miércoles, 3 de junio de 2020

Rodolfo Galimberti y los hilos de la contraofensiva

La historia del exsecretario de la Juventud Peronista y miembro de Montoneros

Página/12 avanza en el repaso de la vida de quien ganó fama de joven como dirigente político y guerrillero y terminó sus días cerca del poder. Esta nota, la sexta de una serie de siete, va del 24 de marzo de 1976 al 10 de diciembre de 1983.

El 24 de marzo de 1976 los militares cerraron la tercera experiencia de gobierno peronista. La Sociedad Rural formuló su diagnóstico: “Durante el periodo 75-76 el país presenció posiblemente su más grande convulsión social, política y económica desde la época de la Organización Nacional. Estos trastornos, consecuencia de un régimen demagogo y populista, llevaron al país al borde de la disolución, desgracia que pudo ser evitada debido a la intervención militar del 24 de marzo, destinada fundamentalmente a reencauzar el país en el camino de la ley, de la responsabilidad, de la verdad”.
La conducción de Montoneros interpretó el golpe como el “último desatino de los militares”. La cúpula de la organización empezaba a mostrar cada vez más su postura sectaria y mesiánica de la coyuntura, mezclando un optimismo ingenuo con una rigidez verticalista y extrema que no daba márgenes para la crítica interna. En la Columna Norte, el grupo del Rodolfo Galimberti, que bordeaba los 30 años, tenía una visión diferente de los acontecimientos, con la certeza de que existía un plan de exterminio sistemático que iba a terminar por aniquilarlos a todos. La disparidad de fuerzas militares era notoria.

Los meses posteriores al golpe de Estado

El Loco Galimba tenía el rango de Capitán de la Columna Norte con subordinados a cargo. Su estrategia sobre cómo encarar el conflicto con las fuerzas militares y de seguridad chocaba con la decisión verticalista de la Conducción de continuar con la lucha frontal, una “guerra de aparato a aparato”. Es decir, una guerra con dos ejércitos. El nuevo gobierno centralizó la represión en los aparatos de seguridad del Estado, como dijo Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar: “Las tres A son ahora las tres armas”. El Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. Se trabajaba de forma coordinada. A pocos días del Golpe, el Comando IV del Ejército, más las brigadas policiales de Martínez, San Martín y Tigre empezaron a actuar sobre las estructuras sindicales de zona Norte. En abril ya habían caído varias comisiones internas de fábricas, con la complicidad de los gerentes, que confeccionaban las listas negras junto a los sindicalistas de derecha.
En mayo de 1976, Mario Herrera, el militante cristiano que había acompañado a Galimberti en sus tiempos de JAEN, fue secuestrado en su casa de San Telmo y asesinado por el Ejército. La Conducción de Montoneros había llegado a la conclusión de que con el golpe militar la cuestión había quedado bastante clara: por un lado estaban las fuerzas populares, representadas por la Organización, y por el otro, las fuerzas oligárquicas de la reacción, representadas en la Junta Militar. Según ese razonamiento, finalmente la mayoría de la población se iba a volcar en favor de las organizaciones armadas. Pero esa misma clase media que en algún momento no vio con malos ojos, y hasta a veces con cierta simpatía, el accionar de la guerrilla en esta oportunidad vería el caos como una amenaza a su tradicional estilo de vida. El “Orden” era una palabra corriente entre vastos sectores de la población. La derecha había logrado resignificar el conflicto social.
Si bien la Conducción preveía que durante todo 1976 caerían una sensible cantidad de cuadros, también pensaba que, mediante la “resistencia popular” contra el nuevo gobierno, la Organización se regeneraría y volvería a golpear a la dictadura, como en tiempos de Lanusse, hasta derrocarla. Luego se podría instaurar un gobierno popular revolucionario. Veía la posibilidad de un proceso similar a lo ocurrido entre 1955 y 1973, aunque condensado en el tiempo. Con este diagnóstico, Montoneros tomó la decisión de realizar operaciones armadas de alto impacto contra fuerzas de seguridad, con el objetivo de llegar a la opinión pública. Pero pese a los cálculos de Mario Firmenich, principal jefe de la organización, la sociedad ya no los acompañaba, y la opinión pública estaba cooptada por los grandes medios de comunicación, afines al discurso de los militares.
Durante el otoño de 1976, Galimberti estuvo en riesgo al chocar con su auto en la Avenida del Libertador. Bajó de un salto, se disculpó con el conductor, le mostró su “carnet de policía”, dijo que estaba en un operativo y desapareció como ráfaga del lugar.
A mitad de año, todas las estructuras de Columna Norte se fueron haciendo añicos por la represión. Durante el otoño de 1976, Galimberti estuvo en riesgo por un accidente de tránsito sobre Avenida del Libertador. Su Peugeot 404 blanco se estrelló contra un poste de luz, antes de chocar contra otro auto. El Loco bajó de un salto, se disculpó con el conductor, le mostró su “carnet de policía”, dijo que estaba en un operativo y desapareció como ráfaga del lugar. Las Fuerzas Armadas continuaron con la metodología de la Triple A, que torturaba a los militantes populares y tiraba los cuerpos a la vía pública. La diferencia era que los métodos eran más sistemáticos y organizados, y, por otro lado, los apresados no iban a la cárcel a disposición del Poder Ejecutivo.
Los centros clandestinos comenzaron a poblarse. En junio, “la banda” de Galimberti sufrió su primera baja: Sergio Puiggrós, hijo de Rodolfo Puiggrós, militante político, escritor y periodista de la Izquierda Nacional, que había sido nombrado rector de la Universidad de Buenos Aires durante la presidencia de Héctor Cámpora. Su padre le había ofrecido exiliarse en México junto a su hermana Adriana - actualmente Secretaria de Educación del Ministerio de Educación de la Nación -, pero primaron su compromiso moral con sus compañeros caídos y la causa de la lucha. No quiso exiliarse. En aquellos días, la muerte era moneda corriente.
Las caídas eran incesantes. No había dinero para dar cobertura clandestina a la militancia de superficie. Desde la Conducción se decía: “Que se refugien en el seno del Pueblo”. Era una carta de defunción. La desprotección de la militancia de base que operaba en villas y barrios se hizo evidente. En agosto de 1976, casi sin recursos materiales, la Columna Norte estaba a punto de sucumbir. El Loco, que se caracterizaba por un comportamiento solidario hacia sus subordinados, entraba en conflicto para que la Conducción liberara armas y recursos durante la represión. Galimba suplía las faltantes apelando a sus vínculos con armeros locales. “Un FAL no tiene precio. Aunque valga un millón de dólares hay que tenerlo. Un FAL te salva la vida”, decía, según sus biógrafos Marcelo Larraquy y Roberto Caballero.

