lunes, 14 de julio de 2008

OTRO CAMINO ES POSIBLE.


En el medio de la agudización de la crisis capitalista, y sus implicancias en cada país, se vuelve a poner sobre el tapete la necesidad de indagar respecto a la vigencia de las ideas del socialismo –y con ello de la propia izquierda-, más allá de aciertos y errores y de las derrotas sufridas.
Por cierto que está vigente, vive plenamente en nuestra época histórica, porque este pensamiento se inserta en la continuidad de un antagonismo de clases, que va adquiriendo sus expresiones máximas en el dominio del mundo por el capital financiero, es decir del capital parasitario y en descomposición, como lo clasificara Lenin en su siempre valioso libro “El imperialismo, fase superior y última del capitalismo”.
Sin duda que el capitalismo ha cambiado bastante desde el momento en que fue estudiado a fondo por Marx o Lenin. Pero la pregunta clave es si ha cambiado su esencia.
En este sentido, el capitalismo sigue siendo el régimen de la esclavitud asalariada y de la marginación, de la subordinación de la sociedad a las leyes de la producción de plusvalía, del reinado del mercado, donde hasta la fuerza de trabajo, el ser humano, es una mercancía más, y la constante búsqueda de la ganancia máxima, aún a costa de la destrucción de la naturaleza y del hombre mismo.
De más está decir que continùa la contradicción antagónica entre el carácter cada vez más social de la producción y el acentuado carácter privado de la apropiación, que ha llegado a tal punto que un pequeño grupo de magnates financieros, (Soros, Slim, Murdoch, etc) acumulan más riqueza que el PBI. (Producto Bruto Interno) de algunos países, mientras que la pobreza y el hambre siguen avanzando en el mundo.
El Estado, como instrumento de dominación de clase, no sólo no ha desaparecido, como algunos pronosticaban, sino que se ha transformado aún más en una herramienta de violencia material y espiritual, construyendo y manteniendo constantemente la hegemonía ideológica cultural del sistema.
Para ser más precisos, entre las más importantes modificaciones operadas en la etapa actual del imperialismo, es que el capitalismo y su correspondiente Estado, esta comandado en forma ya absoluta por la oligarquía financiera mundial, incluyendo la superestructura ideológica, política y militar, aunque a veces los gobiernos seudo democráticos, aparezcan como supuestos representantes de la voluntad popular.
Dichos amos del mundo, integrados en el Grupo de los 8 (G8), determinan el lugar que cada paìs ocuparà en la divisiòn internacional del trabajo, adjudicàndole a la Argentina el de ser agrominero exportador, imposición que sus personeros locales vienen cumpliendo religiosamente, aunque se denominen “nacionales y populares”.
De modo que la fundamental e inexcusable contribución de la izquierda, si es que efectivamente pretende serlo, y de todos los autènticos luchadores populares, es desarrollar creativamente y de acuerdo a las especificidades de cada paìs, la fuerza polìtica, ideològica y organizativa, destinada a destruir la estructura existente y levantar sobre sus ruinas un nuevo modo de producción y de relaciòn social, socialista, y una nueva cultura basada en una nueva tabla de valores, centralizada en la dignidad, la justicia y la solidaridad entre los hombres/mujeres.
Este compromiso significa a la vez reconocer y superar los errores del pasado, pero teniendo mucho cuidado de aquellos que efectúan una despiadada crítica, en ocasiones masoquista, de la historia del movimiento revolucionario mundial, negando hasta los aportes positivos, postura que incluso es aplaudida por los sectores políticos más reaccionarios, puesto que sirve a sus fines de desarmar ideológicamente las luchas de los pueblos. Por eso, siempre conviene diferenciar: no es lo mismo un equivocado que un renegado, que ha decidido pasarse a la vereda de enfrente por un puestito o un cargo público. Merecen el mayor de los respetos aquellos compañeros que, a pesar de los tropiezos y sinsabores, siguen de pie sosteniendo y defendiendo los ideales de redención humana.
De modo tal que se hace imprescindible una permanente lucha contra el reformismo (en sus caras actuales: progresismo o centroizquierda), y un intelectualismo academicista que siempre pretende nadar entre dos aguas, en eternas “discusiones de café”, sin un serio compromiso con las luchas de su pueblo.
Particularmente en la actualidad, nos encontramos con quienes quieren presentar como resabio del pasado el afirmar la imprescindible necesidad de apoyarse en la concepción marxista de la historia y el motor de la lucha de clases, como así también negar el carácter potencialmente revolucionario de la clase obrera, o seguir siendo fieles a una actitud político práctica y organizativa, como expresión de la correlación dialéctica entre la teoría y la práctica, entre el pensamiento y la acción que indica al mismo tiempo la exigencia de creación de una organización revolucionaria. José Carlos Mariátegui, ese gran revolucionario peruano y latinoamericano, solía decir que “la única manera de superar a Marx es a través del marxismo”. Así fue como, junto con el Che, se convirtieron en irreductibles batalladores contra toda deformación dogmática y cuyo notable reflejo y ejemplo fue y es la Revoluciòn Cubana.
