La vida es la polilla más voraz de los manuales. Los destroza en segundos con sus evidencias. Los sepulta por inamovibles; porque ella es una corriente inquieta e impredecible, que se desborda o se encoge pero fluye irremisiblemente. Y no admite compuertas ni corsé. Bien lo dijo Heráclito de Efeso, aquel pensador de la antigüedad griega: No puedes bañarte dos veces en el mismo río.
Los manuales nunca nos han servido para guiarnos, como estrellas de Belén, en el azaroso camino de la Humanidad. Los hechos de la Historia se suceden tropelosos, muchas veces sin darnos tiempo, a los mortales enrolados, a entenderlos en toda su dimensión. Y al final de negaciones y afirmaciones, de flujos y reflujos, de continuidades y rupturas, se suceden los mundos y las sociedades, para que luego vengan las interpretaciones y análisis futuros, cuando ya uno es polvo y ceniza, nostalgia pura.
A los manuales y dogmas no escaparon incluso la dialéctica marxista, esa unidad y lucha de contrarios, y todos los instrumentales científicos que nos legaron Carlos y Federico, los dos sabios barbudos que lograron descifrar los latidos de la evolución histórica.
En mi librero las trazas se banquetean con ese Manual de Filosofía Marxista de la Academia de Ciencias de la URSS. Presiento que Konstantinov, Nikitin y otros glosadores —que la materia los tenga en la gloria— quedarán como eficaces amanuenses de la doctrina, y no podrán alcanzar la eternidad ni colgados de los talones de los inmensos Marx y Engels.
Aquellos manuales que a tiempo Ernesto Che Guevara vislumbró como hojas muertas, congeladas en el tiempo, no pudieron explicar por qué cayó el socialismo europeo, cuando los analistas soviéticos creían que ya rozaban el comunismo; ni tampoco por qué dos décadas después le sobrevive la Revolución Cubana, aun con todas sus dificultades y problemas, a despecho de sus precipitados «sepultureros».
Tampoco podrán esclarecer por qué Fukuyama falló al decretar el fin de la Historia con el desplome del Muro de Berlín y la desaparición de la «guerra fría». Las utopías insurgentes andan rearticulándose en pos de un socialismo de siglo XXI por la geografía de Martí y Bolívar, ante la mirada imperial que no perdona un descarrilamiento del viejo convoy.
Tampoco en Cuba valdrán receta, metodología ni vademécum algunos que nos señalen el camino y el cómo, para construir un socialismo más pleno; ni nos adiestrarán en tomar lecciones del fracaso europeo en aquella experiencia de socialismo real: qué errores y atavismos no podemos permitirnos el lujo de repetir, cuáles lastres soltar para que avance nuestra sociedad y se fortalezca en todos los órdenes.
Solo la inteligente combinación de la práctica con la teoría y la investigación, la dialéctica inconformidad con la propia obra, y la ágil posibilidad de revisarla y enmendarla constantemente entre todos, nos podrán conducir a un socialismo más eficaz e invulnerable.
A la papelera de reciclaje, junto a los dogmas, los manuales: esos derroches de celulosa que han devorado bosques, sin distinguir los árboles tozudos de la realidad.
José Alejandro Rodríguez
Juventud Rebelde
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