Primero se consumó el ajuste sobre los jubilados. Luego, diputados y senadores votaron sin fisuras una ley para autorizar la renegociación de la deuda externa. Con esas dos victorias en la maleta, el presidente Alberto Fernández emprendió una sucesión de viajes internacionales.
Recorrer el mundo para pedir ayuda. Pedir ayuda para pagar deudas. Pagar deudas para recuperar la actividad y desarrollar el país. Oprobio e irracionalidad.
Demasiado semejantes, los viajes internacionales con que Alberto Fernández inauguró su gobierno son muy diferentes de los realizados por Mauricio Macri al comienzo de su mandato, en 2016.
Entonces había un frente amplio burgués (Fab) y un plan de saneamiento capitalista. No podía tener éxito. Y no lo tuvo. Aterrorizado por las posibles consecuencias de ese nuevo fracaso, el Fab fugó a tropezones en respaldo de Fernández, como indeseada tabla de salvación. Ni aquél ni éste tienen un plan. No pueden acordar un camino a tomar. Carecen de un programa para salir de la parálisis y la decadencia que despedazan al país. Se limitan a vocear su voluntad de pagar deudas para no quedar fuera del entramado mundial dominante. Recién cuando hayan llegado a ese objetivo dirimirán qué fracción del capital queda en la cúspide y qué retazos del botín se entrega a aliados de otro origen. Ésa es la situación actual del Fab, que incluye además a prácticamente la totalidad de las cúpulas sindicales, a sectores antes considerados de izquierda y, notoriamente, a la cúpula eclesiástica.
Fracasarán en el alegado propósito de pagar deuda para estabilizar la economía e iniciar un ciclo de crecimiento. Algunos, pocos, se preguntan qué sobrevendrá cuando este intento desesperado llegue a su fin.
Con tarifas y precios congelados la inflación de enero superó el 3%. Sin reacción ante los estímulos para la reactivación económica, la recesión continuó. Febrero y marzo no serán mejores. En tanto, el gobierno nacional tomó nueva deuda por 12 mil millones de dólares. (Sí, 12 mil millones más de endeudamiento en el primer mes de gobierno; volveremos sobre este punto).
Con ese trasfondo, Fernández se lanzó a una carrera de apretones de manos, sonrisas y regalos, fotos con presidentes, primeros ministros y hasta el Papa. Sobre todo muchas sonrisas. Mandatarios con gestos exultantes que apuntan el dedo índice hacia algún lugar. No sabemos cuál es. Ellos tampoco. Pero queda bien para la foto. Como telón de fondo, el sonsonete de Fernández: Argentina está “en terapia intensiva”.
Preguntado en una exposición pública en París, Fernández explicó: “No es verdad que no tenemos plan. Es verdad que no lo contamos. Y no lo contamos porque estamos en plena negociación. Sería descubrir las cartas. Estamos jugando al póker y no con chicos”. Justificó así el silencio respecto del plan de la coalición panperonista que preside.
Ocultar a el plan para salir del marasmo en el que agoniza el orden político argentino y jugar al póker al lado del moribundo. Nadie escribe una oración completa sin denunciarse, decía Thomas Mann.
Tenaza sionista-católica
Hubo también definiciones más explícitas. Como cuando en Israel, tras fraternal almuerzo y declaración de prensa conjunta con el primer ministro Benjamin Netanyahu, Fernández explicó a sus seguidores en las redes digitales cuánto valora el papel de Tel Aviv en la región.
Dos coincidencias hicieron más difícil la participación del novel mandatario argentino en la conmemoración del 75 aniversario de la liberación del campo de concentración en Auschwitz. Donald Trump aprovechó la oportunidad y anunció su “plan de paz” para Medio Oriente (llamado “acuerdo del siglo”, en realidad un intento más para la definitiva anexión de Palestina). Simultáneamente el fiscal general Avichai Mandelblit, presentó una petición de procesamiento por corrupción contra Benjamín Netanyahu. Fernández no comentó estos hechos. Tiene entrenamiento para lidiar con problemas de este género.
No pocos defensores de la causa palestina se comprometieron con el llamado a votar por Fernández. Ahora expresan en privado su desazón. Demasiado tarde.
El sionismo y la Casa Blanca utilizaron con descarada vileza una fecha cara para todo ser humano consciente, con el objetivo de apuntalar a Netanyahu y avanzar en la estrategia imperial en Medio Oriente. Aunque no todos ocultaron la afrenta con loas y sonrisas, Fernández no fue el único mandatario entrampado. Sufrió, en cambio, un desaire inesperado: Vladimir Putin, el presidente ruso, al final del homenaje anunció a la delegación argentina que no podría reunirse con Fernández, tal como estaba previsto. Había decidido viajar a Belén para encontrarse con el titular de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. “Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé”, escribió César Vallejo décadas antes, sin imaginar las vicisitudes de un vicario peronista. (En tiempos de mafias y narcotraficantes conviene aclarar que está escrito vicario, no sicario).
