viernes, 28 de febrero de 2020
A 200 años de la primera Batalla de Cepeda
El 1° de febrero se cumplieron 200 años de la batalla que terminó con el régimen del Directorio, el que había dado lugar a la Declaración de Independencia –Congreso de Tucumán (1816)– y a la primera constitución nacional, que duró apenas un año. Con esta batalla nacen las visiones “unitaria” y “federal” que sirvieron de parteaguas de la historiografía (burguesa) argentina.
Bajo esa denominación se enfrentaron en un arroyo que lleva ese nombre y divide a Buenos Aires de Santa Fe, los caudillos de esas dos provincias denominados “federales” contra las fuerzas porteñas o bonaerenses, identificadas como “unitarios”. Si bien esta batalla no las inaugura, inicia si el mayor ciclo de guerras civiles y desunión nacional, que dura casi 50 años.
La denominación de esos campos ha sido siempre muy controvertida. Los “unitarios”, se distinguieron por promover un régimen centralista con epicentro en la ciudad puerto a beneficio de las casas comerciales porteñas asociadas a Inglaterra. De este modo querían estrangular económicamente al interior; como antes permitieron (y virtualmente promovieron) que medio ex Virreinato del Río de la Plata se desmembrara (Paraguay y todo el Alto Perú) y, lo más grave, prefirieron entregar la Banda Oriental (hoy Uruguay) a Portugal –poder colonial sobre el Brasil– antes que dar satisfacción al proyecto plebeyo-republicano de Artigas; al contrario, buscaron aplastarlo por todos los medios. Artigas junto a Mariano Moreno y Castelli fueron las expresiones más avanzadas de un intento de emancipación nacional revolucionario para la época en todo el ex Virreinato.
Rivadavia, prototipo de los ´unitarios´
La figura más destacada de los “unitarios” (que Mitre y Sarmiento luego enaltecerán tras su muerte, en 1845) fue Bernardino Rivadavia: secretario del Primer Triunvirato (1811/2), luego gobernador de la provincia de Buenos Aires a inicios de los años 20 y finalmente cabeza (1826/7) del primer gobierno ´patrio´ (de allí lo del “sillón de Rivadavia”). El que lleva al país al primer default de nuestra historia, con la banca inglesa (Baring Brothers). Sería necio negar que este sector tuvo, al mismo tiempo, rasgos enormemente progresivos para la época: Rivadavia se enfrentó con el Vaticano y la iglesia como no lo hizo nadie en Argentina después en casi 200 años (en el subcontinente, sólo México conoció un gobierno que fue más allá, el de Benito Juarez, a mediados del siglo XIX: Benito Juárez expropió todas las propiedades de la iglesia). B.Juárez, a diferencia de Rivadavia, encabezó la resistencia nacional contra la invasión francesa de México (el Vaticano bendijo a la emperatriz Carlota, esposa del emperador Maximiliano I, designado por su hermano el Segundo Napoleón para regir los destinos de México. A la iglesia poco le importó que el sobrino de Napoleón el ´grande´ (tío del otro) hubiese roto relaciones con el Vaticano: en América Latina éste operó siempre a favor de las fuerzas más oscuras de la reacción: antes, primero bajo la colonia; luego (y en forma descarada) en la era de la independencia y más tarde y hasta el presente, salvo muy escasas excepciones, siempre estuvo a la ´vanguardia´ de los intereses más nefastos.
El enfrentamiento de Rivadavia con la iglesia, a escala de Argentina, tuvo un correlato bajo otro gobierno oligárquico: con el del general Roca en sus dos presidencias. Curiosamente el “unitario” Rivadavia; y Roca, ´prócer´ compartido por igual por historiadores de uno y otro bando de la historiografía (igual que San Martín y Belgrano –los tres únicos) estuvieron en las antípodas de lo que ocurrirá bajo los gobiernos de los dos más grandes ´próceres´ del nacionalismo burgués del siglo XX: Hipólito Yrigoyen (en ambas presidencias) y Perón, bajo sus 10 años de gobierno, se apoyaron y postraron ambos ante la iglesia –otra historia es el enfrentamiento de Perón (1954/5) con la iglesia; que ´compensa´ con creces en su último gobierno (1973/5) entregando la educación a la ´misión Ivanisevich´.
Los ´federales´ a lo Ramirez-López-Rosas, los ´nac&pop´ del siglo XIX
Los “federales” por lo ya dicho sobre Artigas, se dividen claramente en dos sectores: el minoritario que encabeza Artigas con la Liga Federal y que todos los gobiernos desde 1813, incluida la famosa Asamblea Constituyente de ese año, el Congreso de Tucumán y todos los Directores Supremos, especialmente Juan Martín de Pueyrredón, buscaron y finalmente lograron derrotar. Todos ellos superpusieron (o bien dicho colocaron en primer plano) este objetivo reaccionario y antinacional antes que apuntalar, primero las expediciones al Alto Perú y luego al Ejército de los Andes, encabezado por San Martín (sobre esto hay consenso unánime entre todos los historiadores).
