jueves, 31 de enero de 2013
Reflexiones sobre Gramsci y la anatomía del kirchnerismo
En un extenso artículo denominado “Anatomía del kirchnerismo”, Claudio Katz hace un análisis y un diagnóstico que contiene innumerables elementos para la discusión. Aquí sólo queremos aclarar/aportar en torno a la cuestión del “bonapartismo” o “cesarismo”, las potencialidades y los límites explicativos del concepto y su aplicación concreta al “hecho kirchnerista”.
Katz hace una amalgama para “refutar” las caracterizaciones de la izquierda trotskysta, empezando con una simplificación/ridiculización, cuando afirma que “Las visiones trotskistas denuncian el carácter capitalista del gobierno”, y luego nos explica con tono pedagógico: “Pero como todas las administraciones nacionales precedentes y del grueso del planeta comparten ese perfil, esa constatación no esclarece las singularidades del kirchnerismo”. Efectivamente, la definición del carácter capitalista de los gobiernos kirchneristas no explica todas sus peculiaridades, aunque frente a tanta zoncera sobre el carácter “revolucionario nacional-popular” del kirchnerismo y tanto “como sí” que anda dando vueltas, aclarar lo esencial no es un mal punto de partida.
Pero el método de caricaturizar las posiciones del adversario e inventarse un contrincante “a la carta” le hace un flaco favor a la polémica.
Sin embargo, más adelante Katz “reconoce” que la izquierda rescató el concepto de “bonapartismo” para caracterizar al kirchnerismo-cristinismo y explica “En cierta medida esa mirada se asemeja a la caracterización de un régimen populista”. Para terminar refutando la utilización de la categoría porque “El bonapartismo era un concepto muy utilizado en el pasado para describir cierto manejo militar del estado, en situaciones de continuada catástrofe económica, empate social o disgregación política. Estos contextos –que desbordaban el marco clásico de gestión de la democracia burguesa- están ausentes de la actualidad argentina, luego de la marginación del ejército de la vida política. Una noción que permitía entender los contextos extra-parlamentarios perdió gravitación en el escenario constitucional.” Es decir, sin la posibilidad de la actuación del partido militar y de las FFAA en política interna, un régimen bonapartista es prácticamente imposible.
Esto tiene sus elementos de verdad, la relación de fuerzas más general que se remite a la caída de la dictadura militar pone un límite (que mantiene vigencia) a la actuación interna de las FFAA en la vida política nacional. Este elemento explica a un nivel la persistencia del “escenario constitucional” en la Argentina contemporánea. Aunque esta “estabilidad democrática” tiene su otro fundamento en la derrota de la insurgencia obrera de los 70s. Derrota de la que el 2001 y la recomposición (objetiva, pero también subjetiva) de los últimos años comenzó a ser una reversión.
Basándonos en esta apreciación hemos definido en este artículo (junto a Christian Castillo), que en el marco de un régimen democrático burgués, el bonapartismo es útil para describir los mecanismos de gobierno (y no del régimen), que intentan “resolver” mediante el arbitraje las contradicciones económicas, sociales y políticas. El “bonapartismo fiscal”, por ejemplo, no es muy… “parlamentario” que digamos y es un mecanismo de coacción y disciplinamiento de gobernadores e intendentes mediante la caja, así como de cooptación (con premios y castigos) de empresarios que se benefician de los subsidios.
Pero la clave de la discusión y el “principal problema”, según Katz, “radica en el sentido signado al bonapartismo kirchnerista”. Y lo interesante viene cuando interroga: “Tradicionalmente se establecía una categórica distinción entre variantes progresistas y regresivas del arbitraje bonapartista. Los líderes que introducían reformas sociales en choque en el imperialismo (Perón, Cárdenas, Vargas) eran ubicados en el polo opuesto de los dictadores que emulaban a Luis Bonaparte. ¿En cuál de los campos se ubicaría al kirchnerismo?”. Y exige a la izquierda trotskysta una definición “categórica” sobre el carácter del kirchnerismo ya que “Al hablar de bonapartismo a secas, los utilizadores del concepto no aclaran si esa modalidad es actualmente utilizada para promover políticas nacionalistas, reformistas, contrarrevolucionarias o conservadoras”.
Por nuestra parte acá y acá hemos definido categóricamente el carácter históricamente restaurador (y en este sentido, totalmente reaccionario) del kirchnerismo.
Dicho esto, sin embargo, hay que precisar que la oposición/comparación histórica, si queremos que tenga algún sentido, no es entre el “dictador” Luis Bonaparte por un lado y Perón, Cárdenas o Vargas; sino entre éste y los Napoleón o los Cromwell, los “César” de la revolución burguesa.
Por algo Trotsky calificó de “sui generis” a los bonapartismos que pueden surgir en las semi-colonias y que se pueden oponer parcialmente al imperialismo (definición ésta de “bonapartismos sui generis”, que Katz no tiene en cuenta para nada). Son, digamos, “bonapartismos de provincias”, de otra época y marco histórico, bajo el dominio del imperialismo, la etapa superior decadente del capitalismo. Su grandeza (o miseria) y su “progresismo” (o reaccionarismo) tienen, como todo, los condicionantes de su época. No se pueden comparar estos fenómenos con los momentos bonapartistas de ascenso de la burguesía, su progresismo y hasta su restauracionismo son directamente proporcionales y están determinados por las fuerzas históricas que les servían de motor. Por eso, como dice Martínez Estrada, “Napoleón fue un capítulo entero de la historia de Francia y Ayohuma un mal día en la vida de Belgrano”.
