viernes, 2 de octubre de 2009
Mate amargo
Las plantaciones de yerba mate establecidas desde el siglo XIX en el noreste argentino impusieron formas de trabajo forzado en condiciones de esclavitud. Los mensúes eran reclutados por contratistas y transportados a plantaciones inhabitables. Esos contratistas les vendían los alimentos, los empujaban a contraer préstamos usurarios, los endeudaban y terminaban sin pagarles los salarios. Si intentaban abandonar las plantaciones se los azotaba, en algunos casos, hasta matarlos. También era habitual que los gerentes y capataces violaran a sus mujeres.
Luchas y huelgas desarrolladas en la década del 20 terminaron otorgando a los mensú cierta organización social.
Sin embargo, a pesar de esas luchas, la costumbre de esclavizar a los trabajadores de la yerba mate, no ha perdido vigencia.
El gran Rodolfo Walsh llamaba a los tareferos “los herederos del mensú” y los describía “hormigueando entre las plantas verdes, con sus caras oscuras, sus ropas remendadas, sus manos ennegrecidas. Hombres mujeres chicos...”, decía Walsh, “el trabajo no hace distingos...”
La crónica es del año 1966, hablaba de “los herederos del mensú” y relataba las penurias de los tareferos en esos días.
Los tareferos, los trabajadores de la yerba mate, los explotados de siempre.
Explotación a la que el cinismo de los eufemismos le pone hoy el elegante nombre de “condiciones laborales irregulares”.
Los condenados a cobrar en vales para usar en las proveedurías de la empresa para la cual trabajan. Vales que nunca alcanzan para alimentar a la familia.
Son los tareferos.
Trabajadores en negro por “costumbre cultural” y complicidad oficial. Nacen, viven y mueren exiliados de cualquier cobertura social que se acerque a la dignidad.
Sentenciados a transportarse de sus casas al lugar de trabajo en camiones sin ningún tipo de resguardo y en condiciones inhumanas...
Son los tareferos, “los herederos del mensú”, como cuenta la crónica de Walsh.
Hace unos días, Juan Ramón, un adolescente tarefero de 16 años, perdió la vida cuando el camión en el que viajaba junto a otros 44 compañeros de labor fue embestido en la parte trasera por otro rodado de gran porte. Los trabajadores que viajaban en la carrocería del rodado; que no contaba con cubierta superior y sólo tenía una baranda de madera como medida de seguridad, fueron despedidos y cayeron a la cinta asfáltica. Varios sufrieron heridas de distinta gravedad.
José Remigio Benítez, un tarefero de 51 años oriundo de Santa Ana, que viajaba en el camión al momento del accidente, declaró que es padre de cuatro hijos de 14, 12, 9 y 7 años, quienes junto a su esposa lo ayudan en la tarefa. Benítez y su familia finalizaron su jornada laboral en la localidad de Andresito, en la provincia de Misiones, y tenían como destino final su hogar en Santa Ana cuando fueron embestidos.
El tarefero contó que el camión en que viajaban “no tenía resguardo” y en un momento dado sintió un fuerte impacto. En ese instante el camión “se deslizó por el campo y todos cayeron”.
El trabajador rural relató que segundos después “se escuchaban llantos de chicos y mujeres” que estaban por todas partes buscando a sus familiares.
La historia se repite sin que nada pase para cambiarla.
En el año 2000 un camión que transportaba un grupo de tareferos y circulaba por la ruta costera, volcó y como consecuencia dejó un saldo de cuatro muertos y 26 heridos. Mientras que en el 2004, ocho trabajadores rurales sufrieron lesiones cuando el camión en el que viajaban volcó sobre la avenida Fundador de Eldorado.
Juan Ramón, el pibe de 16 años, tarefero, ya forma parte de la antología del desprecio por la vida. La antología de la esclavitud, la que cruza impunemente el paso de los años y los gobiernos de turno, la que permite a los contratistas trasladar a los trabajadores con menos precauciones que a las reses de ganado o las bolsas de papa.
La brutal antología de la explotación donde una vida vale mucho menos que un puñado de centavos.
La antología de la humillación, la que tan bien conocen los tareferos, “los herederos del mensú”...
Néstor Sappietro (APE)
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