Cuando Trotsky llamaba a “aprender a pensar” a propios y ajenos, advertía a no hacerlo a partir de esquemas pre-concebidos. El principio de toda ciencia es ir más allá de las apariencias.
Que la pandemia es una “excusa” para imponer una militarización de la sociedad, es un caso típico (aunque grosero) de unilateralidad, que lleva al dislate de llamar a una “rebelión popular contra el aislamiento” (oficialismo del PO). Sería una ‘rebelión’ policlasista, precisamente cuando los obreros reclaman que las patronales mantengan a sus empresas dentro de las normas oficiales. La otra versión de lo mismo, a saber, que la cuarentena no sería necesaria con un robusto sistema de salud (PTS), no pasa de una conjetura y del argumento contrafáctico. La ‘rebelión’ deseada por el PO oficial se encuentra en desarrollo, en EEUU, timoneada por bandas fascistas, alentadas por Trump, como lo hace también Bolsonaro. En Alemania, el país al que se adjudica la mejor preparación sanitaria, Ángela Merkel advirtió a no apresurarse en levantar la cuarentena (“lockdown”).
“El confinamiento es un concepto burgués”, es la tesis del sociólogo francés Hamza Esmili, en una entrevista reciente. Aunque lo ve necesario, dice “que la idea del confinamiento tiene un cierto número de presuposiciones y no corresponde a la realidad. Especialmente, no corresponde a la realidad de la gente en los barrios pobres” (BBC, 12/4). Por lo tanto, “el confinamiento es un concepto burgués”. La propuesta de abolir “un concepto burgués”, que dejaría más expuestos a “los barrios pobres”, queda convertida en revolucionaria. La revolución, sin embargo, no es propiamente un concepto socialista, pues ha habido toda clase de ellas; cobraron fuerza, históricamente, en el ciclo de revoluciones burguesas y nacionales, que va de Holanda a Estados Unidos, desde el siglo XVI al XIX, o sea incluida la guerra civil norteamericana, y las rebeliones cubanas contra España.
Para Marx mismo es el choque entre las fuerzas productivas, de un lado, y las relaciones de producción, del otro – una generalización que abarca diferentes períodos históricos. También se aplica a la “revolución industrial”, y no estaría mal imputarla a los anticonceptivos, que golpearon el lastre del embarazo en la sexualidad femenina. Lo ‘burgués’, en la cuarentena, es la miseria social, no los planteos médicos para combatir el Covid-19. Quienes no están de acuerdo con esto son Trump y Bolsonaro, entre otros, y la UIA y la burocracia, al oeste del Río de la Plata.
El más común de los sentidos
Esmili comenta que “Las enfermeras de los hospitales, por ejemplo, a menudo viven en barrios como Saint Denis (banlieue). Ellas son puestas en peligro para curar a la población, lo mismo pasa con las cajeras y con los repartidores de Amazon o la gente que trabaja transportando productos”. Si Esmili quiere probar que los explotados siempre cargan con los costos descomunales de una catástrofe, tiene razón. No se ve, sin embargo, como los atenuaría la derogación de la cuarentena, incluso a sabiendas de que las patronales seguirán manejando sus empresas por vía digital. La “discriminación clasista” a la cual alude, está inscripta en la sociedad, no deriva del ‘distanciamiento social’ que aconsejan los epidemiólogos.
La idea que el aislamiento compulsivo es reaccionario (violencia estatal) es completamente correcta si se la postula en términos absolutos, o sea en forma metafísica. Las acciones del estado van dirigidas, en principio, a reproducir las condiciones sociales vigentes, que en este caso son de explotación. Pero es falsa si se la toma en forma concreta, es decir en relación con otros factores de una situación dada. El aislamiento de los Fernández no es reaccionario si se lo toma con relación a Trump o Bolsonaro, o cuando rechaza implementarlo bajo un estado de sitio, como reclamaron ministros del gabinete y numerosos gobernadores. O si obedece a una emergencia de salud, o a la necesidad política de aplastar a los trabajadores. La democracia y el fascismo son dos formas de dominación capitalista, pero la segunda es relativamente muchísimo más reaccionaria que la primera. Finalmente, tampoco el estado se comporta del mismo modo cuando se trata de defender la dominación del capital: en situaciones especiales o extremas, tiene que chocar con los capitalistas individuales para defender al capital en su conjunto. De ahí, nacen las diferencias entre un Perón y un Aramburu, y entre un Videla y un Alfonsín o un Hipólito Solari Irigoyen o Alfredo Bravo.
