viernes, 19 de septiembre de 2008

Cuba: la muerte del colibrí

Al viajar desde La Habana hacía el oeste, sutiles cambios topográficos avisan la proximidad de la región que los lugareños llaman “vueltabajo”; más exactamente, Pinar del Río, la más occidental y humilde de las provincias cubanas, otrora despectivamente apodada “La Cenicienta”
Una característica de la geografía pinareña, poblada por gente honesta, laboriosa y buena, es la existencia de paisajes únicos y comarcas bendecidas por microclimas excepcionales; entre otros el “Hoyo de Monterrey“, donde se cosecha el mejor tabaco del mundo y un sitio llamado Soroa, amparado en un vallecillo que recuerda a un vergel, donde el clima es más fresco, el aire más fino, la brisa más sutil y las aguas más cristalinas. Sobre el verde de los prados resaltan los colores de las flores y en su silencio inviolado, el canto de los pájaros se percibe mejor.
En aquel lugar manos cariñosas y expertas, a lo largo de casi 100 años fomentaron un precioso jardín, mundialmente conocido como el Orquidiario de Soroa, originalmente plantado entorno a una casona de vivienda por el dueño del lugar, el canario Tomás Felipe Camacho y desarrollado posteriormente por instituciones de la provincia.
Hasta el fatídico instante en que los vientos de los huracanes que azotaron a Cuba se abatieron sobre el lugar, en los umbráculos del jardín que los trabajadores daban por seguros y en los exteriores, florecían unas 700 variedades de orquídeas y otras 25 000 plantas ornamentales, tanto cubanas como exóticas.
Las plantas que crecen en macetas o en soportes de otro tipo, pudieron ser protegidas en la instalación devenida importante centro científico, asociado a la Universidad de Pinar del Río, no obstante, como se sabe, la mayoría de las orquídeas son epifitos, es decir plantas que crecen sobre árboles que le proporcionan sombra, humedad, las protegen del viento y donde también habitan y anidan los insectos y los pájaros que, a la vez que se alimenta de su polen, las polinizan, fecundándolas, facilitando su reproducción.
Entre quienes realizan esa función natural figura el colibrí, la más pequeña de las aves del planeta, con apenas dos gramos de peso y una de las criaturas más frágiles y hermosas de la creación. Guiados por enigmáticos comportamientos biológicos, algunos de esos pajarillos se resguardaron y sobrevivieron a vientos de más de doscientos kilómetros por hora, cosa que no lograron los fornidos árboles y las flores que vivían a cielo abierto y que sólo podrán recuperarse con arduo trabajo y el paso de los años.
Por ser tan pequeño, volar a gran velocidad, incluso mantenerse en el aire en un mismo sitio para libar el néctar de las flores sin posarse, el colibrí consume enormes cantidades de energía que debe reponer constantemente. Su adaptación al hábitat y lo corto de su radio de vuelo no le permiten emigrar.
Ocurrió que pasado el huracán, cuando trabajadores y científicos se empeñaban en salvar lo que podían, comenzaron a encontrar colibríes muertos. Al no haber flores donde libar y de cuyo néctar alimentarse, las avecillas morían literalmente de hambre.
Mientras otros continuaban su intensa faena, utilizando agua hervida mezclada con azúcar, a temperatura ambiente, manos generosas prepararon para los colibríes, las abejas y las mariposas un sucedáneo del néctar de las flores.
Como todo Pinar del Río, con el trabajo y el amor de sus hijos, estén donde estén y con la solidaridad de la gente de buena voluntad, Pinar del Río se levantará y toda Cuba reverdecerá. Volverá la orquídea, la Gran Dama del Reino Vegetal a lucir sus encantos y volará otra vez el colibrí. “Nada está olvidado y nadie está olvidado”.


Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

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