lunes, 5 de octubre de 2015

La organización en las fábricas durante el preperonismo



En esta tercera entrega nos proponemos continuar la indagación sobre los lineamientos globales que permitieron el desarrollo de un sindicalismo de base en la Argentina. Puntualmente, abordaremos la relación entre la corriente sindicalista revolucionaria, el movimiento obrero y la organización en las plantas industriales con la intención de describir dicho proceso y, a la vez, conceptualizarlo para colaborar en una mejor comprensión de la experiencia histórica ocurrida en los treinta años previos al surgimiento del peronismo.

El movimiento obrero argentino tiene una rica tradición de organización y lucha que hunde sus raíces a fines del siglo XIX. Entre los múltiples ángulos desde los cuales esta experiencia puede ser analizada existe uno que, a nuestro entender, es central para comprender la solidez del modelo gremial. Nos referimos a la capacidad de irradiar la influencia del sindicato hasta los sitios de trabajo. Esta peculiaridad, generalmente adjudicada al período con posterioridad a 1943, constituyó en eje prioritario, aunque con momentos e intensidades disímiles, para el proletariado industrial entre, al menos, 1916 y 1943, momento en el cual desarrollamos nuestra investigación1. A su vez, el sendero que llevó a que paulatinamente los trabajadores construyeran instancias organizativas (comités de fábrica, cuerpos de delegados, comisiones internas, etc.) en las fábricas y empresas, se produjo en estrecho vínculo con las corrientes políticas de izquierda. En notas anteriores analizamos el proceder anarquista y el socialista a la luz del trabajo de base en el movimiento obrero industrial durante el periodo de entreguerras en la Argentina. En esta ocasión, avanzamos en la observación de otra tradición de la izquierda: el sindicalismo revolucionario. El sindicalismo –así lo denominaremos de aquí en adelante– cumplió un importante rol durante la primera mitad del siglo XX por sus concepciones políticas y por su incidencia en la organización en la clase trabajadora argentina. Veamos algunas de las características de su desempeño.

Los comienzos del sindicalismo

Desde sus orígenes europeos a fines del siglo XIX, el sindicalismo delineó una serie de concepciones que animarían su existencia. Críticos de la socialdemocracia, del partido como forma organizativa y del reformismo socialista, construyeron un sistema de ideas cuyos pilares recayeron en la defensa de los sindicatos como la instancia legítima de lucha obrera y en la acción directa (boicot, sabotaje, huelgas, entre otras) como método de intervención con el fin de provocar la insurrección y la revolución social2. No en vano se le ha adjudicado un “antipoliticismo”, que más bien debería señalarse como un rechazo a los partidos que a la lucha política como tal. Italia y Francia fueron los lugares en donde se desarrolló la corriente inicialmente, aunque rápidamente se propagó por el resto del viejo continente junto a las ideas de algunos de sus teóricos más destacados, como Georges Sorel y Arturo Labriola. En la Argentina, al igual que en otros países, el núcleo originario del sindicalismo surgió del seno del Partido Socialista (PS) entre los años 1904 y 1906 con argumentos que incluían la denuncia por el desinterés en la acción sindical y el rechazo al parlamentarismo socialista. Algunas de las figuras destacadas de este primer grupo sindicalista fueron Julio Árraga, Gabriela Laperrière de Coni, Aquiles Lorenzo, Emilio Troise y Sebastián Marotta –éste último no era parte del PS3–.
Durante las dos primeras décadas del siglo, ganaron influencia en el movimiento obrero, participaron de luchas destacadas y paulatinamente disputaron la conducción de las centrales obreras de la época. Inicialmente dirigieron la Unión General de Trabajadores que luego, en 1909, se transformó en Confederación Obrera de la Región Argentina. Pero el salto organizativo lo dieron en 1915, tras el ingreso a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en donde obtuvieron mayoría y raudamente la enmarcaron dentro de los principios sindicalistas, lo que provocó la deserción de los anarquistas más puros. Así, quedaron conformadas la denominada FORA V Congreso, de orientación ácrata, y la FORA IX Congreso, en la que el sindicalismo plasmó su superioridad. Tras esta división, y ya como FORA IX Congreso y con posiciones de supremacía en el conjunto del movimiento obrero, un nuevo escenario se abría con la llegada del radicalismo al gobierno en 1916 y el inicio de un ciclo de conflictividad obrera que se inició ese mismo año y se extendió hasta 1922. El panorama mostraba un gobierno que intentó construir puentes de negociación con el movimiento obrero. Ante el declive de la corriente anarquista (y su menor inclinación a la negociación) y la inconveniencia de fortalecer al socialismo (pues era un rival en el terreno electoral, principalmente metropolitano), el radicalismo identificó al sindicalismo como un actor influyente en los principales gremios del momento (marítimos y ferroviarios), en la dirección de la central obrera más grande y que no contaba con intenciones en el juego electoral. Esta voluntad estatal se complementó con la acentuación de algunos rasgos ya presentes desde el inicio en el sindicalismo: el pragmatismo, el economicismo y el reformismo. La “oferta” radical fue recibida con los brazos abiertos y el acercamiento se convirtió rápidamente en un lazo estrecho que en muchas ocasiones superaba lo meramente institucional y se produjo en relaciones personales entre el presidente Hipólito Yrigoyen y la dirigencia sindicalista, como con el marítimo Francisco García. El gobierno se fortalecía mostrándose más propenso a la negociación con los trabajadores y debilitaba al socialismo electoralmente, mientras que el sindicalismo hacía gala de las mejoras puntuales en algunos de los gremios que dirigía y solidificaba su posición en el mundo sindical beneficiándose, también, del ataque a los socialistas. A partir de allí, el sindicalismo se mostró permeable a la negociación con el Estado y por momentos sirvió de partenaire a un gobierno radical deseoso de encontrar un interlocutor obrero. Con ello, los sindicalistas, cada vez más, acentuaron su costado reformista, existente desde los inicios, y acompañaron las luchas desde un lugar cada vez más estructurado en torno a las reivindicaciones económicas, raleando sus elementos más combativos ligados a la revolución social.

