jueves, 30 de mayo de 2013

“Cada vez es más atroz e imperdonable”



Graciela García estuvo secuestrada tres años. Contó cómo Acosta la llevó a un departamento, donde la violó. También narró cómo presionaban a las familias de los cautivos y cómo un marino le detalló los vuelos de la muerte.

“En todos estos días que me preparaba para venir y a pesar de los años, lo que experimento al volver es que no se atenúa en nada, me da la sensación de que cada vez es más atroz lo que se vivió ahí y más imperdonable”, dijo Graciela García en el final de su declaración, durante el juicio por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada. La mujer permaneció tres años en cautiverio en el centro clandestino de los marinos y luego integrada a la estructura de Cancillería, que está marcando en el juicio la continuidad expansiva del centro de represión. Graciela había declarado en el juicio anterior sobre la ESMA. Ayer, una de las preguntas de la querella del CELS la detuvo frente a la figura del Tigre Jorge Acosta, el hombre autorrepresentado como dios dentro de ese infierno, a quien Graciela acusó en primera persona por violación.
“En realidad hubo varias situaciones previas a ésa –explicó luego de la pregunta–. Hay un hecho que se produce en una quinta a la que nos llevan a varias presas por el mes de diciembre del año ’76. Cuando llegamos, había varios oficiales y Acosta sugiere que debíamos elegirnos entre los oficiales y las presas. Terminamos cada una de nosotras con un marino, yo terminé con García Velazco, Dante. No me pasó nada ahí.” Se ocupó de nombrar a los represores que estaban en esa quinta uno por uno, marcando la acusación: “Estaba Acosta, García Velazco, (Alberto “El Gato”) González Menotti, (Jorge) Radice, hasta donde me acuerdo –dijo–. Esa fue una primera situación, además de otras que vi antes de que me pasaran a mí”.
Una noche la bajaron a la oficina de Acosta. “El estaba con una remera náutica, una luz baja que no se le veía bien la cara, me ofreció un pedazo de torta, algo increíble y en un momento me dijo: ‘Mañana te voy a sacar’. Y al día siguiente, me lleva a ese departamento de Olleros y Libertador. El iba con una valijita de cuero donde llevaba las sábanas. No había luz, subimos las escaleras. Era un departamento muy despojado. Ahí yo creo que me llevó dos veces. Cuando volví nuevamente para la ESMA, volvía nuevamente a los grilletes, a las esposas, al tabique y al balde para hacer las necesidades. Yo creo que todo esto fue alrededor de enero del ’77. Todos los del camarote estábamos con grilletes, acostumbrados a caminar con las piernas abiertas para no golpearnos, y con esposas.”
Como Graciela, un grupo de ex desaparecidas de la ESMA empezaron a poner en palabras las situaciones de violación y de violencia sexual, la condición de ser mujer en el centro clandestino, ya en el juicio anterior. Los marinos no pudieron ser condenados en ese momento por el delito de violación por la lógica jurídica según la cual no podían ser condenados porque no habían sido acusados así durante la instrucción. En la etapa final de aquel juicio, las querellas –especialmente el CELS– enumeraron a modo de prueba los hechos que habían sido relatados desde esta perspectiva en el juicio. Los nombres de las víctimas y de los represores. Le pidieron a los jueces extraer los testimonios para impulsar una denuncia específica. La denuncia de Graciela siguió un proceso paralelo, pero alentado también por esta nueva mirada. El caso por violación contra Acosta se abrió en 2007. El juez de instrucción Sergio Torres procesó a Acosta por ese delito, pero la Cámara de alzada volvió a subsumirlo al tormento. Así ingresó a este juicio. Pero más allá de la calificación, como el hecho ya está probado, el CELS reúne ahora estos elementos para acusar por primera vez por violación al término del debate y pedir el cambio de calificación, según explicó la abogada Daiana Fusca.
