lunes, 17 de febrero de 2020
Satélites: la agresión desde el espacio
La guerra comercial y los choques entre potencias en la estratósfera
El 31 de enero se avistó un extraño fenómeno en el cielo, muy visible sobre todo en el norte argentino: sesenta luces se desplazaban en perfecta alineación. Las redes sociales fantasearon con una invasión extraterrestre, pero se trataba de algo menos fabuloso. Al día siguiente, los medios aclararon que era una constelación de Starlink, los satélites que habían sido lanzados desde Florida, por SpaceX. La compañía, cuyo dueño es el multimillonario Elon Musk, proyecta “crear una red global de internet de banda ancha y alta velocidad a los lugares donde el acceso ha sido difícil, caro o ha estado totalmente ausente” (Perfil, 01/02). SpaceX ya cuenta con autorización del gobierno de los Estados Unidos para lanzar 12.000 satélites en varias órbitas diferentes y ha solicitado el lanzamiento de hasta 30.000 mil.
Pero este magnate no está solo en este mercado espacial. Otro multimillonario promete inundarnos de satélites: Jeff Bezos, el dueño de Amazon. El año pasado dejó filtrar a la prensa mundial algunos datos sobre el proyecto Kuiper: el lanzamiento de una red de 3236 satélites, seiscientos de los cuales se calcula que estarán operativos en 2021. OneWeb es el otro gran competidor. Esta multinacional -con sede en Londres, Florida, Virginia, Dubai y Singapur- lanzó, en la primera semana de febrero, 34 satélites sobre un total proyectado de 648. A diferencia de los anteriores, pretende colocar sus redes satelitales al doble de distancia por lo cual necesita una cantidad menor para ampliar su cobertura.
Tamaño despliegue y con tales jugadores deja claro que asistimos a una carrera comercial en el espacio disparada, sobre todo, por la demanda del negocio de las telecomunicaciones y el papel clave que podrían jugar los satélites en la industria del 5G. Las ventajas parecen evidentes: internet llegará a todos los rincones del planeta, con una mayor velocidad y baja latencia (tiempo de respuesta). Con todo, el modelo de negocios –o mejor, la rentabilidad esperada- todavía es una incógnita. El propósito civilizatorio de garantizar el acceso a internet a la población mundial es incompatible con el capitalismo: quienes hoy no acceden a la red no son clientes rentables. Los especialistas indican que el mayor negocio se concentrará en el tráfico de los juegos de video y el streaming, particularmente a partir de la demanda de los vuelos transatlánticos y en barco. Coinciden también en señalar que no habrá lugar para muchos competidores. En ese sentido, Bezos, un especialista en liquidar a su competencia, corre con ventaja.
Otras corporaciones despegan más lento. Facebook presentó a fin del año pasado ante la Comisión Federal de Comunicaciones un plan para lanzar su primer satélite Athena. Google ensaya con otros dispositivos: los globos Loon, una red que busca expandir y complementar las existentes. Y Apple, si bien tiene un equipo que trabaja en tecnología digital y su Ceo, Tim Cook, indicó que este proyecto es “una prioridad de la compañía”; todavía no definió si “tiene la intención de buscar el costoso desarrollo de una constelación de satélites o simplemente utilizar datos de satélites existentes para enviarlos a sus dispositivos móviles” (Bloomberg, 21/12/2019).
Entretanto, y para pesar no solo de los astrónomos que protestaron porque el brillo de los satélites interfieren sus observaciones, el espacio se seguirá saturando de artefactos. Para que se advierta la magnitud de los planes previstos, en la actualidad existen aproximadamente 5000 satélites orbitando pero apenas 800 están activos como máquinas vigías que pasan volando el mundo. La basura espacial, por su parte, se calcula en alrededor de 14 mil piezas de satélites y pedazos de cohetes.
La militarización del espacio
A toda colonización económica, incluso en el espacio, le corresponde un poder militar. En estos días, Estados Unidos denunció que un par de satélites rusos estaba persiguiendo al USA 224. Este satélite espía “es operado por la Oficina Nacional de Reconocimiento, una agencia de inteligencia con sede en Virginia”. Los expertos comparan sus capacidades “con el telescopio espacial Hubble”, pero “en lugar de apuntar a la vasta extensión del espacio, los sensores y cámaras de los satélites se centran en el corazón de las instalaciones militares secretas de los adversarios extranjeros” (Time, 10/02).