El aprecio por las alturas o la falta de una política sistemática en la base

De conjunto, aunque comentaremos algunos casos puntuales a continuación, la tendencia general del sindicalismo fue la de apoltronarse en las instancias de dirección en detrimento de darle vitalidad al trabajo en los sitios de producción. Eso, quizá menos claro en las dos primeras décadas del siglo XX, se hizo evidente una vez que obtuvieron la conducción de los principales sindicatos y comandaron la FORA IX Congreso y las sucesivas centrales obreras, como veremos.
Los sindicalistas construyeron su solidez en el movimiento obrero principalmente con eje en los sindicatos de transportes y servicios (ferroviarios y marítimos), aunque generalmente se ha menospreciado la relevancia que para ellos tuvo el gremio de la madera que dirigieron desde principios de siglo. A comienzos de los años veinte, el sindicato de la madera buscaba presencia en los talleres a través de la creación de instancias de representación y el nombramiento de delegados, aunque no constituyó una política sistemática y prioritaria para ellos. Por ejemplo, en una de las casas más importantes del gremio, Thompson, se daba una situación especial. Allí el sindicato poseía delegados que controlaban las condiciones de trabajo y a mediados de 1920 se inició un conflicto en el cual se elaboró un pliego de condiciones por mejoras. Ante el rechazo de este se concretó el paro pero un grupo de trabajadores continuó sus labores amparados por la patronal. En simultáneo, la empresa impulsó una táctica para la cooptación de la base obrera que fue la conformación de los “Centuriones de Thompson”. Estos fueron una especie de cooperativa integrada por 100 obreros que eventualmente debían recibir participaciones en las ventas de la empresa. Esto impedía al sindicato avanzar en su organización y por ello en las bases de resolución del conflicto se estableció el desconocimiento de los “Centuriones” y el sindicato inició una campaña para su desaparición. Esto constituye un ejemplo más del antiguo y siempre presente interés de la patronal por controlar el sitio de producción. Además, durante estos años, en 1923, se conformó el Sindicato Único del Mueble. En la discusión previa del proyecto de creación del sindicato no se perdía de vista la importancia de obtener la presencia en los sitios de trabajo y la utilización del “sello label”, que era un histórico método de control que tenían los gremios. Consistía en una marca o sello que permitía a los consumidores del producto identificar que este se encontraba confeccionado por trabajadores sindicalizados.
La Unión Sindical Argentina (USA), sucesora de la FORA IX Congreso a partir de 1922, acogió en su interior a una agrupación denominada Alianza Libertaria Argentina (ALA) que fue fundada por un núcleo de anarco-bolcheviques que rápidamente viró hacia el anarco-sindicalismo. Uno de sus objetivos principales fue actuar al interior de la USA para conformarse en su vanguardia hacia posiciones revolucionarias, y postulaba la idea de propagar los sindicatos industriales y conformar los consejos de fábrica para actuar en la base obrera. En la práctica, a la ALA le costó influir decididamente en las políticas de la USA y el derrotero la condujo a prácticamente fusionarse con ella. La década de 1920 fue testigo de la tendencial pérdida de influencia del sindicalismo al tiempo que se mostraban invariables algunos de sus principios como la autonomía sindical, la predilección por la lucha económica, entre otras.
Cuando en 1930 se confeccionó la Confederación General del Trabajo (CGT), aún con el influjo perdido, los sindicalistas consiguieron la conducción relegando a los socialistas. Allí, en el contexto de la dictadura de José F. Uriburu primero y el gobierno conservador y fraudulento de Agustín Justo luego, desplegaron parte de sus características más cuestionables. La parálisis y la atonía fueron la norma para una central obrera que se privó de colocarse al frente de los varios sufrimientos de la clase obrera de la época. Incluso, por ejemplo, la CGT mantuvo negociaciones con la dictadura, en particular con las estructuras del Departamento Nacional del Trabajo, bajo la gestión de Eduardo Maglione, que le permitieron ejercitar a los sindicalistas las cualidades negociadoras practicadas con especial énfasis durante los gobiernos radicales.
Tras ser apartados de la CGT en 1935, los sindicalistas se refugiaron en los pocos gremios en los que contaban con alguna presencia de relevancia, telefónicos y marítimos principalmente. Aunque relegados a posiciones de minoría en el movimiento obrero de la época, el otro ejemplo en el que los sindicalistas mostraron un interés por el trabajo de base fue la industria del tabaco. Allí, a partir de 1937, procuraron organizar y consolidar las comisiones internas de las fábricas Piccardo y Nobleza que agrupaban aproximadamente a 1.000 obreros cada una. También, en 1938, el sindicato que dirigían, la Unión General de Trabajadores del Tabaco, propició una reorganización del gremio y en ese sendero había logrado la efectivización de una comisión interna en la fábrica Caravanas, que formaba parte de Massalín-Celasco y era el tercero en importancia en la rama del cigarrillo. Evidentemente, aunque a la zaga de otras corrientes como el comunismo y de modo circunscripto por su débil presencia en la industria, los sindicalistas también enfocaban a la organización en el lugar de trabajo como un punto en su agenda gremial. Pero el proceso se caracterizó por su tibieza, pues no existió una política estratégica de desarrollar la organización de base en la industria ni el planteo de tácticas puntuales para ello, y mucho más débil fue su concreción en casos de fuste.

