jueves, 30 de mayo de 2013
“Gordito golpista”
Las denuncias de corrupción política son un arma filosa. Si son servidas con humor pueden ser letales.
Desacralizan al Estado, que pretende haber sido designado por la voluntad popular para gobernar como un Santo Padre por encima de las contradicciones de la sociedad. Retobarse contra esas denuncias es simplemente reaccionario, porque protege los peores aspectos del poder de turno y porque es inútil para detener su descomposición. Ningunearlas es un despropósito, porque sus efectos son tan irreversibles como el agua que se filtra por los suelos.
La corrupción es inherente al Estado, que es monopolio de una burocracia que está al servicio de la clase dominante. No es, sin embargo, un arma decisiva; hace falta algo más y sus resultados son contradictorios. En 1917, por ejemplo, las aventuras de Rasputín en una Rusia en efervescencia aceleraron el estallido de la Revolución de Febrero, pero, en la década del ’50, las denuncias de un periodista brasileño de la derecha, Carlos Lacerda, provocaron nada menos que el suicidio del Presidente Getulio Vargas, el Juan Domingo Perón gaúcho. En 1993, las valijas de contrabando de Amira Yoma no rozaron la estabilidad de Menem, porque éste había conseguido el apoyo de la burguesía a su programa de canje de empresas del Estado por títulos de la deuda externa. En 2001, sin embargo, la Banelco ayudó a poner fin a un gobierno al que el Frepaso había dado un barniz de honestidad, porque la burguesía necesitaba sacarse de encima la ‘convertibilidad’. Los que hoy patalean contra las denuncias de Lanata no se esmeraron, en 2001, en defender a De la Rúa -se fueron por la trastienda.
Como se ve, la denuncia de corrupción puede esmerilar fuerte al poder de turno, pero el desenlace lo determina la capacidad relativa de las clases en disputa. A Perón no lo derribó, en 1955, la denuncia de las joyas acumuladas por Evita, sino la movilización de las masas medias, por parte de la Iglesia católica y el Vaticano. En definitiva, la denuncia, el humor y la caricatura política no son un patrimonio reservado a los golpistas sino armas de lucha política que la izquierda y los trabajadores deberíamos manejar con destreza. La derecha, por el contrario, solamente puede valerse de ellas dentro de ciertos límites, porque en última instancia socavan su propio poder.
Las denuncias de Lanata han puesto en un serio aprieto al kirchnerismo. Lo demuestra la torpeza de su reacción, que en su último capítulo logró algo imposible -que un programa político le gane el ‘rating’ a un partido de fútbol con ‘Boquita’. Algunos K se quejan de que las denuncias de Lanata están desbalanceadas, porque no hace lo mismo con los grupos económicos opositores como Clarín. Otra torpeza, porque nadie ha logrado tapar una corruptela con otra, salvo que el protagonista de ella sea él mismo y la escala del delito, mayor. De todos modos, la queja es falsa, porque los K sometieron a Clarín a un ataque implacable, desde el momento en que se rompió la sociedad que habían mantenido a lo largo del primer período presidencial kirchnerista. Lo denunciaron por complicidad con la dictadura militar -por el robo de propiedades y delitos de lesa humanidad como el secuestro de personas y la apropiación de niños. Fracasaron en el intento, porque el propósito era reemplazar a un monopolio mediático por otros y someter a todos al comisariato ideológico del gobierno. Parieron un adefesio -la Ley de Medios-, al servicio de los grupos económicos adictos y del pulpo único de telecomunicaciones -Telefónica. Los alcahuetes mediáticos del oficialismo fueron incapaces de montar contra Clarín un programa corrosivo como el de Lanata; sólo se despacharon con insultos y, en un caso de antología, con la descalificación de una periodista revolucionaria que interpeló a Perón en una conferencia de prensa, cuando ya se había lanzado la creación de la Triple A. La incompetencia no es excusa.
“Periodismo para Todos (y todas)” no solamente corroe al kirchnerismo por la bóveda de Lázaro Báez, por los testimonios de fiscales y trabajadores de Santa Cruz, por la exhibición de fotos de mansiones ‘nacionales y populares’ de cuño hollywoodense o por las revelaciones de la secretaria del mismo Néstor Kirchner. Corroe porque ridiculiza al poder -al principio con la imitadora de CFK y ahora con el de Timerman. El televidente disfruta de la mofa al egocentrismo presidencial, como disfrutaba el público de Shakespeare o Lope de Vega. La parte farsesca del programa engancha al espectador antes de entrar en las denuncias intrincadas, que a veces son difíciles de seguir.
