martes, 2 de julio de 2013

Historia de un doble agente y del hombre que lo inventó



Genocida Carlos Antonio Españadero

El paradero del mayor Carlos Antonio Españadero aún era un misterio. Por motivos inexplicables, no había trascendido que este militar de 81 años –quien durante la última dictadura fue nada menos que jefe de Situación General del Batallón 601– terminó tras las rejas el 6 de septiembre de 2012 por orden de la jueza federal de Comodoro Rivadavia, Eva Parcio de Seleme, debido a su responsabilidad en la desaparición del soldado José Luís Rodríguez Diéguez. En esa misma causa también están procesados Teófilo Saa y Jorge Rafael Videla.
En el pasado, Españadero se hacía llamar “Fernando Estevarena”, “Doctor Peña” o, simplemente, “Peirano”; sus pares lo llamaban “El Viejo”. Lo cierto es que aquel tipo de cabello levemente rizado, hombros caídos y edad incierta tenía una semejanza con Adolf Eichmann: era un burócrata del exterminio. Su especialidad consistía en el análisis y la valoración de informaciones que –en la etapa previa a los secuestros masivos– se basaban en denuncias, infidencias y presunciones. Aquella tarea le había permitido armar un valioso archivo con fichas sobre cientos de personas sospechadas de llevar al cabo “actividades subversivas”. La mayoría fue luego capturada y conducida a las mazmorras del Ejército.
Paralelamente, el mayor cultivaba otra de sus habilidades: la “penetración” y el “doblaje” del “enemigo”. Tanto es así que desde mediados de 1974 estaba al frente de una pequeña pero auspiciosa red de agentes que él mismo había elegido y entrenado para infiltrar a las organizaciones revolucionarias. La gran estrella de su elenco fue Rafael de Jesús Ranier, alias “El Oso”, un soplón que se había instalado en el ERP. Se le atribuye la entrega de medio centenar de militantes y las 53 bajas en el delatado ataque al Batallón de Monte Chingolo; además, propició la localización de casas operativas, talleres de armamento, imprentas y depósitos de propaganda, donde murieron acribilladas otros 13 militantes.
“El Oso fue un verdadero héroe de guerra”, diría Españadero, durante una entrevista con el autor de esta nota, efectuada en la confitería Los 36 Billares el 27 de mayo de 2004, cuya crónica publicó la revista Caras y Caretas en diciembre del año siguiente (ver recuadro). En la ocasión, el represor también reveló la existencia de otro espía enquistado en el ERP: Miguel Ángel Lasser, alias “Facundo”. El relato del represor al respecto fue minucioso e ilustrativo, pero inacabado, ya que de esa trama él ignoraba los detalles de su estrepitoso final. Aquellos hechos y circunstancias pudieron ser reconstruidos a través de una investigación que incluyó testimonios y pruebas documentales. La historia completa de Lasser recién ahora sale a la luz.
EL DOBLAJE. El 14 de febrero de 1975, a cinco días del inicio en Tucumán del Operativo Independencia, un pelotón de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez, la milicia rural del ERP, recorría la orilla del río Viejo Pueblo. Un tal “Daniel” encabezaba la columna. A la altura del paraje Yacuchina, los insurgentes se toparon con una patrulla militar. La escaramuza fue breve, pero virulenta. Daniel alcanzó a ver de soslayo a “Tito”, un estudiante tucumano, al ser atravesado por una ráfaga. Y gatilló su FAL sobre el matador, antes de que una granada lo pulverizara. Daniel, de 24 años, en realidad se llamaba Víctor Pablo Lasser. Una escuadra insurgente fue bautizada con su nombre.
Ese homenaje no mitigó la conmoción de Miguel Ángel ante la muerte de su hermano mayor. Esa granada –según dio a entender Españadero 29 años más tarde– también hizo añicos sus ideales. En ese momento, el joven se encontraba realizando tareas de apoyo al foco del ERP desde San Miguel de Tucumán. Y decidió regresar a su ciudad natal.
Había nacido el 28 de agosto de 1954 en Darregueira, un pueblo bonaerense de 4000 habitantes, situado a 30 kilómetros de La Pampa. Tercer hijo del matrimonio formado por Catalina Hoffer y Vicente Lasser, creció en un barrio de clase media. Cursó estudios primarios y secundarios en la escuela San José Obrero, un establecimiento agrotécnico, del que egresó en 1973. Dos años más tarde, convencido de que el ERP había impulsado a Víctor Pablo hacia una muerte violenta, regresaría devastado por el rencor a la casa familiar de la calle Rivadavia 169. Allí, días después, lo fue a buscar una patota del Ejército.
Sus integrantes no dudaban de que Lasser poseía datos precisos sobre la estructura del ERP; lo sorprendente fue que él, con sumo beneplácito, ofreció brindarlos. Ello fue rápidamente informado a la jefatura del Batallón 601, que ordena su inmediato traslado a Buenos Aires.
