jueves, 29 de agosto de 2013
Abajo la intervención imperialista en Siria.
Al cerrar esta edición, se aceleraban los preparativos para una intervención militar de Estados Unidos en Siria -con el apoyo de sus principales aliados europeos, de Turquía y de algunos países árabes.
La Casa Blanca estaría tratando de construir una coalición internacional lo suficientemente amplia como para dar legitimidad a una acción que no contaría con el respaldo de Naciones Unidas. Rusia volvió a impedir en el Consejo de Seguridad de la ONU una respuesta concertada de ese organismo.
El ejército yanqui prepara “el lanzamiento de misiles de crucero desde los barcos norteamericanos contra instalaciones militares y centros de decisión del régimen. Pero no se descarta que, para hacer más eficaz ese trabajo, fuese necesario también el uso de aviones de combate -lo que, a su vez, obligaría a atacar radares y sistemas de misiles antiaéreos sirios” (El País, 27/8).
El disparador de la intervención militar es el reciente ataque con armas químicas a la población civil, cuya autoría -por parte del régimen de Al Assad- ha sido puesta en duda por los medios internacionales. Pero, con independencia de este hecho -y con anterioridad a él- ya estaba en marcha una escalada militar por parte de Estados Unidos. Tropas rebeldes son entrenadas por el gobierno norteamericano en Jordania. Varias de esas brigadas habían entrado en acción en territorio sirio. Por otra parte, era público el desplazamiento de buques de guerra a la zona y el debate entre las potencias occidentales para instalar una zona de exclusión aérea.
El ataque abriría numerosas incertidumbres militares y políticas. Pero Obama parece preferir ese riesgo a la opción de armar decisivamente a los rebeldes y darle a la oposición siria un poder que no se le quiere otorgar. Desde Occidente, “hay quienes ven como mucho peor otra victoria de una rebelión popular en la región que la perpetración de una dictadura brutal, pero previsible” (Clarín, 25/8). La oposición está conformada por grupos que combaten unos contra otros. Si la intervención militar terminara llevando al poder a los islamistas radicales, ello chocaría con los intereses de Occidente en la región.
La política de la Casa Blanca apunta a establecer una transición controlada, preservando la unidad territorial de Siria a través del alejamiento de Assad y la formación de un gobierno de “unidad nacional” que comprometa a todas las partes en conflicto. Obama ya lo intentó con el llamado a una Conferencia de Paz, la que terminó naufragando. La intervención militar tendría como propósito forzar esta salida y superar el impasse actual.
Si bien la intención yanqui sería evitar una incursión terrestre, varios analistas consideran que es probable que tengan que hacerlo. “En primer lugar, hay que prevenir una masacre civil total en un Estado debilitado. En segundo lugar, no hay que dejar que los terroristas de Al Qaeda se apoderen de las reservas de armas. Esto probablemente requerirá el establecimiento de ‘zonas terrestres de control’, de modo que la operación terrestre se vuelve prácticamente inevitable” (La voz de Rusia, 27/8).
Bashar al Assad es un hueso más duro de roer que, por ejemplo, Gadafi. Por otra parte, en la región tiene aliados fuertes como Irán y Hizbolá. Existe, por lo tanto, la perspectiva de que la intervención militar termine por desatar un conflicto a escala regional -el cual arrastre, en primer lugar, a Irak y al Líbano. Un general libanés muy reconocido, Amin Hotait, acaba de advertir que todo podría acabar en un enfrentamiento armado directo con Irán. El subjefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Irán, Masud Jazayeri, confirma estos temores al declarar que la injerencia en Siria sería la “línea roja” para Teherán.
Teniendo en cuenta todas estas derivaciones, la línea que prevalece entre las potencias occidentales es la de una intervención circunscripta, con la esperanza de debilitar al régimen y forzarlo a una negociación bajo la tutela y el monitoreo del imperialismo. No será la primera vez, sin embargo, que la pretensión de un “ataque acotado” termine en una crisis militar de alcance superior.
Llamamos a rechazar y movilizarse contra la intervención imperialista en Siria. Como en Irak o Afganistán, la intervención sólo abrirá el camino hacia un mayor retroceso social e histórico. El imperialismo es el primer y el mayor responsable de las atrocidades, guerras y carnicerías que la humanidad está sufriendo en carne propia. La lucha por poner fin a dictaduras feroces, como la de Al Assad, sólo puede tener un desenlace favorable en el marco de una movilización independiente de los explotados sirios y del mundo árabe -e incluso de carácter internacional.
Asistimos a un período de tendencias revolucionarias en las masas, que tiene en la primavera árabe una de sus expresiones más desenvueltas. Estas tendencias son las únicas que pondrán fin a las guerras, acabarán con el imperialismo y las dictaduras, pondrán fin a la colonización sionista y abrirán la vía para la unidad socialista del Medio Oriente.
Pablo Heller
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