Los intelectuales de Carta Abierta, que justifican al poder y los hechos que ya han sido consumados, acaban de escribir un mamotreto que pretende psicoanalizar a los televidentes que se encandilan con PPT -tres millones que incluyen a todas las clases sociales y que motiva cada vez más a las capas más humildes de los trabajadores. Desenvuelven de este modo una operación ‘gorila’ típica -el pueblo es una masa de ignorantes. ¿Habría que establecer entonces el voto calificado, como lo propuso el genocida Benjamín Menéndez? Entre paréntesis, el decreto de prensa de Macri, ahora refrendado por una ley votada por una mayoría del progresismo autóctono, podría clausurar el programa de Lanata con el argumento de que fomenta “el odio” (artículo 6) a personas y jerarquías. Los defensores del decreto lo presentan como un baluarte de la libertad.
Lo que los K y los anti K evaden, con la excepción notoria de Carrió, es que Lanata ha dejado planteado el juicio político a CFK. Porque para PPT, Lázaro Báez no existe, “es Kirchner”. La Presidenta de la Nación está acusada explícitamente de desfalco, sobreprecios, evasión de dinero. Ningún ‘opositor’, sin embargo, ha recogido este planteo en la tarea que les cabe -tampoco Carrió. Es que para los intereses establecidos la ‘oposición’ no ofrece todavía una garantía de ‘gobernabilidad’, mientras que el oficialismo es capaz todavía de disciplinar a la CGT y plegar las paritarias a los intereses de las patronales. Incluso en el plano internacional se ha formado un frente único integrado por Obama, el FMI y los acreedores internacionales, para forzar a los ‘fondos buitres’ a que acepten un arreglo extrajudicial del litigio que tienen con el gobierno de Argentina.
Los capitalistas no van a soltar la mano al gobierno K hasta que se hayan colocado en su lugar las piezas del recambio. En la práctica, sin embargo, las cosas nunca ocurren de esta manera, de modo que vamos a conocer en algún momento una quiebra política mayor. Si bien Argentina tiene una crisis de reservas y crisis fiscal, inflación elevada y fuga de divisas, al tiempo que asiste a un derrumbe de alianzas en el Mercosur, el Estado paga todavía sus facturas (salvo el medio aguinaldo de Scioli). No es el caso de Italia, por ejemplo, que con toda la ‘ayuda’ del Banco Central Europeo, ha dejado de pagar las deudas con sus proveedores y los ha mandado a la quiebra; en Italia hay una fronda de pequeños empresarios. En definitiva, Argentina atraviesa una transición política convulsiva, cuyo desenlace está en debate. Francisco de Narváez acaba de proponer un frente opositor para tomar la presidencia de Diputados en caso de que la ‘opo’ en su conjunto supere en votos y electos al oficialismo, para apoderarse de la agenda legislativa y organizar una suerte de doble poder. El pejotismo busca producir un cambio de frente de la burocracia sindical, en la línea del viraje operado por Moyano.
Lanata ha dicho en forma expresa que se limita a hacer periodismo y que es prescindente del alcance judicial y político de las denuncias que vehiculiza en PPT. Se engaña a sí mismo y engaña a la audiencia. Ejerce una abdicación intelectual. Para Lanata, un antiguo adversario severo de Clarín, el multimedios de Magnetto es el último baluarte de la libertad de expresión contra el atropello oficial. No dice si esto seguirá siendo así en caso de que los políticos aliados a Clarín llegaran a gobernar. La ‘pluralidad’ de capitalistas de medios no es una garantía para la democracia; lo prueba hasta el hartazgo Estados Unidos, donde esos medios hacen un frente único cuando se trata de defender los intereses de Estado del imperialismo. Clarín es la Asociación de Empresaria Argentina (AEA), el club de los capitalistas que cortan el bacalao en Argentina.
El “gordito golpista” no está solo. El oficialismo viene improvisando, luego del fracaso del 7D, una ofensiva de copamiento judicial y de cercenamiento de derechos individuales que afectan a los trabajadores, que podría desembocar en un conflicto de poderes. El gobierno no tiene la fortaleza para desacatar un fallo de la Corte que le resulte desfavorable, sea con respecto a la elección del Consejo de la Magistratura o a la desinversión que Clarín se niega a realizar. Pero si se pliega pone en riesgo su capacidad de gobierno. Los golpes y los autogolpes se engendran recíprocamente; Alfonsín y De la Rúa intentaron salvarse mediante el recurso al estado de sitio. Simplemente les salió mal.
Desde la izquierda revolucionaria caracterizamos a esta disputa en el marco de los desequilibrios sociales y políticos -cada vez más agudos- de la crisis mundial capitalista. El enfrentamiento entre los de ‘arriba’ convierte a la crisis ‘sistémica’ en crisis política. Expresa la tendencia a la disgregación del régimen capitalista a partir de sus propias bases.
Jorge Altamira
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