Graciela habló de otro departamento, en Ecuador y Santa Fe: “Me llevaba el mayor Mazzola, abría la puerta, entraba, él se iba, me dejaba un fin de semana, a veces más, hasta que venía Acosta, a veces no venía. Y después me llevaba”.
Su testimonio atravesó las múltiples “ESMAs”. La estructura del staff y ministaff como un espacio creado por los marinos para enfrentar a los secuestrados. El trabajo esclavo en Cancillería y la “esquizofrenia” de entrar y salir de la ESMA, que extendía el circuito del miedo. Las internas entre Cancillería y el grupo de tareas. La producción de material para frenar la campaña por violación de derechos humanos desde el exterior. El Centro Piloto de París. Los desaparecidos. Alicia Eguren de Cooke, Enrique Raab. Los nombres genéricos de la ESMA, los “verdes”, los “pedros”, los “tomys” o “gustavos”, intercambiables, sobre los que los ex detenidos consiguieron fijar identidades. Los negocios de los marinos. La patota “enloquecida con la caja fuerte que había en la oficina de Santa Fe y Callao” y Jorge Radice “desesperado para poder abrirla”. Los vuelos de la muerte.
“Lo que sabíamos era que nos llevaban a granjas en el sur. Esto se empieza a poner en duda cuando después de los traslados quedaban los zapatos, como el caso del compañero Alejandro Calabria. Los traslados se hacían los miércoles. Escuchábamos a ‘los verdes’ que gritaban, los grilletes, acá nos quedaba claro. En un momento viene Acosta y se pone a hablar conmigo y me dice: ‘Yo quiero que vos sepas que esto es una guerra de exterminio, pero vos te vas a salvar’. Y yo le pregunto por qué. Entonces él contesta lo que siempre contestaba: ‘Porque Jesusito lo quiere’.”
Una vez, Chispa –a quien identificó como Camilo Sánchez– la llevaba a la casa donde iba a estar ella un fin de semana. “Me acuerdo de que era un domingo y que llovía y él espontáneamente me dijo: ‘¿Vos sabés cómo es que se resuelve el tema de los traslados? Se suben a aviones y se arrojan desde los aviones’. No me dijo lo de la inyección y todo esto. Por primera vez escuché que se arrojaban de aviones por el Río de la Plata.” Cuando el abogado de un represor le preguntó dónde había ocurrido ese diálogo, ella explicó: “No me acuerdo, sólo me acuerdo que el impacto fue tal que miraba para afuera y lloraba. Era domingo. Es como una foto. Llovía y había una autopista”.
“Yo creo que las familias eran objeto de control, fruto del accionar del GT”, explicó en un momento. En la sala estuvo Ricardo Cavallo, como siempre, pero ayer además estuvo Néstor “Norberto” Savio. “El que controlaba todo era Savio –dijo Graciela–. Cuando Acosta me lleva por primera vez a ver a mi familia, toca el timbre a las 2 de la mañana en una casa de gente de trabajo, de manera que cuando subimos, todos estaban de ropa de cama. Se me abalanzaron, me abrazaban, lloraban, mientras Acosta miraba. Mi papá iba a buscar un churrasquito para darnos de comer. La llama a mi otra hermana, Marta, que vivía a una cuadra y viene en camisón. Acosta se sienta y empieza con la perorata de que ellos eran defensores y se había propuesto recuperar a jóvenes como yo y que la familia tenía que colaborar. Les preguntó a todos qué hacían, dónde trabajaban, qué auto tenían. Le dijo a mi hermana que iba a una universidad de zurdos, porque estudiaba filosofía y letras y que su novio, que tenía un taxi, era un zurdo más. Ahí se levantó, terminó la visita. Me vuelve a llevar al tiempo, y le dice a mi papá que se tenía que mudar. Me acuerdo de la humillación que sintió mi papá porque esta persona le decía qué tenía que hacer. Era como alguien que estaba controlando y manejando la familia. No los volví a ver más hasta finales del ’77 y ellos no supieron de mí.”

Alejandra Dandan

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