viernes, 21 de noviembre de 2008

Tenemos una fortaleza inexpugnable: nuestra historia

Ricardo Alarcón de Quesada • La Habana

Compañero Rector:

Compañeras y compañeros:

Suponía que Roberto en sus palabras, que tanto me honran y agradezco, evocaría a Margarita. Para ella debe ser el homenaje. En materia de títulos la vida me ha enseñado a ser prudente. Ostentaba el muy desmesurado de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario y Representante Permanente de Cuba ante la Organización de las Naciones Unidas cuando hace ya un cierto número de años visité la ciudad de San Francisco con un séquito formado por mi esposa, nuestra hija y su abuelita. Participamos allí en varias reuniones que una amiga californiana registró con su grabadora. Algún tiempo después revisando su oficina con otras compañeras dieron con la voz de alguien que ninguna acertaba a identificar. Estaban a punto de abandonar la pesquisa cuando la pequeña hija de mi amiga, que entonces apenas sabía hablar, afirmó resuelta: “yo sé quién es, es el esposo de Margarita”.
Acudí a ella cuando supe que la Universidad de La Habana se proponía concederme este inmerecido honor. Durante medio siglo compartimos muchas cosas, y siempre le consulté cualquier decisión importante y para mí esta reunión y las palabras que debo pronunciar ciertamente lo son.
Sin la menor vacilación me dijo lo que yo esperaba: “dedícaselo a Magistra”. Para nosotros Vicentina Antuña será siempre brújula exacta, maestra y compañera al mismo tiempo, fuente inagotable de sabiduría, ejemplo superior de fidelidad a la Patria y a esta Universidad por las que sacrificó todo con su dignidad y su modestia de verdadera heroína. Aunque para Vicentina cualquier tributo será siempre insuficiente le ofrezco este también si vacilar.
Debo decir, sin embargo, que en tiempos más felices habríamos ido a casa de Magistra en busca de consejo. Imagino su sonrisa leve mientras me dice: “dedícaselo a Margarita”.
Con ambas, pues, he meditado mucho tratando de descifrar el sentido de esta ceremonia.
¿En qué consiste el mérito aquí mencionado? ¿A quién o a quiénes pertenece?
Roberto Alarcón Mena es un perfecto desconocido para casi todos ustedes. Hijo de inmigrantes andaluces pobres, su vida fue demasiado breve y solo conoció el trabajo desde la infancia. Para él no hubo escuela ni maestros pero no recuerdo afán por la cultura semejante al suyo y no olvidaré su obsesión porque los hijos estudiasen. Aun conservo algunos libros que fueron su único legado: uno, de lectura difícil sobre filosofía del derecho, otro, un interesante manual de mitología griega y romana y un enjundioso estudio sobre el pensamiento presocrático, para mencionar solo tres, cada uno subrayado y anotado por mi padre.
Con tales lecturas supondrán ustedes que a la hora de ingresar a la Universidad matricularía, como lo hice, en la Escuela de Derecho y en la que entonces se llamaba de Filosofía y Letras en la que finalmente me gradué. Entré a la Colina por primera vez guiado por José Garcerán de Valls y Vera, para mí Pepe, quien ya era alumno de esta ilustre Casa. Juntos habíamos aprendido a jugar y a soñar en aquellos parques que siempre acompañan a todo viboreño bien nacido. En aquel entorno nos iniciamos también en las faenas conspirativas, él de jefe, yo su ayudante.
Un día como hoy, hace exactamente 50 años, se fundó el frente guerrillero de La Habana Ángel Almeijeiras y Pepe lo dirigió hasta caer en combate el 17 de diciembre cuando estaba ya tan cerca la victoria revolucionaria y faltaban diez días para que naciera su hija. Años después Margarita daría a luz la nuestra otro 27 de diciembre.
Con Pepe siempre regresa Fructuoso Rodríguez Pérez. Los dos vienen conmigo cada vez que llego al Aula Magna desde el edificio del Rectorado atravesando la plaza y el umbral de la biblioteca que acogieron muchas veces el encuentro de tres amigos verdaderos.
La Víbora, otra vez. La casa de Pepe en la calle D’Strampes donde Fructuoso encontró refugio poco después del asalto a Palacio. Allí, en la penumbra, sin hacer ruido, discutíamos cómo continuar la lucha contra la dictadura y hablábamos también de lo que pasaba en el mundo y del libro y la canción más recientes y de nuestras compañeras, y soñábamos un futuro que, pese a todo, nos creíamos capaces de alcanzar. Una noche Fructuoso se fue a otro escondite con sus compañeros del Directorio. Nos separamos con la promesa de otro encuentro para acordar nuevas acciones en los centros de enseñanza.
