jueves, 1 de agosto de 2013
Uno de los militares fugados el jueves es un símbolo del terrorismo de Estado
Reciclado en hombre del Derecho, defendió a otros acusados por delitos de lesa humanidad. Apodado "El Carnicero de San Juan", fue condenado a perpetua por la desaparición de la ciudadana franco-argentina Marie-Anne Erize.
La más reciente fotografía de ellos fue tomada el 5 de julio en un salón de la Universidad de San Juan, tras leerse las sentencias del Tribunal Oral Federal de esa provincia contra siete represores por delitos de lesa humanidad. Los mostachos plateados del ex teniente Gustavo De Marchi parecían el manubrio de una Harley-Davidson. Y el porte del ex mayor Jorge Antonio Olivera tenía alguna semejanza con el del beato Ceferino Namuncurá, pero con ojos duros. El primero acababa de obtener 25 años; el otro, cadena perpetua. Aquellas dos terribles palabras no habían alterado su expresión de piedra.
Ya se sabe que el 25 de julio, al ser llevados al Hospital Militar Central Cosme Argerich por presuntas razones médicas, ambos pusieron los pies en polvorosa. Las "razones médicas" fueron parte del plan. En la autorización para sus traslados desde la cárcel cuyana de Chimbas al penal bonaerense de Marcos Paz, intervino con notable tesón una psicóloga de ese nosocomio castrense: Marta Ravasi, nada menos que esposa de Olivera. El trasfondo de la fuga incluye funcionarios del Poder Judicial, personal de las Fuerzas Armadas, agentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF) y hasta médicos. De hecho, siete oficiales del Ejército fueron pasados con premura a retiro, se dispuso el relevo de la cúpula hospitalaria y también la disponibilidad de siete efectivos del SPF, mientras el juez federal Claudio Bonadio instruye la pesquisa judicial, apoyada con una recompensa de 2 millones de pesos por cada evadido. Lo cierto es que –junto a su camarada– Olivera, una verdadera estrella del terrorismo de Estado, se convirtió así en el prófugo más buscado del país. Una ocasión propicia para explorar su historia.
EL DERECHO A LA BEBIDA
Hacía una década, un estudio jurídico con oficinas en un sobrio edificio de la calle Tucumán, frente al Palacio de Tribunales, había puesto el siguiente aviso en el Diario Popular: "Kioscos: No a la ley seca. Defienda sus derechos." Sus dos socios eran especialistas en amparos para conjurar la norma municipal que prohibía en horario nocturno la venta de bebidas alcohólicas. Uno de ellos, al tratar con los clientes, siempre prevenía: "Vamos a ver qué juzgado nos toca." Su voz transmitía una gélida amabilidad. A sus espaldas había un crucifijo y una enorme foto enmarcada del malogrado crucero General Belgrano. El doctor no era otro que Olivera. El "Carnicero de San Juan" –su mote en un pasado que él pretendía sepultar– se había reciclado en hombre del Derecho.
Como tal –además de kiosqueros–, supo defender a personajes como el general Guillermo Suárez Mason, el almirante Emilio Eduardo Massera y el criminal de guerra nazi Erich Priebke, entre otros represores de fuste. A la vez, sumó prestigio profesional entre los uniformados al lograr en 2002 que la justicia dejara sin efecto el recorte salarial del 13 % en el Ejército, impulsado por el gobierno de la Alianza. Y en 2000 se atrevió a patrocinar en el Tribunal de Estrasburgo una causa contra la ex premier británica Margaret Thatcher por el hundimiento del crucero General Belgrano durante la Guerra de Malvinas. En ese marco, en agosto de ese año partió a Europa.
Nunca imaginó el costo de esa audacia. "¡Olivera!", le gritó una empleada de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma. El grito lo sorprendió. Y también a su esposa, doña Marta; ellos había disfrutado en esa ciudad de una segunda luna de miel, al cumplir 25 años de casados. Mayor aún fue la sorpresa del militar al oír la siguiente frase: "Está arrestado", por boca de un funcionario de Interpol.
