sábado, 31 de octubre de 2015

Scioli y Macri son lo mismo, ¿o no?



La artillería argumental busca convencer, ya no de que hay una alternativa positiva, siquiera una potable. Alcanza con vender, como si fuera un trasto viejo, una opción política que sea un mal menor. El temita es que esa opción política será el presidente que aplique un ataque a las condiciones de vida del pueblo trabajador.

Frente al convite que nos hacen de votar a dos opciones indeseables, uno puede desenfundar el curriculum individual de cada uno: los dos son empresarios, los dos fueron más menemistas que Pizza Hut, los dos son fanáticos de la mano dura junto a las policías corruptas, los dos atacan a las docentes, los dos utilizan métodos de espionaje e infiltración, con Fino Palacios y el Proyecto X. Pero aún así, nos dicen: ¡pero no son iguales!
Entonces tratamos de explicar que Macri reprimió en el Borda, que atacó con brutalidad a las familias sin hogar en el Parque Indoamericano. Pero que el peronismo también reprimió en Kraft, en Lear, en cuanto conflicto sindical se escapó del control policíaco de su burocracia sindical.
Pero aún así no son lo mismo, nos aseguran. Porque Macri desprecia los Derechos Humanos. ¡Y vaya si lo hace! Pero Scioli es el partido que tiene en su currículum, escrito con tinta roja, la responsabilidad por los asesinatos de Maxi Kosteki, de Darío Santillán, de Mariano Ferreyra, de Luciano Arruga, la desaparición de Julio López, la masacre a los Qom y así sucesivamente.
Pero no. Con tesón nos dicen: pero Macri está con el espía Stiuso, el que desvió la investigación de la Causa AMIA. Pero antes fue K, 10 años, amigo. ¡Pero está Moyano, el impresentable, con Macri! Pero Moyano fue K desde el 2003, estimado. Y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá. Pero no. Mejor entremos por otra puerta.

Son lo mismo, no son lo mismo: ¿son lo mismo?

¡Obviamente que no son lo mismo! Son diferentes. Unos inflan globos amarillos. Otros utilizan látex azul o naranja. Unos negocian con los comisarios de la Bonaerense, los otros con los de la Metropolitana. Unos se llevan bien con los burócratas sindicales que permiten ataques y despidos antisindicales en las multinacionales con laburantes de la UOM y en el SMATA, los otros son amigos de los que permiten el trabajo en negro a los sojeros que emplean afiliados a la UATRE.
Unos, incluso, y esto es lo que quizá confunde a muchos compañeros y compañeras que buscan convencerse de que hay una opción más repugnante que la otra, que “solamente” es odiosa, apelan a que uno tiene un discurso más progresista, o redistribuidor. Pero aún esa gama de argumentos se desvanece en el aire, ya que Macri se cuidó de hacer un discurso más “centrado” (o sea de centro) y habló contra el impuesto a las ganancias, a favor de la Asignación Universal Por Hijo. Demagógicamente, claro.
El “compañero” motonauta, simétricamente, durante toda la campaña hizo gala de la derechización a la que propone llevar el país: anunció un gabinete que le envidiaría no solo Macri o Massa, sino también Piñera y la derecha chilena. Macri y Scioli, hasta en el marketing electoral, se juntaron y se dieron la mano en un centro común. El centro que permitió el avance de Macri.
Pero ¿son lo mismo? Macri y Scioli representan absolutamente los mismos intereses sociales. En general y particularmente en este período histórico del capitalismo argentino. Todos los grupos económicos que apoyan (desde un inicio o desde el lunes 26) a Macri, hicieron grandes negocios durante los 12 años de kirchnerismo y tienen la certeza, la seguridad y la convicción de que con Scioli sus intereses, sus negocios, sus curros y sus componendas con el poder serán protegidos también, aunque no sea su candidato.
Aclaremos que no nos referimos a Cristóbal López, que es uno de los beneficiarios de esa práctica capitalista de proteger empresarios amigos, incluyendo parásitos inescrupulosos como él, que se apresta a cerrar la primera fábrica post elecciones. No, nos referimos a los empresarios que ganan desde antes de la dictadura, que son los que hicieron el golpe del 76 (que como prueba de ello estatizó su deuda pública), son los que impulsaron la ola privatizadora junto a la presión imperialista, los que ganaron en los 90, los que ganaron con la devaluación de Duhalde, los que amasaron fortunas durante el kirchnerismo. Esos empresarios nacionales y extranjeros, amigos del kirchnerismo unos o enemigos otros, cercanos a veces, lejanos en otras ocasiones, siempre ganaron desde el 2003. Nunca vieron amenazadas sus posiciones. ¿Por qué van a verlas amenazadas con esta versión descafeinada, menemista y derechizada de kirchnerismo, que es Scioli?
Pero esa defensa de intereses sociales no es solo estratégica, orgánica, constitutiva tanto del sciolismo como del macrismo. También es coyuntural, de este momento determinado.