Poco tiempo después, en la mañana del 20 de abril, Pepe me dijo con alegría que al día siguiente nos volveríamos a reunir con Fructuoso. Obviamente nunca más nos encontramos los tres. Todavía veo el asombro de Garcerán, aquella noche, en el barrio, en el velorio de mi padre, cuando perdí al mismo tiempo a un hermano entrañable y a mi primer maestro.
Debo evocar también a Gerardo Abreu Fontán. Luchar bajo sus órdenes fue para mí y para muchos la mejor escuela. Aquel joven negro nació en la mayor pobreza, tampoco pudo concluir la enseñanza primaria pero se alzó, vencedor del racismo y la miseria, hasta convertirse en jefe indiscutido de la mayor organización revolucionaria de los jóvenes de la capital. El artista de más fina sensibilidad de mi generación, su vida entera hasta la muerte heroica queda como su más perfecta, inimitable, creación.
A estas alturas creo haber dilucidado ya la cuestión del mérito. Pertenece por entero a las mujeres y los hombres que he nombrado y a muchas y muchos otros que ellos representan.
El mío, si alguno, es haber resistido tercamente al olvido. Escaso mérito, en verdad, pues ellas y ellos me acompañan siempre, juntos seguimos compartiendo sueños y desvelos. ¿Cómo olvidarlos si nunca me han abandonado en las largas noches de insomnio? Si ellas y ellos aman más allá de la muerte, ¿cómo no seguir amándolos y hacer de ese amor la fuerza para seguir adelante?
Créanme que no practico un culto insensato a la nostalgia. Tampoco se trata solamente de honrar a nuestros mártires y héroes cuya memoria, nosotros, los sobrevivientes, tenemos el deber sagrado de preservar y cultivar para que no solo sea nuestra, sino que se vuelva patrimonio de los más jóvenes y de las generaciones que habrán de sucederles. Después de todo fue por ellos, sobre todo por ellos, por los que aun no habían nacido y por los que vendrían después, que entregaron sus vidas los combatientes que ya no están con nosotros. Así ha sido, una generación tras otra, con admirable coherencia, a lo largo de la ruta que emprendimos el 10 de octubre de 1868. Rescatar esa memoria, mantenerla viva, hacer que todos la hagan suya, que se alimenten de ella, no es, ni debe ser, quimera de veteranos. Es, tiene que ser, sustento para los empeños de hoy y de mañana, sólido cimiento de la batalla de ideas.
Afirmo con Cintio Vitier: “en la hora actual de Cuba sabemos que nuestra verdadera fortaleza está en asumir nuestra historia”.
Se trata de una cuestión vital de la cual depende nada más y nada menos que la existencia de una nación que ha vivido siempre bajo la amenaza y el peligro. Asumir nuestra historia reclama, ante todo, conocerla y más aún comprenderla. Ser conscientes de que nacimos como pueblo y nos forjamos en la lucha por la justicia, la libertad y la igualdad y que en todo momento, antes de nuestro glorioso octubre hasta el día de hoy, hemos tenido que resistir frente a quienes niegan nuestro derecho a la independencia y nos ven como a una presa que pueden dominar fácilmente.
Asumir nuestra historia exige mucho más. Significa garantizar su continuidad, asegurar que las virtudes fundadoras de la Patria se reproduzcan en la conciencia de todos y cada uno de sus hijos, implica desarrollar a fondo eso que llamamos formación de valores. Esta tarea no puede encerrarse en la repetición de consignas o en el cumplimiento mecánico de ciertos rituales. Es algo que solo será eficaz si se realiza a la manera que quería Mella desde la libertad de la conciencia de hombres capaces de pensar por sí mismos, creadores no imitadores. Esa será siempre la principal misión de esta Universidad y del movimiento estudiantil que fundó Julio Antonio.
Su propósito debe ser convertir en norma de conducta colectiva la eticidad creadora de nuestra nación, hilo conductor de toda su historia y fundamento de su cultura. Esa eticidad consiste en el altruismo y la solidaridad, nutrientes de la voluntad de lucha que ha llevado a los cubanos a afrontar las peores circunstancias y a hacerlo con optimismo, convencidos de que ningún sacrificio sería en vano, que vendrían otros a continuar la marcha.
