jueves, 16 de junio de 2011

El día que conocí al Che


Hace 83 años, el 14 de junio de 1928, nacía en la ciudad de Rosario, Ernesto Guevara de la Serna, el que luego sería el Che -el guerrillero heroico-, asesinado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, el 8 de octubre de 1967.
¿Como fue conocer a este icono de las luchas revolucionarias de los pueblos oprimidos, exponente de un hombre nuevo y símbolo de una sociedad fraterna y humana -la sociedad socialista-?
Corría el año 1962,el 18 de marzo, en las elecciones convocadas por el gobierno que presidía Arturo Frondizi, el peronismo, proscripto desde setiembre de 1955,triunfó en 11 de los 18 distritos en disputa, entre ellos la Provincia de Buenos Aires, donde se impuso la fórmula Framini -Anglada.
La cúpula militar interpeló al inquilino de la Casa Rosada y le exigió la renuncia y el desconocimiento de los resultados electorales.
El 29 de marzo asumía la presidencia José María Guido, presidente provisional del Senado y se anulaban los comicios llevados a cabo 11 días antes.
Nosotros, que militábamos en una agrupación de estudiantes peronistas adherida a la Confederación General Universitaria, junto con compañeros del Centro, tomamos la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral en la que estudiaba abogacía, en repudio al golpe cívico-militar.
Días más tarde inicié el viaje que transformó totalmente mi existencia.
Alicia Eguren, la compañera de John William Cooke nos había invitado a integrar un contingente que viajaría a Cuba para conformar un Frente de Liberación, con el objetivo de iniciar la lucha revolucionaria en la Argentina.
Se trataba de un proyecto cuya dirección compartían con el Che, que pensaba que era necesario generar movimientos revolucionarios en todos los países del Tercer Mundo.
La revolución Cubana, inicialmente, me había generado sentimientos encontrados.
Cuándo se produjo la histórica entrada del Ejercito Rebelde en La Habana, aquél 1º de enero de 1959, los diarios de la oligarquía argentina -La Prensa y La Nación- saludaron la caída del dictador cubano -Fulgencio Batista- a quién comparaban con Perón.
Como militaba en el peronismo estas publicaciones y ver en la Plaza de mi ciudad -Paraná- festejar a los mismos que habían saludado el triunfo de la "fusiladora", me desconcertaba.
A los pocos días el escenario se fue aclarando, las primeras medidas de la joven Revolución, de claro contenido antiimperialista, y las presiones de los Estados Unidos para impedir las mismas, nos llevaron a la conclusión de que se estaba produciendo el hecho histórico más trascendente, para nuestro Continente en esa segunda mitad del Siglo XX.
Por eso cuándo embarqué en Buenos Aires en un avión de la Canadian Pacific rumbo a México me sentía super emocionado.
Como decía Reclus, toda revolución tiene el día después y durante un tiempo se genera un gran desorden, ya que muere una forma de organización social y empieza a nacer otra, con todas las dificultades que ello implica.
Esto lo pude comprobar al llegar al D.F. -la capital mexicana-. Conforme a las instrucciones que me había dado Alicia tenía que conectarme con una compañera cubana en la Embajada de ese país de nombre Angélica, que me daría el pasaje, la visa y el dinero para la estadía en tierra azteca.
En la legación diplomática, constantemente hostilizada por los agentes de la CIA, me dijeron que no conocían a la mencionada Angélica, y que no tenían ninguna instrucción respecto a mi traslado, por lo que se comunicarían con el Ministerio de Relaciones Exteriores para saber que hacer.
Me encontraba con 21 años, sin dinero, y sin pasaje de vuelta en un país en el que no tenía contacto alguno, alojado en un hotel, el que me habían recomendado sobre la Avenida Insurgentes, sumamente costoso.
Opté por quedarme tranquilo, aprovechar el tiempo para caminar el Distrito Federal, que no era el monstruo de ciudad que es hoy, visitar museos, ir al cine; restringiéndome en los gastos.
Luego de 10 días de cierta angustia recibí una llamada de un compañero de la Embajada que me citaba a una reunión, en la que me dio dinero para cancelar el hotel, la visa y el pasaje para embarcar hacia la tierra de la Libertad, el primer país socialista de América.
Al descender del avión en aquella ciudad, bautizada por el poeta español Federico García Lorca como la "París del Caribe ", el impacto fue muy grande.
Se trataba y se trata de una ciudad moderna, que ha logrado conservar edificios de la época de la colonia, con casi un millón de habitantes, en ese momento.
Cuándo llegué al Hotel Riviera, en el malecón habanero, frente al mar, pregunté por John. Al poco rato apareció, con uniforme de miliciano ya que había combatido en Playa Girón, en abril del año anterior.
