¿Es sólo asnidad burocrática? Una resolución del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) obliga a personas mayores de 70 años a pedir permiso a un centro de llamados para salir de la casa. Si quien otorga el salvoconducto llega a la conclusión de que corresponde, emite el permiso, lo registra con una validez de 24 hs y transmite al demandante un número y una palabra clave, para que éste presente a la policía cuando lo interroguen e intenten frenar su amenazante travesía hasta la esquina. Al otro lado del teléfono el peticionante tendrá un/a milenial con entrenamiento en call center.
Nadie defendería la inteligencia de funcionarios capaces de semejante disposición. Pero hay algo más que estupidez e indolencia. Hay desprecio por el bien más preciado del ser humano, en cualquier edad: la libertad; el accionar por imperativo de conciencia y no por dictámenes autoritarios. Por eso la medida y quienes intentan aplicarla no son sólo ignorantes: son dientes de un engranaje fascista, impulsado por una crisis frente la cual el gobierno está paralizado.
Avergüenzan el silencio y las contorsiones de periodistas, columnistas y analistas políticos al uso para evitar la condena a esta medida desesperada de Rodríguez y Fernández, que nada tiene que ver con las exigencias para resolver aquello señalado como contradicción irresoluble entre “salud y economía”. Rechazarlo no implica disputar una posición ideológica. Alguien tan distante de un pensamiento revolucionario socialista como Angela Merkel, la canciller alemana, dijo en un discurso de notable precisión: “Encerrar a nuestros mayores para volver a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”. Alemania no impidió en ningún momento a sus ciudadanos salir a caminar, hacer compras básicas, tomar aire y sol. Sólo explicó la necesidad de mantener el confinamiento y evitar las aglomeraciones. Merkel dijo al comienzo, además, que se nacionalizaría todo lo que fueran necesarias para garantizar el funcionamiento de la economía y se daría toda la ayuda requerida por las empresas para sostener su funcionamiento. Alemania comienza ya a superar la parálisis. Argentina se hunde minuto a minuto en ella y el gobierno no atina a dar un paso, en el sentido que sea, mientras la baja clase media ingresa a un estado de desesperación.
Un alud de protestas y denuncias cayó de inmediato sobre el decreto del führer pelón. El rechazo tuvo una magnitud inesperada. Azorado, tras una noche de rebelión cibernética, radial y televisiva, el edil mayor instruyó a su secretario de salud para explicar la medida y, sin admitirlo, modificar su contenido. Fernán Quiroz argumentó que no se trataba de control ni, mucho menos, negación de derechos elementales del ciudadano. “Es para proteger a los y las mayores de 70 años”, repitió vacilante. Luego el jefe de gobierno retomó ese argumento y horas después lo consagraría el propio presidente de la nación, todos empeñados en “proteger a los abuelos”.
Dicen abuelos como quien se conduele por la alegada fragilidad y minusvalía de tal condición. Ni ternura, ni consideración: es la arrogancia del ignorante con poder.
El secretario de salud de la CABA argumenta en materia médica con cierta solidez. En las entrevistas televisivas y radiales –acaso un tanto excesivas para un funcionario necesariamente ocupado- parece relativamente joven. Por tanto no cae en las generales del decreto y está habilitado para seguir actuando, a diferencia del ministro nacional de Salud, quien debería pedir permiso a un call center cada 24 hs.
No sería adecuado atribuir a su juventud el desconocimiento de hitos cruciales de la historia. Hay jóvenes estudiosos y cultos. Alguno de ellos podría haber asesorado a Quiroz para que tomara en cuenta la historia de líderes protectores. Heinrich Himmler, por ejemplo, quien conducía las SS del régimen nazi. Por pura casualidad, SS es la abreviatura de Schutzstaffel. Esta palabra de difícil pronunciación para los hispanohablantes, significa “cuerpo de protección”.