Tanto sacrificio tuvo premio: tras designar a Jorge Argüello como embajador argentino en Washington, Trump le dio como primera tarea enviar un mensaje público al gobierno: “Dígale a Fernández que puede contar con este presidente”. Un respaldo tan enfático como el que ofreció horas antes al títere reconocido como “presidente encargado” de Venezuela. Los mensajes secretos de Trump a su par argentino están también asociados con la coyuntura de Venezuela. La Casa Blanca intenta utilizarla como herramienta electoral para las presidenciales del 3 de noviembre próximo.
Como sea, el periplo por Israel, Vaticano, Italia, Alemania, España y Francia, rindió su fruto. A través de Kristalina Georgieva, ultracatólica titular del FMI, quedó acordada en Roma la postergación de tres a cuatro años para la devolución del capital adeudado al Fondo, el no pago de intereses durante al menos dos años y la quita de un 30% para la deuda con privados.
Francisco fue la bisagra para este acuerdo. Tras los muros del Vaticano, reunido con Georgieva y el ministro de economía Matías Guzmán, el Papa bendijo la demanda del gobierno argentino. El acuerdo fue luego discutido en detalle en un restaurante. Tres horas duró la cena asimétrica entre el ministro y la representante del Fondo. Tiempo al parecer requerido para establecer la contrapartida correspondiente a la generosidad del FMI. ¿Diplomacia no tradicional o desesperación que obliga a transgredir normas?
Romper reglas para obtener el objetivo no es ajeno a la doctrina jesuítica. Aunque también aquí hay vericuetos: pese a que Jorge Bergoglio pertenece a las huestes de Ignacio de Loyola, como jefe de Estado vaticano adoptó el nombre del fundador de una “orden mendicante”, según la denominación canónica. Parece haber descubierto que a las falacias con las que Fernández ganó votos de jubilados y trabajadores, prometiendo aumentos durante la campaña electoral, debía sumar la condición de gobierno mendicante para mantener la estabilidad capitalista en su país de nacimiento.
No es sólo para Argentina. El Papa tiene mirada global, insisten sus acólitos. De hecho, Bergoglio utiliza la inconsistencia de la coalición gobernante en Argentina para encaminar al país según las necesidades de los representantes políticos del gran capital financiero internacional y, muy particularmente, a sostener la estrategia contrarrevolucionaria del Vaticano en América Latina, a medias fracasada durante los primeros siete años de su papado (ver Vaticano, revolución y contrarrevolución, marzo de 2013).
Significado geopolítico de la gira
Fernández visitó a tres integrantes del G-7 y se prepara para viajar a Washington a reunirse con el cuarto. Cada uno de ellos afronta en su país los graves sacudones de la crisis estructural del capitalismo desarrollado. Y entre ellos sólo tienen acuerdo para expoliar más a las economías subordinadas. La supuesta ayuda a Argentina consiste en buscar el camino más propicio para que desde nuestro país continúe fluyendo la riqueza hacia fuera.
Todos los jefes de Estado o de gobierno visitados reconocen en Venezuela a un fantochesco “presidente encargado”. La excepción es el Papa, que al mejor estilo jesuítico dice querer la negociación con Nicolás Maduro y lanza al episcopado venezolano a demandar públicamente la intervención militar estadounidense para acabar con la Revolución Bolivariana. Si esto último finalmente ocurriera (ver Washington amenaza y vacila frente a Venezuela), el Papa peronista podría asumir el papel de gran pacificador y plantarse finalmente como líder político latinoamericano. Georgieva contribuye diligente a ese plan, que en última instancia tiene a Washington (con o sin Trump) como verdadero arquitecto. No hay nada nuevo aquí, excepto que ahora el Papa es latinoamericano y, para mayor detalle, de la misma nacionalidad y filiación política de Fernández, con matices ideológicos fácilmente salvables.
En suma: el gobierno surgido de las últimas elecciones en Argentina se ha alineado ya con el gran capital financiero internacional en cuestiones claves: el plan imperialista en Medio Oriente, el pago de la deuda y la línea de acción apuntada a ahogar y derrocar al gobierno de Venezuela.
Más allá de palabras y personajes, se trata de una continuidad de la política del gobierno anterior: Argentina a remolque de la ofensiva mundial del imperialismo; encolumnada con Washington y haciendo malabares para sostener el frente interno y las relaciones económicamente insustituibles con China, Rusia e Irán.
