sábado, 20 de junio de 2020

A 200 años de la muerte de Manuel Belgrano



Sus comienzos revolucionarios y su viraje conservador y represivo.

La figura de Manuel Belgrano a 200 años de su muerte recibe elogios de las variantes más diversas de la historiografía y la política de nuestro país. Encumbrado por Mitre en su “Historia de Belgrano y de la Independencia argentina” a mediados del siglo XIX como el primer prócer de la historiografía liberal, su figura es ensalzada desde las corrientes más diversas. El revisionismo y más recientemente los historiadores más cercanos al kirchnerismo, como Pacho O´Donell, se desviven en elogios. La propia Cristina Kirchner lo ha adoptado como su prócer preferido. Los homenajes en su honor superan todas las grietas y unifican las corrientes políticas más diversas. En un país en decadencia, con cerca del 50% de pobreza y con una corruptela que, esa sí, supera todas las grietas, la figura del prócer austero parece merecer un genuino reconocimiento.
Pero, ¿quién fue realmente Belgrano?, ¿cómo interpretar su conducta en los años decisivos de la primera década después de la Revolución de Mayo?

El primer viaje a Europa, la influencia de la Revolución Francesa y la Revolución de Mayo

La historia personal de Belgrano está marcada decisivamente por dos viajes a Europa. Nacido en 1770, hijo de una familia adinerada (su padre era un próspero comerciante de la Buenos Aires colonial) viajó a Europa por primera vez, a España, entre 1786 y 1793 para formarse como abogado. Allí recibió la influencia de la Revolución Francesa de 1789 y de las ideas liberales que predominaban en los círculos intelectuales. Se interesó en la economía política y estudió especialmente a los fisiócratas de su época.
Al volver a Buenos Aires, fue designado por el monarca español secretario del Consulado de Comercio de Buenos aires, cargo que ocupó casi hasta la Revolución de Mayo. Desde esa posición defendió una postura favorable a un desarrollo integral fomentando la agricultura y la industria, activamente a través del Telégrafo Mercantil, el primer periódico de la región, y polemizando con los demás miembros del cuerpo, comerciantes que defendían el monopolio español.
Fue el único miembro que se negó a acatar a las autoridades inglesas durante la primera invasión de 1806 y se exilió en la Banda Oriental. Para la segunda invasión se había incorporado al Regimiento de Patricios, comandado por Saavedra. En mayo de 1810 fue nombrado vocal de la Primera Junta junto a su primo segundo Juan José Castelli con quien compartía una orientación más cercana a Moreno aunque Castelli tenía una postura más radical.
Como parte de la iniciativa morenista, ambos, sin ser militares formados, pasaron a liderar las dos expediciones que la Primera Junta envió al Alto Perú (Castelli) y al Paraguay (Belgrano), con el objetivo de impulsar el movimiento revolucionario en el interior del virreinato. Aunque Belgrano fue derrotado militarmente logró desenvolver la propaganda revolucionaria de modo que poco después de su partida, Paraguay se independizó de España aunque se mantuvo alejado del gobierno de Buenos Aires.

Tucumán y Salta, Belgrano en su mejor momento

Después de volver de la expedición al Paraguay y tras la depuración del grupo morenista en abril de 1811, Belgrano al igual que Castelli, fue objeto de un juicio por su desempeño en la campaña que no llegó a ninguna conclusión en su contra. Con la formación del primer Triunvirato, Belgrano fue nuevamente elevado a una posición destacada, le dieron el mando del Ejército del Norte, que venía retrocediendo después de la derrota de Huaqui, perseguido por los realistas. A su mando protagonizó sus mejores momentos como líder revolucionario. Comandó el éxodo jujeño y aunque le habían ordenado retroceder hasta Córdoba, desacató y se mantuvo en Tucumán, donde el 24 de setiembre de 1812 obtuvo su primer triunfo militar seguido al poco tiempo por el triunfo en la batalla de Salta, a comienzos de 1813. La campaña continuó en el Alto Perú, donde Belgrano y sus tropas lograron ocupar gran parte del territorio (Chuquisaca, Potosí y Cochabamba), pero la falta de audacia para levantar a los pueblos contra los españoles llevó a que la campaña se resolviera en el campo de batalla donde los españoles lograron derrotarlo en Vilcapugio y Ayohuma y a la pérdida de todo el Alto Perú. El que había intentado levantarlos había sido Castelli en la primera campaña, razón por la cual había sido saboteado por los militares conservadores y luego enjuiciado y castigado por sus “excesos”.

