sábado, 27 de julio de 2013

Corazón de León



En horas de la madrugada de ayer se conoció la triste noticia del fallecimiento de León Ferrari, uno de los artistas plásticos más importantes de la historia nacional y un claro referente de un arte político siempre ubicado junto a las luchas populares y contra todo tipo de opresión e injusticia.

Hablar del maestro León Ferrari es decir arte político, sin vueltas, sin subterfugios, sin miedos. Arte político, provocador, valiente, ético. Y, como siempre fue un tipo humilde y con las ideas más o menos claras, carente de esas veleidades facilongas de “artista” (a las que, quién puede dudarlo, hubiera tenido más derecho que más de cuatro), hasta la primera parte de su “arte político” podía ser dejada de lado. Si lo apuraban, el viejo León estaba dispuesto a renunciar al sustantivo pero no al adjetivo: “Lo único que le pido al arte es que me ayude a decir lo que pienso con la mayor claridad posible, a inventar los signos plásticos y críticos que me permitan condenar la barbarie de occidente; es posible que alguien me demuestre que esto no es arte; no tendría ningún problema, no cambiaría de camino, me limitaría a cambiarle de nombre: tacharía arte y lo llamaría política o cualquier cosa”.
Ferrari, nacido en Buenos Aires en 1920, había comenzado a producir sus primeros dibujos y pinturas recién cuando estaba concluyendo su carrera de Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires, a fines de la década del 40. Luego cuestiones familiares lo empujan a Italia donde realiza sus primeras esculturas con al artesano siciliano Salvatore Meli, participa del concurso nacional de cerámica del Museo Internazionale delle Ceramiche de Faenza y expone en varias galerías romanas. Ya de vuelta en Buenos Aires a partir de 1955, además de dedicarse a su profesión de ingeniero, colabora con el cineasta Fernando Birri en la realización del mediometraje “La primera fundación de Buenos Aires”, basado en uno de los abigarrados cuadros de Oski, por el que la cámara va desplazándose con movimientos sutiles, contando la historia en base al texto del lansquenete y cronista alemán Ulrico Schmidl.
En Ferrari el haber “llegado tarde” a la vida artística, el haber comenzado su producción ya como adulto, le permite ubicarse como nexo entre la generación de artistas de los años cincuenta y las vanguardias juveniles de los años sesenta. Así es que recién a partir de 1962, en su nueva estadía en Italia, sus acercamientos esporádicos a la vida artística se convertirán en una práctica vital sostenida. Desde su estudio milanés comienza a producir dibujos abstractos (como los que ilustran el libro de poesía Escrito en el aire, de Rafael Alberti, de quien fue amigo entrañable), a experimentar con collages y estructuras de alambre y a jugar con las formas de las palabras (como en la primera “Carta a un general”, compuesta con “escrituras deformadas”, que se diferencian de sus posteriores “dibujos escritos” que directamente no tienen texto). En lo que luego va a ser una constante de su obra, sus experimentaciones también se extienden a la música y la literatura.
En 1965, en el convulsionado país que está a punto de ser víctima del golpe de Onganía y bajo el influjo de las crecientes movilizaciones internacionales contra la intervención militar norteamericana en Vietnam, Ferrari envía al Premio Di Tella la obra que probablemente más se asocia a su nombre, el Cristo crucificado sobre un bombardero estadounidense: "La civilización occidental y cristiana". La obra, aun cuando ya había sido incluida en el catálogo, es finalmente rechazada por Romero Brest (reparatoriamente, la misma será premiada en 2007 con el León de Oro en la Bienal de Venecia y hoy se puede ver en la Fundación Proa). Luego de esta blasfema toma de posición política en contra del imperialismo y del cristianismo, Ferrari continuará acentuando su compromiso político y jalonándolo de obras polémicas y provocadoras. En 1967 edita Palabras ajenas, una obra de teatro vanguardista que continúa el estilo collage característico del autor, cuyo texto está formado por textuales de diarios, agencias de noticias, la Biblia, Eisehower, Hitler, De Gaulle, Goering, Kennedy y muchos más. Acerca de estas “conversaciones de Dios con algunos hombres y de algunos hombres con algunos hombres y con Dios” dice Juan Gelman: “La realidad -diarios, revistas, cables de agencias noticiosas mediante- es el personaje único, caliente de estas conversaciones (…), obra que no termina en su punto y coma final y admite, en cambio, otros ceses de la destrucción, el cese de la coerción, es una realidad tan constante últimamente -‘los diarios siempre dicen lo mismo’- que para la mayoría transcurre como costumbre. Una costumbre que León Ferrari sacude con lúcida intensidad, mostrando los relieves de esa realidad, sus entrecruzamientos sus planos íntimos, su parentela con historias lejanas y recientes, pero esto no es mero testimonio, o mejor, la mano del artista ha sabido dar testimonio tan acabadamente que consigue, bajo el contrapunto de los hechos, los dichos, las descripciones, hacer palpitar otras realidades interiores, estremecedoras, empujadoras hacia la esperanza”. En 1968 también formará parte de la vanguardia artística que provocará al onganiato con la muestra colectiva “Tucumán arde”, exhibida en las sedes de la CGT de los Argentinos, en la que se fusionaban vanguardia estética y vanguardia política y se tomaba posición claramente a favor de las luchas populares. La muestra en Rosario duró una semana, mientras que en Buenos Aires fue clausurada por la policía el mismo día de la inauguración. En 1969 colaborará con la muestra “Malvenido Rockefeller”, en repudio a la visita del millonario estadounidense, con una bandera argentina con la cara del Che Guevara.
