En un país donde el catolicismo sigue manteniendo un vínculo privilegiado con la estructura de poder, en los barrios el pentecostalismo juega un papel fundamental en la construcción de la subjetividad y la mediación de las políticas públicas.
La encuesta nacional sobre creencias y actitudes religiosas en Argentina, elaborada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) el año pasado, sostiene que “el catolicismo disminuye aunque conserva una mayoría atenuada” de 62,9%, que 18,9% de los encuestados se declaran “sin religión” y que los evangélicos llegan a 15,3% y su número está “en crecimiento”. Marcos Carbonelli, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, publicó el libro Los evangélicos en la política argentina. Crecimiento en los barrios y derrotas en las urnas, y habló con La Diaria al respecto.
-¿Cuáles son los rostros evangélicos en Argentina?
El mundo evangélico es más plural de lo que sus propios voceros, medios de comunicación o la academia admiten. 90% del universo evangélico es pentecostal o está pentecostalizado, es decir que muchas iglesias cambiaron su manera tradicional de celebrar la fe en función de una “modernización” de la iglesia que le permita sobrevivir. Otro rostro son las iglesias protestantes históricas, que son una minoría pero han construido un capital simbólico debido a la lucha en diferentes reivindicaciones. A principios del siglo XX, por ejemplo, por la laicidad del Estado y la igualdad religiosa. Un poco más adelante se articulan en la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, con pastores que protagonizaron la defensa de los derechos humanos y resistencia a la dictadura, como el obispo metodista Federico Pagura. Estas iglesias están en crisis. Uno de los síntomas de esto es la disolución de su facultad de teología Isedet [Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos], que era una gran usina de pensamiento crítico. Aunque sean muy poquitos, logran desarticular la voz que se presenta como “única voz del mundo evangélico”, la de la Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina [ACIERA]. La ACIERA quiso que el Estado tuviera un tipo de tutela de los valores tradicionales, se pronunció en contra de la salud y la educación sexual integral y el matrimonio igualitario, y ha buscado ser mediadora de políticas sociales. Incluso, en este contexto de pandemia, construyó una plataforma llamada Seamos uno, donde judíos, católicos y evangélicos distribuyen asistencia social. Durante el kirchnerismo hubo tensión entre la jerarquía de la iglesia católica y el gobierno, lo que llevó a la organización de un Tedeum que incorporó a actores evangélicos. Tedeum es una celebración de acción de gracias por la patria. En la ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno porteño del Pro [Propuesta Republicana, el partido de Mauricio Macri], ha participado en otro Tedeum evangélico organizado por la ACIERA.
-¿Cómo se da la presencia evangélica en los barrios?
El anclaje de los evangélicos en los barrios es profundo y cotidiano. La iglesia evangélica de barrio es un punto de la red que conforma la estrategia de supervivencia para muchas personas de las villas o los asentamientos. Allí se da un proceso de autoidentificación entre las personas y el referente religioso, que es un hijo de esos barrios. Es un proceso de reconocimiento que se ha dado durante muchos años de una forma autogestiva. Por un lado, han desarrollado una teología muy cercana a los problemas del creyente, con un milagro más vinculado a la cotidianidad, que incluye tener trabajo y mejorar la vida afectiva. De los evangélicos, 40% son conversos del catolicismo. Una de las razones de su éxito es la legitimidad social que tienen en el territorio. Hay una legitimidad sociopolítica de los evangélicos construida desde abajo, y luego la clase política los suma a su aparato.
Las políticas públicas son el gran capital del mundo evangélico, la capacidad de mediar entre el Estado y el territorio.
-¿Cómo se ha desarrollado el vínculo entre el kirchnerismo y los evangélicos?
Cuando asume el gobierno kirchnerista, los partidos políticos y los sindicatos habían perdido llegada en los barrios, por lo que busca interlocutores en las bases y se encuentra con los evangélicos. Por ejemplo, Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social, abierta a que la sociedad civil gestione políticas públicas, con una mirada muy pragmática, encontró en los pastores pentecostales cercanía territorial; los evangélicos son muy autónomos para construir acuerdos. Las políticas públicas son el gran capital del mundo evangélico, la capacidad de mediar entre el Estado y el territorio. Hay una debilidad estructural de la política pública del Estado y su capacidad de llegar al territorio, por eso precisa ruedas de auxilio para ser eficaz. Por esto se ha recurrido progresivamente a los evangélicos, especialmente en temas en que tienen experiencia: lo social, las cárceles y la drogadicción.
-¿Podría decirse que los pastores se volvieron los nuevos punteros en los barrios?
Quitándole al puntero la dimensión más negativa, vinculada a lo clientelar, entonces sí. Los pastores están haciendo el mismo trabajo que los punteros, incluso su lugar religioso les da una permanencia en el tiempo, que no los ata a lo que suceda con la suerte de su referente político del momento. La gran mayoría de los pastores pentecostales se identifica con el peronismo, aunque su lugar religioso les permite a ellos coquetear con varios actores políticos al mismo tiempo, porque allí se amalgaman dos identidades que tienen mucho diálogo. Con una fuerte identificación de clase, la idea peronista de justicia social y restauración material se vincula con la prédica pentecostal de mejora social en los barrios.
-¿Cómo se da el diálogo entre religiosidad y feminismo en los barrios?
El feminismo se ha vuelto el actor interpelante de todos los movimientos sociales y religiosos. Con el debate sobre el aborto se vio clara la tensión entre feminismo y religiosidad en los sectores populares de Argentina.