La entrevista fue breve y me bautizó como Luis Velez, dada mi condición de estudiante de derecho, ya que por razones de seguridad debíamos preservar nuestra identidad, informándome que al día siguiente me trasladarían al campamento, en las afueras de la Habana.
Me advirtió que fuera cauto durante la cena en el Hotel ya que había compañeros del Partido Comunista Argentino, disconformes con este proyecto del Che, que querían conocer los detalles del reclutamiento y los objetivos del mismo.
Como me había advertido al descender del ascensor y llegar al lobby, un par de horas mas tarde, se me acercó una joven rubia, muy seductora, que trató de saber cuál era el objetivo de mi estancia en Cuba. Le contesté que era estudiante avanzado de Agronomía y que venía contratado por el Instituto de la Reforma Agraria -el INRA-. Creo que no me creyó, pero dejó de acosarme con preguntas cuándo se sumaron a nuestra mesa unos compañeros dominicanos que la conocían.
Al día siguiente, muy temprano, me trasladaron en un jeep desvencijado al campamento y allí me encontré con mas de 30 compañeros, entre los que estaba Guido Agnellini -El Gringo- con el que militábamos en la misma organización en Santa Fé, Elías Semán y un grupo de socialistas que integraban el sector de Marino Masi, el Vasco Angel Bengochea y, Luis Stamponi de Palabra Obrera,a los que conocía de nombre por referencias de Luis Enrique Pujals y diferentes componentes de la resistencia peronista de 1955-1958.
Guido me puso al tanto de cómo estaban las cosas. La heterogeneidad del reclutamiento, el evidente macartismo de los reclutados de la vieja resistencia y su desconfianza hacia la dirección cubana, sumado a la demora en iniciar la instrucción ofrecida, habían generado reclamos de todo tipo, llegando, incluso algunos, a proponer la posibilidad de solicitar a la Embajada argentina la repatriación.
Con ese contexto y en ese escenario, una noche nos avisaron que vendría a conversar con nosotros el Che.
Llegó en compañía de varios integrantes de su custodia, Alicia y John. Comenzó a exponer el rol de la guerrilla rural en la experiencia cubana y en lo que él entendía que era posible, reproducir en el Continente.
Me sentía como si estuviera viviendo un momento mágico. Escuchar a quién se había ganado en combate los galones de Comandante, a uno de los líderes de ese proceso revolucionario en el que por segunda vez -la primera fue Bolivia en 1952, con un resultado desastroso- el pueblo en armas había derrotado a un ejército profesional, me parecía un sueño.
Cuándo terminó la exposición, le hicieron algunas preguntas, ocultando el malestar existente.
Luego tomó la palabra el "Vasco" Bengochea.
Señaló que la Argentina era un país posiblemente distinto al del resto de Latinoamérica. El desarrollo industrial y una poderosa clase obrera organizada en los sindicatos, con una población concentrada en grandes ciudades -Buenos Aires, Córdoba y Rosario- entre otras, determinaban, a su juicio, que la guerrilla urbana tuviera un rol posiblemente fundamental.
Comenzó un debate entre ambos que duró varias horas hasta que John, que había permanecido callado hasta ese momento, planteara que se había hecho muy tarde, que debían retirarse ya que Ernesto Guevara tenía funciones importantes en el Gobierno -ministro de Industrias- que le exigían estar temprano en el despacho.
Ese fue el día que conocí al Che.
El proyecto fracasó porque surgieron diferencias profundas entre algunos peronistas que sostenían que sólo integrarían esta cruzada liberadora si el General Perón prestaba su aprobación desde Puerta de Hierro y nosotros que considerábamos que era riesgoso, para la seguridad del objetivo, consultar con "El Viejo", antes de iniciar las actividades en el país.
Ya instalados en La Habana, haciendo unos cursos, tuve oportunidad de estar varias veces con el Che, con su madre Celia y su compañera Aleida.
Muchísimas anécdotas, de aquellos días, me permitieron comprobar que él se autoconstruía como un hombre nuevo, que era la antítesis de los supuestos dirigentes políticos que hoy vemos en nuestro país adjudicándose la representación de nuestro pueblo, y que estaba convencido que si "una revolución es verdadera, se triunfa o se muere" y por eso dio su vida en la selva boliviana.
En un próximo artículo contaré aquellos días de fines del 62 y parte del 63 que permanecí en la capital de ese "gran lagarto verde",junto a John, Alicia, Celia, Papi -un compañero que murió en Bolivia junto al Che-,el Gringo, el negro Miranda, el flaco Larguía,el turco José, el Vasco y decenas de, como diría el poeta, hombres imprescindibles porque dedicaron su vida a luchar por un mundo mejor.

Manuel Justo Gaggero, abogado, ex Director de las Revistas "Nuevo Hombre" y "Diciembre 20".

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