La salida del país

Galimberti casi no circulaba por la calle. Reagrupaba a sus cuadros, se encerraba en una casa durante uno o dos días manteniendo la costumbre de no parar de hablar. Su verborragia casi ininterrumpida seguía eclipsando al grupo con historias y anécdotas de militancia. Seguía conservando ese magnetismo que lo caracterizaba en las charlas; también sabía escuchar e interpretar las ideas de cada uno. Hacia la segunda mitad de 1976, recibió la orden de la Cúpula de Montoneros de viajar a Rosario, pero no la cumplió. De un momento a otro, desapareció. No asistió a las citas. En la Columna Norte pensaban que el Loco había caído. Pero no era así: estaba recluido en una villa de Saavedra en el hogar de un conocido peronista. Su novia Julieta Bullrich se encontró con un compañero y le dijo la verdad. La versión de Galimberti fue que había tenido un enfrentamiento y que había sido herido en la cabeza por el roce de un proyectil. El relato no sonaba muy verosímil, pero la verborragia e ímpetu con que narraba los sucesos, el grado de detalles de su relato, lo hacía hasta convencerse a él mismo de acontecimientos que tal vez no eran exactamente como los relataba. Finalmente, en diciembre de 1976, la Conducción decidió sacarlo del país. Rodolfo perdió contacto con sus subordinados y quedó vinculado con Carlos Alberto “el Oveja” Valladares, del Servicio Internacional, para que le dieran documentación oficial.
En el mes de enero de 1977 las caídas seguían en aumento. La Secretaría Militar de Columna Norte tuvo quince bajas. La militancia quedó dispersa, mendigando recursos y escapando de la represión. A fines de febrero, Galimberti se fue de la Argentina con documentación falsa provista por la Organización. Tomó un barco en el puerto de Buenos Aires; era un día gris y lluvioso. Larraquy y Caballero reconstruyeron esos días y destacaron la melancolía del Loco. Se sentía muerto en vida. De Colonia viajó a Montevideo y se hospedó en un hotel cinco estrellas. En medio de un clima de derrota, el líder montonero Mario Firmenich aseguraba: “Somos la opción política más segura para el futuro inmediato de la Argentina”. Galimberti cruzó la frontera en micro desde Montevideo para llegar a Brasil y se instaló en Río. Una semana después llegó su novia Julieta y retomó contactos con el jefe del Servicio Internacional, Fernando Vaca Narvaja, para sondear las posturas de la Organización.
En abril de 1977, Galimberti viajó de Brasil a Italia para reincorporarse a Montoneros desde el exilio. En Roma se estaba organizando el lanzamiento del Movimiento Peronista Montonero (MPM). El mismo mantenía su postura revolucionaria pero señalando que en esta nueva etapa priorizaría la política sobre los “fierros”. El 20 de abril, Firmenich anunció la constitución del MPM y de su Consejo Superior. Miguel Bonasso fue nombrado secretario general de Prensa y el poeta Juan Gelman secretario adjunto. El Loco fue elegido secretario general de Juventud. Era su reingreso formal al aparato montonero.
Hacia la segunda mitad de 1976, Galimberti desapareció por un tiempo. Dijo que había sido herido en la cabeza por el roce de un proyectil en un enfrentamiento. No sonaba verosímil, pero la verborragia y los detalles de su relato lo hacían convencerse a él mismo.
Viajó a México con el objetivo de organizar la Juventud Peronista Montonera en el exterior. Se instaló en una enorme casa de tres plantas para facilitar reuniones con varios cuadros de la Conducción Nacional. Se reunía con Rodolfo Puiggrós, Bonasso y Ricardo Obregón Cano -ex gobernador de la provincia de Córdoba en tiempos de Cámpora-, entre otros. El Loco se diferenciaba de ellos por su crítica sin tapujos hacia la Conducción de Montoneros. Los cuadros más jóvenes que asistían a sus sermones y análisis de la coyuntura quedaban obnubilados. Había logrado un prestigio y admiración importantes entre la nueva militancia más joven. Galimberti terminó forjando una JP rebelde respecto a la línea oficial. Quería construir una base de poder propia. Las diferencias con la Conducción siempre resultaron conflictivas para él. Sintió por ellos un odio irreductible cuando se enteró que el botín del secuestro de los Born, del que había participado de forma determinante, estaba resguardado en la isla caribeña de Cuba.
