sábado, 10 de agosto de 2013

Radiografía de “la máquina de terror”



El abogado Martín Gras fue secuestrado en enero de 1977, cuando iba a una cita con otro compañero.

Gras avanzó en la arquitectura del Grupo de Tareas que operó en la ESMA durante la dictadura, con sus diferentes grupos y sus relaciones internas. Dio detalles sobre algunos detenidos que conoció y no sobrevivieron.

“Soy una persona muy cobarde, tuve muchísimo miedo”, dijo Martín Gras con un poco de ironía. Habían pasado tres o cuatro días de su permanencia en la ESMA. Enero de 1977. “Estaba el tema del calor, no nos daban agua, nos decían que era por la corriente. Yo había conseguido escapándome a un pequeño baño tomar agua del inodoro. Al cuarto o quinto día nos llevan a ‘capucha city’, porque necesitan los espacios de abajo para los interrogatorios, eran días de caídas numerosas. En un momento reparten agua. El Verde tenía las botellitas de Coca-Cola con agua y las va dejando delante de cada capucha. Me la bebo toda, pero tenía más sed. El Verde da una segunda vuelta. Y lo llaman, le dan una orden. Deja de repartir. Su última botella queda entre mi capucha y la de mi izquierda. En ese momento veo una mano que sale de la izquierda, que avanza como dubitativa hacia la botella para agarrarla, y veo aparecer otra mano, que pega un manotazo, que agarra la botella. Un juego de manos. Y al mismo tiempo escucho un bramido animal que da una persona, un gruñido y tomo el agua de la botella. En ese momento, soy consciente de que ese soy yo, se me unen las figuras. ‘Caray’, me dije. ‘Yo creo en un mundo de solidaridad, cómo me puedo convertir en una bestia que emite bramidos a los tres o cuatro días de estar acá. ¿A dónde puede llegar todo esto?’.”
Martín Gras volvió a las audiencias del juicio por los crímenes de la Marina. Tercer juicio oral, la megacausa. En este juicio, donde muchos de los sobrevivientes quedan eximidos de volver a contar sus historias porque se dan por probadas, su declaración avanzó en otras dimensiones sobre eso que denominó “máquina de terror”. La arquitectura del Grupo de Tareas con sus grupos de “chupe”, de “contención”, de “techo” y “sanitario”. La interna entre Acosta y D’Imperio, el rol de Cancillería, la diplomática Elena Holmberg, de cuyo asesinato supo a través de D’Imperio. El Centro Piloto de París. Los prisioneros a los que vio en el encierro. El portero que permaneció meses en Capucha y del que aún no se sabe su nombre, secuestrado por un “rotativo” que buscaba a un militante de su edificio. Como el militante no estaba, se lo llevaron a él porque los vecinos dijeron que tenía buena relación. Un día, ese hombre supo que Gras era abogado. “¿Cuando me pongan en libertad tengo que pedir una constancia de detención para que me mantengan en el puesto de trabajo?”, le preguntó. El hombre no salió. No lo interrogaron. No le dieron un número. Cuando los oficiales notaron finalmente que estaba ahí, lo trasladaron.
Habló de Carlos Armando Grande, Pilo, un militante de la JUP. Pilo estuvo un mes en Capucha. “Un día vamos al baño. Nos apuran, así que salimos apurados.” Era un miércoles de “traslados”. Los estándares habían cambiado. Los Pedros ya no llamaban por número a los prisioneros. Los que estaban en Pecera o en los grupos de trabajos forzados eran encerrados en otro espacio hasta, dijo, después del “traslado”. Uno de esos miércoles, todos hicieron la fila. “Pilo venía en el último lugar y en ese momento aparece el Pedro de turno y le pone la mano en el pecho y le dice: ‘No, pibe, vos te quedas’. Yo le vi la cara –les dijo Gras a los fiscales–. Por mucho que viva, me voy a acordar de esa cara.”
Le preguntaron a Gras detalladamente por los “traslados”. “¿Quiénes gestaban la decisión de los traslados?”, oyó y él invirtió la lógica de esa pregunta. “Esas personas decidían sobre la muerte –dijo–, pero la muerte ya estaba decidida. La alternativa de vivir era un excepción. Lo que había ahí era una decisión operativa sobre esa persona concreta que iba a morir en la ESMA, pero su muerte estaba predecidida: la decisión era la destrucción de determinadas organizaciones o segmentos mediante la destrucción física de sus miembros. Había reuniones de los oficiales de inteligencia los martes y decidían quiénes no eran trasladados.”
Lo más probable es que esas reuniones hayan sido en Los Jorges, explicó en referencia al ala de oficinas de la planta baja, que al comienzo se llamó así porque estaban los despachos de Jorge Acosta y Jorge Perrén. Entre los armadores de esas decisiones situó a varios: “Obviamente Acosta, (Antonio) Pernías, (Miguel Angel) Benazzi, Alberto González, teniente de Navío; uno de los mellizos García Velazco, del GT, que usaba el seudónimo Dante. (Raúl) Scheller, el Pingüino, ese grupo se fue modificando. Uno era caso de alguien –dijo–, entiendo que ese alguien decidía los traslados. En mi estadía en la ESMA yo fui caso Pernías y Rolón sucesivamente”.
En la sala estaban Ricardo Cavallo y Pernías. Gras agregó un dato.
“Yo diría que (había) unas 20 personas por traslado”, dijo. “Yo creo que en la ESMA no sólo se trasladaron a los que tenían destino final de un Grupo de Tareas. También se trasladó a gente detenida por otras fuerzas.” En la sala estaban su familia y también sobrevivientes. Para Gras hubo en la numeración del 000 al 999 que fue repetida varias veces, secuestrados que pasaron por la ESMA a “efectos del vuelo”.
“No recordamos, cosa extraña en la lógica de la ESMA y de la Armada, la presencia física de oficiales en el momento del traslado. De golpe, esos personajes omnipresentes que eran los oficiales no estaban. El traslado estaba a cargo de los Pedros.” Tampoco había marinos, según dijo, haciendo el trabajo sucio de la calle. “Tengo recuerdos mezclados”, dijo sobre el día de su secuestro. “Vereda muy vacía, una cosa muy de barrio bonaerense. Día viernes. Verano. Una persona tomando mate en una silla de patas cortas. A ese señor lo vi dentro de la ESMA: era un subcomisario de la Federal que usaba el apelativo 220, cuyo apellido era Weber.” “En general la experiencia me ha indicado que el grupo de choque se forma por efectivos de la Policía, de Prefectura, Servicio Penitenciario y escasamente oficiales de la Armada”, agregó.
El día de su secuestro, él iba a una cita con otro compañero: Fernando Perera. “Se había quedado retrasado. Parte lo vi, parte creo haberlo visto. Estaba atrasado con respeto a mí, a unos cincuenta metros. Cuando ve que me derriban tiene actitud de enorme coraje y trata de salvarme, presumo que estaba armado.” A Perera lo llevaron a la ESMA. Murió en la sala de tortura. Gras supo que lo interrogaron en una sala al lado de la suya: por el calor dejaban las puertas de las salas abiertas.

Alejandra Dandan

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