domingo, 20 de octubre de 2013

Asaltar los cielos




Un hombre viejo, sentado en la mesa de su despacho, está leyendo un articulo. Detrás, a su lado, se encuentra el autor del escrito, un hombre joven, apuesto y amable. Es un veinte de agosto de 1940, estamos en una casa de Coyoacán, en las afueras de la ciudad de México, y pasan unos minutos de las cinco de la tarde. El hombre joven hace un movimiento, saca un piolet que escondía en su impermeable y golpea el cráneo del anciano. Se escucha un profundo grito de rabia y dolor. Es el grito de un hombre que iba a morir. Un grito que perseguirá al asesino el resto de su vida. El asesinado se llama León Trotski, fundador del Ejército Rojo, líder de la Revolución Soviética, perseguido por Stalin y refugiado en México. El asesino dice llamarse Jacques Mornard. En realidad se llama Ramón Mercader del Río. Es un español, un agente de la KGB, un hombre con una misión. Un comunista convencido que aquel crimen, aquella entrega abyecta de sí mismo, le convertía en héroe. Al fin había demostrado ser uno de esos comunistas dispuestos a asaltar los cielos. Después de aquel crimen Ramón Mercader vivió su propio infierno. Conoció la cárcel y el olvido, el amor y la ternura, el desprecio y la admiración, la soledad y el exilio. Perdió la identidad, vivió y murió con el nombre de otro. Nunca se mostró públicamente arrepentido

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