Francisco Do Pico, representante de asuntos gubernamentales de Monsanto, se reunió con vecinos del Valle del Conlara. Algunas de sus intervenciones, registradas en audios, se recuperan en este artículo. Entre otras aseveraciones, sostuvo que el glifosato es “inocuo”, en forma contraria a lo que indica por ejemplo la Organización Panamericana de la Salud.
Jueves 18 de julio, tarde noche. Municipio de Santa Rosa de Conlara, provincia de San Luis. Representantes de la multinacional de agronegocios Monsanto se reúnen con vecinos y el intendente radical Miguel Postiguillo. En la zona preocupa la expansión del modelo agropecuario que impulsa esta trasnacional. Los campesinos y habitantes de pueblos cercanos apuntan contra la masiva deforestación ocurrida en los últimos quince años, el uso masivo de agua a través de sistemas de riego por pivot, y las constantes fumigaciones sobre unidades campesinas o en cercanías de zonas urbanas. En nombre de la compañía se acerca un equipo de profesionales para explicar que explotan 1700 hectáreas en la zona y para defender el accionar de la trasnacional, ante un creciente proceso de movilización local contra la empresa. Quien hegemoniza el encuentro es Francisco Do Pico, representante de Asuntos Gubernamentales de Monsanto Argentina.
En este artículo se destacan sólo cuatro pasajes de más de una hora de audios al que accedió este cronista. En esas intervenciones Do Pico no repara en contradecir la propia historia oficial que exhibe la empresa en su web, al desconocer la historia corporativa; asegurar que el glifosato “es inocuo” aunque organismos como la Organización Panamericana de la Salud digan lo contrario; y llega a admitir que Monsanto es uno de los responsables de que en Argentina no se hagan bien las cosas en cuestión de fumigaciones.
Con la camiseta media puesta
“Somos una empresa que está en Argentina hace cincuenta años, pero sólo desde el año 2000 somos una empresa cien por ciento de agricultura y alimentos. Antes éramos una empresa química. En parte, muchas de las cosas que se dicen malas de nosotros vienen del pasado. Esa empresa no existe más. Lamentablemente en su momento no se cambió de nombre, la empresa se siguió llamando como se llamaba. Y todavía nos vinculan con muchas cosas que para nosotros es difícil explicar o hacernos cargo porque ni habíamos nacido en ese entonces.”
Do Pico intenta despegarse de la historia de la empresa para la que trabaja. Por sólo citar algunos ejemplos, esta centenaria multinacional de origen estadounidense fue responsable de producir “PBC tóxicos para empresas industriales, componentes del Agente Naranja para la industria militar” utilizado en la Guerra de Vietman por Estados Unidos, como ejemplifica el documento ‘La lucha contra Monsanto’, de 2012, firmado por la Via Campesina (VC), la coordinadora de organizaciones del campo más representativa a nivel mundial, Amigos de la Tierra, y Combat Monsanto. Ese historial nefasto también está bien documentado por las más de 500 páginas del recomendable El mundo según Monsanto, de la periodista francesa Marie Monique Robin.
De todas formas, la página de Monsanto Argentina en ningún momento niega su historia. Lo que ha hecho la compañía es reorientar sus negocios. El informe de la Vía Campesina explica que en los 80’ y 90’ “Monsanto se reconvirtió a partir de enfocarse en los procesos de modificación genética” para llegar a la actualidad con un control del 27 por ciento del mercado de semillas y el 90 por ciento del mercado de semillas de soja. Algunas precisiones sobre estas nuevas directrices que tomó la empresa, las brinda el Grupo ETC, reconocido en la investigación crítica de las trasnacionales de agronegocios: “La empresa Monsanto original transfirió su división de sustancias químicas industriales a la empresa Solutia, Inc., en 1997”. Pero nunca dejó de ser Monsanto como señala Do Pico. Entre 1996 y 1998 “pagó ocho mil millones de dólares por la adquisición de empresas de biotecnología vegetal (por ejemplo, Calgene, Agracetus), así como empresas de semillas híbridas y convencionales (por ejemplo, DeKalb Genetics, Holden Foundation Seeds)”, para luego fusionarse con Pharmacia & Upjohn en el año 2000. Entonces se creó una subsidiaria centrada en la agricultura, que comenzó sus operaciones en 2002. ¿Cómo se llamó a ese nuevo brazo de la corporación? Igual que siempre: Monsanto.
Aunque Do Pico habla de un supuesto presente impoluto, sólo por citar un caso de la “nueva compañía”, en 2009, la Corte Suprema de Francia “falló que Monsanto había mentido acerca de la inocuidad del Roundup, su herbicida más vendido. La empresa tuvo que pagar una multa de 15.000 euros y se la conminó a dejar de hacer afirmaciones falsas sobre su producto Roundup” (La lucha contra Monsanto).
Pequeño gran negocio
Consultado por el tipo de agroquímicos que utiliza la empresa y sus impactos sanitarios y ambientales, Do Pico desvió el eje del tema ya sin reparar en el grado de veracidad de sus dichos.
“El negocio de agroquímicos es un negocio chico para nosotros.”
De forma contraria a lo que afirma Do Pico, la cronología histórica que presenta la página de Monsanto Argentina centra buena parte de su contenido en el éxito de la división agroquímicos de la empresa. Según la historia oficial corporativa, en la planta de Zarate Monsanto produce herbicidas “entre los que se destaca el Roundup líder en el mercado en los últimos treinta años”.
