jueves, 2 de julio de 2009

Lecciones (preliminares) de un golpe


1) Por razones que aún no están claras, Zelaya –un político sin mayores antecedentes como líder de pensamiento avanzado- decidió imprimirle a su gobierno un curso reformista, de centro izquierda, orientado a la redistribución de ingresos a favor de los más pobres y proclive al establecimiento de alianzas con gobiernos latinoamericanos comprometidos en procesos de cambio social y político de signo democrático.
Esto suscitó la oposición feroz por parte de la oligarquía hondureña, cuyas antecedentes la retratan de cuerpo entero. Se trata de una clase social por completo insensible, extremadamente corrupta y autoritaria. El ejército –con un currículum atestado de carnicería y brutalidad- aporta aquí el complemento necesario en un cuadro que asume tintes inequívocamente dictatoriales y fascistoides.
2) La agenda reformista de Zelaya carecía, sin embargo, de una base de sustentación política lo que, en la práctica, la volvía inviable. La forma como se precipitaron los hechos en las últimas semanas –hasta culminar con el golpe- así lo demuestra. De forma mancomunada y sincrónica, confluyen en esto tanto los órganos del Estado –incluidos el Congreso, el Poder Judicial, la fiscalía y hasta el Comisionado de Derechos Humanos - como también los sindicatos empresariales, las corporaciones mediáticas, y las jerarquías religiosas católica y evangélica, además, por supuesto, del ejército. Se podría sintetizar en estos términos: Zelaya “provocó” a la oligarquía y ésta puso en marcha la totalidad de sus instrumentos de poder, en una acción concertada de grandes proporciones donde, uno a uno, se han movido todos los engranajes de su frondoso instrumental de poder.
3) Zelaya ha contado con el respaldo del movimiento ciudadano organizado en sus diferentes expresiones. Desde ahí surgía el alimento que ponía en marcha las políticas reformistas y las nuevas alianzas en proceso de estructuración. De ahí nace, hoy día, la resistencia al golpe. Pero con dos inconvenientes: no es un movimiento social suficientemente articulado y fuerte y, por supuesto, es una ciudadanía desarmada. Es lo que vemos gracias a la información que –por fuentes independientes y alternativas- nos llega: hombres y mujeres, incluso niños y niñas o personas mayores, enfrentando, a mano limpia, a un ejército armado y avituallado hasta los dientes. El resultado es el esperable: detenciones masivas; gente golpeada y herida…incluso muertes. En Honduras campea hoy –exactamente como 30 años atrás- las tinieblas del más absoluto terror.
4) De tal forma, una vez más se ratifica que para transformar la sociedad primero hay que tener poder para hacerlo. Tristemente Zelaya nunca lo tuvo porque, a su vez, los movimientos ciudadanos de base en que se ha apoyado tampoco lo tienen. En ese sentido, su caso tiene algunas similitudes con el de Allende, el presidente mártir de Chile. Por otra parte, eso es lo que, hasta la fecha, ha marcado la diferencia en los procesos de Venezuela, Bolivia y Ecuador. En estos países, la vía electoral tan solo ha sido el mecanismo de lucha más visible, dentro de un movimiento de cambio socio-político y cultural que nace de la gente, es decir, de la ciudadanía organizada. Pero en cada uno de estos casos, la base organizativa popular ha puesto en marcha una dinámica socio-política conducente a la construcción de instrumentos y espacios alternativos de poder. Aún así, como bien lo sabemos, la lucha ha sido dificilísima, y se han multiplicado y reiterado las amenazas de golpe de estado. El que, no obstante el asedio, los gobiernos de Evo, Chávez y Correa sigan adelante, es cosa que disgusta mortalmente a las oligarquías latinoamericanas y, por supuesto, al Departamento de Estado gringo y al capital transnacional. De ahí la agresivísima campaña contra estos gobiernos. En todo caso, resulta clave entender que ninguno de estos procesos –ni siquiera el venezolano no obstante el fuerte protagonismo de Chávez- responde a fenómenos personalistas. En cada caso hay de base, movimientos sociales complejos sin cuyo estudio y comprensión, resulta a su vez imposible entender el verdadero contenido de lo que está ocurriendo.
5) El golpe de estado en Honduras ha desnudado el talante golpista, antidemocrático, fascista, de las oligarquías latinoamericanos, incluyendo insignes representantes de la oligarquía costarricense. En ese sentido, resulta notable el siniestro liderazgo que ejerce la gran mayoría de las corporaciones mediáticas locales, ocupadas –de forma harto concienzuda- en la vergonzosa tarea de maquillar el golpe. Sin embargo, admitamos que, por esta vez, Amelia Rueda ha aportado una digna excepción. Aquí el detalle relevante es el siguiente: las oligarquías de América Latina –coaligadas con el capital transnacional- han llegado a un punto de total impaciencia frente a los procesos de cambio social que se escenifican en el continente. Están dispuestos a hacer lo que sea, y al costo que sea, para revertir la situación y recuperar la hegemonía perdida. Funes podría ser el próximo, en caso de que se atreva a desafiar a la oligarquía salvadoreña. La pregunta es: ¿tiene Funes una base de poder que le permita sostener una agenda relevante de cambio social?
6) Frente al golpismo de las derechas oligárquicas latinoamericanas, las izquierdas hemos devenido la primera línea de defensa de la institucionalidad democrática. Desde luego –y en contra de lo que afirma la propaganda- estas oligarquías, mucho más que la izquierda histórica, han sido siempre las enemigas de esa institucionalidad. Pero hoy la diferencia está mucho más clara. En especial, porque en estos momentos históricos las izquierdas del continente viven procesos de refundación que redefinen radicalmente su praxis, sus discursos y propuestas. En el contexto actual, defender la institucionalidad democrática es defender nuevas formas de organización ciudadana y participación popular que imprimen nuevos contenidos a esa institucionalidad. Es defender el derecho a una vida digna y, en último término, el derecho a la vida misma. Siguiendo a Hinkelammert, podríamos decir que aquí las izquierdas latinoamericanas reafirmar su opción por la vida, cuando las derechas clarifican su propuesta de muerte y aniquilación.
6) Las izquierdas de Costa Rica –de suyo tan dispuestas a buscar puntos de disenso y pretextos para despedazarse entre sí- hemos reencontrado un punto de coincidencia en la denuncia contra el golpe y la solidaridad con el pueblo hondureño. En buena hora. Por momentos he creído escuchar los ecos de la hermosísima lucha contra el TLC ¿No podríamos sacar de esto algunas lecciones muy básicas –lecciones de humildad y generosidad en primera instancia- y comprender que, en realidad, sí existen asuntos absolutamente cruciales alrededor de los cuales estamos plenamente de acuerdo? Repito, ojalá tuviéramos la humildad, además de la sabiduría, para hacer que este reencuentro se perpetúe y consolide.

Luis Paulino Vargas Solís (especial para ARGENPRESS.info)

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