Las fuerzas de choque de la ultraderecha cumplen las órdenes del capital
El confinamiento decretado en Estados Unidos y en muchos países del mundo para hacer frente a la pandemia de COVID-19 ha paralizado la economía capitalista y, por tanto, ha demolido el proceso de la acumulación de capital.
El hecho de que esta parálisis económica arroje a decenas de millones de trabajadores a una crisis de supervivencia es totalmente fortuito para la preocupación de la clase capitalista transnacional (CCT) de reanudar de inmediato la maquinaria lucrativa, ya que el capital no puede permanecer ocioso sin dejar de ser capital. El impulso de reavivar la acumulación explica que en muchas ciudades norteamericanas se hayan producido manifestaciones públicas de la ultraderecha para exigir el levantamiento de la cuarentena, al igual que los sectores más reaccionarios del capital promovieron el Tea Party a raíz del colapso financiero de 2008, movimiento que a su vez se movilizó en apoyo al trumpismo.
Si bien las protestas parecen espontáneas, de hecho han sido organizadas por las agrupaciones conservadoras estadounidenses, entre ellas la Fundación Heritage, FreedomWorks (Obras de Libertad) y el Consejo Americano de Intercambio Legislativo (conocido como ALEC por su sigla en inglés), que reúne a los directores ejecutivos de las grandes corporaciones junto con los legisladores derechistas locales de todo Estados Unidos. El mismo Presidente Trump enardeció a los manifestantes mediante una serie de tweets, entre ellos uno que declaraba “LIBERAR a VIRGINIA, y proteger su gran Segunda Enmienda, que está bajo asedio”. El llamado a defender dicha enmienda de la Constitución norteamericana, que garantiza el derecho a portar armas, prácticamente constituía un llamado a la insurrección armada. En el estado de Michigan seguidores armados de Trump bloquearon el tráfico para impedir el paso a la ayuda. Días atrás Trump adujo tener poder “total” – la clásica definición de totalitarismo – para levantar la cuarentena.
A pesar de su retórica populista, el trumpismo ha servido bien a los intereses de la CCT en implementar un programa de neoliberalismo en esteroides que va desde la reforma impositiva regresiva y la amplia desregulación y privatización hasta una expansión de los subsidios al capital, recortes al gasto social y represión sindical. Trump – él mismo miembro de la CCT – retomó donde dejó el Tea Party a raíz del colapso financiero de 2008 y forjó una base social entre aquellos sectores de la clase obrera mayoritariamente blancos que anteriormente habían gozado de ciertos privilegios, como empleo estable y bien remunerado, y que en años recientes han experimentado una aguda desestabilización socioeconómica y movilidad descendente frente a la globalización capitalista. Al igual que el Tea Party que le precedió, Trump ha sabido desviar la cada vez mayor ansiedad social que sienten estos sectores desde una critica radical al sistema capitalista hacia una movilización racista y jingoísta contra chivos expiatorios como los inmigrantes. Estas tácticas trumpistas han convertido dichos sectores en fuerzas de choque para la agenda capitalista ultraderechista que los ha llevado al borde de un proyecto verdaderamente fascista.
La cada vez mayor crisis del capitalismo global ha acarreado una rápida polarización política en la sociedad global entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países del mundo. Ambas fuerzas recurren a la misma base social de los millones de personas devastadas por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo precario y relegación a las filas de la humanidad superflua. El nivel de polarización social global y de desigualdad no tienen precedentes en estos momentos. El 1 % más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del planeta mientras el 80 % más bajo tiene que conformarse con apenas el 4.5 % de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el esfuerzo por parte de los grupos dominantes de canalizar dicho descontento hacia el apoyo a la agenda de la CCT, la misma disfrazada en una retórica populista.
Es en este contexto donde los grupos conservadores en Estados Unidos se han empeñado en organizar una respuesta ultraderechista a la emergencia sanitaria y la crisis económica, abarcando una mayor dosis de subterfugio ideológico y también una renovada movilización de sus fuerzas de choque que ahora exigen el levantamiento del confinamiento. La movilización de masas desde abajo bien podría exigir que el Estado proporcione ayuda a gran escala a los millones de trabajadores y familias pobres en vez de insistir en la inmediata reapertura de la economía. Pero la CCT y sus agentes políticos buscan a toda costa evitar que las masas pidan un Estado de bienestar social como respuesta a la crisis. Por eso promueven la revuelta reaccionaria contra el confinamiento avivada por Trump y la ultraderecha.
Independientemente de las diferencias políticas en el seno de sus filas, la CCT se ha empeñado en trasladar la carga de la crisis y el sacrificio que impone la pandemia a las clases trabajadoras y populares. Para este fin ha podido contar con el poder del Estado capitalista. Los gobiernos del mundo han aprobado nuevos rescates masivos para el capital mientras se escurren de esta piñata unas migajas para las clases trabajadoras. El gobierno estadounidense inyectó una cantidad inicial de 1.5 mil millones de dólares a los bancos de Wall Street en tanto que la Casa Blanca prometió que su respuesta a la pandemia “estaría plenamente centrada en liberar el poder del sector privado”, es decir, que la ganancia capitalista va primero y la misma impulsaría la respuesta a la emergencia sanitaria. Acto seguido aprobó un paquete de estímulo de 2.2 mil millones de dólares cuyo componente mayor fue rescates a las corporaciones. En Europa los gobiernos miembros de la UE aprobaron paquetes fiscales similares, al igual que hizo la mayoría de los gobiernos en el mundo, que abarcaban la misma combinación de estímulos fiscales, rescates corporativos y cantidades muy modestas de ayudas públicas.