En los 90’ la “exitosa” implementación del sistema de siembra directa “motivó a su vez el crecimiento exponencial de las ventas de Roundup”. En 1996 Monsanto decidió “concentrarse en el negocio de semillas y agroquímicos”. En esa línea, en 1998 se invierten “136 millones de dólares en el negocio de agroquímicos”, centrados en la planta de Zárate, “con el objetivo de instalar una planta de producción de glifosato”, que hasta ese entonces se importaba desde Estados Unidos, y ampliar otras líneas de productos dentro del rubro de agrotóxicos. La multinacional logra en el 2000 concretar este proyecto “con la inauguración de la planta de glifosato, con capacidad de producción de 120 millones de litros equivalentes de Roundup”. En octubre de ese año, finalizan las obras en Zárate pasando a ser “la planta de agroquímicos más grande de América Latina”. Desde 2002 la empresa se “concentra en la investigación, desarrollo y producción de herbicidas”, además de semillas y productos de biotecnología. La expansión continúo en 2004, cuando inaugura otra planta de producción de agroquímicos en Pergamino, provincia de Buenos Aires.
El “negocio chico” de los herbicidas en Argentina pasó de mover 192,4 millones de dólares en 1991, a 400,1 millones en 2001, y 1215,4 millones en 2011, según datos de la propia Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE), donde se nuclean las grandes empresas del sector. Según un artículo de 2012 del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), firmado por Luciana Moltoni (Instituto de Ingeniería Rural) este crecimiento de 1000 por ciento del volumen de uso de herbicidas, entre 1991 y 2011, debe enmarcarse en la “sojización” del país, apuntalada por “un paquete tecnológico sostenido globalmente y siendo una de sus premisas el uso intensivo de herbicidas”. Monsanto no es ajena a este proceso internacional: es la cuarta empresa a nivel mundial en facturación por venta de agroquímicos, según datos de ETC.
El texto del INTA puntea algunos factores clave para entender este aumento exponencial del uso de herbicidas (19,1 millones de litros/kilo en 1991 a 252,1 en 2011). Primero, la introducción de la soja RR, modificada genéticamente para ser resistente a al Roundup. Justamente un producto elaborado por Monsanto. Otro hecho importante fue la adopción de la siembra directa en los 90’, que incrementa el uso de herbicidas para el control de malezas durante el barbecho y el cultivo. Actualmente el 22 por ciento de los herbicidas que se consumen son demandados para la realización del barbecho. En este esquema aparecen malezas resistentes que alientan a realizar mayores aplicaciones de parte de los productores. El proceso de siembra directa es defendido e impulsado por la compañía, a través de su política de comunicación, como un modelo de agricultura sustentable. Mientras que se defiende este método por su reducción de la erosión del suelo se omite el impacto de los agroquímicos en suelo, agua y ambiente en general.
¿Ignorancia deliberada?
“El glifosato no mata bichos y no es un veneno, y no te mata a vos y no nos mata a nosotros. Es menos tóxico que el Off. Todavía sostenemos que es inocuo.”
Durante su alocución frente a los vecinos del Valle del Conlara Do Pico le apuntó a Medardo Ávila Vázquez de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y al científico francés Gilles Eric Serallini. Pero no son sólo estos académicos comprometidos con los reclamos ambientales quienes advierten sobre el negativo impacto del principio activo del Roundup, que produce y comercializa Monsanto. Entre otras instituciones, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) es contundente respecto al tema: “El glifosato puede afectar las funciones enzimáticas en animales”. Y puntualiza que “mientras el glifosato en sí mismo puede tener baja toxicidad, los químicos presentes (coadyuvantes) en las fórmulas comerciales, por ejemplo con actividad surfactante, pueden ser significativamente más tóxicos. Los surfactantes, químicos que impiden que se formen gotas que rueden por las hojas cuando se lo aplica, pueden ser muy irritantes, tóxicos para los peces y aún ser carcinogénicos para los humanos”. Y aunque para Do Pico “no mata bichos”, según la OPS “algunos invertebrados que viven en la tierra pueden también verse afectados por este herbicida”. Incluso “existe preocupación sobre los efectos del herbicida sobre las ranas” y en países como Australia “muchas formulaciones comerciales de glifosato han sido prohibidas para su aplicación en el agua o cerca de ella” por este motivo.
Desmemoria
En un tramo del encuentro, ya incómodo, Do Pico llegó a reconocer que Monsanto no hace bien las cosas, aunque pronto se desdijo. “Nosotros tenemos una postura tomada respecto al tema fumigaciones. (…) Sabemos que en Argentina se están haciendo las cosas mal en muchos lugares. Y nosotros no decimos que los agroquímicos no tienen ninguna consecuencia. Eso no es cierto. (…) Que las cosas se hagan mal no es sólo responsabilidad de Monsanto, es responsabilidad de un montón de personas, desde productores hasta organismos públicos, y hasta medios de comunicación que a veces no difunden lo que hay que hacer.”
Una vecina, entonces, señala el reconocimiento que hizo Do Pico acerca de que la compañía no hace tan bien las cosas. El representante de la corporación, pocos segundos después, desmemoriado, responde: “Monsanto no hace mal las cosas, yo no dije que Monsanto hace mal las cosas”.
Leonardo Rossi
Marcha
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