miércoles, 10 de febrero de 2010
La 'ayuda' a Haití
La prensa internacional ya está saliendo de Port-au-Prince, y las imágenes seguramente deseaparecerán de las pantallas. Pero nada se ha resuelto para el pueblo de Haití. Decenas de miles abandonaron la ciudad para buscar asilo en los pequeños pueblos de provincia cuya población en muchos casos ya se dobló en cuestión de días. Estos refugiados dependerán de la buena voluntad de sus parientes y vecinos, mientras que los que siguen en la capital se apoyarán en la solidaridad comunitaria como su única alternativa. Llega ayuda, pero lentamente, y eso no sólo por culpa de la burocracia y la corrupción, no de las dificultades materiales que impiden la distribución.
Las noticias en Europa y Estados Unidos siguen insistiendo en la cuestión de la seguridad, como si el problema principal fuera el mantenimiento del orden público. De hecho, este argumento ha servido para justificar la militarización de la sociedad haitiana, poniéndola bajo el control del ejército norteamericano, cuyo contingente pronto llegará a los 20.000 – y muy pocos de ellos están por sus conocimientos o experiencia en materia de la distribución de la ayuda humanitaria. Asumir el control del aeropuerto e imponer un bloqueo naval representan actos de ocupación. Los haitianos reconocerán su parecido a la llegada de los Marines a la isla en 1915 (su presencia justificada también en aquella ocasión con referencia a la necesidad de mantener el orden) o a la presencia de tropas norteamericanas y cascos azules de Naciones Unidas bajo mando brasileño, cuyo papel a partir de 2006 resultó ser la represión de las protestas populares.
Si el fin de la ocupación de Haiti (y Cuba y Puerto Rico y Nicaragua) a principios del siglo XX era asegurar el control de Estados Unidos sobre su “patio trasero”, hay pruebas poderosas de que su objetivo a principios del XXI sigue siendo el mismo. El golpe de Honduras, la extensión de las bases militares en Colombia y ahora Haití nos remontan al la preocupación expresada por Obama durante su campaña electoral de que “estamos en peligro de perder América Latina”. Y encaja además con los intereses económicos del imperio en la región y en Haití en particular. Siguen faltando agua y alimentos, sin embargo algunas fábricas en las Zonas de Procesamientos de Exportaciones donde laboran los haitianos en condiciones ínfimas produciendo franelas para Disney entre otros lograron poner en marcha sus máquinas. Mientras tanto, en las zonas donde viven los trabajadores y donde hoy sobreviven en carpas o bajo toldos de plástico no hay electricidad.
Más siniestro aún, un comité de acreedores ya se reunió para preparar la “reconstrucción” del país, proceso cuyos resultados ya vimos en el caso de Irak y de Nueva Orleans, cuya población negra pobre, víctimas del huracán Katrina, siguen viviendo en trailers y carpas desparramados por el país mientras la ciudad renace con urbanizaciones y centros de turismo. El modelo se ve ya en acción en las playas de lujo del norte de Haití creadas por inversionistas norteamericanos. Y cuando Ban Ki Moon, Secretario General de las Naciones Unidas apareció en rueda de prensa en Haiti junto con Bill Clinton en abril de 2009, su recomendación conjunta era aumentar la cantidad de zonas de procesamiento de exportaciones, reforzando el papel de Haití como proveedora de mano de obra barata para el mercado norteamericano. ¿Es ésta la reconstrucción que tienen pensado para Haití sus acreedores, completando así la devastación que sufrió su pueblo el 12 de enero?
¿Por qué se ha obstaculizado la ayuda venezolana? ¿Por qué no se ha respondido a las ofertas de ayuda de las demás naciones caribeñas a través de CARICOM? Está claro que el gobierno de Estados Unidos está controlando Haiti para asegurar el dominio de sus intereses en el proceso de reconstrucción. Pero existe una alternaiva a canalizar los fondos y recursos a través de agencias bajo la adminuistración directa o indirecta de Estados Unidos. El papel de las onGs en Haití, que controlaban el 80% de los recursos que llegaban a Haití aún antes del terremoto, ha sido muy desigual y poco claro. Si va a nacer un nuevo Haití, tiene que ser más democrático, más transparente y organizado en beneficio de sus mayorías. Y esto se determinará ahora mismo, aun antes de que se hayan despejado los escombros. Las organizaciones comunitarias de base que han sostenido al pueblo de Haití tanto antes como después del desastre de enero deben tener el papel clave a la hora de determinar dónde y cómo se distribuyen los recursos. Y la forma en que se emplean los fondos donados con amor y simpatía por millones de personas a través del mundo tiene que ser igualmente transparente, lo debemos exigir. Los gobiernos, por su lado, han sido mucho más generosos, ante la escala de los daños. Pero para Haiti sería una doble tragedia si lo que emerge de las ruinas resulta ser otra versión de la misma sociedad desigual e injusta que cayó en pedazos ese terrible día de enero.
Mike González
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