“Lasser llegó en libertad –evocó Españadero en esa encuentro de 2004– y fue alojado en el Hotel Cosmos, sobre la calle Lima, de Constitución. Me ordenaron tomar contacto con él. No costó darme cuenta que el muchacho tenía condiciones para ser infiltrado. Disponía de 48 horas para convencerlo. Tuvimos una larga charla en el Cosmos. Yo le insistía con lo de la infiltración; él, en cambio, no estaba de acuerdo, y me dijo: ‘Quiero pelear con un arma en la mano.’ El chico tenía una carga de bronca. Y le dije: ‘No sirve que seas un justiciero; eso no ayudará a nadie, ni a vos.’ Lo convencí. El primer paso fue enviarlo a Tucumán para marcar subversivos. Cumplió. A su regreso, se me ocurrió infiltrarlo en Montoneros. Para entonces, ya había un vínculo afectivo entre nosotros. Conoció mi verdadero apellido y a mis hijos. En aquellos días manifestó su interés en hacer el servicio militar. Como ejercicio, le pedí que obtenga datos de otros conscriptos. Y cumplió.”
En el legajo de Lasser –cuyo nombre de cobertura fue “Facundo”– consta que hizo el servicio militar en el Comando de Arsenales de Palermo desde el 18 de septiembre de 1975 al 16 de marzo de 1976, cuando fue dado de baja, en el último licenciamiento. Recién entonces fue subordinado orgánicamente al Grupo de Infiltración. “El chico ya estaba para las ligas mayores”, evocó el mayor, con un dejo de melancolía.
Lo cierto es que, además, “el chico” presentaba una psicología inquietante. Prueba de ello es una batería con preguntas –”inventario de intereses”, según la jerga castrense– que debió completar para su ingreso. Allí, por caso, se le preguntó: “¿Tiene amigos?” La respuesta fue: “Ninguno.”
Españadero prosiguió con su relato: “Pese a mi recomendación, no lo infiltraron en Montoneros sino en el ERP. Un día, en el subte, se cruzó con un jefe de la Compañía de Monte, con grado de capitán en la estructura guerrillera. Una pieza de caza mayor. Lasser le fingiría amistad. Y se dieron una cita. Al día siguiente se encontraron en una pizzería de Corrientes y Federico Lacroze. Previamente, nos dio aviso. Y el encuentro se convirtió en una celada. El grupo de tareas lo empomó al subversivo, y Lasser se fue silbando bajito. Pero alguien lo vio.”
En este punto, el relato del viejo militar fue impreciso. El tipo creía que una célula de contrainteligencia del ERP lo capturó en su domicilio, ubicado en el cuarto piso del edificio de la Avenida de Mayo 1277. Y asegura que, luego de un severísimo interrogatorio, Lasser fue ejecutado sin admitir su pertenencia al Batallón 601.
No fue exactamente así.
AL DESCUBIERTO. Es asombroso y hasta literario como, en un punto, las versiones encajan. Y cómo, luego, la verdad se bifurca. Tras liquidar el segundo café en un bar de Congreso, Luis Mattini, el sucesor de Mario Roberto Santucho en la dirección del ERP, se refirió a ese mismo viaje en subte relatado por Españadero, en el que Lasser se encontraría con su futura víctima.
“Era el ‘capitán Armando’; su nombre real: Julio Abad –reveló Mattini–. Y quedó con Lasser en una cita a concretarse en la pizzería Imperio, de Corrientes y Federico Lacroze. En el interín, ‘Armando’ comentó el encuentro a unos compañeros en una casa de seguridad. Al respecto, dijo que ‘Facundo’ estaba desenganchado y que la idea era ponerlo en circulación. ‘Voy a la cita’, fue lo último que dijo antes de salir. Minutos más tarde, llegó ‘Matías’, un compañero de contrainteligencia. ‘Armando fue a encontrarse con Facundo’, le dijeron. A ‘Matías’, entonces, lo envolvió la desesperación, y exclamó: ‘¡Le tendieron una trampa! ¡Facundo es un filtro!’ Dicho esto, salió corriendo. Así llegó a la esquina de la cita. Pero ya era tarde. Sólo llegó a ver como a Armando lo sacaban esposado por una puerta, mientras Lasser salía tranquilamente por otra.”
El secuestro se produjo el 1 de noviembre de 1976. Julio Abad sería llevado por sus captores a Tucumán; allí transitó por los centros clandestinos Nueva Baviera y Arsenal Miguel de Azcuenaga y murió tras brutales tormentos.
Se puede decir que, a partir de entonces, Españadero obró con su querido filtro de manera desaprensiva. La lógica indica que, luego del secuestro de Abad, Lasser tendría que haber sido desactivado por un tiempo. Ello no sucedió, ya que el filtro no tardó en establecer una cita con otro militante en una parada de colectivos. Esa vez la trampa fue para él. Y consistía en simular un operativo del Ejército. Para ello, se utilizaron dos Falcon verdes. En el trayecto, se cruzaron con dos móviles del Batallón 601. El saludo entre sus ocupantes fue muy cordial Lasser fue “chupado” en esas circunstancias. “¡Guerrillero hijo de puta!”, le insultaron los falsos represores, al compás de unos cachetazos. “¡Paren! ¡Soy tropa propia! ¡Llamen a Españadero!”, exclamó el espía. Fue su confesión.
Tras ser sometido a juicio revolucionario, Lasser fue ejecutado. Su cadáver apareció al día siguiente en un basural de Avellaneda.
Tal vez en el penal de Marcos Paz, Españadero pueda llegar a enterarse del verdadero final de esta añeja historia.

