viernes, 7 de agosto de 2020

Manolo Juárez o la revolución de la armonía



Manolo Juárez: pianista, compositor y docente de armonía, fundador de la EMPA, murió a los 83 años.

El día que la revolución socialista florezca en Argentina y en el mundo, tendrá que pagar miles de verdaderas y legítimas deudas, no con los organismos de crédito internacional por supuesto, sino con las masas. Una de ellas será sin duda, la deuda cultural. Pues el capitalismo le viene negando a los pueblos hace siglos, la posibilidad de acceder y gozar del patrimonio cultural creado por los artistas independientes, los que viven y mueren con la bandera de su arte por fuera de las leyes del mercado.
El sábado 25 de Julio, víctima del Covid-19 y otros males que lo aquejaban hace mucho tiempo, murió Manolo Juárez. Las masas no lo conocían, pero les músiques que entienden la música como un proceso de conocimiento, búsqueda y elevación permanente, lo lloran y lo llevan en el alma para siempre.
Este cordobés nacido en 1937 empezó a estudiar música clásica desde muy pequeño sentado al piano. Su padre Horacio Juárez, era un escultor de prestigio, multipremiado y amigo de otros grandes artistas de la época. Así que el pequeño Manolo compartía reuniones en su casa porteña con Pablo Neruda, Lino Spilimbergo, Atahualpa Yupanqui, Samuel Eichelbaum, Antonio Berni y muchos otros. Pero a quien consideraba su tío era nada menos que al padre de la corriente tanguera más influyente, Julio De Caro.
Estudió piano con Ruwin Erlich, teoría musical con Jacobo Ficher, composición con Honorio Siccardi y Guillermo Graetzer (en Argentina) y con Doménico Guáccero (en Italia).
Cuando tenía dieciséis años sus padres se separaron y había que “parar la olla”. Así que salió a buscar laburo de músico en los cabarets de la calle 25 de Mayo. Allí y en todos los clubes nocturnos de Buenos Aires tocó durante años algunos boogies y estándar de jazz, mientras seguía estudiando y componiendo música sinfónica y de cámara.
Amó además la bossa nova y todo el jazz. El inmenso pianista Bill Evans era un referente ineludible para él. Sin embargo el folklore no lo atraía demasiado. Un día va a visitar a un amigo que tenía un boliche en Santa Teresita y allí se sorprende con alguien que estaba tocando la guitarra. Era Gustavo “Cuchi” Leguizamón que en una semana de estadía le transmitió su sabiduría sobre el folklore, del que Manolo se enamoró y empezó a estudiar para siempre.
Su talento como compositor y arreglador le valió recibir todos los premios de la ciudad de Buenos Aires, más el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes por sus obras sinfónicas y de cámara, así como premios internacionales. Fue jefe de la cátedra de Composición de Música Clásica en la Universidad de La Plata, director del Fondo Nacional de las Artes, programador de la Orquesta Sinfónica Nacional, fundador y director de la Unión de Compositores de la Argentina, fundador de la Asociación de Jóvenes Compositores y también se involucró en la política gremial, como Secretario adjunto del Sindicato Argentino de Músicos entre 1970 y 1977.
Pero lo que él consideraba el mayor logro de su vida fue la fundación de la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA). En 1985 el director general de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires, José Gabriel Dumont, lo convocó a una reunión para reflexionar juntos sobre la enseñanza de la música popular en la Argentina. Llegaron a la conclusión de que “estábamos en la época de las cavernas” con respecto a la pedagogía ya desarrollada en otros géneros musicales y que era necesario sistematizarla. Manolo se entusiasmó con el desafío y codo a codo con el joven bajista Gustavo Molina, pusieron en pie la EMPA, que resultaría ser el faro de la formación de miles de músicxs por varias generaciones, hasta el presente.
Tuve el privilegio de trabajar en ese proyecto naciente junto a Manolo y a Gustavo Molina, como la primera regente de la institución, inscribiendo a las primeras generaciones de alumnes. Si bien Manolo ocupó el cargo de director del área de folklore, fue “el alma máter del proyecto”, convocando a otros enormes músicos para que armaran las cátedras de tango y de jazz. Horacio Salgán, Lito Valle, Anibal Arias, Virgilio Expósito, Hugo Pierre, Armando Alonso, Rodolfo Mederos, Daniel Binelli, Mario Arnedo Gallo, Kelo Palacios y muchos otros pensaban por primera vez en la historia, los programas de enseñanza de estos géneros y daban clases a les alumnes.