Más que discriminación
Para quien estaba al tanto de este pequeño detalle, fue difícil digerir la reiterada apelación a los 30 mil voluntarios dispuestos a “proteger a los abuelos”. La primera versión de esta disposición establecía que quien no cumpliera con la exigencia, sería penado con trabajo comunitario obligatorio. Inimaginable más protección a los “abuelitos” que obligarlos a cumplir tales tareas. Todo el contenido profundo de la medida se resume en esa amenaza.
Desde luego sería injusto calificar de nazi a Quiroz. Se trata de señalarle que acaso él no está tan elevado en la escala del conocimiento como para autoerigirse como protector de todos quienes tienen (tenemos), más de 70 años. Debería considerar que una buena parte de esa franja puede tener capacidades para asumir las orientaciones de autoridades sensatas -e incluso dictarlas, como ocurre con su propio jefe a nivel nacional- y colaborar en muchos terrenos, sin tener que humillarse a pedir permiso para cruzar el umbral de su puerta. Ubicar a cada mayor de 70 años como si fuese un ex vicepresidente convicto por repugnante corrupción, al que se le da casa por prisión al socaire del coronavirus, es una afrenta inaceptable.
Eso sin considerar que el plan de llamar al 147 para solicitar autorización es impracticable. Pretender que un adulto mayor encerrado por semanas pase horas intentando comunicarse con un número que no responde, no es exactamente una buena manera de proteger el sistema nervioso de las y los “abuelitos”. Demostración adicional de que el funcionariado está conducido por personas seleccionadas mediante una escala de mérito invertida. Hace tiempo se sabe que la salud física no está escindida de la salud psíquica. Vienen retrasados unos 25 siglos los funcionarios del poder en Argentina.
La disposición sigue vigente pese a las protestas. No se aplicará. Seremos cientos de miles quienes no acataremos semejante discriminación. El propio Presidente, comprometido con esta aberración, sufrirá el efecto de una letal demostración de falta de autoridad, que se extenderá de los “abuelitos” a las juventudes y pondrá de manifiesto que las autoridades formales no tienen respaldo moral en la sociedad. Esa certeza es, por estas horas, un factor más en la fuerza centrífuga que divide el frente amplio burgués y deja sin base a Fernández.
Prioridades
Para quien no practica el así llamado periodismo de investigación, no interesa la biografía de Quiroz. Repetido un millón de veces por radio, televisión y diarios, es sin embargo imposible desconocer por estos días que proviene del Hospital Italiano. Allí –como en muchos otros lugares- ha habido una cantidad inusitada de médicos y personal de salud contagiada por el coronavirus. Enfermeras comprometidas en la actividad sindical denuncian que eso ocurre por falta de material de protección para estos trabajadores a quienes todas las noches se homenajea con un aplauso.
Cabe sugerir entonces: ¿y si Quiroz se ocupa de que la base del sistema de salud, el ejército a su cargo que debe librar esta batalla, esté convenientemente equipado y preparado para semejante desafío? ¿Y si en lugar de inventar mecanismos ridículos para oprimir a sus semejantes se involucra para que en su propio lugar de trabajo no ocurra el desastre que se ha producido? ¿Y si en lugar de justificar lo injustificable le explica a su jefe que un ejército adicional “de abuelitos y abuelitas” podría colaborar en mil tareas para ir al combate como sociedad consciente y organizada, en lugar de implorar “protección” por teléfono para salir a la vereda?
Sin mengua de esa responsabilidad, es injusto cargar sobre el secretario de salud de la CABA. Hay un cerrojo de corrupción, mediocridad e incapacidad que hace imposible poner en marcha el único mecanismo que podría enfrentar la pandemia con un mínimo de bajas, no sólo contabilizables como muertes por el Covid-19, sino como todas aquellas provocadas por la angustia de vivir en un país donde los principios de la vida en comunidad libre se avasallan con displicencia, como si no tuvieran la más mínima importancia. Todo en función de una ciega, insensata carrera, que en medio de un cataclismo mundial ordena cada paso con los ojos en la próxima disputa electoral.
