sábado, 27 de febrero de 2010
Privadas, preciosas, precarias.
Con el bloc espiralado y la bic fuimos a la Facu a tomar apuntes sobre una realidad que crece año a año, la predilección a nivel académico de lo privado sobre lo público. Enamorados de la universidad privada, “abstenerse”.
En los últimos diez años la matrícula de las universidades privadas creció a un ritmo que quintuplicó al de las públicas. Por otro lado, el incremento de su cantidad de alumnos fue del 75 por ciento desde 2002, y nada hace pronosticar que eso vaya a detenerse.
Bien amigos, éstos son los datos duros que hablan, con esa contundencia que siempre tienen las cifras, de un fenómeno que vino para quedarse: para los pibes que salen del secundario “ir a la Facu” es, cada vez más, ir a una privada.
Frabricanti di ilusioni
La educación pública fue desde siempre el bastión de la clase media, un mundo de maestras santas que armaron esa sensibilidad de la enseñanza. En ese mar de afectos, la universidad pública era la movilidad ascendente, la garantía de que todos podían saber. En los 90 el consenso privatizador se llevó casi todo, pero con la universidad no pudo. Fuerte fue la resistencia de una sociedad que se aferró a esos viejos claustros y no los soltó hasta saberlos a salvo. Sin embargo, algo de eso tan vital y tan propio parece estar resquebrajado. “Si hay que pagar, debe ser porque es mejor, y además es más fácil”, escucha uno de estos cronistas de boca de un pibe que argumenta su elección de una universidad privada. Parece joda, pero es así, queridos niapaleros.
Otra cara de este asunto es que de la escuela media -pública y privada-, egresan todos los años miles de pibes con habilidades cognitivas cada vez más precarias. En este contexto, la universidad pública, su piso de exigencia, se vuelve un muro infranqueable para la gran mayoría (los niveles de deserción que se observan en el CBC hablan de esto). Ahí hace su aparición la universidad privada como promesa sobre la que se construye la ilusión de la carrera universitaria. Esa masa de egresados de un secundario que ofrece pocas herramientas compone un mercado potencial enorme que, marketing riguroso mediante, la UP, la UCES, la UAI, la UADE, o la Kennedy, entre otras, han explotado tan exitosamente.
Todos nos anotamos, todos pagamos, todos aprobamos, todos nos recibimos, todos felices en la foto del folleto.
Leer y escribir
Cecilia Eraso, que es docente de la Carrera de Comunicación en la UBA y lo fue también en UCES, aporta un matiz interesante y propone dos tipos bien distintos de alumnos: “Por un lado, está el alumno estándar de la privada (clase media más que acomodada) que va para cumplir con cierto mandato social de tener un título, es fácil ver que esos alumnos ya tienen, o tendrán, el futuro económico y laboral asegurado (empresas familiares, puestos importantes en empresas del sector privado, dinero para invertir en nuevos emprendimientos empresariales de su área). Eso se refleja en el poco interés por la “excelencia académica”, interés que sí pesa, aunque quizás cada vez menos, en el imaginario del alumno de la universidad pública. Junto con este perfil de alumnos están los que se desloman trabajando para pagarse la cuota porque le tienen miedo al “monstruo” de la universidad pública (y ese monstruo suele estar encarnado en la UBA). Una vez, una depiladora de mi barrio me contó que trabajaba doble turno para ayudar a su hija a pagar la matrícula de la universidad privada en la que se había anotado. Le pregunté por qué semejante esfuerzo para obtener un título que, en la mayor parte de los casos, estará devaluado frente al de la universidad nacional, ¡que encima es gratis! Porque para el alumno de clase acomodada del que hablaba antes eso no es gran problema porque para ellos el mundo está lleno de oportunidades que no le vienen dadas por su esfuerzo académico. Pero para la estudiante sin oportunidades “de clase” garantidas eso no es así. Y la respuesta fue que en la UBA no tenía oportunidad de aprobar, que era muy difícil para ella, que los horarios, que la cantidad de gente, que le “daba miedo”.
Pablo Martínez, docente de primer año de Publicidad de otra privada, completa el círculo: “Los pibes llegan con problemas serios para leer y producir textos. La bibliografía que podés dar es entre escasa y muy por arriba porque si te metés en cuestiones teóricas más complejas terminás hablando para dos o tres. Obviamente, el nivel de exigencia o es muy bajo o de lo contrario no aprueba nadie”.
Ahora bien, eso que al principio puede ser una ilusión (tener una vida universitaria medianamente exitosa) tiene su contracara: la cantidad impresionante de avisos clasificados en los que se solicita profesionales que terminan con la recomendación lacerante: UP, o UB o UCES o la que sea “abstenerse”. Ahí se corta el delgado hilo marketinero de la felicidad.
Federico Scigliano
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