Como ningún otro acontecimiento, la huelga de la ex Terrabusi ha delatado la demolición política del gobierno kirchnerista.
En la represión a los obreros de Kraft, los “nacionales y populares” no sólo actuaron por cuenta y orden de la Embajada norteamericana. Peor aún: trataron de disimularlo de cualquier modo. Los voceros oficiales insisten en afirmar que “no recibieron ninguna presión” (de la embajada); claro está, a varios días después de haber consumado el desalojo “por encargo” de la planta. El gobierno no puede reconocer que perdió la capacidad de arbitrar en la crisis política, y que sólo es peloteado por las fuerzas sociales que actúan en ella.
Los palos del viernes 25 desnudaron la cobardía del gobierno, sin que ello les valiera a los Kirchner un solo gramo adicional de confianza por parte del imperialismo. Por el contrario, una columna periodística en Nueva York acaba de denunciar al matrimonio presidencial porque “el miedo les prohíbe actuar. No quiere cargar con muertos. Entonces el problema no se resuelve” (The Wall Street Journal, 28/9). Pero los Kirchner tuvieron que relevar, precisamente, a un gobierno que se había cargado a dos muertos en el Puente Pueyrredón. De cara a la crisis y a la radicalización popular, el imperialismo y la patronal argentina reclaman la “salida” que han fracasado, una y otra vez, en aplicar. La reciente derrota del tarifazo sobre la luz y el gas da cuenta de una impasse que no sólo es de los Kirchner, sino de todo el régimen político.
A pesar de ello, De Vido acaba de confirmar la reimplantación de ese tarifazo que debió suspender en julio. Quieren hacer correr los aumentos en medio de los menores consumos del verano, pero pueden terminar echando más leña al fuego de la agitación popular. Al gobierno ya no le salen bien ni sus operativos de cooptación: el plan de “trabajo cooperativo” (precario) anunciado por Cristina ha removido las aguas de todas las organizaciones de desocupados, incluyendo a las filokirchneristas, y se ha transformado en un factor de crisis y disputas al interior de las intendencias y punteros bonaerenses.
Burocracia sindical
Por sobre todas las cosas, la huelga de Kraft mostró el derrumbe oficial a través de uno de sus principales pilares: la burocracia sindical. El país entero venía de asistir al desfile de los Moyano, Zanola y otros involucrados en el negocio criminal de los medicamentos truchos. Ahora, la lucha de Kraft los ha mostrado como un sindicalismo vencido, incluso para jugar su histórico papel de freno. Los ataques permanentes de Moyano o de Daer a la huelga de Kraft ni siquiera rozaron la determinación de lucha de sus trabajadores. Más aún: cuanto más encarnizadas eran sus alcahueterías, más se redoblaba la solidaridad de la clase obrera combativa con los obreros de Kraft. Los viejos burócratas no pudieron con la huelga, tuvo que ir la infantería a hacerse cargo de ella. Súbitamente, los diarios se han dedicado a contarle las costillas a la misma “izquierda radicalizada” a la que silencian todo el año. Pero la nueva camada de activistas obreros no irrumpe en el vacío. Se abre paso, y es también un resultado, de la completa descomposición de la burocracia de los sindicatos. Ese ajuste de cuentas no deja afuera a la CTA, la central “independiente” que no resolvió una sola medida activa de apoyo a la gran expresión independiente y antiburocrática de Kraft en el curso de los 38 días de huelga.
Dos puntas tiene el camino
En definitiva, bastó con una firme huelga obrera para que la “iniciativa política”, que el gobierno decía haber recuperado con la ley de medios, se volatilizara. En realidad, la “iniciativa” también la perdió con la propia ley de medios. Lo que el Senado se apresta a votar es una solución de compromiso con Clarín y otros grupos mediáticos, que le otorgará un amplio margen de tiempo a los pulpos para negociar la venta de sus activos. La “iniciativa” parece derretirse, también, en las negociaciones con el FMI, el Club de París y los acreedores de la deuda que no fue refinanciada en 2005. La “apertura al crédito internacional” sólo se hará en las condiciones leoninas que reclaman los usureros.
Durante varios meses, la crisis social y política fue disimulada con los arreglos parlamentarios y en la ilusión oficial de recobrar una iniciativa de la mano de los acuerdos políticos, en particular con el centroizquierda. Pero las combinaciones parlamentarias no pueden dar cuenta de los despidos, la carestía, el aumento de la pobreza o los tarifazos. Por eso, el centro de la situación política ha vuelto a las calles.
La huelga de Kraft abrió una nueva etapa política, donde tendrá que dirimirse qué fuerzas sociales se harán cargo de la crisis que emerge con la descomposición del kirchnerismo. La disyuntiva que se abre después de Kraft es clara. Por un lado, está la jauría patronal que exige el arreglo inmediato con el capital financiero, los tarifazos y un “ordenamiento” de las relaciones laborales de la mano de la infantería. Por el otro, está la profunda corriente de lucha que ha emergido con Kraft, que exige poner en pie una alternativa propia de los trabajadores
Marcelo Ramal
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