viernes, 24 de mayo de 2013
La revolución es un sueño eterno
La historia puede leerse también a partir de la literatura. En las lecturas de los destinos de nuestros héroes nacionales podemos encontrar las claves para nuestros desafíos presentes.
La revolución de mayo ha sido pensada y revisitada por muchas artes y disciplinas. La literatura es una de ellas: en la década del 80, Andrés Rivera (seudónimo de Marcos Rivak, escritor argentino y militante popular) escribió una novela titulada La revolución es un sueño eterno. El libro entero trabaja sobre la siguiente paradoja: Juan José Castelli, el orador de la revolución, muere enfermo por un cáncer de lengua. Chanzas que la realidad le hace a la literatura, curiosidades de la historia. La escena en donde casi toda la novela transcurre la constituye el juicio que el entonces gobierno de Buenos Aires le hace a Castelli, acusado de múltiples e igualmente ridículos delitos. El vocero de la revolución, el enviado por la primera junta a la campaña al Alto Perú, es juzgado por el mismo proyecto que había ayudado a construir.
Toda la novela recorre esta contradicción, la que hace que los revolucionarios carezcan de revolución, la que tiende a condenar y marginar a los patriotas más radicales. En este mismo sentido el personaje de Castelli recuerda a Mariano Moreno, muerto en circunstancias más que dudosas en alta mar; entabla diálogos constantes con su primo Belgrano, abandonado por el gobierno porteño, y comparte ajedreces con Monteagudo, asesinado varios años después en Lima.
Si bien la literatura tiene la licencia de no ser fiel a los archivos, esta ficción trabaja intentando ser fiel a las sensaciones, a las pasiones que seguramente desató la revolución. Los románticos que no nos dedicamos al arte de la historia recordamos cosas como estas. Recordamos el relato que recrea a Guadalupe Cuenca, la joven esposa de Moreno, recibiendo lúgubres anónimos acompañados de regalos que amenazaban ser lucidos en un futuro luto, cuando Mariano Moreno aún no había sido asesinado.
A los amantes de las historias de la historia nos resuena aquella que cuenta como French y Beruti habían organizado a su legión de infernales, hombres jóvenes y convencidos, esperando afuera del cabildo aquel 25 de mayo, armados para defender el inicio del proceso revolucionario. Los que estamos empeñados en entender nuestra patria buscamos en esos destinos las explicaciones de nuestro presente: en las historias de los jacobinos de la revolución, que fueron dejados de lado por la revolución misma y aún así lucharon por ella hasta agotar sus fuerzas.
Vuelvo a la ficción de la que hablo: Castelli, enfermo y sometido a un juicio que nunca concluirá, se pregunta qué juró aquel 25 de mayo en el cabildo abierto. Se pregunta qué les faltó para que la realidad venciera a la utopía, qué es lo que hizo que la revolución tal como la habían concebido fuera más parecida a un sueño eterno que a una realidad concreta. El personaje de Castelli se realiza una y otra vez las preguntas dolorosas que aún hoy gritan desde el fondo de nuestra historia. Las preguntas que nos señalan qué es lo que pasa cuando el poder se adueña de los procesos populares silenciando algunas voces y amplificando otras, qué sucede cuando se construyen los relatos y se ningunea a sus protagonistas más consecuentes; qué acontece cuando no se va a fondo con los cambios necesarios para transformar un territorio, un país.
Entonces, lo más movilizador de pensar en la revolución de mayo debiera ser la urgencia de continuar lo empezado, porque nuestros próceres han sido los héroes de una nación que no ha terminado de ser, de un proceso inconcluso que hay que continuar. Nuestros héroes de mayo soñaron un país libre, desarmado de las cadenas extranjeras pero también de las autóctonas, de las que generaban un país dependiente pero también de las que favorecían las desigualdades al interior de un mismo pueblo. Nuestros Castellis, Morenos, Belgranos y Monteagudos, soñaron una revolución de iguales, de emancipados, de hombres y mujeres hermanados en un mismo proyecto de Patria grande y soberana. Será a partir de sus mismas inquietudes y convicciones que debamos pensar las tareas de este siglo que empieza. Como el Castelli de Rivera el desafío es intentar responder a la única pregunta que exige ser respondida: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?
Mariel Martinez.
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