“En estos relatos el detective (cuando existe) no descifra solamente los misterios de la trama, sino que encuentra y descubre a cada paso la determinación de las relaciones sociales. El crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista desde el crimen: en ella (…) se ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones personales hasta reducirlas a simples relaciones de interés, convirtiendo a la moral y a la dignidad en un simple valor de cambio”
Ricardo Piglia, “Lo negro del policial”
El policial en sus distintos subgéneros (claśico, negro o suspenso/thriller) es quizás el género más representativo de la sociedad burguesa. Bien temprano desde su surgimiento y durante todo el siglo XX, distintos teóricos culturales han buscado explicar su popularidad, sus preceptos y la relación que establece con la “verdad”, desde el citado Ricardo Piglia, pasando por Tzvetan Todorov, Bertold Brecht o el trotskista belga, Ernest Mandel, que en su libro “Crimen Delicioso” reflexionaba sobre las razones detrás de este entrelazamiento de la sociedad burguesa con el género policial, afirmando que “la sociedad burguesa en y por sí misma engendra el crimen, se origina en el crimen y lleva al crimen”.
Género literario moderno si los hay, no pasaron demasiados años hasta que fue representado en el cine por primera vez, en “Histoire d’un crime”, de Ferdinand Zecca, en 1901, abriendo así un largo y prolífico derrotero hasta la actualidad. Haciendo uso de dispositivos propios (traducción del melodrama tras la movilización total; por ende, la última forma de conservar la representación trágica, en palabras de Angel Faretta) el séptimo arte ha sido un fiel y gran exponente del policial. “Zodiac” (Fincher, 2007) inclusive es considerada por muchos, como la “última película” de Hollywood, antes del surgimiento y copamiento de la industria por parte de las películas de superhéroes.
Sin embargo, no toda historia llega a su fin y no necesariamente la última palabra ha sido dicha. Generaciones de nuevos realizadores surgen recogiendo el guante y la reciente estrenada “Misántropo” (To Catch a Killer, 2023), del director argentino Damián Szifron, arremete sin previo aviso para ser un fiel exponente de su época.
El director de “El fondo del mar” y “Relatos Salvajes” nos trae su primera película de producción norteamericana, ambientada en la ciudad de Baltimore en las vísperas de las fiestas de año nuevo. Un comienzo espectacular (con fotografía nocturna de Javier Juliá) nos desvela un asesinato en masa en vivo y directo por parte de un tirador oculto que no duda en disparar a un sinfín de ciudadanos en terrazas, ascensores y en las calles, acabando con la vida de niños, mujeres y hombres sin importar etnia, credo o clase.
“Misántropo” no es un policial tradicional porque tampoco lo es su temática. En lugar del crimen sigiloso y acotado, el objeto del film es uno de los espectaculares tiroteos masivos que se han puesto de moda en las últimas décadas y que ponen de relieve la alienación y el nivel de violencia que atraviesa a la principal sociedad capitalista del mundo, con 256 asesinatos en masa en lo que va del 2023 (según el sitio de Gun Violence Archive) y un Estado policial que, en paralelo a su guerra contra los pueblos del mundo, aplica el gatillo fácil y el crimen racista (George Floyd) dentro de su propio territorio.
A lo largo del film, brillantemente filmado y con un ritmo que no da respiro, la cabo Eleanor Falco (Sailene Woodley), junto con el agente Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) tratarán de dar caza al asesino incógnito, que curiosamente no muestra ninguno de los rasgos característicos de los asesinos en masa yankees (quizás solo comparable al caso real de Theodore “Ted” Kaczynski, el “unabomber”).
“Misántropo” logra salirse del canon clásico del policial para abrir el paraguas e involucrar el interjuego con la política y la inoperancia de los altos mandos, representado, por ejemplo, en una de las escenas entre Lamarck y uno de los asesores del alcalde en pos de levantar las restricciones en la ciudad a pesar de que el asesino sigue suelto, con lindos guiños a “Tiburón”, de Steven Spielberg. Debates como el compromiso con el poder, los problemas raciales, la portación de armas y los grupos de ultraderecha, están todos representados genialmente por el director de “Los Simuladores”, sin perder la sutileza y el hilo de la trama.
Sin menospreciar un film muy sólido y contundente, los límites del género están presentes. Así vemos dispositivos para justificar y acercar al espectador al accionar de las fuerzas represivas, o la necesidad de mostrar una policía buena en contraposición a una corrupta.
Los tiroteos masivos, muchas veces de connotaciones racistas y xenófobas, que se extienden incluso a escuelas y supermercados, son un indicio de descomposición social en la principal potencia capitalista del mundo. Como no podía ser de otra manera, el arte se hace eco de esto y “Misántropo” nos los trae a la pantalla grande.
Pedro Cataldi
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