Así caímos para levantarnos una y otra vez. En San Lorenzo, en Dos Ríos, en San Pedro, en las montañas y en la clandestinidad; con esa fuerza soportaron muchos las más crueles torturas y supieron morir sin traicionar; con ella nuestro pueblo se empina y resiste el bloqueo genocida y enfrenta los golpes más duros de la naturaleza; es la ética que hace invencibles a nuestros Cinco hermanos quienes cumplen ya más de diez años secuestrados en cárceles norteamericanas.
Cuando se produjo el golpe de Estado en 1952 el imperialismo norteamericano estaba en el punto más alto de su poderío económico, político y militar, era el amo indiscutido en todo el continente americano, dominaba el Japón y Europa Occidental y ejercía una influencia avasalladora sobre todo el planeta con excepción de la Unión Soviética, a la que bloqueaba y asediaba para hacerle aun más difícil recuperarse de los colosales daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen instaurado el 10 de marzo fue su instrumento más servil y con él Cuba cayó en un abismo de tiranía y corrupción que presagiaba su disolución irremediable.
El desafío que tuvo ante sí la generación de Fidel Castro y José Antonio Echeverría parecía un imposible.
Frente a ella no estaban solamente los verdugos y torturadores del batistato. Estaba sobre todo el imperio más poderoso, que entonces era más poderoso que nunca y financió, armó, entrenó y dirigió al tirano, y a sus secuaces y asesinos, les dio todo su apoyo político, militar, económico y propagandístico.
La lucha fue dura, muy dura y muy difícil. Pero, permítanme decirlo, pues lo hago en nombre de quienes ya no pueden hacerlo, esa generación cumplió con su deber histórico.
En enero de 1959 derrocamos a la tiranía y al mismo tiempo dimos un golpe estratégico, de trascendencia histórica, al imperialismo norteamericano.
No intentaré describir lo ocurrido desde ese instante luminoso. Solo diré que ha sido grande, hermosa, justiciera, la obra de la Revolución desde que alcanzamos el triunfo. Y que esa obra la construimos con amor y estoicismo. Con mucho amor y mucho sacrificio.
Vino después la caída de la Unión Soviética y con ella las leyes y planes con los que el imperio intensificó el genocidio y creyó aniquilar a una Cuba abandonada y acosada.
Sin embargo, hemos llegado hasta aquí. Nos acercamos al aniversario 50 de la victoria en un mundo que ha cambiado con sorprendente rapidez. Ya nadie recuerda el discurso triunfalista de quienes hace menos de 20 años se imaginaban capaces de imponer eternamente la dictadura del capitalismo salvaje. Hoy es evidente la bancarrota del dogma neoliberal.
América Latina vive una época nueva. Avanzan proyectos transformadores, movidos algunos por ideales socialistas de diversa inspiración, impulsados por fuerzas sociales que ahora despliegan un nuevo protagonismo. Se consolida la independencia y la unión de nuestros pueblos que empiezan a hacer realidad viejas utopías.
Nada de eso existiría sin la Revolución Cubana, sin los sacrificios de las mujeres y los hombres que la hicieron posible, sin la resistencia heroica y abnegada de nuestro pueblo durante medio siglo.
Lo reconocen en esa América Latina renacida, quienes desde perspectivas múltiples nos manifiestan respeto y solidaridad. Lo saben nuestros enemigos, que aún retienen el mayor poder económico y militar y aguardan la hora de la venganza.
Cuba no ha sido espectadora pasiva sino actora principal, su lucha animó a millones en todo el planeta y lo sigue haciendo. Si hoy pueden muchos proclamar que otro mundo mejor es posible es, entre otras causas, porque fuimos capaces de hacer posible una Cuba mejor, incomparablemente mejor y lo hicimos solos, sin la ayuda de nadie.
Pero no nos hagamos ilusiones. La lucha continúa. Quizá en el futuro sea aun más compleja y demande mayor rigor y profundidad en el examen de una realidad cambiante en la que no faltan trampas que precisa eludir con la ciencia y la conciencia de quien no cesa de predicar desde esta Aula Magna (señalando al monumento a Félix Varela). Desarrollemos plenamente la capacidad de pensar por nosotros mismos, porque los poderosos emplean los recursos inagotables de su industria cultural para engañar, embrutecer y banalizar. Nuestra Universidad puede y debe hacerlo.
Tenemos una fortaleza inexpugnable: nuestra historia. Esa que debemos asumir porque en ella está la suma del verdadero mérito.


Palabras de agradecimiento por la entrega del Título de Profesor de Mérito de la Universidad de la Habana. Noviembre 19 de 2008.

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