El ajuste no es cuento: es la agenda de ambos

El capitalismo argentino, los grandes negocios empresarios, atraviesa un período de crisis. Para decirlo sin eufemismos, un problema central del Estado capitalista argentino es recuperar rentabilidad, o sea que los negocios del puñado de empresarios que corta el bacalao, vuelvan a ser jugosos. Cuando se habla de atacar la inflación, de “buscar consensos”, de que “todos colaboren en algo”, de “pacto social”, políticos y empresarios hablan de atacar el flaco, el magro bolsillo de los trabajadores. Nos invitan a un asado donde los trabajadores ponen la carne y la ensalada, y ellos el tenedor y el cuchillo. Bueno, este asado se proponen organizarlo Macri y Scioli.
Nos dicen “bueno, pero Macri es peor. Será más duro y más rápido”. Eso no es más que una diferencia analítica, de caracterización. Si van a hacer el mismo ajuste, ¿qué les interesa a los “damnificados” cuáles serán los modos del mismo? ¿Por qué habría que optar con la modalidad de un robo, si uno quiere preservar lo poco que tiene?
Pero además, hay que decirlo, necesariamente no es así. Ni el macrismo, ni menos los grupos empresarios que lo sostienen, quieren un ataque por mero sadismo o de forma tal que pueda producir un auge en la lucha de clases y resistencias, ni Scioli no está dispuesto a hundir la faca hasta el fondo si hubiera que hacerlo. Hablamos de un partido que sumergió a la ciudad de La Plata por ahorrar unos mangos en obra pública y que deja a los docentes sin cobrar para defender la caja del Estado. ¿Qué puede llamarnos la atención, pues?
Si los grandes empresarios pudieran defender sus faraónicos privilegios de clase sin atacar cada tanto a los intereses populares, ellos elegirían eso, ya que garantizarían bonanza y estabilidad. Pero Marx descubrió hace un tiempo que eso no se puede. Y por eso Nicolás del Caño y el Frente de Izquierda dijeron, dijimos, hasta el hartazgo “se viene un ajuste y hay que estar preparados para enfrentarlo”. El voto a la izquierda era una parte, solo una parte, de la preparación de una puja que pinta que será dura. El llamado a votar en blanco es otra parte, una muy importante, para prepararse para esa batalla.

¿Cuanto peor mejor?

Nos dicen, a la izquierda, que no votamos a Scioli por nuestra adicción a un apotegma llamado “cuanto peor mejor”, ligando obviamente a Macri a “lo peor”. Respondemos ya con el ceño fruncido: ¿porqué insisten con ese lugar común falso y noventista de que la izquierda desea el agravamiento de las condiciones de vida de sectores sociales por los que lucha diariamente? Pero, además: ¿por qué vamos a considerar que algo es peor, o mejor dicho que Scioli es mejor, si demostramos que el plan que tienen ambos es el de atacar conquistas, salarios, aspiraciones y expectativas. Acariciá al tiburón, que no muerde, parecen decirnos. No, gracias.
Es más, para que se vea que no inventamos o que tenemos bronca con Scioli porque no nos gustan los motonautas o algo por el estilo, esto que denunciamos que va a suceder, ya lo hizo el kirchnerismo a una escala menor. Durante las crisis y remezones que hubo desde 2003, de hecho, los trabajadores ya fueron pagando la factura de la crisis. Hubo mini devaluaciones, techos salariales, despidos, suspensiones y hasta cierres de fábrica. Hubo tarifazos. Ahora hay que llevar a cabo un plan a una escala mayor y ambos candidatos coinciden en hacerlo. Entonces, nuevamente: ¿por qué habría que optar en los modos en que se hace algo que rechazamos que se haga?

Octavio Crivaro

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