jueves, 4 de abril de 2019
Argentina casino: ¿a qué apuesta el Círculo Rojo?
¿Qué pasa con el dólar? Una catástrofe económica en cuotas. Los dueños del país intentan poner en pie una alternativa política para hacer lo que hay que hacer. Y para recomponer sus ganancias.
Cuando está por terminar un campeonato de fútbol hay equipos que dependen de sí mismos para salir campeón: es el caso de Racing que si gana se consagrará en el primer puesto de la Superliga. Otros equipos dependen de resultados ajenos, como Defensa y Justicia, que tiene su suerte atada a la fuerza que ponga Tigre frente a los racinguistas. La misma situación se repite entre los que luchan por no descender de categoría.
El perspicaz editorialista de La Nación, Carlos Pagni, comparó la figura de Mauricio Macri con la del peso argentino: a medida que aumenta el dólar, se devalúa el peso y la imagen presidencial.
El único objetivo que se propuso Cambiemos para este año es llegar al periodo electoral con una sola medalla: el dólar estable. La estampida de la divisa estadounidense que alcanzó un récord en los últimos días (aunque se aplacó hacia el final de semana gracias a las medidas del Banco Central que redoblan la timba financiera) llenó de interrogantes las cuentas bancarias de los dueños del país ¿se estabiliza el dólar o se descontrola todo?
No hay respuesta definitiva. La economía está en un descalabro notorio. El “factor político”, es una de las frases más repetidas por los analistas de la City porteña para explicar la incertidumbre cambiaria. La única certeza es que el Gobierno, como en el fútbol, ya no depende de sí mismo, sino de los otros equipos para controlar el dólar. Claro está, el macrismo no pelea el campeonato, sino por no descender.
Los otros equipos
La suba de la divisa estadounidense altera los nervios: la secuencia que lleva del incremento del dólar, a la suba de precios, al deterioro de los ingresos de los trabajadores y el empobrecimiento general es bien conocida. Todo está grabado en la memoria.
Esos movimientos al alza en el tipo de cambio están determinados por las condiciones estructurales de un país dependiente y dominado por las potencias imperialistas: por el retiro de fondos especulativos con residencia en los principales centros financieros del mundo que ingresaron al país para ganar dinero con la famosa “bicicleta financiera”; por los dólares que se van al exterior por pagos de una deuda que toma el oficialismo para mandar al tacho a la mayoría; por las remesas de ganancias de las empresas multinacionales a sus casas centrales; por las divisas que se llevan afuera principalmente los grandes empresarios locales (la llamada fuga de capitales).
Incluso, a pesar del ajuste, todavía sigue siendo deficitario el balance externo en servicios, explicado entre otros movimientos por el turismo, servicios informáticos o profesionales. Por último, la recesión permitió una tibia recomposición del superávit del comercio exterior (la diferencia entre los bienes que se exportan y los que se importan), pero todavía está bien lejos de proveer los dólares para abastecer la sangría que se describe en el párrafo previo.
En las actuales condiciones, el abastecimiento de dólares tiene dos fuentes fundamentales: el FMI, que ató de pies y manos al Banco Central para intervenir de manera certera en el mercado cambiario; y los agroexportadores como Cargill, Bunge y otras empresas multinacionales y nacionales. "Para que empiecen a vender, primero se tiene que estabilizar el dólar. La mesa de Cargill es como la de cualquier otro banco, venderá cuando vea que se estabilizó el tipo de cambio, no antes", explicó un economista a un diario de negocios.
Cuando Federico Sturzenegger comandaba el Central, el credo neoliberal condujo al oficialismo a tomar la decisión de liberar a los agroexportadores de la obligación de ingresar al país las divisas obtenidas por las exportaciones. Para llegar al segundo acuerdo con el FMI, el Gobierno introdujo un sistema de retenciones de $ 3 y $ 4 por cada dólar exportado, según si el producto es industrial o una materia prima. De este modo, a medida que aumenta el dólar, el agronegocio paga menos porcentual de retenciones. Por distintas vías tiene incentivos a presionar por una suba del dólar. Ahora, el equipo económico reza para que la cosecha récord se transforme en dólares contantes y sonantes, algo sobre lo que atenta sus propias medidas pretéritas.
Desde el día jueves la cotización del dólar retrocedió, pero ya establecida en un nivel superior al de las semanas previas. ¿Cómo ocurrió eso? Gracias a que los bancos privados le torcieron el brazo al Banco Central que tomó una medida que no quería: autorizó a los bancos a que utilicen la totalidad de los recursos captados en la timba de las Leliq (Letras de liquidez, un papelito que emite la autoridad monetaria para sacar pesos de circulación). El objetivo es retener un gigantesco stock de plazos fijos que existen en el sistema bancario atados a las altas tasas de las Leliq. El peligro es que los pesos depositados en plazo fijo se vayan al dólar. Y que la crisis cambiaria del dólar mute en crisis bancaria.
Descalabro
El mejor equipo de los últimos cincuenta años hundió la economía en el hondo bajo fondo: terminará el mandato con dos años consecutivos de recesión; la inflación muy probablemente se ubique por encima del 40 %; la desocupación a fin de año estará cerca o por encima de dos dígitos; la destrucción de puestos de trabajo formales es incesante; y la pobreza está en alza.
Además, el macrismo dejará una pesada herencia para las futuras generaciones: una deuda pública cuyos pagos de capital e intereses se llevarán más del 7 % de lo que producen todos los trabajadores del país cada año al menos hasta 2026. Esto sin incluir los pagos al FMI, el gendarme a quien el oficialismo cedió la llave de la economía. La perspectiva de un default (no pago) obligado por las circunstancias o una renegociación de la deuda, es una certeza para mayoría de los que analizan fríamente la economía. La única duda es en qué plazo se precipitará.