No sería menos incorrecto personalizar en el jefe de gobierno, quien firmó el decreto, o en el Presidente de la nación, abrazado a este desatino fascista con sorprendente vehemencia. Es un sistema en situación de colapso el que exige conductas irracionales y contorsiones vergonzosas. Un sistema que catapulta a personajes inversímiles, funambulescos, incapaces, incultos e ignorantes hasta la desesperación, a los máximos sitiales de la República, los condena a ser títeres de una decadencia arrolladora que los lleva a cualquier exceso sin que siquiera tomen conciencia de lo que hacen. Pero si ellos no tiene conciencia, los hechos son evidentes y trazan la dinámica del país hacia el autoritarismo extremo.
El sistema político es víctima de un conjunto de fuerzas destructivas que no comprende. Puesto que personas con manifiesta falta de valores y condiciones como Menem, De la Rúa, Duhalde, el matrimonio Kirchner, Macri y ahora el vicario Fernández, han podido sentarse en el sillón de Rivadavia, es natural que Rodríguez –o incluso, peor, un payasesco animador de horrendos programas de televisión- sientan que pueden y proclamen que quieren ser Presidente.
Enajenación
Al titular de la CABA le han explicado que si logra un relativo control sobre la pandemia en la ciudad, podría competir con ventaja con el actual mandatario o con algunos de los que buscan destruirlo para ocupar su lugar. Si se pone a “abuelitos y abuelitas” en campos de concentración domiciliaria, presumiblemente morirán menos y así, junto con ciclovías y metrovías (extraordinarias conquistas para el futuro nacional), se pavimenta el camino a Balcarce 50.
Desde otra sede, la residencia presidencial de Olivos, Fernández se rige por las mismas indicaciones, mientras libra batalla contra un virus muy diferente al Covid-19, que carcome su gobierno. Nada hay que agregar a lo expuesto el 29 de abril (Pandemia y Revolución: pantallazo sobre Argentina y el mundo). La contraposición entre “salud y economía” no es sólo una enunciación del Presidente, inmediatamente rectificada, sino una imposición del sistema capitalista de producción. Tal como era previsible, se agolpan ahora las voces para optar por “la economía”. Allí están presos gobierno y oposición. A casi cinco meses de gestión Fernández no ha podido presentar un plan económico. Las pugnas internas en el ya desleído panperonismo lo paralizan todo. La oposición se muestra incapaz para presentar una alternativa. La burguesía ocupa la totalidad del escenario, pero no puede actuar. Las medidas anunciadas para contrarrestar la pandemia en sus devastadoras consecuencias económicas se aplican en menos de una tercera parte. La corrupción se expande a todos los niveles del oficialismo y la oposición. Diputados y senadores se niegan a cumplir su tarea por temor al virus, a la vez que rechazan cualquier intento de reducir sus escandalosos salarios.
Pocos dan señales de percibir la enajenación de la institucionalidad capitalista y la ira creciente en la sociedad. La unidad de oposición y oficialismo, la desaparición de voces sindicales, la cooptación de las que en otra era geológica se llamaron “organizaciones sociales”, el silencio aquiescente de demasiadas personas dominadas por el miedo y la confusión, llevan a confundir paraplejia con estabilidad. Ante la imposibilidad de conducir una sociedad convulsionada por la crisis, oficialismo y oposición la paralizan. Y creen que gobiernan.
En las últimas semanas reportes desde diferentes lugares del planeta informan que en calles vacías aparecen animales habitualmente ajenos a esos lugares. Un jabalí, por ejemplo, recorría con paso tranquilo el centro de Madrid. La burguesía sabe que hay una especie más temible que ocupará las ciudadelas de su poder si no actúa con presteza y eficiencia. El primer requisito lo cumple la disposición del gobierno porteño rápidamente avalada por el presidente de la nación. Pero la eficiencia es otra cosa, a distancia astronómica de una casta parasitaria, ignorante e incompetente, formada en décadas de decadencia capitalista y probadamente incapaz de conducir al país. Resta saber si la clase trabajadora, las juventudes –y lo viejos, hoy en la picota- tienen la capacidad y el coraje para hacerse presentes.
Luis Bilbao
@BilbaoL
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