Qué es la deuda externa
Fernández visitó a los acreedores para mendigar tiempo y dar la posibilidad al país de producir riquezas. De otro modo, explica en su lógica, “¿cómo podríamos pagar?”. Macri lo había hecho para implorar inversiones. La diferencia entre uno y otro indica el curso del país. También muestra la mudanza de expectativas de las clases dominantes.
Es revelador el cambio en la composición del frente patronal. De Macri a Fernández hubo una suerte de desmoralización en sus componentes, completada con la reticencia de un sector clave del gran capital. Hubo otro cambio además: franjas de una izquierda descompuesta se sumaron al frente patronal e incluso votaron la ley que protegió a Fernández y sus ministros para encarar la renegociación de la deuda. Junto a peronistas, radicales y macristas, sindicalistas y reciénllegados de diferente pelaje, respaldaron el viaje mendicante de Fernández. Sólo dos diputados del Frente de todos se abstuvieron (¡votar en contra hubiera sido excesivo!). Es uno de los actos más vergonzosos de la historia parlamentaria argentina, al que el voto negativo de dos diputados de izquierda sólo cubre con un barniz de supuesta democracia y pluralidad.
Habrá que repetir, una vez más, la cuenta fatídica de la deuda eterna: cuando el calamitoso gobierno de Isabel Perón y las 3A fue derrocado por el golpe militar de 1976, Argentina debía 5 mil millones. Militares y civiles secuestradores dejaron al país endeudado en 43 mil millones. Siempre en dólares y en cifras redondas, Raúl Alfonsín hizo todos los esfuerzos por pagar lo mínimo, y tras desembolsar más de 10 mil millones, dejó una deuda de algo menos de 60 mil millones. Carlos Menem vendió todo para pagar; en una década derivó más de 100 millones a las fauces de los acreedores, mientras la deuda crecía en otro tanto y rondaba los 150 mil millones al fin de su capitanía. Fernando de la Rúa pagó casi 50 mil millones y huyó con el monto adeudado acrecido hasta 180 mil millones. Eduardo Duhalde pago poco: apenas algo menos de 20 mil millones (o sea cuatro veces lo que el país debía en 1976). Pero, para compensar, entregó el poder con casi 220 mil millones de deuda. Supuestamente antimperialistas y defensores de la soberanía nacional, los cónyuges Kirchner pagaron más de 200 mil millones y tras 12 años de falso relato dejaron una Argentina endeudada en mucho más de 220 mil millones. Llegó entonces lucifer y en sus 4 años pagó más de 100 mil millones y dejó la deuda acrecida en otro tanto: 310 mil millones.
Pero si Macri fue el demonio que entregó al país ¿qué fueron sus predecesores? Argentina pasó de una deuda de 5 mil millones en 1976 a una de 323.177 millones a comienzos de 2020, tras haber pagado en ese período casi 600 mil millones. Y ¿por qué Fernández sumó en apenas un mes 12 mil millones a esa escalada fatídica?
Cualquiera que tenga un poco más de 40 años puede, sin estudiar ni leer nada, comparar el país al momento del retorno de la constitucionalidad con el actual. Los más jóvenes, tendrán que leer, estudiar, constatar en registros oficiales la veracidad o falsedad de las cifras resumidas más arriba. O seguirán pagando, mientras la deuda eterna aumenta cada día a mayor velocidad. Nadie podría defender a ninguno de los presidentes mencionados, pero está claro que esa progresión asesina no resulta de la voluntad de cualquiera de ellos por esquilmar y degradar de esta manera al país, sino de un sistema que impone su propia lógica. Quienes dijeron ser la alternativa, por ignorancia o cinismo son cómplices de la hecatombe nacional. Lo mismo vale para el actual Gobierno y quienes lo apoyan.
A fines de los 1980 publicamos un tabloid mensual titulado Deuda Eterna, en cuyo logotipo una X se superponía a la t, para dar desde el inicio una idea del significado del endeudamiento. Varios sindicalistas contribuyeron para alcanzar una difusión masiva de este periódico, en el que por supuesto ninguno de los colaboradores cobraba por su trabajo. Uno de los sindicalistas comprometidos en aquella empresa fue Julio Guillán, secretario general de Telefónicos, quien a poco andar cambió de opinión y se sumó al robo descomunal de Entel, articulado por Menem y Alvaro Alsogaray, a través de la hija del prócer liberal, Julia, todos acompañados por el bravo dirigente sindical comprado por las transnacionales.
