martes, 21 de julio de 2009

Se hizo justicia

La semana pasada la Presidenta de la Nación concretó un acto altamente significativo y trascendente en sí mismo: el ascenso post mortem a generala del Ejército Argentino de doña Juana Azurduy, heroína de nuestra independencia.
Juana combatió en el Alto Perú, Bolivia, por entonces parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, donde había nacido y contraído matrimonio con Ascensio Padilla, también guerrero de la independencia. Luchó a las órdenes de Antonio González Balcarce y también de Manuel Belgrano, destacándose por su lealtad y valentía aun en las circunstancias más adversas, que fueron mayoritarias en su vida.
Fue una mujer valiente en un tiempo de hombres valientes, que la reconocieron como una igual, permitiéndole el uso de grado y uniforme, posiblemente un caso único en el Ejército hasta tiempos recientes. Llegó incluso a combatir estando embarazada y en tal condición afrontó con decisión y valentía una sublevación de parte de sus propios soldados, ávidos de botín; se dice que ella misma hirió de muerte al cabecilla en un duelo a espadas. Pero también, en su condición femenina, tuvo cinco hijos, cuatro de los cuales murieron en medio de las privaciones propias de la derrota, cuando tuvo que refugiarse en zonas inhóspitas para huir del enemigo realista. Toda su vida fue una ofrenda a la Patria, cuyos representantes no supieron reconocerla. La excepción acaso haya sido la presencia de Simón Bolívar en su humilde rancho, para rendirle homenaje de admiración y adjudicarle una pensión, cuyo pago duró muy poco.
¿A qué se debe que una heroína de semejante porte no haya tenido el merecido reconocimiento de su gente, a la que dio libertad? Las causas son varias, algunas evidentes y otras sospechadas. En principio Juana, que tuvo una niñez y adolescencias no demasiado felices, siendo muy joven se atrevió a criticar el contubernio de la Iglesia Católica con las clases dominantes de la época previa a la Independencia y ésa suele ser una actitud que se paga en la implacable memoria de aquella institución.
Por otra parte el Ejército, casi hasta nuestros días, ha sido una institución machista, muy a tono con la sociedad que representaba. Para probarlo basta recordar la escasa figuración que para la historia militar han tenido las mujeres que acompañaban y hacían más llevadera la vida del soldado, llamadas cuarteleras. ¿Cómo, entonces, reconocer y promover la memoria de una mujer cuya actuación militar -llegó a ganar batallas- estuvo por encima de la de muchos de sus camaradas masculinos? Además, buena parte de la actividad de Juana tuvo lugar a través de la guerrilla, una palabra que eriza a muchos de nuestros hombres de armas, educados en la Escuela de las Américas.
Tampoco la institución educativa le ha dedicado la atención que merece esta mujer extraordinaria. La historiografía argentina prefirió más bien ensalzar las actuaciones pasivas y femeninas de quienes donaban alhajas o bordaban banderas. De hecho Juana Azurduy saltó a la memoria de los argentinos en los años setenta, cuando fue recordada sentidamente en una canción de Félix Luna y Ariel Ramírez en un disco dedicado, precisamente, a mujeres argentinas.
Doña Juana Azurduy de Padilla vivió sus últimos años en la más absoluta miseria, reclamando inútilmente que al menos se le devolvieran los bienes que le habían expropiado los españoles. Sus reclamos nunca tuvieron eco en la burocracia. Por una ironía del destino murió el 25 de mayo de 1862, muy anciana y en la indigencia. Como desaire definitivo, cuando un sobrino suyo se dirigió a las autoridades de Chuquisaca pidiendo las honras fúnebres que le correspondían, la autoridad le respondió que no se efectuarían, ya que estaban muy ocupados en la conmemoración de la fecha.
Juana Azurduy, madre y guerrera, fue enterrada en una fosa común. Aunque ya en nada la beneficie parece justo e imprescindible el reciente reconocimiento del gobierno nacional.

LA ARENA

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