El segundo viaje a Europa. El viraje conservador

Entre 1814 y 1815, Belgrano viajó a Europa por segunda vez en su vida enviado por el Directorio (Posadas y luego Alvear) para negociar con los gobiernos europeos. Viajó con Rivadavia y Sarratea con paso previo por Río de Janeiro donde se entrevistó con Lord Strangford, el embajador inglés, y con Manuel García, enviado por el directorio a la corte portuguesa radicada en Brasil y que tendrá un protagonismo destacado en las turbias negociaciones con la corte lusitana.
Este segundo viaje a Europa tuvo efectos decisivos en la orientación política y en la conducta de Belgrano. Si en el primero adhirió a los principios de la Revolución Francesa, en el segundo volvió convencido que había que buscar aplacar todo ímpetu revolucionario y que debía prevalecer el orden y el acomodamiento a las potencias europeas.
Mientras tanto en las Provincias Unidas se había producido una nueva oleada revolucionaria, liderada por Artigas desde la Banda Oriental pero que fue ganando para su causa a las provincias del litoral, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Misiones e incluso Córdoba que participaron del primer congreso de los Pueblos Libres en 1815, con un programa republicano, federal y que en el caso de la Banda Oriental había llevado a un reparto de tierras que afectó bastante a terratenientes porteños que manejaban sus tierras desde Buenos Aires (entre ellos al abuelo de Bartolomé Mitre y cuñados y parientes del propio Belgrano). El director Alvear se vio obligado a renunciar por una rebelión en la propia Buenos Aires pero la camarilla directorial se rearmó y logró volver a controlar el gobierno y convocar al Congreso que se reunió en Tucumán en marzo de 1816.
Belgrano fue el encargado de dar un informe político al Congreso el 6 de julio, en el que volcó sus conclusiones del viaje a Europa. El resultado fue un manifiesto del Congreso el 1° de agosto donde se decretaba “Fin a la Revolución, principio al orden”. El significado de esta orientación era muy preciso y se trató en las sesiones secretas del Congreso que aprobaron el acuerdo que el Directorio había consumado con la monarquía portuguesa de Río de Janeiro gestionado por Manuel García para promover y facilitar el ingreso de tropas portuguesas en la Banda Oriental para acabar con el artiguismo y con la causa federal. Belgrano fue partícipe de esta conspiración y luego actuó en consecuencia.

Belgrano en la represión a los federales

Belgrano no se limitó a dar el informe político sino que se involucró directamente en la represión a los federales desde fines de 1816 y mediados de 1817. Intentó barrer con la resistencia a la política directorial de pasividad frente a la invasión portuguesa, y de ataque desde el otro flanco a las fuerzas de la Liga de los Pueblos Libres y sus simpatizantes, tanto en Buenos Aires como en el resto del país. Como señalamos en “La Revolución clausurada”, junto a Cristian Rath, “la plana mayor del antiguo morenismo bonaerense fue deportada: Domingo French, Manuel Moreno, Manuel Dorrego. Por orden de Belgrano, el federal salteño, José Antonio Moldes, fue remitido a Chile donde fue encarcelado. Los líderes federales de Córdoba, Eduardo Pérez Bulnes y de Santiago del Estero, Juan Francisco Borges, también fueron detenidos, y el último terminó fusilado por orden de Belgrano. Se trató de uno de los primeros asesinatos políticos en el campo patriota, lo que significaba un salto cualitativo en el intento de imponer el orden por la fuerza. Los verdugos recibieron una condecoración con la inscripción “Honor a los restauradores del orden”, así quedó plasmado lo que el Congreso entendía con “poner fin a la revolución”[i].
A comienzos de 1819, San Martín, que había sido convocado por el director Pueyrredón para traer sus tropas para atacar a los federales no solo se negó sino junto con O´Higgins, el director de Chile, propuso un armisticio bajo garantía de Chile y mandó tres cartas para encarar la mediación dirigidas a Pueyrredón, Artigas y López, el caudillo federal santafesino. Pueyrredón se negó pero las cartas a López y Artigas nunca llegaron a destino. Es que San Martín las había enviado a través de Belgrano, que se negó a entregarlas calificándolos de “hombres salvajes”[ii]. San Martín estaba motivado ante los rumores de que España preparaba una nueva expedición en Cádiz que finalmente se insurreccionó y no llegó a partir.
Al año siguiente el Directorio colapsó y al poco tiempo moría Belgrano por una enfermedad.

Un balance necesario

Los elogios masivos que se le prodigaron a Belgrano en estos días por todo el arco político burgués de nuestro país confirman el ocultamiento que la historiografía oficial, tanto la de origen mitrista como las revisionistas “oficiales” o las que más modernas y aggiornadas hacen de las verdaderas condiciones en que se gestó el nacimiento de la “gloriosa nación” argentina. La trayectoria de Belgrano es en ese sentido muy emblemática. En sus comienzos compartía sus ideas con Moreno, Castelli y otros integrantes del grupo más radicalizado de la Revolución de Mayo. A partir de 1814 no solo participó del viraje conservador, dictatorial y represivo sino que fue uno de sus mentores y ejecutores. No por nada Mitre lo coloca en un pedestal como el modelo a seguir. Como le escribió Mitre a Vicente Fidel López, contemporáneo y también uno de los precursores de la historiografía argentina: “Los dos, usted y yo, hemos tenido la misma predilección por las mismas figuras y la mismas repulsiones por los bárbaros desorganizadores como Artigas a quien hemos enterrado históricamente”[iii] .
Los trabajadores y la militancia democrática y clasista tienen derecho a conocer por sí mismos cuál es el origen histórico ya desde hace más de 200 años de esta clase que hundió al país y lo mantuvo en un estatus semicolonial desde entonces.

Andrés Roldán

[i] La Revolución Clausurada, Christian Rath y Andrés Roldan, Editorial Biblos, segunda edición, pág. 164
[ii] Ídem, pág 235
[iii] Ídem, pág. 254

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