lunes, 20 de mayo de 2013

Los preliminares del Plan Cóndor



La correspondencia entre el dictador Ernesto Geisel y Videla evidencia la voluntad de cooperación entre ambas dictaduras y revela cómo el gobierno de facto brasileño retomó la relación con la Argentina tras haberla reducido casi a cero en el gobierno justicialista.

Videla cumplió el papel que de él se esperaba en el Plan Cóndor, el pacto terrorista que 27 años atrás ocupó un capítulo importante de la agenda de Argentina y Brasil, donde el dictador Ernesto Geisel recibió de buen grado la “nueva” política externa del proceso de reorganización nacional (e internacional), tal como se lee en los documentos, en su mayoría secretos hasta hoy, obtenidos por Página/12.
“Fue con la mayor satisfacción que recibí, de manos del excelentísimo señor contraalmirante César Augusto Guzzetti, ministro de Relaciones Exteriores y Culto, la carta en que su excelencia tuvo la gentileza de hacer oportunas consideraciones respecto a las relaciones entre nuestros países... que deben seguir el camino de la más amplia colaboración.”
La correspondencia de Ernesto Beckman Geisel dirigida a Videla exhibe una camaradería cargada de adjetivos que no era lo característico en ese general criado en una familia de pastores luteranos alemanes. “Brasil, fiel a su historia y a su destino irrenunciablemente americanista, está seguro de que nuestras relaciones deben basarse en una afectuosa comprensión (...) y en el permanente entendimiento fraterno”, abunda Geisel, el mismo que había reducido casi a cero las relaciones con los presidentes Juan Perón e Isabel Martínez, cuando sus embajadores en Argentina parecían menos interesados en visitar el Palacio San Martín que frecuentar los casinos militares intercambiando ideas sobRe cómo sumar esfuerzos en la “guerra contra la subversión”.
La carta de Geisel a Videla, del 15 de diciembre de 1976, llegó a Buenos Aires dentro de una valija especial, no a través de un cable como era lo habitual, dice el documento “secreto y urgentísimo” reproducido junto a esta nota.
El 6 de diciembre de 1976, nueve días antes de la correspondencia de Geisel, había muerto en su exilio de Corrientes el ex presidente Joao Goulart, quien, de acuerdo con pruebas incontestables, fue uno de los blancos prioritarios del Cóndor brasileño, que lo espió durante años en Argentina, Uruguay y Francia, donde realizaba consultas médicas por su afección al corazón.
Más: está demostrado que el 7 de diciembre de 1976, la dictadura brasileña prohibió realizar una autopsia de los restos de líder nacionalista, y potencial amenaza a la transición por goteo de Geisel, a raíz de un paro cardíaco de origen incierto. No hay elementos concluyentes, pero sí sospechas plausibles, de que Goulart fue envenado con pastillas disimuladas entre sus medicamentos en una acción concertada por los regímenes de Brasilia, Buenos Aires y Montevideo, y así lo entendió la Comisión de la Verdad de la presidenta Dilma Rousseff al ordenar la exhumación del cuerpo enterrado en la ciudad sureña de São Borja, sin custodia militar porque el Ejército se negó a darla hace 10 días, luego de recibir un pedido de las autoridades civiles.
Volvamos a la correspondencia de Geisel del 15 de diciembre de 1976. El brasileño la escribió en respuesta a otra de Videla (3/12/76), en la que éste se decía persuadido de que la “Patria (...) vive una instancia dinámica en el plano de las relaciones internacionales, particularmente en su activa y fecunda comunicación con las naciones hermanas”.
“La perdurable comunidad de destino americano nos señala hoy, más que nunca, el camino de las realizaciones compartidas y la búsqueda de las grandes soluciones”, proponía Videla, muerto junto a sus secretos de los crímenes transnacionales sobre los que no quiso hablar ante el Tribunal Federal Nº 1 donde se tramita la megacausa Cóndor.
Los que estudiaron esa maraña terrorista sudamericana sostienen que ésta se valió de los servicios de la diplomacia, especialmente en el caso brasileño, donde los cancilleres habrían sido funcionales a los imperativos de la guerra sucia.
Por lo tanto, este intercambio epistolar enmarcado en la diplomacia presidencial de Geisel y Videla puede ser leído como un contrapunto de mensajes cifrados sobre los avances del terrorismo binacional en el combate a la resistencia brasileña o argentina. Todo sea por “el recíproco interés de nuestros países”, escribió Videla. En diciembre de 1976, nueve meses después del derrocamiento del gobierno civil, la tiranía argentina demostraba que, más allá de algunas sonoras divergencias geopolíticas con el socio mayor, por lo bajo existía una complementación en las acciones secretas “contra la subversión”.
Así, poco después del derrocamiento de Isabel Martínez, el entonces canciller brasileño y antes embajador en Buenos Aires, Francisco Azeredo da Silveira, recomendó cerrar las fronteras para colaborar con Videla e impedir la fuga de guerrilleros y militantes argentinos.
Por su parte, Videla, asumiéndose como comandante del Cóndor celeste y blanco, consentía la cacería de opositores brasileños, posiblemente contando con algún nivel de coordinación junto a los agregados militares (los mortíferos “agremiles”) destacados en el afrancesado Palacio Pereda, sede de la misión diplomática en la calle Cerrito, donde según versiones, había un número exagerado de armas de fuego. Entre marzo, mes del golpe, y diciembre de 1976 fueron secuestrados y desaparecidos en Argentina los brasileños Francisco Tenorio Cerqueira junior, Maria Regina Marcondes Pinto, Jorge Alberto Basso, Sergio Fernando Tula Silberbeg y Walter Kenneth Nelson Fleury, dice el informe elaborado por el Grupo de Trabajo Operación Cóndor, de la Comisión de la Verdad.
El organismo fue presentado por Dilma Rousseff ante los rostros contenidamente iracundos de los comandantes de las Fuerzas Armadas, los únicos, entre el centenar de convidados a la ceremonia, que evitaron aplaudirla.
Al finalizar aquel acto realizado en noviembre de 2011, el entonces secretario de Derechos Humanos argentino, Eduardo Luis Duhalde, ya fallecido, declaraba a este diario que uno de los secretos mejor guardados del Plan Cóndor era la participación de Brasil y su conexión con Argentina, y que esa sociedad delictiva sólo se develará cuando Washington libere documentos brasileños con la misma profusión que soltó papeles clasificados sobre Argentina y Chile.
Averiguar hasta dónde llegó la complicidad de Buenos Aires y Brasilia será más difícil tras el fallecimiento de Videla, pero no hay que desestimar las pistas diplomáticas.
El 6 de agosto de 1976, un cable confidencial redactado en la embajada brasileña informa a sus superiores que el ministro de Exteriores Guzzetti habló sobre la nueva política externa vigente desde que las “Fuerzas Armadas asumieron el poder” y la vocación de aproximarse más a Brasil, luego de años de distanciamiento.
A lo largo de 1976, los cancilleres Azeredo da Silveira y Guzzetti mantuvieron reuniones entre sí y con el principal fiador del Cóndor, Henry Kissinger, que según papeles desclasificados hace años a pedido de la National Security Archive, les recomendó a ambos ser eficaces en la faena de aplastar al enemigo.
“Nosotros deseamos lo mejor para el nuevo gobierno (de Videla), deseamos su éxito (...) Si hay cosas que hacer, ustedes deben hacerlas rápido”, recomendó el Premio Nobel de la Paz norteamericano al marino canciller Guzzetti en junio de 1976.

Darío Pignotti

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