miércoles, 17 de septiembre de 2008
Jorge Julio López.¡Presente! Compañero
Jorge Julio López, sabes acaso tú, mejor que nosotros, qué decimos cuando gritamos: ¡ Presente! También, cuando decimos: Compañero.
Cuánto hay de entrega. Cuánto hay de compromiso. Cuánta verdad encierra ese: Presente. Qué entrega hay en ese, estar presente. Y qué bien hace, el poder estar presente.
Saben todos los que luchan, qué significa ser compañero… y estar.
Qué lucha verdadera se libra cuando se está presente en el momento que corresponde y en el lugar que debe ser. En el que debe estar un compañero.
Algunas veces, en la práctica, resulta difícil saber ser y sentirse compañero. Tampoco, ni muy bien ni muy seguido, se puede medir el alcance inmenso de la simple palabra: militante.
La modestia y la grandeza que debe haber en la acción militante, para que la palabra cobre sentido, sea realidad, y no avergüence el lugar donde se esta presente, donde se asume como compañero y se alcanza de verdad la condición de militante.
La militancia, debe aclararse, nada tiene que ver con la cooptación, la docilidad, el reclutamiento. El consentimiento, la resignación, el silencio y la aceptación de todo lo que venga impuesto, nada de eso tienen que ver con la militancia. El militante siente, recibe, pone y discute la ideología, es dueño de sus sentimientos. Respeta el pensamiento, los principios, y la conducta de sus iguales. Pero no las sacraliza. El militante no es un mandado, es el demandante. No es un aparato sobre un camión, ni el repuesto cambiable de una máquina. No es un adiestrado o un servil. Es un artífice indispensable para la construcción de ideas, de esclarecimiento, en la discusión de principios y tesis de consolidación y cambio. Es la fuerza para la difusión de ideas, de luchas… y el indispensable en las revoluciones, cuando son verdaderas. El militante es la idea en movimiento que pone la ilusión, la alegría y la vida, en un mundo de explotación y de revancha. En un mundo donde el capitalismo es el ruin triturador de hombres y de cosas.
“En política se miente. En política se oculta la verdad”, cuando las acciones de los que la practican poco tienen que ver con los ideales que manifiestan. Así es, que hay tiempos, en que muchas expresiones se desvalorizan. Cambian el signo, destruyen el sentido y la realidad práctica anula su fuerza. Mienten y saben que mienten. Mienten y roban la ilusión y al final la libertad y la vida. Los cambios se postergan y se confunde adrede el compromiso. Son los revolucionarios de cartón pintado. No llegan ni siquiera, a ser traidores. Son los se que devoran los cambios que no hicieron nunca. Los que pasan por las ventanillas antes de preguntar a quien deben vivar.
Los que claudican, los traidores, deberán aprender a vivir sin compañeros. Deberán saber, cuando les falten, qué es vivir sin compañeros. Qué es la especulación y la entrega. Cómo son los caminos cuando se convierten en atajos. Cómo se transita por las charcas. Cuando se dejan los caminos, se dejan también los compañeros. Se hacen trizas los principios. Cuando se bajan las banderas, quedan sólo las divisas. Y la vuelta, es siempre la derrota. Es el retorno sin objetivos. Sin ideas ni ideales. Sin levantar la mirada. Sin vergüenza y sin historia.
Cuando se claudica, le llega el final a todo el cuerpo. Se muere, irremisiblemente, se muere. Se mata el compromiso. Se entrega la moral. Se pierde la conciencia. Los que se han entregado por un precio, saben muy bien de que les estoy hablando.
Los que claudican. Los que malogran su historia. Los que se detienen. Los que declaman principios que no respetan. Los que practican el juego de la distracción y el conformismo. Los que se entregan sin que se lo pidan. Los que se cotizan por oro y no son más que de hojalata. Los que entran a los codazos y retroceden a los tropezones. Los que no sirven para nada, no son nunca compañeros. No saben de compromisos. No conocen la lucha. No saben de solidaridades. Ignoran la historia. Son máscaras de ellos mismos. Son, apenas, si los dejan, pequeños miserables.
Están donde los llevan. Aclaman a quien lo recluta. Sirven al que le paga.