Poco antes del golpe militar de 1976 formó parte del Foro por los Derechos Humanos y del Movimiento contra la Represión y la Tortura y colaboró activamente con ANCLA, la agencia de noticias dirigida por Rodolfo Walsh. Obviamente, a poco del inicio de la dictadura debe dejar el país y decide instalarse en Brasil. Su hijo Ariel fue secuestrado en 1977 por un grupo de tareas de la Marina a las órdenes de Alfredo Astiz. Desde Brasil edita una recopilación artesanal de las noticias que iban apareciendo en los diarios en relación con los asesinatos de la dictadura, secuestros y aparición de cadáveres NN bajo el nombre Nosotros no sabíamos. En 1984 participa de su primera exposición en Buenos Aires, donde muestra sus últimos trabajos, mayormente heliografías y esculturas con alambre. Luego ya comienza a trabajar con sus collages sobre la violencia en la Biblia. En 1989 participa de la muestra "No al indulto", contra el perdón menemista a los genocidas. A poco de su regreso definitivo al país, en 1991, presenta su instalación “V Centenario de la Inquisición”, en la que vincula la Conquista de América y la Inquisición española. En 1995 el matutino Página 12 decide reeditar en fascículos el Nunca más y le encarga las tapas de las 30 entregas, que el artista ilustrará con algunos collages de una intensidad inolvidable. Aquí va a continuar desarrollando el vínculo íntimo que encuentra entre la tradición cristiana y la violencia genocida del capitalismo. Reflexiona Ferrari: “todos dicen que la Biblia es un libro maravilloso. Yo creo que en la Biblia está toda la justificación del fascismo. Como Cristo, Hitler adoraba a los niños, se sacaba fotos con los niños, y actuaba como los militares argentinos, en el nombre de Dios”.
Entre los 90 y el nuevo milenio el artista llevará adelante un ritmo de producción infernal, participará en decenas de muestras colectivas (tanto en la Argentina como diversos países del mundo, con temas que van desde la sexualidad hasta la ecología, pasando por su recurrente preocupación bíblica), experimentará con técnicas diversas (grafismos, braile, collages, mimetismos, objetos kitch, instalaciones y una infinidad de etcéteras) y ganará múltiples galardones. En el año 2000 su muestra “Infiernos e idolatrías”, con objetos y esculturas representando un infierno invertido donde las víctimas eran santos y vírgenes y jaulas con pájaros que defecaban sobre imágenes religiosas va a generar repudios de sectores cristianos ultramontanos y sabotajes que de alguna manera anticipan el escándalo de 2004 en el Centro Cultural Recoleta (León Ferrari, retrospectiva 1954-2004). La muestra fue clausurada por una orden judicial dictada por la jueza Elena Liberatori a pedido de la Asociación Cristo Sacerdote, vinculada a Jorge Bergoglio, entonces cardenal de la ciudad. A los pocos días, gracias a la movilización y protesta del mundo artístico y del público en general, la clausura fue levantada pero con las ridículas obligaciones de poner carteles advirtiendo que las obras “pueden herir la sensibilidad religiosa de los visitantes” y de limitar el ingreso a los menores “sólo acompañados por un mayor”. Sobre el caso recuerda Ferrari: "El cardenal Bergoglio escribió una carta en contra la muestra que leyeron en todas las iglesias diciendo que era blasfemo. La blasfemia en la religión se paga con la muerte por lapidación. Así que cuando procesaron a los muchachos que rompieron algunas obras, pensé que tendrían que haberlo condenado al cardenal Bergoglio porque él había incitado a esta gente para que las rompiera. Por suerte no me rompieron la cabeza". Sin embargo, como suele suceder, el medieval intento de censura impulsado por el actual Papa sólo sirvió para darle más difusión a la muestra.
Desde aquél escándalo que mostró algunas de las tensiones inquisitoriales aún presentes en nuestra sociedad, hasta el momento de su muerte, León siguió trabajando. En 2012, al cumplirse 35 años del la desaparición de Rodolfo Walsh, se inauguró frente al casino de oficiales de la ESMA "Carta Abierta a la Junta Militar”, una instalación de catorce paneles de vidrio con la transcripción completa de la famosa carta de Walsh.
En una de sus últimas entrevistas Ferrari afirmaba: “Yo no soy específicamente anticlerical y ateo. Los anticlericales tienen como objetivo a la Iglesia y los curas, mientras que los ateos se ocupan de negar la existencia de Dios. Y a mí no me preocupan esas cosas, sino la religión en sí, los libros sagrados, la Biblia [...] mi preocupación es sobre la esencia de la religión. Si existe o no existe un dios, eso es secundario. [...] Yo creo que el arte se puede usar, creo en la función del arte. Y en temas que el poder considera delicados, como el sexo y la religión, trato de buscar imágenes donde la censura -si la hubiera- quede en ridículo”. Misión cumplida, maestro, puede retirarse tranquilo.

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