Pero otros sindicalistas persistieron. Por ejemplo Omar Gorini, de Judiciales, entre los muchos que persistieron en denunciar las calamitosas consecuencias de pagar una deuda injustificable e impagable. El periódico contó con el apoyo del por entonces todavía existente Partido Comunista y agrupamientos marxistas con escaso desarrollo organizativo. Tres décadas después, todas las siglas resultantes de la imparable cariocinesis pseudocomunista –incluidas las de grupos juveniles camuflados hasta el momento crucial- llamaron a votar a Fernández y el 29 de enero ordenaron a quienes ubicaron como diputados en el Frente de todos, que se inmolaran ante la historia y apoyaran la Ley de sostenibilidad de la deuda externa.
Como para sumar burla a la afrenta, algunos de ellos convocan ahora a cortes de calles céntricas para recibir a una delegación del Fondo, que viene a sancionar lo que Guzmán aceptó en la afrentosa cena con Georgieva.
La deuda externa es entonces más que la succión interminable y creciente de la riqueza nacional. Es también la corrosión de la moral y la conducta de organizaciones e individuos dispuestos a negar una historia de lucha contra el saqueo, dispuestos a negar el sacrificio de decenas de miles de militantes que trataron de impedir la sumisión, la degradación, la corrupción, que han llevado al país a la situación actual.
De hecho, la conducta de sucesivos gobiernos frente a la deuda, la complicidad sindical, la incapacidad de la militancia revolucionaria para torcer ese rumbo fatal, son factores esenciales en la desmoralización de la clase obrera, el desvío de las juventudes, el generalizado “sálvese quien pueda”.
Cambiar las relaciones de fuerza
Si bien el frente amplio burgués ha reducido sus expectativas y no logra restablecerse con coherencia, tiene todavía la fuerza que le otorga la situación de confusión y parálisis de las víctimas del sistema, ausentes por completo del escenario político. El Gobierno de Fernández es resultado de ese extravío. Pero es también la causa: quienes con el argumento del mal menor hicieron campaña para la fórmula peronista, son responsables directos de que el actual Ejecutivo pueda llevar al país en la dirección indicada por el periplo de Fernández. Para revertir ese rumbo es preciso encarar el conjunto de tareas que conduzcan a un cambio en las relaciones de fuerza entre las clases, hoy volcadas exclusivamente a favor de la burguesía.
Parece una tarea titánica. Y lo es. Más aún cuando América Latina está en una situación de balance entre reacción y revolución y la teoría científica de la lucha social no acaba de recomponerse y avanzar. Sin embargo esto ocurre en un contexto de crisis capitalista mundial, un Gobierno sin la más mínima cohesión interna, sin verdaderas raíces en ningún sector de la sociedad y enfrentado por un bloque conservador-tradicional dispuesto a hacerse del poder.
Pero hay también grandes sectores de la sociedad asqueados de la corrupción del sistema y acosados más y más por la inhabilidad del mecanismo capitalista para responder a sus necesidades. La aparición de una fuerza antisistema coherente, teóricamente afirmada, integrada por una militancia seria, aguerrida, honesta, conocedora de los grandes hitos de lucha de nuestra historia y aferrada a ellos, puede concitar la confianza y la participación de esas mayorías hoy no representadas por nadie.
Explicar hechos tan incontrastables como el papel de la deuda externa puede ser una palanca poderosísima para iniciar el camino de recomposición y dar un paso que, en un cuadro de grandes conflictos sociales que necesariamente sobrevendrán, detone un cambio fulminante en las relaciones de fuerzas. Claro que eso no se logrará cortando calles, sino golpeando puertas, promoviendo reuniones de discusión en todo lugar posible. Se trata de volver a la práctica histórica de la militancia anticapitalista para explicar incansablemente el funcionamiento del sistema. No hay otro modo de sembrar conciencia social e impedir que la burguesía continúe concitando el apoyo electoral de sus víctimas.
Vienen tiempos de agudización de las penurias para las mayorías y de divisiones y creciente impotencia para las instituciones del capital. En dos meses, el Gobierno panperonista ha mostrado que lleva al país en el rumbo que marcan Washington y demás potencias menores, a la vez que en lugar de resolver siquiera uno de los gravísimos problemas económicos, los ha agravado a todos. Surgirán voces para sostener que es la traición de Fernández. La verdad es que todos se aunaron para hacerse del poder, a cualquier costo, sin reparar en que ahora están obligados a gobernar sin recursos. Eso augura divisiones, inestabilidad y crisis política. En medio de esa tormenta habrá que luchar por alcanzar la unidad social y política de las masas, tras un programa para la transición al socialismo.
Luis Bilbao
@BilbaoL
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