El hombre que no le daba la espalda a las ventanas

La cita con Españadero tuvo un comienzo accidentado. El anciano represor llegó antes de hora y, como buen agente de inteligencia, se ubicó en una mesa del fondo, dominando de ese modo el ventanal que daba a la Avenida de Mayo. Pero yo ingresé por Rivadavia. Ello le provocó un ramalazo de irritación, que se vio acentuado cuando saludé a un conocido que por casualidad estaba allí. Sin embargo, sus nervios terminaron de explotar al advertir la presencia de un fotógrafo que retrataba a una cantante de zarzuela que debutaba en el Teatro Avenida. El hombre se creyó víctima de un complot para desenmascarar su identidad. Fue difícil disuadirlo. Luego, ya calmado, abordó la figura del “Oso” Ranier.
“Era un campeón –dijo– estaba en logística del ERP, un lugar clave. Allí hizo contactos valiosísimos; estaba al tanto de los grandes operativos y se enteraba de todo. No bien llegaban sus informes, yo me ponía a trabajar. Su obra maestra fue lo de Monte Chingolo. Ya habíamos detectado una movilidad muy grande en la zona. Pero estábamos desorientados. Así fue como el ‘Oso’ aportó algunas puntas; entre ellas, una cita con un tal Pedro, que resultó ser nada menos que Juan Ledesma, el jefe del Estado Mayor de Santucho. Fue interrogado durante semanas y murió cantando la marcha del ERP, sin largar un solo dato. Pero en sus ropas había algunas servilletas de papel que nos llamaron la atención porque tenían anotaciones: nombre, lugares y… puentes. Esos papeles los analicé con minuciosidad; entonces, luego de cuadricular la información, me avivé de que esos puentes conducían al Batallón de Arsenales. Así supimos que el objetivo del ataque era Monte Chingolo. Pobre Oso. La idea era preservarlo. Pero no se pudo. El ERP lo ejecutó poco después.”
Españadero sostuvo haber integrado el Batallón 601 entre 1970 y 1977, y se jactaba de no haber torturado jamás a nadie. “Yo sólo interrogaba. Ese era mi trabajo. En los centros de detención, me ponía detrás de un tabique y en esas condiciones trataba a la persona que debía interrogar. Sólo preparaba informes. Mi jefe tenía en claro que yo me oponía a la tortura.”
Españadero también aseguró haber salvado de la muerte a muchos detenidos. Pero, por el momento, no ha encontrado a nadie que pueda confirmar eso. A la vez, insiste con que no se enriqueció con su trabajo. Dijo vivir “de prestado” en un galpón próximo al cementerio de Flores. Y que trabaja de taxista. Entonces, exhibió como prueba su raída vestimenta: “Para que usted vea que los represores no robamos.”
Pero sobre él pesa una acusación macabra: haberle cobrado 25 mil dólares al teólogo alemán Ernst Käsemann, a cambio de permitirle acceder a los restos de su hija, asesinada por los militares en 1977. Además, supo tener otra tarea: se dedicaba a recibir familiares de desaparecidos alemanes que iban a buscar ayuda a la embajada de ese país. Y, desde luego, los interrogaba, además de obtener algunas ganancias mediante la venta de informaciones falsas.
Dicen que, pese a su bajo rango, fue el cerebro del Batallón 601.
Ahora está a buen resguardo.

RICARDO RAGENDORFER

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