Manolo era un tipo muy inteligente, con gran sarcasmo e inventiva. Siempre te ponía un pase de gol, pero había que estar muy atenta/o, porque si no la agarrabas, se la pasaba a otro/a. La EMPA no tenía edificio propio y para empezar a funcionar nos prestaban unos pasillos de la Escuela Nº 1 de Avellaneda. Un día vino Manolo y nos dijo: “Prepárense. La semana que viene lo traigo al ‘Cuchi Leguizamón’ a dar una charla”.
Obviamente la noticia conmocionó la vida de la Escuela y por fin llegó el día. A las 18 hs entraron por la puerta de la Escuela Pública estos dos próceres vivientes de la música argentina. La charla de “el Cuchi” fue trascendente. Con su hondura y con su gracia, con su talento y su generosidad nos estremeció. Cuando había terminado todo y ya les alumnes se había retirado, los veo acercarse a mi escritorio. Yo estaba degustando los detalles de la charla con Osvaldo Burucúa (profesor de Guitarra Folklore). Manolo con un tono cómplice nos dice: – Che, ¡no lo van a dejar ir así!. Burucúa y yo cruzamos miradas con Manolo. Y entonces remata: -Tóquenle algo!!!
La velada terminó a las once de la noche sentados en unos pupitres viejos, Osvaldo Burucuá y yo interpretando La Pomeña, (de el “Cuchi” para “el Cuchi”). Un regalo, por el que le estaré agradecida eternamente.
Manolo fue el gran maestro de armonía para miles de músicxs que hoy multiplican su semilla, en “acordes imprevisibles”.
Algunas de sus definiciones son esclarecedoras:
– “La música no es nada más que la alternativa más profunda del afecto y la emoción”.
– “La música y la armonía no son gramática sensible; sístole y diástole. La música es tu sentido corpóreo”.
– “La armonía es la arquitectura emotiva del pensamiento musical”.
Por eso aún con sus modos avasallantes y hasta intimidatorios siempre matizados con chistes geniales, les transmitía a sus alumnes el concepto de la libertad en la música. “Podés ir desde donde estés hasta donde quieras, a través de la armonía. La música no es el código penal”.
Su terquedad y beligerancia no le impedían reconocer el talento de los demás. Aunque se trenzaban en discusiones agudas con Piazzolla (que cuatro veces lo echó de su casa) fue Manolo quién convenció al secretario de Cultura de la Ciudad y al director de la Sinfónica Nacional (Pedro Ignacio Calderón), para que Astor hiciera su concierto en el Teatro Colón y se consagrara para siempre en su país, que tan hostil le había sido durante décadas. También logró lo mismo con Horacio Salgán.
Los discos de Manolo con Jorge Cumbo, con Chango Farías Gómez, con Daniel Homer, con José Luis Castiñeira de Dios, con Roberto Calvo y el Mono Hurtado entre otros, son verdaderas joyas, imperdibles para el cultivo del alma musical.
A mediados de la década del ´90, Manolo Juárez y otro grande del folklore, su colega pianista Eduardo Lagos (autor de La Oncena), conducían un programa de música que era un oasis de los sábados por la tarde en Radio del Plata. Mi compañero, el compositor/guitarrista Javier González, y yo tuvimos el honor de ser entrevistados un par de veces por estos dos enormes artistas que tenían la generosidad de darle paso a los jóvenes que veníamos abriéndonos camino, en el difícil panorama de la música independiente argentina. En fin, se nos ha ido “un indispensable” (como diría Bertold Brecht), pero su obra siempre vivirá como patrimonio intangible de la sonoridad de este lugar del mundo. Manolo decía que su padre escultor le había enseñado que la obra del artista siempre tiene que ser su expresión máxima, su desnudez total. Aunque el público no la entienda en su contemporaneidad, ya le llegará la hora de prender en el espíritu de su pueblo. Mientras tanto, Manolo cumplió con su misión y en su lecho de muerte se fue escuchando a Chopin. Gracias Manolo Juárez por tus acordes libertarios. ¡Los llevaremos a la victoria!

Patricia Barone
Músicxs Organizadxs

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