Al respecto, Marx nos dice, a través de una de sus conocidas tesis, que ya no se trata sólo de interpretar al mundo, sino de transformarlo, argumentación básica para la acción revolucionaria organizada, en lo cual tanto él como Engels pusieron todos sus esfuerzos, al servicio de la clase obrera, especialmente en la siempre recordada Liga de los Comunistas y en el formidable documento “El Manifiesto Comunista”.
Tampoco se trata de revitalizar viejos conceptos que caen en un cerrado obrerismo,o en desconocer los cambios operados en su conformaciòn interna, sino que, por el contrario, se nos plantea la inteligencia política y el desafío de reunir en su derredor a todos los oprimidos y explotados por el capitalismo imperialista, a todos los luchadores, organizaciones polìticas, sindicalismo antiburocràtico y movimientos sociales (desde los desocupados, estudiantiles, ambientalistas, a los de género, hasta los campesinos pobres y pueblos originarios), en una batalla sin tregua para derrotar y desplazar al bloque dominante por un bloque de poder de los trabajadores y demás sectores populares.
Sigue en pie hoy más que nunca la conclusión leninista de que el problema fundamental de la revolución es la toma del poder, y de lo cual se deriva la necesidad de avanzar a lo que dio en llamar la “dualidad de poderes”: construcción de poder proletario opuesto al poder burgués. Esta es y ha sido históricamente la única posibilidad de triunfo de una clase dominada y explotada. Por eso, es irracional argumentar que el poder no se toma, se construye. Justamente se construye para poder tomarlo y comenzar así a edificar una nueva sociedad. Sino nos quedamos en una inòcua tarea de maquillar al régimen existente, conducta hoy día de los partidos socialdemócratas, convertidos en liberales.
En una palabra, la gran pregunta es si sabremos elab orar unitariamente, sin mezquindades polìticas, estrechos personalismos o eternas discusiones intelectualistas, una estrategia y una tàctica para la superaciòn revolucionaria del capitalismo, econòmica, social, ideològica y culturalmente, es decir en su integridad como formación històrica. Esta tambièn era la visiòn integral del che, cuando se referìa a la vital importancia del desarrollo de la conciencia y de la conformaciòn del “Hombre nuevo”. El ser humano como sujeto, partìcipe conciente, y no como objeto de la historia.
Por las mencionadas razones, nos opusimos y nos opondremos siempre a la bùsqueda de un “capitalismo humano”, de un irrisorio “capitalismo bueno”.
Estamos y estaremos siempre por construir una alternativa al capitalismo y no una alternativa dentro del capitalismo, como plantea la llamada centroizquierda y los teóricos del mal menor, que hoy practican el seguidismo kirschnerista, cómplice en el desarrollo de la” patria sojera” y de los monopolios agroexportadores, o van de furgón de cola de la reaccionaria y golpista Sociedad Rural, una de las instituciones responsable de la destrucción del país y de 30.000 compañeros desaparecidos.
La teoría del mal menor es y ha sido siempre la teoria de la resignación y el conformismo con lo existente, que reniega en los hechos de la construcción de una real alternativa, y es alimentada muy hábilmente por las usinas ideológicas del régimen, para mantener la continuidad de un modelo de país dependiente y atrasado. Debemos oponerle entonces, una política independiente y de clase, atendiendo al mismo tiempo que en esta etapa histórica y ante la difícil situación que atravesamos, ser clasista es ser unitario.
En definitiva y desde una posición de clase, desde la vereda de los trabajadores tanto de la ciudad como del campo, seguimos reafirmando en el actual conflicto interburgués, el eje central de nuestra posición política: NI CON EL GOBIERNO DE LOS MONOPOLIOS, NI CON LOS PATRONES DEL CAMPO. No ir a remolque de ninguno de los sectores de la burguesía.
Sí con todos los trabajadores, con los campesinos pobres, que son los que realmente doblan la espalda en el surco, y los pueblos originarios asesinados o duramente golpeados para robarles sus tierras. Ante estos actos de represión y saqueo, ninguna de las cuatro organizaciones que se adjudican la representación del campo, dijeron o hicieron nunca nada. Es más, le pagan al peón de campo los sueldos más bajos del país y siguen teniendo el 75% en negro, explotando incluso el trabajo infantil, mientras los gobiernos de turno siempre miraron para otro lado.
En coherencia con lo expresado, junto con la imprescindible “batalla de ideas”, venimos impulsando distintos movimientos unitarios a todo nivel, ayudándonos entre todos a dejar atrás viejos vicios sectarios y hegemonistas, y apuntando permanentemente a la edificación de una alternativa de los trabajadores y demás sectores populares en lucha, como peldaño hacia la liberación nacional y social de nuestra patria. Así se va materializando en concreto la misión histórica de la clase obrera y la irremplazable consigna “trabajadores del mundo, uníos”, como forma de transitar decididamente en rumbo al socialismo.
Pero no es creer tener todas las respuestas lo que ilumina, lo que abre la mente, sino la duda y el debate honesto.Bienvenido sea.

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