Los gobiernos estadounidense y europeos prometieron al menos 8 mil millones de dólares en préstamos y subsidios a las corporaciones privadas, aproximadamente el equivalente a todas sus ganancias en los últimos dos años, lo que la revista The Economist calificó del “rescate más grande de la empresa privada en la historia”. Se trata de la lucha de clases desde arriba. Mientras estos mil millones de dólares se acumulan en la parte superior del pirámide social, la crisis desatada por la pandemia dejará a su paso más desigualdad, más tensión política, más militarismo y más autoritarismo. La Organización Internacional de Trabajo advirtió que centenares de millones de personas podrían perder su empleo, en tanto la agencia internacional Oxfam calculó que hasta 500 millones están en riesgo de caer en la pobreza. Aún más ominoso, el Programa Mundial de Alimentos advirtió sobre “una hambruna de proporciones bíblicas” y calculó que hasta 130 millones de personas podrían morir de hambre por el posible colapso de las cadenas de abastecimiento de alimentos, lo que la organización calificó de “la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”.
Se avecinan convulsiones sociales y políticas
El carácter clasista de la pandemia queda al desnudo. Al virus no le importa la clase, etnia o nacionalidad de sus portadores humanos pero son los pobres, los marginados y las clases trabajadoras los que no gozan de las condiciones para protegerse del contagio ni pueden asegurar la atención médica en caso de contaminación. Pueden morir millones de personas, no tanto por la infección viral sino por la falta de acceso a los servicios y recursos de suporte vital. La CCT intentará aprovechar el desempleo y empobrecimiento masivo para reforzar su poder de clase mediante mayor disciplina y austeridad a medida que pase lo peor de la pandemia y la economía global se hunda en depresión. Las clases dominantes utilizarán la pandemia como cortina de humo para consolidar un estado policial global. Por último, la crisis capitalista desatada por el coronavirus será mas mortal para los trabajadores empobrecidos que el mismo virus.
Aun cuando se mantienen el gasto deficitario y el estimulo keynesiano mientras dure una depresión económica, la experiencia de 2008 nos muestra que los gobiernos recuperaron los costos de los rescates mediante una mayor austeridad, en tanto los bancos y las corporaciones utilizaron los fondos de dichos rescates para volver a comprar acciones y emprender una nueva ronda de actividades depredadoras. La estrategia de la CCT parece ser una repetición de 2008, ahora a una escala mucho mayor, dirigida a inyectar cantidades masivas de dinero al sistema bancario privado. A cambio no se impone a los bancos ninguna obligación de utilizar dicho dinero para reinvertir en la economía real o para algún bien social. A raíz del colapso financiero de 2008 los bancos simplemente convirtieron los miles de millones que recibieron en concepto de rescates en especulación en el casino financiero global y para apropiarse de más activos y recursos en todo el mundo.
Además de la movilización de las fuerzas ultraderechistas y neofascistas también se han movilizado sectores populares y las clases trabajadoras. Aunque no sea posible tumbar el sistema, la única salida a la crisis del capitalismo global será revertir las cada vez mayores desigualdades mediante una redistribución del la riqueza y del poder hacia abajo. La lucha por dicha redistribución ya ha comenzado en medio de la pandemia. En Estados Unidos, al igual que en otros países, los trabajadores han emprendido una ola de huelgas y protestas para exigir condiciones de seguridad mientras que los inquilinos hacen llamados a huelgas de alquileres. Los militantes del movimiento a favor de la justicia para de los inmigrantes han rodeado los centros de detención para pedir la liberación de los detenidos, los trabajadores automotrices han salido en huelgas salvajes para obligar a cerrar las plantas, los desamparados han ocupado casas deshabitadas y los trabajadores sanitarios han emprendido protestas ruidosas para exigir los equipos necesarios para realizar su trabajo en condiciones de seguridad.
Los grupos gobernantes no pueden sino sentirse asustados por el creciente descontento de las masas. La crisis erosiona la hegemonía capitalista y tiene el potencial de despertar a millones de personas de la apatía política. El proyecto neoliberal está agotado y a duras penas se podrá resucitar. Para bien o para mal, se reconstruirá el mundo. Hemos entrado en un periodo de cada vez mayor caos en el sistema capitalista mundial. Fuera de una revolución, hemos de luchar ahora para evitar que nuestros gobernantes conviertan la crisis en una oportunidad para resucitar y profundizar el orden neoliberal moribundo cuando pase la tormenta de la pandemia. Se trata de clamar en nuestra lucha por algo en línea de un “Nuevo Pacto Verde” (“Green New Deal”) a escala global como programa interno mientras se acumulan las fuerzas para un cambio más radical del sistema. Las fuerzas progresistas y de izquierda tienen que situarse para hacer retroceder al impulso ultraderechista y neofascista. Se concentran los nubarrones. Se están trazando las líneas de batalla. Se aproximan convulsiones. Está en juego la batalla por el mundo postpandemia.
William I. Robinson, profesor de sociología en la Universidad de California, Santa Bárbara.
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