miércoles, 8 de junio de 2011
Luciano y la casa del infierno
Ahí no más del barrio 12 de Octubre, donde la presencia de Luciano Arruga ensordece desde la silueta negra en la pared tan blanca, está la casita. Hasta podría ser una más en la cuadra y, de hecho, lo habrá sido. Maquillada con revestimiento Mar del Plata, la Virgen de Luján entronizada en la puerta y una estética rectangular de los 70, no responde a los parámetros luctuosos de una comisaría. Sin embargo, esa casita de Lomas del Mirador, tan de familia, tan barrio, tan soleada y laburante, es la sede del destacamento dependiente de la Octava que un mal día terminó devorándose a Luciano sin dejar un solo rastro.
Se lo desapareció de un trago. Y de una vez. Después de haberlo entrado y liberado tantas veces. De haberlo apaleado e insultado. De haberlo enterrado y exhumado y vuelto a la vida casi sin aire.
Pero un día, una perra noche, a Luciano lo levantaron y no volvió a vérselo. La casita de piedra Mar del Plata seguía brillando, floreciente, al ritmo marcial del destacamento. Pedido a gritos por los vecinos que exigían seguridad. Para Luciano, que no quiso salir a robar para nadie, el destacamento fue una ola de inseguridad extrema. No denunciada a gritos por los canales. No gritada por las vecinas que apuntan con la escoba.
La casa de familia con la Virgen en la puerta lo chupó. Lo desapareció todo de pronto. Sin dejar una hilacha de los jeans. Ni el cordón de las zapatillas. Ni un huesito en el descampado.
El intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, les prometió a Vanesa Orieta -hermana de Luciano- a Pablo Pimentel -APDH La Matanza- y a Adolfo Pérez Esquivel que el destacamento será levantado. Y que la casita de piedra Mar del Plata y estética cuidadamente setentosa les será cedida para abrir un centro cultural.
Luciano Arruga no volvió jamás a su casa. Dos años y medio desde que lo levantó un patrullero. Dos años y medio desde que no le perdonaron que se negara a integrar una sociedad donde él sería mano de obra e infantería.
El brazo represor del Estado, la maquinaria aceitadísima de la bonaerense, necesita de los pibes echados a los arrabales para alimentar su caja. Necesita de ellos para fortalecerse y disciplinar. Un pibe, morocho, pobre, con un futuro que se le escurre en cada esquina, es la madriguera de toda rebeldía. El aguantadero de los sueños más osados. El mosaico donde peligra gravemente el orden establecido. El palillo en los engranajes, el caos.
El hambre y el desamparo, el frío y la oscuridad en un cuarto de hotel; no hubo grandes bienvenidas para Luciano aquel 29 de febrero –aquel día descolocado del calendario, agregado de apuro- en el que fue a nacer.
Después, la vida siguió comportándose tal como empezó. El barrio era duro. Y las vecindades se miraban con desconfianza creciente. El destacamento en la casita de piedra Mar del Plata vino a responder a una parte. Y a acallar a otra. Fue la peor de las inseguridades para Luciano, que no pudo sobrevivir a su profunda honestidad.
Todos –el Estado, la vecindad- fuerzan -o bien construyen- el paradigma que les sirve: todos los pibes pobres, morenos y exiliados en los arrabales son chorros. Y si no lo son, serán transmutados en aquello que conviene que sean. El primer atisbo de rebelión será sofocado con la amenaza, el golpe, la sangre, el hueso roto. El segundo será la muerte. El gatillo ligero. La desaparición. La nada totalizadora y absoluta.
El pibe ya no es y nadie lo busca. Ni el Gobernador ni el ex ministro de Seguridad (el variable Stornelli) ni el hoy ministro de Seguridad (el gélido Casal) ni la fiscal ni los jueces ni la vecindad escandalizada.
Vanesa Orieta, Pablo Pimentel y el premio nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel lograron una audiencia con el intendente de La Matanza. Tremendo distrito multitudinario donde un pibe moreno y pobre desaparecido no cambia ni una pizca de la polución social ni del veneno del aire. Pero Luciano es un lunar del sistema. Sin que nadie lo imaginara se volvió un paradigma de la desaparición forzada en el estado de derecho, que dista de ser un estado de hecho.
Un arquetipo del destino pensado y maquinado para disciplinar a los pibes - desecho, el remanente de lo que el sistema escoge. Se legitimó a sí mismo con su negativa a robar y su inmolación, se re-creó. Se volvió una imagen, un ícono, una pintada en la pared.
Entonces el intendente Fernando Espinoza no encontró más motivos para negarse. Y concedió, desde el poder político, la señal más clara de que Luciano es un desaparecido, una víctima de la impunidad del brazo armado e intangible del Estado.
Decidió que ya no necesitaba más pruebas de la responsabilidad policial en la volatilización y muerte sin cuerpo de un pibe de 17 años anónimo de todo anonimato, culpabilizable y fácilmente condenable por todas las tragedias de la gente de bien. Porque los lucianos son claramente gente de mal.
La casa de piedra Mar del Plata, con la virgen de Luján en la puerta y estética brillosa de los 70 será, si el intendente Fernando Espinoza responde a su propia palabra, una casa de cultura con la cara de Luciano sonriendo desde los zócalos al cielorraso.
Habrá que limpiar con cloros y aceros para despegar el infierno de esas paredes. Habrá que chorrear amaneceres en las puertas para que huyan los calabozos. Habrá que hacer sonar a los Redondos y a la cumbia colombiana para hacer callar los gritos que guardan los cuartos.
Aunque Luciano aún no esté. Aunque Luciano ya no esté. Ni él ni su cuerpo. Aunque las amenazas y la noche sigan bordeando su casa del barrio 12 de Octubre. Pero Luciando Arruga está vivo. Estará vivo en su vida breve y en su destino marginal y eterno.
Silvana Melo / Agencia Pelota de Trapo
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