viernes, 24 de julio de 2009

Weisburd, en el corazón del monte santiagueño. La perla olvidada

A fines de 1.800 comenzó lentamente a poblarse el todavía virgen monte santiagueño donde reinaba majestuoso el quebracho colorado. Así nacieron, entre otras, las localidades de Quimilí (1897) y Weisburd (1906), hoy departamento de Moreno, hijas del durmiente y el tanino.
Eran tiempos del obraje y su fantasma: el contratista, la persona encargada de reclutar peones con promesas de elevados salarios, bajos costos de proveeduría y adelanto en plata fuerte, el palito para pisar.
De esta manera se llevaban padres e hijos al monte, abandonando su cultura agrofamiliar y entrando en un mundo de condiciones de trabajo inhumanas con capataces de revolver al cinto y látigo en mano, descuentos arbitrarios y pago en moneda emitida por los mismos patrones. Sólo la fuga era la liberación y la persecución no se hacía esperar. Frecuentes eran las desapariciones de obreros fugados dando pié a leyendas como la del “familiar”.
En ese paraíso de la iniciativa privada, aparece en 1903 Israel Weisburd (emigrante de Georgia), primero como contratista y luego con obraje propio, instalándose con un aserradero en el paraje conocido como El Bravo; por un puma fiero o un criollo pendenciero, no se ponen de acuerdo los historiadores.
Hombre visionario y decidido en poco tiempo construyó un verdadero imperio de 140.000 hectáreas. Nacía la empresa Weisburd y Cía., dedicada a la explotación de madera y ganado. Nacía también el pueblo porque había que vivir cerca de la empresa. Y todo fue de Weisburd: las tierras, el bosque, las 7.000 cabezas de ganado, el pueblo, las casas, los caminos, la fábrica, la proveeduría, los médicos. Todo.
El ferrocarril necesitaba durmientes de quebracho colorado y Weisburd los tenía. Así fue que el ferrocarril vino a buscarlos creando la estación del mismo nombre o del mismo hombre.
En 1941 don Israel inaugura su moderna fábrica de tanino incentivado por la gran demanda originada por la guerra mundial. La empresa tuvo una capacidad de producción de 5.000 Tn anuales y durante más de 10 años funcionó las 24 horas del día. Más de 3.500 obreros trabajaban en tres turnos rotativos. En el 44 nace el sindicato de tanineros con chaqueños, paraguayos y santiagueños; ayer hacheros, ahora operarios. A los dos años ya andaban haciéndoles huelga a la Compañía por una novedad: el aguinaldo.
En esa época el pueblo contaba con un moderno hospital, escuela primaria obligatoria, estafeta, estación, cine, usina generadora de luz eléctrica, una fábrica de oxígeno, agua corriente y una iglesia para las 5.000 almas que lo habitaban.
Todo cambió a mediados de los cincuenta. La Forestal, empresa monopólica inglesa, pierde su interés en el tanino americano y lo sustituye por el extraído de la mimosa en sus colonias africanas de Kenya y Rodhesia. Una a una cierran las fábricas en el Chaco, Santiago, Salta, y, sobre todo, el Chaco Santafecino donde surgen las “Ciudades fantasmas” descriptas por Rodolfo Walsh. Y al irse abandona y destruye todo a su paso: estaciones de trenes, puertos, viviendas y cisternas de agua para evitar que la gente se quede en los lugares. Villa Guillermina, La Gallareta, Monte Quemado o Weisburd son museos a cielo abierto de ese abandono.
La solución para muchos pueblos fue la reparación de vagones del Ferrocarril Nacional General Belgrano. La empresa Weisburd abrazó ese salvavidas desde el 61 hasta el 68 cuando finalizó el contrato y los patrones desaparecieron. No se cerraba una fábrica, se cerraba un pueblo.

Autogestionando un pueblo

Los ayer tanineros ya convertidos en metalúrgicos se ponen la situación al hombro y con apoyo del Estado, los curas comprometidos y un grupo de jóvenes entusiastas como equipo técnico arman un cooperativa obrera para salvar al pueblo. Una empresa y una población autogestionada por los trabajadores sin patrones. Era la Cooperativa Obrera Mariano Moreno.
Los primeros años fueron solamente planes salvadores para mantener el pueblo y el aprendizaje de hacer gestiones. Después se animaron a usar lo que tenían a mano y empezó la explotación forestal: rodrigones para la vid, carbón, postes y leña. Después le entraron a los tinglados y las estructuras metálicas, a la construcción de viviendas, la ganadería y el tambo, la agricultura, proveeduría, y más, y más.
Los poquitos que habían resistido llegaron a ser 300 laburantes y el pueblo empezaba a frenar el desarraigo y la desesperación que llevó a decir a un funcionario municipal “…no hay persona en el mundo que quiera vivir en Weisburd”.
Una experiencia única atravesada por las puebladas del 68, la marcha del hambre, la CGT de los Argentinos, los curas comprometidos y los violentos años setenta. Ocho presidentes de la Nación atravesaron la Cooperativa Obrera Mariano Moreno en apenas 5 años de ejercicio económico.
Para 1979 la dictadura había corrido a los jóvenes entusiastas, intervenido la cooperativa y cerrado el crédito. Las diferencias internas imaginables hicieron el resto. Cayó la intervención y ya nunca sería lo mismo.
Hoy la cooperativa de Weisburd sobrevive con 50 trabajadores dedicados a la carpintería y la explotación forestal. La población de Weisburd, aún más sobrevive con algunos planes asistenciales, las changas, trueque, la leñita y el carbón que por poco tiempo más sigue dando el monte generoso. Mitad de la fábrica vive entre ruidos de máquinas y sierras aún esperanzadas, la otra mitad derrumbada atesora el recuerdo de los años en que Weisburd fue la reina del monte santiagueño y el rey, el quebracho.

Marcelo Paredes integra el equipo de Editorial y Publicaciones de la CTA.

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