Binner toca la cumbia de la tijerita, que parece la marcha fúnebre del progresismo santafesino. Los sindicatos dejan pasar los goles en contra de las conquistas de los trabajadores, pero patean alto pidiendo policías. Despojo más militarización es el combo que ofrecen progresistas supuestos que tocan la música de Macri y Del Sel.
Leer los diarios de Rosario es asistir a la sistemática crónica de la descomposición de la fuerza represiva con participación gubernamental, por omisión, encubrimiento o involucramiento directo. La Policía aparece ante la población en su forma más descarnada y siniestra: como la administradora de la actividad ilícita provincial.
Dos ejemplos de esta descomposición escalaron recientemente hasta ganar la tapa de los diarios: el allanamiento de la Subcomisaría 26 arrojó el descubrimiento de una banda de 5 polichorros sospechados de encabezar el robo de una sucursal del Banco Credicoop de General Lagos. Pero además en la misma “redada” salió a la luz un hecho repugnante: encontraron a una niña de 13 años en situación de encierro forzado. ¿Trata? ¿Secuestro y violación? Todo puede ser para esta verdadera asociación ilícita llamada Policía Santafesina.
El lector, cualquier trabajador santafesino en general y rosarino en particular, ya no se sorprende con este accionar: protección a narcotraficantes, zonas liberadas, comisarías que responden a kapangas, comisarios que caen presos con kilos de cocaína, toda esa clase de noticias llenan las secciones policiales de los matutinos.
Se pudre la Policía: traigamos más policías
La llegada de 700 policías federales, en un plan en el que arribarán 1900 agentes más, intenta poner un parche estatal represivo a una, caramba, crisis estatal de la fuerza represiva. Dos supuestos proyectos progresistas, el socialismo de Bonfatti y el kirchnerismo (buá, encarnado en el carapintada Sergio Berni), acordaron el arribo de estos efectivos por el recrudecimiento de casos de inseguridad. Los medios de comunicación empujan y se concretiza la segunda oleada de militarización de Rosario: ahora con federales, antes con gendarmes y prefectos, operativo sobre el que no existe prueba alguna de “éxito” y ahora con federales. De a poco, en un cómodo plazo fijo, el peronismo, en su versión derechista y “conurbana”, se hace dueño del poder provincial, antes de llegar al gobierno. Encima, para aplicar una política macrista.
Todos los planteos que azuzan la opinión colectiva para legitimar la saturación de “fuerzas del orden”, ignoran adrede o esquivan las dos causas que subyacen a la cuestión de la llamada inseguridad: en primer lugar, la podredumbre policial mencionada arriba. En segundo lugar, la crisis social.
La descomposición policial lejos de ser una anomalía, surge de que la cúpula (y parte de la tropa) policial participa de negocios que no por ser ilegales dejan de ser capitalistas: la trata, el narcotráfico, el crimen organizado. Esto no lo inventamos nosotros, es noticia cotidiana: el comisario mayor del tercer distrito nacional está detenido por proteger narcos; los responsables de Drogas Peligrosas son responsables del tráfico de drogas peligrosas; oficiales que responden a los jefes narcos; casos de gatillo fácil, tortura o asesinatos policiales como los de Franco Casco y Gerardo Escobar. Todo pasa aquí y se teje en comisarías. Pero la resolución es la venida de nuevas tropas federales o la creación de “nuevas” fuerzas como la Policía de Acción Táctica, que en su bautismo fusiló al joven trabajador Jonathan Herrera, dejando en claro que la juventud pobre y trabajadora es el blanco predilecto del odio policial.
Que no se hable de la crisis social
Justamente la otra gran pata que se soslaya al momento de hablar de inseguridad es la social.
Los mismos partidos que garantizaron la entrega de conquistas en los 90 son los que garantizan la enorme desigualdad actual, los que ponen barrotes al basural que ellos construyeron. Barrios privados que se construyen empujando a villas de emergencia; empresarios que se enriquecen mientras precarizan el trabajo; mega torres vacías que se acumulan simultáneamente a la falta de rutas, de hospitales, de cloacas. Si todo el capitalismo es anárquico en la planificación de objetivos, Santa Fe no es la excepción sino que es una versión degradada y exagerada. Y supuestamente la gobiernan “socialistas”...
Los socialistas, justamente, asumieron como propia y perpetuaron la herencia de desigualdad del menemismo reutemista y le pusieron un tenue barniz cultural que, con los años, encima se descascaró. Las privatizaciones siguieron, la fiesta sojera continuó, la impunidad de las aceiteras se acrecentó. Y cada agravio a las condiciones de vida del pueblo trabajador, no obstante el crecimiento económico, prosiguió: eso es lo que explica que a la par de las ganancias extraordinarias hayan crecido la precarización laboral, el trabajo en negro, los accidentes laborales, la tercerización y los bajos salarios, además de penosas condiciones habitacionales.