Mientras tanto, en la Argentina asediada por la dictadura, la Columna Norte desfallecía por la escasez de suministros. Se debatía a cada minuto si debía o no seguir en la Organización. Sin embargo, el Loco se movía políticamente de forma oscilante, no terminaba de cortar del todo. En agosto de 1978 viajó a Cuba para asistir al Congreso Mundial de la Juventud, aunque siempre había renegado de los comunistas y de la postura de la URSS en los temas nacionales.
En el último trimestre de 1978, Galimberti armó base en París. Lo acompañó su novia Julieta, junto a su madre. Su cuñada, Patricia Bullrich, “La Piba”, de veintiún años, se hizo responsable de la JP en Madrid. Galimba empezó a trabajar sobre las desavenencias e inconformismo de los exiliados montoneros con la Conducción, buscando construir poder, canalizando esa situación en su favor. Pero también, frente a esos “exiliados”, se transformó en un comisario político. Sentía cierto desprecio y desconfianza por los que se habían fugado o habían sido liberados. “Mientras los compañeros fueron exterminados, ellos sobrevivieron. No podemos confiar en los chupados”, afirmaba. El Loco sostenía que los liberados seguían controlados por los Servicios de Inteligencia Naval (SIN).

La renuncia a Montoneros

En enero de 1979, la cúpula montonera, luego de deliberaciones, aprobó en un plenario la llamada “Contraofensiva” que se estaba planeando desde hacía unos meses para derrocar a la dictadura. Galimberti voto a favor de la misma, al tiempo que empezó a boicotear la operación por detrás. En su fuero íntimo estaba convencido de que era una locura mesiánica y suicida ideada por Firmenich y su grupo. Conversando con uno de sus conocidos de la organización que dudaba si valía la pena poner el cuerpo en semejante operativo, le dijo: “No vuelvas porque te van a matar. Los van a hacer mierda a todos apenas entren al país. No tienen idea a donde se están metiendo…” Finalmente, el 22 de febrero de 1979, anunció su renuncia a Montoneros, denunciando el sectarismo y la burocratización, el errado resurgimiento militarista y foquista de la Organización en todos sus niveles.
Pero la ruptura con la cúpula de Montoneros no significó la renuncia de Galimberti a la militancia peronista. El Loco se dedicó desde entonces a armar su propia versión de la organización, a la que denominó Peronismo Montonero Auténtico. Hacia abril de 1979, puso en marcha el Operativo Retorno, para volver a la Argentina. Una de las principales herramientas con las que contaba el galimbertismo era la revista Jotapé, que se seguía distribuyendo en las fábricas y entre militantes. Fue en esa plataforma que se publicaron, por primera vez, los documentos críticos de Walsh a las cúpulas de Montoneros, que el escritor desaparecido había escrito entre agosto de 1976 y enero de 1977.
Tras su salida de la cúpula de Montoneros Galimberti continuó su militancia peronista y se dedicó desde entonces a armar su propia versión de la organización, a la que denominó Peronismo Montonero Auténtico.
El dinero de los Born era una de las cosas que más fastidiaba a Galimberti. La Columna Norte había llevado adelante el audaz operativo para secuestrar a los empresarios, y el nuevo escenario encontraba al galimbertismo sin recursos económicos. Para sortear esta dificultad, Galimberti contactó por medio de Héctor Gambarotta a Oscar Braun Seeber. Este último, familiar de los acaudalados Braun dueños del Banco Galicia y de importantes porciones de la Patagonia, manejaba un instituto de investigaciones sociales en La Haya, Holanda. La propuesta de Galimberti y Gambarotta era abrir una sede de la institución académica en París, para dar trabajo a los Montoneros exiliados.

