domingo, 7 de julio de 2013

La segunda revolucion egipcia



“Ahora estamos en vísperas de una nueva revolución popular”. Estas palabras son parte de la convocatoria de uno de los nucleamientos sindicales que actúa en Egipto, la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, a las protestas que sacudieron el país y que culminaron con la caída del gobierno.
La destitución del presidente Morsi por un golpe militar se produjo luego de concentraciones multitudinarias en las principales ciudades pidiendo la renuncia -empezando por El Cairo, que reunió a medio millón de personas. Los medios internacionales indican un número de 14 a 17 millones de manifestantes en todo el país.

Crisis de régimen

El golpe militar es un recurso desesperado de las fuerzas armadas para salvaguardar un régimen que los tiene como principales beneficiarios. “Los militares son un Estado dentro de un Estado en Egipto. El ejército cuenta con sus propios tribunales y un imperio económico propio con empresas” (Ambito, 3/7). Integran el establishment con propiedades en bancos, agencias de viajes o fábricas que explican cerca del 40 por ciento del producto bruto. Morsi estableció una alanza con el ejército, previa selección de una nueva cúpula militar afín, que asumió el control de la fuerza luego del desplazamiento de las camarillas más comprometidas con el viejo régimen de Mubarak. Como contrapartida, el gobierno de los Hermanos Musulmanes preservó sus privilegios y prebendas. La constitución de Morsi garantizó la autonomía y los negocios de las fuerzas armadas.
Lo mismo vale para la burocracia estatal, que no fue removida. “Plétoras de políticos y consejeros que pueblan los ministerios y la Cámara alta testimonian la ausencia de renovación del personal político” (Le Monde, 30/6). Esto es aún más acentuado en las provincias, donde los viejos caciques vinculados a la época de Mubarak siguen teniendo una influencia determinante.
Morsi tuvo frecuentes choques con el Poder Judicial -donde está enquistada una numerosa masa de funcionarios vinculados con el viejo régimen depuesto- pero fue impotente en remover ese obstáculo. De la misma manera, el presidente egipcio fue incapaz de enfrentar la extorsión del FMI, que venía reclamando la implementación de un ajuste en regla contra el pueblo. El imperialismo venía sosteniendo a Morsi como la soga sostiene al ahorcado, exigiéndole la supresión de los subsidios a los combustibles, tarifazos y un plan de austeridad a gran escala a cambio de otorgarle un socorro financiero.
De modo que cuando el presidente denuncia el golpe y la conspiración de la derecha oculta que ese gigantesco edificio reaccionario se ha mantenido intacto y apañado bajo su mandato. Es cierto que los sectores pro-Mubarak están tratando de obtener su ganancia a río revuelto, pero eso no puede llamar a confusión sobre la naturaleza y el alcance de la movilización en curso.
La rebelión popular que se llevó puesto a Morsi es un golpe al conjunto del Estado como a sus instituciones, y al gran capital.

Situación insostenible

La crisis industrial y el parate económico es uno de los principales motores de la rebelión popular. Cuatro mil fábricas han cerrado en este último período, provocando la pérdida de miles de puestos de trabajo. Casi el 60 por ciento de los jóvenes está desocupado.
Ese cuadro general está en la base de la creciente insurgencia popular. Desde la subida de Morsi al poder, han tenido lugar 3.817 protestas obreras. El gobierno de los Hermanos Musulmanes ha respondido intensificando la represión y persecución gremial. La vieja ley sindical mordaza de Mubarak sigue rigiendo las relaciones laborales.
La desorganización económica se ha apoderado del país, con cortes de electricidad y de agua, escasez de combustibles, carestía creciente, desabastecimiento y fuga de capitales. Egipto está en virtual cesación de pagos y sobrevive agónicamente por los préstamos de Qatar y Arabia Saudita.

La revolución en una nueva etapa

Las concentraciones actuales vinieron acompañadas por el desarrollo de una campaña Tamarrud (rebelión), una suerte de plebiscito para recoger firmas entre la población contra Morsi, que habría logrado reunir 22 millones de adhesiones. Esta iniciativa surgió de parte de grupos “de jóvenes revolucionarios de izquierda que, decepcionados por la incapacidad de la oposición para organizar la protesta, se lanzaron a fin de mes a una empresa incierta” (Le Monde, 30/6). “Sin recursos pero con el apoyo de decenas de miles de militantes, estos sectores crearon comités en todas las provincias del país, que tomaron en sus manos la recolección de firmas… Todos los petitorios son enviados a El Cairo, donde un “comité central de una veintena de miembros reúne las firmas luego de verificar su validez” (ídem).
La plataforma de Tamarrud, incluye, por lo que se conoce, demandas sociales y políticas, aunque de características difusas.
Muchos de los miembros que estuvieron al frente de la campaña Tamarrud, un año atrás, habían votado por Morsi en la segunda vuelta. Es un indicador del desplazamiento político de las masas egipcias. La propia base islámica de apoyo al gobierno giró hacia un frente con los laicos, acicateada por una crisis social que se agrava día a día.

Dique de contención y alternativas

Frente a este escenario, Obama venía presionando por un compromiso. Declaró que “apoyaba las protestas pacíficas” e instó “a Morsi y a la oposición al diálogo” (ídem). La cabeza de la oposición, el Frente de Salvación Nacional, con fuertes vasos comunicantes con el establishment y las potencias occidentales, trabajó en esa dirección.
Las fuerzas armadas han tomado ese libreto y “pondrían en marcha una serie de medidas, que se aplicarían con la participación de todas las fuerzas políticas” (Clarín, 2/9). El Ejército “planea suspender la Constitución, disolver el parlamento e instaurar un gobierno de transición liderado por el presidente de la Corte Suprema” (Ambito, 3/7). El plan “incluye un breve periodo de gobierno interino que será seguido por elecciones presidenciales y parlamentarias”, según el parte dado a conocer por la agencia estatal de noticias del país. El gobierno militar debe atravesar un campo minado. La posibilidad de pilotear el proceso dependerá de los acuerdos políticos que logre enhebrar con el conjunto de partidos, incluido el propio movimiento islámico depuesto.
“El jeque de la institución islámica de Al Azhar, Ahmed al Tayeb, el papa copto, Teodoro II, el representante de la oposición, Mohamed El Baradei, y jóvenes del movimiento “Tamarrud” anunciaron junto a jefes militares la hoja de ruta que se aplicará para sacar a Egipto de la crisis” (El País, 3/6). La agenda deberá pasar la prueba de intereses contradictorios y hasta antagónicos. Por un lado, el gobierno deberá retomar las negociaciones empantanadas con el FMI y buscar sellar un acuerdo. Por el otro, está la agenda de las masas, cuyas demandas apremiantes entran en choque con las pretensiones del capital y de sus órganos financieros. Se pondrá a prueba la capacidad de pilotear la crisis, en momentos que se agrava la bancarrota capitalista y se traslada a los países emergentes. La luna de miel puede terminarse muy rápido. Lo que está claro es que el escenario donde deberán operar los militares está dominado por la iniciativa popular. Dos años después de la destitución de Mubarak, esa iniciativa ha provocado la caída del islamismo, una de las principales cartas de las que se viene valiendo el imperialismo para frenar la revolución que sacude al mundo árabe.

Pablo Heller

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