viernes, 12 de septiembre de 2008
Celia Hart: In memóriam
La inmensidad de la tragedia originada por los huracanes que azotaron a Cuba, opacaron la noticia: el pasado domingo siete de septiembre, en un trágico accidente de tránsito ocurrido en La Habana, fallecieron los hermanos Celia y Abel Hart Santamaría, hijos de Armando Hart Dávalos y de Haydee Santamaría.
A Celia la conocí tarde y poco, fue ella quien por intermedio de un amigo común me contactó, según me dijo, le gustaba mi manera de escribir y elogió lo que llamó habilidad para abordar “temas difíciles”, a la vez me advirtió por lo que a ella le parecieron “ambigüedades” que a su juicio podían conducir a “inconsecuencias teóricas”.
No polemicé con ella porque nunca lo hago con quienes me leen y tampoco le di la razón porque tales interpretaciones me son familiares. Yo nunca la critique a ella porque no me toca juzgar, porque creo en el derecho a pensar diferente y porque su valentía política y honestidad intelectual me parecían respetables. En definitiva compartíamos puntos de vista filosóficos y políticos y aunque yo buscaba el centro y ella se movía en un extremo, éramos compañeros.
Lo más llamativo del pensamiento genuinamente revolucionario de Celia Hart y paradójicamente el eje de muchas de sus contradicciones, era su admiración por León Trotski que trascendía la devoción por la figura más romántica de la Revolución Bolchevique y el prototipo del perseguido político para hacer causa común con sus ideas.
Celia era marxista del tipo que toma de Marx sus conclusiones anticapitalistas más radicales, las cuales asociaba a la experiencia bolchevique, en particular a Trotski, aproximándolas a la Revolución Cubana, al Che Guevara y a Fidel, produciendo un enfoque, aunque nada ortodoxo, tampoco exento de razones y argumentos de calidad teórica, tan radicales que para algunos - no es mí caso - parecían extremistas.
Naturalmente era profundamente anti estalinista. Nunca le pregunte cómo evolucionó su pensamiento. Tal vez fue primero crítica de Stalin y por ese camino llegó a Trotski o a la inversa. Un día le dije que se puede asumir criticar a Stalin sin por ello ser trotskista. Al fin y al cabo el revolucionario e intelectual ruso tan injustamente tratado fue más un hombre de su tiempo que un científico y la mayor parte de su obra la realizó estando excluido del proceso revolucionario; cosa que no la demeritó aunque inevitablemente la condicionó.
Por admirar a Trotski, Celia, aunque lo intentaba, no podía evadir completamente las alusiones a Lenin, un icono al que los marxista evitan confrontar porque señala una especie de frontera, lo cual es un obstáculo para comprender cabalmente las deformaciones que condujeron al fin de la experiencia soviética. Exonerar completamente a Lenin es tan erróneo como culpar exclusivamente a Stalin. Otra vez la verdad es mezcla.
De hecho se puede ser a la vez marxista y trotskista, aunque es más difícil, ser al mismo tiempo trotskista y leninista. Antes de polemizar con Stalin y sucumbir a su poder, Trotski confrontó a Lenin en el más sensible de todos los temas relacionados con la “construcción del socialismo”: la democracia, primero en el partido y luego en la sociedad. Trotski dio el primer paso en lo que desde el primer momento sería considerado una herejía y más tarde un acto contrarrevolucionario: encabezó la “oposición obrera”
No sólo por aquellas posiciones que Lenin criticó aunque pudo convivir con ellas, sino por mezquinas ambiciones de poder, Stalin persiguió implacablemente a Trotski, verdadera segunda figura de la Revolución Bolchevique y alter ego de Lenin, lo privó de sus cargos y luego de su nacionalidad, lo expulsó de país y lo persiguió implacablemente.
La larga mano de Stalin no respeto la generosidad del presidente mexicano Lázaro Cárdenas que concedió asilo al proscrito y profanó el hogar de Diego Rivera y Frida Khalo, infiltrando en su círculo intimo a un fanático a quien no le tembló el pulso para clavar en el cráneo de León Trotski un pico de zapador.
No me extraña que Celia cuya familia por ambos padres conociera la brutalidad de la represión, repudiara aquellos crímenes, con más razón cuando fueron cometidos en nombre de la defensa del socialismo y del marxismo, cosa que ella amaba. De todos modos lo inevitable ha ocurrido: se fue en plena juventud y en medio de una febril actividad revolucionaria creadora y política. Se fue con la misma prisa con que vivió y se fue cuando hacía mucha falta.
Las comparaciones no vienen al caso y ella no era una “monedita de oro” pero tal vez existió porque se le necesitaba. Es posible que las revoluciones necesiten hombres como Lenin y como Trotski, mujeres como Rosa Luxemburgo y voces como las de Celia, cuyos timbres y acentos le sumaban a la Revolución Cubana.
Ella tenía muchos meritos y otros compañeros que la conocieron mejor podrán contar otros ángulos. Yo que había pactado con ella un encuentro que ahora nunca podremos celebrar, he querido recordarla en su tesitura más rebelde, contradictoria y tal vez más legitima. No pido que descanse en paz porque ella jamás hubiera querido descansar al menos mientras hubiera molinos que derribar.
Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
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