Esmil agrega: “¿Qué puedes hacer cuando trabajas en un hospital o cuando te encuentras en una situación en la que tienes que alimentar a tu familia?”. Lo mismo de siempre, respondemos, organizarse y luchar. Se puede reclamar un protocolo surgido de las asambleas de trabajadores y organizarse para garantizar el alimento y los ingresos salariales para todos. Comparar el trabajo que preserva la vida en un hospital con la mera coerción capitalista ignora que las corporaciones de salud privada no son sometidas al mismo rigor estatal, de donde se desprende que el capital no prefiere, si se puede decir de este modo, la coacción a la libertad.
La clase obrera todos los días de su vida se ve coaccionada, porque no tiene otro recurso que su fuerza de trabajo; esta es la gran coacción capitalista, el resto es la superestructura que la complementa, en especial contra la rebelión de los trabajadores contra este sistema social. En una nota al NYT, Esmil dice: “el estado ignora por completo cómo vive la gente en estos vecindarios. Su única respuesta a ellos es un exceso (sic) de autoritarismo. Y la gente está empezando a entender, la única respuesta es la fuerza policial” (10/4). Como se ve, el signo igual entre cuarentena y estado policial es una caracterización que el infantilismo local lo toma de los ‘filósofos’ que se limitan a “interpretar el mundo”, o sea a comentarlo. La cuarentena es un acto de coerción estatal, por cierto, pero para relevar a la clase capitalista de pagar la crisis. La cuarentena obliga al Estado a asumir la responsabilidad por los contratos privados que quedan suspendidos o sin efecto por obra de la cuarentena. La cuarentena es un subsidio estatal a la clase capitalista, por ejemplo, en los pagos de salarios, que quedan a cargo del fisco, en forma directa, o de los bancos, en forma subsidiaria. Lo que convierte al ‘distanciamiento’ en explosivo, para el capital, no es la cuarentena como tal, sino el escenario de derrumbe financiero y económico internacional, y el agravamiento sin precedentes de los choques entre estados capitalistas. Las modalidades diferentes adoptadas por los gobiernos ante la pandemia tienen que ver cuáles son las mejores para defender a su capital en la crisis mundial. El gran capital financiero norteamericano, por ejemplo, no comparte el planteo de Trump de repatriar los capitales invertidos en China a Estados Unidos.
Vida de la clase obrera
Para Esmili el confinamiento es un “lujo”, porque el 17% de los parisinos se han ido a sus residencias de campo. Algo similar ocurrió durante la guerra franco-prusiana y la Comuna de París. El éxodo significa que hay un 17% de ocupación menos en la ciudad para resolver el hacinamiento. “Entre estos se encuentran quienes deben continuar trabajando, o los que no se confinan o no pueden confinarse porque su hábitat no corresponde a las normas que el confinamiento exige”, indica. Este es un buen aporte de Esmil: expropiar el espacio locativo del ese 17 por ciento.
Cuando se le pregunta qué significa el aislamiento para los trabajadores más pobres, responde: “Eso no significa nada para ellos. Es como si hablaras en una lengua que nadie comprende”. Los trabajadores de muchos lugares del mundo reclaman al Estado medios y recursos sanitarios -y habitacionales- para enfrentar la cuarentena. Así se organizan los vecinos de los barrios pobres de Quito, Bogotá, Medellín y Buenos Aires, y es lo que reclaman trabajadores de Madrid, Nueva York, Londres o Turín. Hace poco se viralizó el video de un italiano que pedía alimentos y recursos para soportar la cuarentena, o los vecinos de los barrios pobres del sur de Bogotá que se manifestaban con tapabocas para reclamar alimentos e insumos para los hospitales, lo que muestra que los trabajadores han comprendido la situación más que los sociólogos, al menos algunos.
“La gente muere porque las circunstancias les obligan a continuar trabajando”, concluye. La gente muere debido a que la reacción política internacional se opone a financiar los confinamientos. Es necesario un programa transicional, adaptado a estas condiciones: el funcionamiento de la producción esencial de acuerdo a protocolos de las comisiones internas y delegados, la unificación de todo el sistema de salud bajo control obrero, la nacionalización sin pago de la bancos, la organización de los barrios bajo la dirección de comités de vecinos.
Emiliano Monge
21/04/2020
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