sábado, 26 de enero de 2013

Malí: otro Afganistán, ahora en África



“La inexorable descomposición de una vitrina de la democracia africana”. Tal es el título que eligió el analista francés Philippe Bernard para la nota sobre Malí que publicó en Le Monde del 15 de enero.
La “vitrina de la democracia”, ex colonia francesa en el África occidental, está formalmente partida en dos, hundida en la hambruna y la corrupción, con un ejército destruido y un gobierno menos que débil. Y, ahora, invadida por tropas francesas que intentan contener el avance de yihadistas islámicos desde el norte del país, al que tienen bajo su control.”
¿Y ahora qué?”, se pregunta -al referirse a la invasión militar- el general Carter Ham, comandante de operaciones de Estados Unidos en África. Un principio de respuesta parece ser la que ensaya el italiano Staffan de Mistura, representante de la secretaría general de Naciones Unidas en Líbano, Irak y Afganistán: “Aquí se está revelando un nuevo Afganistán” (Corriere della Sera, 15/1). Es decir, un nuevo pantano militar y político, sólo que en una zona particularmente sensible, lindera al norte africano cruzado por guerras y revoluciones.
Malí, uno de los principales productores africanos de oro, tiene posiblemente petróleo en el norte ocupado por las milicias islámicas. Por lo menos, en esa región ya habían comenzado tareas de exploración y prospección la italiana ENI y la argelina Sonatrach. En verdad, toda esa zona está tomada por los pulpos petroleros. Total y Repsol operan en Mauritania y Exxon construyó un gasoducto desde la región petrolífera de Chad hasta las costas de Camerún, en el Golfo de Guinea. Es, además, un territorio de intenso contrabando de drogas, armas y personas, y de un abundante comercio ilegal de todo tipo de sustancias.

El fallido yanqui

Durante cuatro años, Estados Unidos invirtió unos 600 millones de dólares y abundante personal para entrenar y armar al ejército maliense. Formó tropas de elite y las equipó con armamento sofisticado, para que pudieran hacer frente a las milicias islámicas. El intento derivó en un fracaso escandaloso.
La caída de Muammar Gaddafi en Libia fue un catalizador de la crisis que terminó en esta guerra. Miles de tuaregs (un pueblo de origen bereber sahariano, de tradición nómada, ancestralmente oprimido y arrojado a la marginalidad) habían combatido para Gadafi en el ejército libio. Caído el régimen gaddafista, volvieron a Malí y se integraron al Movimiento de Liberación Nacional Azawad (MNLA), considerado “islamista moderado”, que el año pasado ocupó el norte del país y declaró la independencia. Otros se incorporaron a grupos más radicales, como Ansar al-Din (“Los defensores de la religión”) o -incluso- a la rama magrebí al Al Qaeda (AQMI).
Pues bien, las fuerzas de elite entrenadas por Estados Unidos se pasaron con armas y bagajes a la guerrilla islámica, la proveyeron con sus mejores tropas y con el armamento que les habían dado los norteamericanos, y aplastaron lo que quedaba del ejército maliense.
Un portavoz de las guerrillas, en diálogo con El País (13/1), explicó que en el norte -dominado por ellos- han instaurado la ley islámica, la sharia, por la que han lapidado mujeres adúlteras y mutilado ladrones, y han prohibido escuchar música y beber alcohol, así como demolieron todo lo que consideraron símbolo de herejías. “No nos importa lo que opine Occidente o la llamada ‘comunidad internacional’, sólo nos interesa lo que diga Alá”, añadió. Por cierto, no es consenso internacional lo que buscan ni lo necesitan. La sharia es su manera de imponer el terror.
Entretanto, aldeas como Diabali, a 350 kilómetros de Bamako (la capital del país) ya no existen, destruidas por los bombardeos franceses. Según informes periodísticos, esas bombas poco daño le han hecho a los yihadistas, quienes se protegen en el desierto, pero sí producen una carnicería entre la población civil.
El asunto golpea, además, sobre la crisis política en Europa y -particularmente- en Francia, que quedó sola en esta aventura militar. Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Europea, Rusia y hasta China -con reservas- avalaron la invasión con declaraciones, pero nadie mandará un solo soldado. Rainer Arnold, especialista en cuestiones de defensa de la socialdemocracia alemana, ha dicho lo que seguramente Ángela Merkel le pidió que dijera: “Si se pretende asumir una política común de defensa de Europa, nadie puede permitirse acciones unilaterales” (Le Monde, 16/1).
La opresión imperialista, en medio de su crisis, crea otro pantano de lodo y sangre.

Alejandro Guerrero

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