La derrota de Artigas hubiese sido imposible sin afectar la causa de la independencia; pero más importante aún, hubiese sido más imposible aún sin la colaboración de los otros caudillos “federales”, especialmente los de Entre Ríos y Santa Fe, que en principio integraron la Liga Federal y luego traicionaron a Artigas. Fueron precisamente esos caudillos, Francisco Ramirez y Estanislao López quienes, batalla de Cepeda mediante, terminaron con el gobierno “unitario” porteño que encabezaba José Rondeau –un general mediocre responsable en buena medida de la derrota de los ejércitos patrios en Sipe Sipe, enviados a defender (¿o a entregar?) el Alto Perú.
La batalla de Cepeda será recordada en la historia por su brevedad como la batalla “de los 10 minutos”. Como resultado los 13 estados miembros de las Provincias Unidas (nunca se reconoció como tal a la Banda Oriental) quedaron desmembrados. Hasta la siguiente batalla de Cepeda, en 1859, cuando Buenos Aires es obligada a reintegrarse al régimen nacional post-rosista, la República Argentina virtualmente no existió. Ambas batallas tienen mucho en común. No sólo su escasa duración o que sus víctimas se contaron por cientos entre masas indígenas y negras conchavadas como carne de cañón de ambos ejércitos. De paso sea dicho: el desprecio a la ´sangre´ gaucha e indígena de Sarmiento y los ´unitarios´ queda casi empalidecida frente al de Rosas y Roca –y ni hablemos de Perón (la última gran matanza de pueblos originarios, la de Pilagá, ocurrió bajo el primer gobierno del ´general´).
Mientras la primera batalla concluye en el Tratado del Pilar que deja la ´unión nacional´ contradictoriamente a merced, una vez más, de los ´derrotados´ porteños –el interior ´federal´ reclama sólo una compensación en armamento–; en la segunda, el ´triunfante´ general Urquiza, el gran estanciero y gobernador entrerriano que lidera ahora al ´federalismo´ capitula olímpica y políticamente frente al mitrismo porteño.
Si hubo un asunto sobre el que jamás hubo ´grieta´ entre federales y unitarios fue en torno al estrangulamiento del Paraguay. La guerra de la ´triple infamia´ de Mitre y Sarmiento y el imperio esclavista del Brasil contra el Paraguay de López Solano fue apoyada, sin fisura alguna, por todas las huestes oligárquicas. Rosas habrá tenido el mérito de enfrentarse –relativamente– a ingleses y franceses frente al bloqueo del Río de la Plata de estos; pero el bloqueo del libre tránsito de los ríos Paraná y Uruguay contra el Paraguay fue impuesto como nadie por Rosas durante más de 20 años.
El prototípico ´federal´: Sarratea
Las fuerzas ´federales´ jamás fueron homogéneas, y mejor aun frecuentemente cambiaron de bando. Entre los integrantes de esta fracción revisten no pocos de los ´próceres´ más entreguistas de nuestra historia: entre los más destacados, Manuel de Sarratea. Embajador de la Primera Junta de gobierno ante Lord Strangford en Río de Janeiro, integra luego también el Primer Triunvirato. Es entonces que firma un tratado con el virrey Francisco Javier de Elío, por el que se le cedía la Banda Oriental a cambio de nada (la capacidad de de Elío de atacar Buenos Aires desde Montevideo eran nulas); cuando en 1812 se rompe ese acuerdo Sarratea encabeza las tropas porteñas cuya principal misión era hacerle frente a Artigas. Lo intenta por las buenas y luego por el soborno; como no tiene éxito, lo declara traidor. En 1814 el director Gervasio Posadas lo envía a Madrid para ofrecer a Fernando VII la sumisión a la corona española bajo una cierta autonomía. Fracasa y viaja a Inglaterra, allí se encuentra con Belgrano y Rivadavia, a quienes convence de coronar como rey del Río de la Plata a un hermano de Fernando, Francisco de Paula de Borbón, con el aval de su padre, Carlos IV. Las negociaciones fracasan, pero llegaron bastante lejos (se redactó incluso un proyecto de constitución monárquica). En 1816 Sarratea fue ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Juan Martín de Pueyrredón. Caído éste cambia de ´camiseta´. Tras la batalla de Cepeda se une al ejército federal de Ramírez y López, quienes lo designan gobernador porteño. En condición de tal firma el Tratado del Pilar que cierra el conflicto. Junto a Ramírez da la batalla final contra Artigas (1920). Según los historiadores fue su mayor éxito personal. En 1825, Juan Gregorio de Las Heras lo nombra Encargado de Negocios de las Provincias Unidas del Río de la Plata cerca de S. M. B. En 1826, nuevo giro al campo ´unitario´, el presidente Rivadavia lo envía a desempeñar distintas misiones diplomáticas a Inglaterra. En Londres apoya la política inglesa de separar la Banda Oriental de las demás provincias argentinas. En 1928 el gobernador ´federal´ Manuel Dorrego lo mantuvo en su puesto, y más tarde Juan Manuel de Rosas lo nombra su embajador en Río de Janeiro y Francia.