En ese momento, los voceros del Ejército dejaron trascender que "todo se debe a una conspiración inglesa" por el reclamo del mayor retirado en el Viejo Continente. En realidad, su captura había sido ordenada por el juez francés Roger Le Loire, debido a la responsabilidad de Olivera en la desaparición de la modelo franco-argentina Marie-Anne Erize. Su defensa en Italia fue asumida por un conocido abogado neofascista, Augusto Sinagra, quien fue defensor de Licio Gelli, el gran maestre de la Logia P-2, de la que eran miembros Sinagra, Suárez Mason y Massera. Con ayuda de la inteligencia del Ejército –que envió una documentación falsificada a Italia–, Olivera recuperó la libertad tras 42 días de cárcel. No obstante, el fantasma de Erize le perseguiría hasta el presente.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
El 15 de octubre de 1996, la ciudad de San Juan amaneció bajo un cielo radiante. A media mañana, una muchacha entró a la bicicletería situada en la esquina de Tapia y Mariano Acha. Ella, muy delgada, de cabello llovido y ojos verdes, irradiaba una belleza lindante con la melancolía. Su bicicleta tenía un problema de frenos. Una hora después la iría a buscar. Y se fue. Desde adentro, el dueño del negocio vio como era interceptada por un sujeto; sus modos eran agresivos y amenazantes. El tipo la arrastraba de un brazo. El bicicletero, entonces, salió, para interponerse en la situación. Se lo impidieron otros dos tipos. Uno de ellos le apoyó una pistola en la sien. Y sus palabras fueron: "Guardá la bicicleta, seguro que alguien va a venir a buscarla." Desde entonces, Marie-Anne estuvo como esfumada de la faz de la tierra.
Ella había nacido en el seno de una familia francesa residente en Argentina. Vivió su infancia en pleno monte misionero; fue finalista del concurso "Miss Siete Días" y su figura ilustró varias veces la tapa de la revista Gente. Luego empezó a estudiar Antropología en la UBA, además de trabajar en la Villa 31, de Retiro, junto con el cura Carlos Mugica, a la vez que iniciaba su militancia en Montoneros. En 1975, su pareja, Daniel Rabanal, cayó en Mendoza. Marie- Anne se refugió en San Juan.
Ahora se sabe que la patota que la secuestró era encabezada por el entonces teniente Olivera. Lo acompañaban los oficiales Eduardo Bic, y Eduardo Daniel Cardozo, hijo del general Cesáreo Cardozo, ajusticiado en un atentado montonero, mientras estaba al frente de la Policía Federal. El trío llevó a su víctima a un camping de suboficiales del Ejército llamado "La Marquesita", que funcionaba como centro clandestino de detención. Dicen que, en aquel inframundo, Olivera y Cardozo tuvieron un fuerte entredicho, al disputarse entre ellos el derecho de violar a la cautiva. Marie-Anne fue asesinada poco después.
Olivera, hijo de un gendarme, había nacido el 10 de agosto de 1950 en la ciudad misionera de Posadas. Egresó del Colegio Militar en 1971 y su primer destino fue un regimiento de Junín de los Andes, en Neuquén. Recién en 1975 llegaría a San Juan, en donde fue jefe de inteligencia del Regimiento de Infantería de Montaña 22. Vivió dos años en esa provincia cuyana, junto a su joven esposa, Marta, quien, además de psicóloga, era informante del Ejército. Su esposo luego tuvo destinos en La Plata, Posadas y Corrientes. Ya en 1984, ocupó un puesto en el comando de paracaidistas de Córdoba. Tres años más tarde, se plegaría a la rebelión carapintada de Aldo Rico. Y, a consecuencia de las leyes de Obediencia Debida y Punto final, los procesos por delitos de lesa humanidad en su contra quedaron en la nada. Ya se sabe que su próximo paso fue convertirse en abogado. Alternaría esa profesión con su militancia en el Movimiento de Dignidad Nacional (MODIN), liderado por su dilecto amigo Rico. Incluso, presentó su candidatura a diputado en las elecciones de 1999, pero sin éxito. Aun así, la vida parecía sonreírle.
En diciembre de 2007, el juez federal de San Juan, Leopoldo Rago Gallo, ordenó su detención y la de otros oficiales y suboficiales del Ejército, por las torturas a las que fue sometida la actual jueza Margarita Camus, hija del ex gobernador de esa provincia, Eloy Camus. Entonces fueron arrestados los suboficiales Osvaldo Benito Martel y Alejandro Víctor Lazo. Pero Olivera y Vic pasaron a la clandestinidad. El comandante de Gendarmería, Ernesto Jensen, quien tenía el control operacional de Catamarca, La Rioja y San Juan, declaró que Olivera "llevaba la batuta de todo en el grupo de tareas del Regimiento de Infantería de Montaña 22".
Olivera llevaba casi un año prófugo. Acostumbrado a la impunidad, deambulaba tranquilo ayer por las calles de Vicente López, en donde habitaba con doña Marta un suntuoso chalet. En la mañana del 3 de noviembre de 2008, una brigada de la Policía Federal le alteró la rutina. El represor intentó resistirse, pero fue reducido.
Ya se sabe que el 5 de julio fue condenado a perpetua por medio centenar de crímenes cometidos durante la última dictadura, incluido el de Marie-Anne Erize. Y que, tres semanas después, se esfumaría de su encierro. El "Carnicero de San Juan" está otra vez en la calle.
Ricardo Ragendorfer
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