Por ejemplo, un pastor en Lomas de Zamora, que es un barrio extremadamente pobre, se identifica como tercermundista en memoria de los sacerdotes de los años 70 y considera al sacerdote Carlos Mugica (mártir de la resistencia a la dictadura) como ejemplo de hombre religioso en los barrios. En el muro del patio de su organización, Sal de la Tierra, hay una pintura de Perón, Evita y Néstor Kirchner. Este pastor, comprometido con las luchas sociales y los sectores populares, dijo: “Yo, como el Padre Mugica, estoy en contra del aborto”. Se puede estar en contra del gatillo fácil y defender a los jóvenes de la represión policial en los barrios y estar en contra del aborto. Y una vez más comprobamos que las categorías de conservadores y progresistas en estos campos son insuficientes. Otro ejemplo es el del dirigente popular católico peronista Juan Grabois, que desde el Movimiento de Trabajadores Excluidos [MTE] trabaja en los sectores populares pero no se ha pronunciado a favor de la ley del aborto. Él sostiene que en los barrios hay una concepción casi sagrada de la maternidad.
El feminismo, desde su perspectiva, no logra ingresar porque tiene una idea autonomista sobre el cuerpo (“mi cuerpo, mi decisión”) que está muy lejos de la comprensión comunitaria del cuerpo de los sectores populares. Un tercer ejemplo es la marcha organizada por el movimiento popular Evita en el día de san Cayetano. Durante los cuatro años del gobierno de Macri fue una marcha muy crítica y con una impronta religiosa fuerte, porque san Cayetano es el santo del pan y el trabajo. La última marcha se dio en medio del debate del aborto y generó discusión interna, por temor a que se llenara de pañuelos verdes y eso mostrara división y no unión en rechazo al macrismo, algo muy propio de la lógica peronista. Un cuarto ejemplo: Esteban Castro es referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular [CTEP], modelo de dirigente barrial que comprende cómo han cambiado la religiosidad y la politicidad popular y sus vasos comunicantes. Él tiene una postura más favorable a la ley del aborto porque está menos atado a la iglesia católica como institución. Las tres organizaciones, la CTEP, el Movimiento Evita y el MTE, son espacios políticos fuertemente ligados al peronismo católico y la figura del papa Francisco.
-En tu libro sostenés que no existe un voto confesional. ¿Por qué el crecimiento evangélico no se tradujo en los cargos de gobierno?
No hubo correlato entre el crecimiento demográfico evangélico y el lugar alcanzado en cargos políticos (aun con la fuerte formación de cuadros evangélicos), y esto quizás se debe a que la clase política todavía tiene al mundo católico como referente. Hubo intentos fallidos en los años 80 y 90 con un partido político confesional evangélico para replicar la experiencia de Brasil. En la década de 2000 hubo trayectorias de pastores que se contactaron con el peronismo y trazaron sus candidaturas a nivel de gobierno municipal, pero que finalmente fueron instrumentalizados por dirigentes peronistas con más experiencia política. A finales de esos años hubo dos diputados evangélicos, Hugo Acuña y Cynthia Hotton, y un vicegobernador pastor bautista, Paul Trschich. La mayor exposición pública la tuvo Hotton, quien fracasó en diversos intentos de llevar al Pro a posturas más tradicionales en temas de familia, de armar su propio sector y en el debate por la ley de libertad religiosa. Su última estrategia fue la del Frente Nos, con su grupo “Valores para mi país” tratando de apelar a los valores “judeocristianos”. En las elecciones de 2019 ella fue candidata a vicepresidenta de este frente, junto con el militar retirado Gómez Centurión, un candidato a la presidencia que estaba a la derecha del macrismo.
-¿Cómo se da el vínculo de partidos e iglesias?
Podemos encontrar muchas afinidades del peronismo con el pentecostalismo y el catolicismo popular, como ya vimos, pero actualmente estamos viviendo una importante migración de cuadros de las iglesias evangélicas y católicas de clases medias y altas hacia el Pro. El discurso que generó el Pro vinculado al voluntariado –“hacemos actividades, no política”– fue de simpatía para determinados sectores. Podemos mencionar a la ex ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley, vinculada a Cáritas, y a la ex vicepresidenta Gabriela Michetti como devotas católicas, y también a muchos líderes evangélicos de megaiglesias de clases medias y altas muy afines. En los debates sobre matrimonio igualitario, educación y salud sexual hay cada vez más presencia evangélica. Por un lado se alinean los sectores más conservadores evangélicos con los conservadores católicos; por otro lado, los sectores progresistas protestantes con los sacerdotes de la opción por los pobres. Es un proceso en el que se van agrietando las subjetividades de los evangélicos en diferentes temas. No se puede hablar de “los evangélicos” porque no actúan como masas. Viven un proceso de individuación religiosa, de creer a su manera, no actúan como rebaño.
Pastores, narcos y militares
El pastor Eduardo Trasante, ex concejal por el partido de izquierda Ciudad Futura de Rosario, fue asesinado el 15 de julio. En 2012 fue asesinado su hijo Jeremías, de 17 años, en un triple asesinato de militantes del Movimiento 26 de Junio, que forma parte del Frente Popular Darío Santillán. En 2014 también fue asesinado su otro hijo, Jairo. Ambas muertes estuvieron vinculadas con el narcotráfico, contra el que su padre había luchado.
Por otra parte, en junio un importante grupo de organizaciones de derechos humanos, entre ellas varias ligadas al cristianismo progresista de Argentina, solicitaron al gobierno el cierre de la Capellanía Castrense, que da asistencia espiritual católica en las tres fuerzas armadas. Este obispado, que es financiado por el Estado, fue cómplice en la dictadura de la desaparición de personas y entregó a militantes cristianos.
Nicolás Iglesias Schneider
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