Una clase dirigente endeble y de escasos principios
Las fronteras entre ´unitarios´ y ´federales´, igual que antes y después con la mayoría de los ´prohombres´ de nuestras clases dominantes fueron siempre difusas. La burguesía argentina, salida de las entrañas de una clase oligárquica contraria a un desarrollo agrario y nacional fecundo –tipo farmer, como en los Estados Unidos– se caracterizó por mamar de la renta agraria, impedir el desarrollo del mercado interno y la industrialización nacional. Con muy escasas excepciones que este texto no puede abordar, desde el altoperuano-argentino Bernardo de Monteagudo al chileno José Miguel Carrera (combatió en la primera batalla de Cepeda junto a los ´federales´), destacamos a estos dos por sus conductas inicialmente radicales, los próceres de nuestra independencia se caracterizan mayoritariamente por sus conductas contradictorias –pasaron en breve tiempo de revestir posiciones revolucionarias a conservadoras. Vale no sólo para los señalados: Manuel Dorrego, hermano de Mariano y miembro del ala ´moreno-castellista´ de Mayo se transforma años después en un político conservador rosista; Bernardo de Monteagudo –también miembro de ese ´club´, en Perú primero como lugarteniente de San Martín y luego con Bolivar, adopta posturas igualmente conservadoras. Ni hablar del creador de la bandera de quien se cumplen este año también 200 años de su muerte.
Toda la historia de América Latina es la de sus ´prohombres´ con enormes limitaciones. José Martí, el gran prócer o ´apóstol´ como lo denominaron siempre los cubanos, pagó tributo a Bartolomé Mitre, para quien no sólo trabajó como columnista de La Nación, sino que suscribió a pie juntillas su historiografía liberal, especialmente su odio visceral a la experiencia nacionalista del ´dictador´ Solano López.
Curiosamente muchos de los que surcaron las primeras etapas de la vida ´independiente´ nacional, como ocurrió con Monteagudo entre los primeros patriotas; Rivadavia o Sarmiento, entre los unitarios; o Rosas y muchos otros federales, terminaran sus vidas en el exilio o bajo la bayoneta de sus enemigos (Monteagudo es asesinado en Lima; Facundo Quiroga, el ´Chacho´ Peñaloza, Urquiza y otros federales fueron asesinados dentro del país).
La izquierda y su historiografía
La endeblez de las delimitaciones en el campo de la burguesía entre unitarios y federales, se reprodujo de alguna manera en el campo de la izquierda. A pesar del auspicioso inicio del Partido Socialista (PS) en la última década del siglo XIX con un famoso manifiesto en que parecía afirmarse una postura de independencia de clase la izquierda tradicional de nuestro país fue mayoritariamente tributaria del campo liberal-burgués, o sea se valió del discurso Levene-mitrista. Esto fue así desde José Ingenieros, el primero que dio lugar a una producción historiográfica, que suscribieron tanto el PS como el stalinismo hasta bien avanzados los años 70 del siglo XX. Nadie fue más mitrista que el PC argentino, quien denigró como a la peste a Artigas (hay un texto del luego ´renovador´ y finalmente menemista, Fernando Nadra, de inicios de los años 50, que reivindica a Juan Martín de Pueyrredón frente al “anarquista” (sic) Artigas. Frente a esta deformación-degeneración, el peronismo especialmente, desde alas ´integristas´ (derechistas) en particular, dio lugar a una literatura alternativa de carácter ´revisionista´ de reivindicación de los “federales” a lo Rosas, Roca y entonces Perón, de la que abrevó toda la llamada ´izquierda nacionalista´, incluido el PC reciclado filoK y todas sus variantes nac&pop. Entre estos destacan no sólo el (bien financiado) Centro Cultural de la Cooperación del Credicoop, sino particularmente los chavistas que actúan bajo el ropaje de las Madres. Los ´teóricos´ de esta escuela salieron casi todos del viejo tronco stalinista, con Rodolfo Puiggros, Astesano & Cía. a la cabeza; con quienes contribuyó el ´trotsko´ Jorge Abelardo Ramos –se inició como Nahuel Moreno como filogorila (ambos caracterizaron al 17 de octubre de “asalto policial”) y terminó, igual que Nadra, como funcionario del riojano.
Frente a ambos exabruptos se alzó Milcíades Peña a quien reivindicamos precisamente por esto. Peña, sin embargo, como bien señaló nuestro querido compañero Christian Rath, no supo ver las energías revolucionarias de nuestra gesta independiente. Peña no sólo ignora a Artigas o desprecia a Moreno, ignora olímpicamente la gran revolución haitiana.
La tarea de reconstruir la historia de nuestros explotados, del país y del continente, queda enteramente en nuestras manos.
Norberto Malaj
27/02/2020
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