Pero dejando de lado la definición de Trotsky, que nos legó la valiosa elaboración conceptual sobre los “bonapartismos sui generis”, ya en Gramsci mismo encontramos que la distinción entre “progresistas” y “regresivos” de los bonapartismos no era tan “categórica”, sino un poco más dialécticamente relativa.
Afirma Gramsci “En el caso de César o de Napoleón I, puede decirse que aun siendo A y B distintas y contradictorias, no eran sin embargo tales como para que no pudiesen en “absoluto” llegar a una fusión y una asimilación recíproca, luego de un proceso molecular, lo que efectivamente ocurrió al menos en cierta medida (…)”. A y B son en el modelo/canon abstracto explicativo de Gramsci, las fuerzas progresistas y reaccionarias en una determinada etapa histórica. Y más adelante aclara “En el mundo moderno los fenómenos de cesarismo son totalmente diferentes, tanto los de tipo progresista César-Napoleón I cómo también de aquellos del tipo Napoleón III, si bien se aproximan a estos últimos” (el destacado nuestro).
Esto quiere decir que para Gramsci, en el mundo moderno, en general los “cesarismos” se aproximan más a Napoleón III que a Cesar-Napoleón I. Quiere diferenciar, según entendemos nosotros, que en lo que llama “mundo moderno”, el mundo capitalista desarrollado existe un límite estructural para el “progresismo” de los bonapartismos, lo que los emparenta regularmente más con el “dictador” Luis Bonaparte, que con sus predecesores.
Y más adelante define claramente la diferencia específica: “En el mundo moderno el equilibrio de perspectivas catastróficas no se verifica entre fuerzas que en última instancia pudiesen fundirse y unificarse, aunque fuera luego de un proceso fatigoso y sangriento, sino entre fuerzas cuyo contraste es incurable desde un punto de vista histórico (…)” . Esto quiere decir que el carácter irreconciliable (“incurable”) de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía determina los bonapartismos modernos, no hay posibilidad de “fusión” burguesa-proletaria de carácter “progresista” en el sentido histórico. Aunque más adelante aclara que siempre hay “cierto margen” y posibilidades “marginales” de desarrollo del “cesarismo”, basado más en la debilidad de la “fuerza antagónica” que en su propia fuerza inmanente.
En este sentido Gramsci hace una interesante serie de digresiones en torno a las posibles emergencias de los cesarismos: “Sería un error de método (un aspecto del mecanicismo sociológico) considerar que en los fenómenos de cesarismo, tanto progresista como regresivo o de carácter intermedio episódico, todo el nuevo fenómeno histórico sea debido al equilibrio de las fuerzas “fundamentales”: es necesario ver también las relaciones existentes entre los grupos principales (de distintos géneros; social-económico y técnico-económico) de las clases fundamentales y las fuerzas auxiliares guiadas o sometidas a la influencia hegemónica”. Esta conceptualización más concreta es útil para la experiencia kirchnerista, ya que su “peculiar” arbitraje se basó en las diferentes fracciones de la burguesía y se sectores de masas, con el objetivo de salir del momento catastrófico y no fue sólo un equilibrio entre fuerzas “fundamentales”.
Finalmente, Gramsci explica que “Del tipo Dreyfus encontramos otros movimientos histórico-políticos modernos, que no son por cierto revolucionarios, pero que tampoco son por completo reaccionarios, al menos en el sentido de que destruyen en el campo dominante las cristalizaciones estatales sofocantes e imponen en la vida del estado y en las actividades sociales un personal diferente y más numeroso que el precedente. Estos movimientos pueden tener también un contenido relativamente ‘progresista’ en cuanto indican que en la vieja sociedad existían en forma latente fuerzas activas que no habían sido explotadas por los viejos dirigentes; ‘fuerzas marginales’, quizás, pero no absolutamente progresivas en cuanto no pueden ‘hacer época’. Lo que las torna históricamente eficientes es la debilidad constructiva de la fuerza antagónica y no una fuerza íntima propia” (todos los destacados son nuestros).
Conclusión: como hemos definido, en el sentido de “hacer época”, el kirchnerismo, que es efectivamente una versión degradada de peronismo de los orígenes, es absolutamente reaccionario. En relación a otros proyectos como el “sojero” que emergió en el 2008, puede ubicarse en el “campo del progresismo”. Este específico carácter “progresista”, en el sentido-no-histórico, permite entender que haya una combinación de políticas reformistas (mínimas), con políticas conservadoras y contrarrevolucionarias y prácticamente ninguna medida nacionalista en el sentido “categórico” del término.
Las definiciones “categóricas” de Katz tienen el evidente objetivo de imponernos la política de “apoyar lo bueno y criticar lo malo”. Esto lo confiesa en el apartado en el que elogia a la Izquierda Independiente que levanta exactamente esta línea, presentándola como “la principal novedad del último período”, una rara novedad que no jugó ningún rol en el hecho más novedoso de la lucha de clases del año pasado, el 20N y luego se dividió por el más viejo de todos los motivos que dividieron tradicionalmente a la izquierda electoralista, es decir por las elecciones. Como lo demuestra toda la experiencia histórica la línea de “apoyar lo bueno y criticar lo malo”, es una variante elegante de la política que se orienta de acuerdo al principio del “mal menor”, que como todos sabemos es el camino más rápido y seguro al “mal mayor”. Y mientras se cree estar dando la “definición” exacta, solo se describen las apariencias y sobre todo se rehúye de la responsabilidad del necesario combate político.
Sólo “el análisis concreto de la situación concreta”, permite entender el carácter político del kirchnerismo, que se define no con un imperativo categórico, sino en relación al conjunto de los elementos históricos, epocales, sociales, políticos y de relaciones de fuerza.
Fernando Rosso
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