Y matan al que le marcan. Son los tartufos de la política. Y de esos estamos llenos.
Jorge Julio López, al que no me dirijo, porque creo que no me oye, lo experimentó una mañana, cuando pudo demostrar qué significa estar presente. Que enseñó, hasta a los matones asesinos, cómo es la templanza y el coraje de un compañero. Nos dio a todos, leales y claudicantes, una clase magistral de militancia plena. De entrega abnegada. Silenciosa. Conmovedoramente leal. De un hombre, por sobre todas las cosas, bueno.
Estuvo presente donde debía, para cumplir su compromiso de conciencia, como debía… Era la hora. Tenía que hacerlo.
Llegó, con su cabeza cana, hasta los estrados de una justicia esquiva. Denunció el crimen que había tenido por testigo sus ojos verdes. Recordó las manos amigas que se despedían de la vida. El las confortó con la tibieza de las suyas. Ante el terror de la capucha y la picana, en la cueva de las sombras y la muerte. Todos harapientos. Llagados a golpe de picana. Macilentos. Atormentados en las sombras. Vigilados, espiados, sometidos por asesinos alucinados. Perversos irrecuperables que caminan aún entre nosotros. Aquella fue noche de promesas y despedidas. La vida y la muerte se cruzaron. En el pozo, se cruzaron. Seguro que no temblaron. Tenían razón. Y juraron justicia. López juró. Esperó treinta años, juró, se juró justicia.
Cumplió. También el Tribunal supo sentar, por una vez, en el estrado, a la verdad. Los asesinos tuvieron la misericordia laica de los jueces justos. Dijeron: Genocidio. Todos saltaron. Fue la única alegría. Se estaba haciendo justicia Los asesinos también sabían. Quedaron entre rejas En la cárcel, mientras dure su despreciable existencia.
Desaparecido, preso y torturado, prometió a sus compañeros de prisión, decir la verdad. Y lo hizo.
Prometió, en el pozo sombrío de picana, capucha y mordaza, denunciar el crimen cometido ante sus ojos despavoridos. Y lo hizo.
Se prometió a sí mismo denunciar a los asesinos. Y lo hizo.
Esa promesa. Esa decencia. Esa conducta. Esa militancia. Le costó la libertad y quizás, la vida. La puso, sin cálculo ni condiciones. Desde un cono de sombras y venganzas siguió presente. Quiso ser antes que nada, compañero.
Juntando militancia, recordó su verdad hasta la mañana del secuestro. Hasta la mañana en que la misma historia abría el libro en la misma página. Tenebrosa y oscura. El brazo intolerante de la violencia, apareció de nuevo. Para él la dictadura no había ni caído ni muerto. Existía. La conocía. Estuvo a su lado. La vio de nuevo.
El Nunca Más, se esfumó en una noche de capucha y de neblina. Y fue nunca más. Fue una burla macabra, que jugó con la credulidad ingenua de un montón de gente que necesitaba creer que había sido verdad. Y había sido justicia.
En la historia de estos dos años de ausencia. De tu ausencia. Que es tu historia. Hubo de todo. Tu ida sin llevar la llave. Sin volver al mediodía. Sin saludar al vecino. Sin despedirte de nadie. Todavía duele la diatriba infame del té con tu tía, de ministros charlatanes y fantoches. De todo hubo. De todo se dijo. De todo se hizo uso para despistar, infamar, desvalorizar. Ridiculizar, amenazar a tus valientes abogados. Cómo se puede descender y transitar por las cloacas para defender lo indefendible. Para justificar la muerte despiadada. La desaparición, es un fantasma ausente que retorna. Que espanta… y hasta cuándo.
Tú, compañero, eres el sujeto. El motivo fundamental de nuestra lucha.
Tú eres la lucha misma. Tú eres el ejemplo. Nosotros el grito.
El tuyo…, seguimos sin escucharlo. Ojala puedas gritarlo bien fuerte, Julio Jorge López. Bien fuerte. Como lo haremos nosotros siempre.
Por la Verdad. Por la Justicia. Por la vida. “Compañero del alma, compañero”. Hasta la victoria, siempre. En tu nombre. También, siempre.
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