En estas condiciones, la catástrofe económica que amenaza a la mayoría trabajadora avanza en cuotas. No en el sentido que sea moderada, sino en el sentido de que aún no está plenamente desarrollada. Mientras tanto, afloran las comparaciones con el final del Gobierno de Raúl Alfonsín, sumido en el caos de la hiperinflación, o con Fernando de la Rúa, que la única salida que encontró a la emboscada a la que se dejó llevar por los amigos del capital financiero internacional y el FMI fue subirse a un helicóptero.
Tal vez las comparaciones históricas son exageradas, aunque a la historia, como a las armas, la carga el diablo. Desde el punto de vista capitalista, o más precisamente desde el único punto de vista que les interesa, que es el de recomponer las ganancias empresarias, la economía requiere un cambio de rumbo. ¿Hacia dónde? Ni los dueños del país lo tienen claro. Los desequilibrios económicos son tan profundos que lo único que se puede prever es el sentido del ataque: contra la mayoría trabajadora.
Apuestas políticas
En el tramo final del Gobierno de Mauricio Macri los movimientos de la política y la economía se muestran como realmente son: dos fenómenos estrechamente entrelazados en una realidad única.
Frente a la devaluación de la figura presidencial, en el oficialismo ensayan martingalas: se trata del astuto oficio de engañar a alguien. Si Mariú Vidal compite como candidata a presidente, tal vez Cambiemos pierda la provincia de Buenos Aires. Si va por su reelección, tal vez también la pierda, arrastrada por el maleficio de Mauricio. Pero es la única figura oficialista que puede competir con alguna chance en el territorio del Gran Buenos Aires donde los últimos datos del Indec exhiben una tasa de desocupación que trepa al 11,4 % y la pobreza alcanza al 35,9 % de las personas.
Sin Plan V (de Vidal), el Círculo Rojo, que pone fichas en todos los casilleros, evalúa el Plan H: que Horacio Rodríguez Larreta deje de inaugurar veredas reparadas para transformarse en candidato a presidente. Ven en Larreta a una figura más predispuesta a incorporar al opoficialismo peronista a un gabinete de coalición. De hecho, es lo que propuso, junto a María Eugenia Vidal, durante la crisis cambiaria del año pasado. Incluso a Larreta se le atribuye el principio que indica “no hay que hablar del Plan B porque la tropa deja de trabajar para el Plan A”.
Mientras la crisis se agudiza, Marcos Peña empezó una rueda de reuniones con empresarios para tratar de evitar que se debilite más el inestable apoyo del capital financiero internacional, banqueros, privatizadas de servicios públicos beneficiadas por los tarifazos y alguna otra patrulla perdida que mantiene la fe cambiemita. Para mantenerlos del lado Pro de la vida, los atemoriza con el fantasma de Cristina Fernández como la única alternativa electoral al macrismo.
Peña asegura que no hay lugar para terceras fuerzas, como la que pretende encabezar Roberto Lavagna. Los socios radicales de Marquitos saben que en la Convención del partido centenario no piensan igual. Varios se quieren encolumnar con Lavagna. El exsecretario de Industria de Alfonsín, exministro de Economía de Eduardo Duhalde y de Néstor Kirchner sintetiza en su ADN los deseos de la “burguesía nacional”. Es una de las figuras mejor vistas por la parte del Círculo Rojo afectada por la debacle económica industrial y el derrumbe del mercado interno, tales como la Asociación Empresaria Argentina (AEA) y la Unión Industrial Argentina (UIA). Para ellos, también, todo está guardado en la memoria: Lavagna terminó de asestar el golpe devaluatorio que destruyó el poder de compra del salario un 30 % en 2002 a la salida de la Convertibilidad y permitió recomponer las ganancias empresarias. También fue el padre del canje de bonos en una negociación presentada como patriótica en tanto establecía una quita del 75 % a los bonistas. El detalle es que los especuladores habían comprado los bonos devaluados en la crisis del 2001 y en realidad obtuvieron ganancias del 300 %: entre ellos, George Soros y David Martínez, socio del Grupo Clarín en varios negocios. El curriculum de Lavagna lo avala como el piloto de tormenta para la crisis beneficie a los patrones.
“Había trascendidos, operaciones, diciendo que el próximo gobierno no iba a pagar, que el próximo gobierno va a reestructurar. Son fantasmas que tratan de plantear (…) Primero les dije que yo fui el último ministro de Economía de un gobierno que pagó una deuda gigantesca que no había contraído, sin pedir prestado”, así le explicó Axel Kicillof al periodista Alejandro Bercovich su charla de febrero con la delegación del FMI. El kirchnerismo fue más allá: según Ámbito Financiero, representantes de Cristina se reunieron con Franklin Templeton, por pedido de estos últimos. Se trata del fondo que trajo dólares al país para especular con letras del Tesoro a partir de una negociación del exministro de Finanzas, Luis Caputo, en medio de la crisis de mayo del año pasado. Los interlocutores kirchneristas aseguraron a Franklin Templeton que no había peligro de un default unilateral: es decir, los especuladores tendrán asegurados los beneficios de la especulación. Nunca menos.
La realidad es ilustrativa de cómo las fuerzas empresarias se preparan para una nueva gestión de un macrismo en decadencia que gane en los penales o directamente para el posmacrismo. En cualquier caso, querrán resolver la crisis asestando un golpe a la mayoría. Desde la trinchera de la clase trabajadora, hay que poner en pie un programa de emergencia que parta de romper con el FMI, no pagar la deuda y que la crisis la paguen los que la generaron.
Pablo Anino
@PabloAnino
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