Jefe de un pelotón de la OLP

El plano de la vida afectiva de Galimberti también era turbulento. Su relación con Julieta Bullrich era por momentos conflictiva y estaban cada vez más distanciados. En París, el Loco conoció a Marie Pascal Chevance Bertin, francesa, hija de un general de la resistencia y ex esposa del actor argentino Norman Briski. Se habían vuelto amantes en la ciudad del amor. Pero la inquietud de Galimberti interrumpió también ese affaire. La tranquilidad del exilio europeo lo molestaba, no quería ser un “exiliado de café”, cómo él repetía, según sus biógrafos. Decidió, entonces, enrolarse en el Líbano. Para ello se puso en contacto con el responsable de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Fue nombrado jefe de un pelotón multinacional de voluntarios, con el rango de oficial.
Aún estando en otro rincón del planeta, Galimberti no podía dejar de pensar en Argentina. Hasta que un día un elemento de su pasado en Montoneros se le presentó en Medio Oriente. Fue una situación por demás extraña, en la que tenía que decidir sobre la libertad o la muerte de un hombre. Se trataba de un joven francés de 24 años llamado Xavier Capdevielle, que era oficial de Inteligencia de la Fuerza Aérea del país galo. Cuando el Loco le dijo que era argentino, Capdeville le contestó en un español perfecto que él había vivido en Buenos Aires y que a su padre, un empresario poderoso, unos “guerrilleros comunistas” le habían volado las manos con un sobre bomba. Todo era cierto, menos que los guerrilleros eran comunistas; eran peronistas, miembros de Montoneros, de la Columna Norte. Galimberti no le dijo nada, y le salvó la vida.
Una noche, se lavantó para ir al baño en su tienda de campaña y recibió un balazo en las costillas que le perforó un pulmón. Su cuadro clínico era grave, por lo que fue trasladado a Damasco. Allí lo visitó un hombre que tenía el poder para trasladarlo a Francia para que el gobierno de ese país se encargara de su salud. Era Xavier Capdevielle. Le devolvió el favor de salvarle la vida. Una vez en París, Galimberti le contó que había participado en el operativo que había explotado las manos de su padre. La reacción de francés fue más de desconcierto que de enojo. Días más tarde Capdevielle padre lo invitó a conversar a su casa. El Loco fue, conversó un largo rato con el empresario mutilado, que terminó perdonándolo.
En junio de 1980 Galimberti dejó París. Viajó a Holanda y luego a México con Julieta. En el país centroamericano se reencontró con la colonia de exiliados por la dictadura. La dictadura se quebraba entre las internas de las tres armas y una crisis económica que se volvía endémica. La Guerra de Malvinas, iniciada el 2 de abril de 1982, fue como un manotazo de ahogado en busca de legitimidad, y tuvo un efecto breve. Hacia el año 1983 la vuelta democracia estaba más cerca que nunca. El galimbertismo se organizaba en una oficina de la calle Uruguay, en lo que era el Centro de Estudios para la Democracia Argentina (Cendra). El instituto había sido fundado por Roberto “el Vasco” Mauriño - viejo amigo de Galimberti -, Patricia Bullrich y Daniel Llano. Galimberti estaba convencido de que el peronismo encabezado por Ítalo Luder iba a perder las elecciones.
Faltaban pocos meses para las elecciones cuando el 24 de agosto de 1983 Galimberti tuvo un accidente de auto a las afueras de París. Él sufrió heridas no demasiado graves, pero su novia Julieta murió en el acto. La hermana de Patricia tenía 28 años. Desde allí volvió a México. El horizonte de la democracia era una promesa, y el Loco esperaba que viniera de la mano de su indulto. Eso tampoco sería tan fácil. El 20 de octubre el radical Raúl Alfonsín se impuso en las urnas con más del 51 por ciento de los votos.

Gisela Marziotta

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