Ideas finales

El sindicalismo, desde mediados de los años diez se instaló como un actor de peso en el mundo gremial y un fuerte interlocutor en el movimiento obrero. La historiografía ha señalado una serie de preceptos, algunos de ellos de notable flexibilidad, para su caracterización: su predilección por la lucha económica, el planteo sobre la construcción de una nueva sociedad a partir de horadar el capitalismo con la obtención de conquistas, su pretensión de “apoliticismo”, su búsqueda de independencia respecto de los partidos, su mayor desempeño en las áreas económicas de transportes y servicios, entre otros. Resulta indiscutible que el campo de acción predilecto por el sindicalismo fueron los gremios como los marítimos y los ferroviarios pero también actuó en algunos sectores industriales, aunque de menor valía. Nos referimos al caso de la madera y del tabaco, además de la ya mencionada ALA, en donde registramos el proceder sindicalista junto al impulso a la organización en el sitio de trabajo.
Al igual que en el caso del socialismo que comentamos la nota pasada, esta experiencia no alcanza para cuestionar la preferencia por los sectores de transportes y servicios pero colaboran en otorgar visos de complejidad a una corriente que posee aún múltiples flancos que investigar. Uno de estos elementos que entendemos amerita una profundización es si, además de la escasa presencia en los rubros industriales, existieron otras razones que provocaron la gradual pérdida de influencia entre los obreros. Cabe preguntarse si la escuálida inserción en los lugares de trabajo no debilitó las posiciones de esta corriente. Más allá de conducir la CGT desde su creación hasta 1935 no imprimió a su práctica un interés por la conformación de instancias de base como modo de solidificar posiciones. En un sindicalismo que se volcaba cada vez más a complejizar sus estructuras y a avanzar sobre áreas hasta allí poco exploradas, como la presencia en las fábricas y empresas, el sindicalismo no pareció acompañar esta tendencia de modo sólido y persistente en el mundo industrial. Con las salvedades ya mencionadas para el gremio maderero y el del tabaco, el sindicalismo pareció una expresión gremial de cúpulas, y esto se evidenció con mayor claridad en la década del treinta. Esto no deja de ser llamativo pues en el discurso de esta corriente, el lugar de trabajo ocupaba un sitial de importancia, ya que el “embrión” de la sociedad futura y la emancipación de la clase obrera hundían sus raíces en los centros de producción.

Diego Ceruso

Historiador, docente UBA.

1. Un estudio de conjunto sobre el trabajo de base del sindicalismo y del resto de las corrientes políticas en: Diego Ceruso, La izquierda en la fábrica. La militancia obrera industrial en el lugar de trabajo, 1916-1943, Bs. As., Colección Archivos Imago Mundi, 2015.
2. Para una profundización de la corriente en un sentido más global puede consultarse Hernán Camarero, “La deriva histórica de la corriente sindicalista”, IdZ 12, agosto de 2014.3. Alejandro Belkin, Sobre los orígenes del sindicalismo revolucionario en Argentina, Buenos Aires, Ediciones del CCC Floreal Gorini, 2007.

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