Los Cosmos 2542 y 2543, según la denuncia estadounidense, podrían ser capaces de capturar imágenes del satélite para examinarlo en detalle, identificar los objetivos terrestres a los que apunta y hasta detectar las señales e interferir en sus comunicaciones. Es decir, que un espía denuncia a otro. Rusia, desde ya, desmiente la especie y declara que los satélites forman parte de un experimento científico.
Como sea, la Casa Blanca y el Pentágono encuentran en este incidente el mejor argumento para justificar la flamante US Space Force, la quinta rama de las fuerzas armadas estadounidenses, cuya creación fue aprobada por unanimidad en el Congreso y está activa desde el 20 de diciembre del año pasado. Al momento de estampar su firma en la Ley de Autorización de Defensa Nacional, Trump exclamó: “Space… going to be a lot of things happening in space”(Espacio… van a estar pasando muchas cosas en el espacio) (Space.Com, 21/12/2019). Efectivamente, ocurren un montón de cosas: desde la guerra fría, cuando se inauguró la “carrera espacial”, pasando por el programa Star Wars fabulado por Ronald Reagan o la tecnología satelital utilizada por George Bush en la guerra del Golfo Pérsico, hasta la actualidad, asistimos a una creciente militarización del espacio.
“La militarización espacial actual gira en torno a tres áreas: el desarrollo continuo de satélites de reconocimiento o espías, el Sistema de Posicionamiento Global (GPS) diseñado y controlado por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la guerra centrada en la red” (The Market Oracle, 14/02). En otras palabras, las fuerzas armadas de los Estados Unidos dependen de los satélites espaciales para casi todas sus operaciones militares: mapear el territorio enemigo, monitorear el movimiento de tropas, contar con datos meteorológicos para prever una invasión, dirigir misiles y drones, responder a los ataques, y un largo etcétera, todo procesado por diferentes redes satelitales. La contracara de esta dependencia es que también son más vulnerables. Si bien hasta la fecha ningún país ha utilizado su tecnología para derribar satélites de otro, lo cierto es que Estados Unidos no tiene el monopolio militar en el espacio.
En diciembre pasado, China creó la Alianza Espacial Comercial, una fusión de organismos estatales y contratistas aeroespaciales, que desarrolla vehículos de lanzamiento de cohetes y fabrica satélites (SpaceNews, 20/12). En los dos últimos años, lideró la lista de lanzamientos de cohetes en el mundo y tiene previsto más de treinta para este año. Su objetivo es completar el sistema de navegación por satélite BeiDou (el equivalente del GPS), la instalación de una estación espacial para 2025 y de una estación de investigación lunar para 2035 (Financial Times, 13/11/2019).
Antes que las supuestas amenazas chinas o rusas –con sus sistemas de láser para inutilizar satélites espías o brazos grúa para removerlos como chatarra-, es esta carrera por el dominio militar una de las razones que impulsa la política de Trump y la creación de una fuerza espacial que lleva como escudo una réplica del logo de Star Trek.
Así parece echarse por tierra el Tratado del Espacio Exterior, consagrado por las Naciones Unidas en 1967, y cuyo artículo primero rezaba: “La exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, deberán hacerse en provecho y en interés de todos los países, sea cual fuere su grado de desarrollo económico y científico, e incumben a toda la humanidad.”
De cualquier modo, siempre estuvo claro que la humanidad del Tratado es la de unas pocas corporaciones, no la que malvive en el planeta con urgencias demasiado básicas. Ya en 1972, en Agresión desde el espacio (Cultura y Napalm en la era de los satélites), Armand Mattelart denunciaba “este gigantesco emparedado imperialista que nos encarcela entre cielo y tierra”. La militarización espacial tiene por objetivo el refuerzo militar de las fuerzas armadas que se disputan la dominación colonial del mundo. Son nuevas armas en manos de los enemigos de los pueblos oprimidos del mundo.
Santiago Gándara
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