verdaderamente representativa y mucho más participativa, a escalas grandes (para gobernar a millones de personas) y de democracia directa en ámbitos más locales. La democracia real dará la máxima prioridad posible a la democracia directa, maximizará el poder popular, el cual deberá aumentar continuamente con el tiempo. La democracia real se realimentará a sí misma. En una democracia real se alejará el fantasma de la involución. La humanidad avanzará (incluso acelerará su evolución) no sólo tecnológicamente, no sólo científicamente, no sólo materialmente, sino que sobre todo socialmente, políticamente, económicamente, moralmente. Pero la democracia real no caerá del cielo, las clases populares deberán conquistarla.
No es posible la libertad en la vida en sociedad sin la igualdad de oportunidades, sin la igualdad en las relaciones sociales. No es posible que la verdad se abra camino si no se enfrenta cara a cara, en igualdad de condiciones, a la mentira. Ésta es la gran lección histórica que debe aprender la izquierda real, es decir, la izquierda anticapitalista, para resurgir con fuerza en este decisivo momento histórico. No será posible el socialismo en el siglo XXI si no aprendemos del fracaso del socialismo intentado en el siglo XX.
José López
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