Sobre las orillas más degradadas de la marginalidad tallada por los empresarios y sus partidos, un sector es empujado a la delincuencia o directamente a ser parte de redes ligadas a bandas narco. Nos referimos, en este último caso, a los llamados soldaditos. En el debate de candidatos a gobernador que nos tocó participar, lo dijimos sin rodeos: ¿porqué se extrañan con la existencia de robos, si es la Policía la que organiza el delito? ¿Cómo se hacen los sorprendidos del poder de reclutamiento de las bandas de narcotraficantes, si las mismas funcionan con paraguas estatal y pagan mejor a sus empleados que lo que lo hacen las empresas metalúrgicas o de otros rubros?
¿Ganó Del Sel?
Los mismos supuestos progresistas, socialistas o kirchneristas, que parecen darle la razón a Del Sel y Macri, saturando de efectivos policiales las calles (y particularmente los barrios privados), son los mismos que se oponen a resolver los problemas de salud, de educación de trabajo, los que se niegan a que existan salarios igual a la canasta familiar, los que rechazan resolver la epidemia habitacional. Claro: resolver esos problemas que afectan a las mayorías sociales no se puede sin atacar los intereses minoritarios de los Acindar, los GM, los Cargill, los Monsanto, los grandes sojeros, y la casta política y policial que se enriquece a la vera de ese entramado. Mucho más sencillo es blindar la desigualdad y usufructuar políticamente la “inseguridad” para ganar base, incluida la de sectores populares, para una política de mano dura y represión que, más temprano que tarde, se usará contra ellos.
Sindicalismo rastrero y policial
Esta nueva oleada militarizadora acordada entre el PS y el pre sciolismo kirchnerista nació en la cocina sindical. Montados sobre una serie de casos en los que trabajadores fueron víctimas de robos o de asaltos violentos, la cúpula del conjunto de los sindicatos peronistas, con la UOCRA y la UOM a la cabeza, comenzó una campaña contra la “inseguridad”. Fueron los caciques sindicales los que, a través de Antonio Caló, gestionaron la visita del ex carapintada y siempre represor, Sergio Berni, quien viajó a Rosario con un pan bajo el brazo. Bah, con 700 policías.
Los mismos sindicalistas que permitieron en los 90 la degradación de las fuerzas de la clase trabajadora, la expulsión de millones del circuito productivo; los mismos que rifan diariamente las conquistas de sus afiliados, los que negocian salarios miserables en las paritarias e imponen una virtual prohibición de delegados, se jactan de haber logrado una militarización que afectará, a la postre, a los trabajadores de conjunto.
La imagen es curiosa, la conducción de la UOM de Rosario, que permite la existencia de miles de metalúrgicos tercerizados y que militó a pleno para garantizar los despidos de los activistas que denunciaron esto subieron los sueldos y las conquistas de sus compañeros en Liliana, ahora interceden ante Caló, que durante 20 años cobró 20 mil dólares mensuales que robó a sus afiliados, para que solicite al represor de trabajadores Berni, para que traiga policías que se usarán en contra de la juventud pobre y trabajadora. No se unen ni se mueven para terminar con la precarización laboral. Pero sí para que los gobiernos adornen esa precarización con sirenas y patrulleros. Un hito, otro, del sindicalismo entreguista y, encima, policial. Esos sindicalistas son enemigos de los trabajadores.
Tijerita más patrulleros: la cumbia de la derecha bailada por el progresismo
La Tijerita de Binner, ese llamado encubierto a votar Macri más socialismo, puede ser tomada como la metáfora de la decadencia del Frente Progresista en general y el Partido Socialista en particular, una de cuyas fracciones milita para Macri.
La renuncia del socialismo a ser parte de una candidatura presidencial fue la consecuencia de un derrotero que dejó al progresismo santafesino, modelo para políticos como De Gennaro, Stolbizer, Donda o Juez, sin cartas que jugar. El escándalo narco, la proliferación de un sojerismo que llega a fumigar pueblos (¡ahora, encima, legalmente, con la llamada Ley Bertero!), el desprecio hacia los trabajadores en general y a los estatales y las docentes en general, fue pulverizando un capital político tan grande como abarcativo fue el odio a Reutemann. Que el mismísimo Lole, o alumnos suyos como Omar Perotti, sean los que se apresten a continuar a un socialismo alicaído, hay que tomarlo como prueba de que se mantuvieron intactos los avances neoliberales de los 90.
La saturación policial es la coronación de la irresolución de las demandas del pueblo trabajador. Y es proporcional a la impunidad que se garantiza a una dirigencia policial.
En una campaña en la que el progresismo ha bailado al son de la cumbia de la derecha manodurista, la izquierda ha marcado en soledad la tecla que apunta a atacar los intereses de los poderosos para resolver las carencias de los trabajadores y el pueblo. Cuando hablamos del ajuste, señalamos los ataques contra los que nos preparamos, que se vienen, se vienen en serio. Los sindicatos, ya sabemos qué rol (no) van a jugar. El apoyo al Frente de Izquierda en estas elecciones es un silbato de lanzamiento para una batalla que se va a librar no solamente en las urnas, sino también en las calles y en los lugares de trabajo.
Octavio Crivaro
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