Las primeras encuestas electorales en Francia otorgan una intención de voto del 30/35% al ultraderechista Rassemblement National; un 20/25% a un frente de izquierdas armado a las apuradas, Nouveu Front Populaire, que cuenta con el apoyo de las Centrales Sindicales; un 12/15% al Renaissance de Macron; y un 8% a Republicaine, el viejo partido gaullista. De confirmarse estos indicadores, el RN se consagraría gobierno siempre que consiga la adhesión de una parte del gaullismo. El presidente de los Republicanos se ha comprometido en este sentido. Francia asistiría a un acontecimiento que se reputaba imposible –al gobierno de la ultraderecha. Es, sin embargo, algo que no debería sorprender, porque el RN ha conservado la primacía en la intención de voto en ocasión de grandes conmociones políticas, como la rebelión de los Chalecos Amarillos y las movilizaciones y huelgas parciales contra la Reforma Previsional que subió la edad para el retiro laboral.
La diferencia entre el piso de votos que registra el RS -30%- y el NFP -el 25%- ha creado la expectativa de que la Izquierda pueda imponerse en las elecciones legislativas. El NPF pretende evocar un proceso histórico que maneja en forma distorsionada: el ascenso de masas que provocó un golpe fascista en febrero de 1934, por un lado y, por el otro, la victoria del Frente Popular que ganó las elecciones de 1936, bajo la jefatura del socialista León Blum. Son dos momentos históricos que representan una continuidad, pero por sobre todo un antagonismo. La reacción de masas contra la derecha promovió un frente único de socialistas y comunistas, que hasta ese momento libraban una guerra civil entre ellos, y que en el caso de Alemania llevó a la victoria de Hitler. En 1936, ese frente había incorporado a un partido histórico de la burguesía francesa, el partido Radical, y su propósito era neutralizar y contener el ascenso obrero, para gobernar en los marcos del Estado capitalista. En términos de Argentina, es la distancia entre el Cordobazo que abrió la perspectiva de “un gobierno obrero y popular”, y el FreJuLi que trajó a Perón para poner fin a una etapa revolucionaria. En 1938, el parlamento del Frente Popular giró a la derecha luego de la derrota de una huelga general, lo cual abrió el camino a la dictadura fascista del mariscal Petain; en cuanto en Argentina, se estableció el régimen de las tres A y el “aniquilamiento de la subversión”, y luego el golpe de Videla.
El NFP es una coalición de socialistas, comunistas y un partido de izquierda ‘soberanista’ (la primacía de Francia sobre la Unión Europea), conocido como la France Insoumise, más el apoyo y participación de la CGT y las otras centrales sindicales. El punto central de la política del NFP es el apoyo a la OTAN y a la guerra de la OTAN contra Rusia. El vínculo del NFP y Macron es, como consecuencia, muchísimo más estrecho que el que podría tener el ultraderechista RN. El dirigente socialista en ascenso, Raphael Glucksman, ha sido clarísimo: la prioridad es, declaró, el desarrollo de la industria militar y la victoria militar contra Rusia; apoya también el genocidio palestino. Jean Luc Mélenchon, el jefe soberanista, también se ha ubicado con la OTAN en la guerra, aunque en forma menos agresiva y menos frecuente. Esta posición otanista del NFP clarifica una extraña reaparición política, la del ex presidente de Francia, el socialista Francois Hollande, un neoliberal y tutor del ascendente Macron, su ex ministro de Economía –cuyo propósito es ofrecer la posibilidad de un gobierno otanista de izquierda en cohabitación con el actual presidente de Francia. La llamada izquierda ha logrado, en Francia, que la estigmatización de la ultraderecha, como una enemiga de la democracia y la clase obrera, perdiera todo sentido progresivo, para convertirse en una maniobra cuyo propósito es consagrar como futuro primer ministro a un sosias de Macron. ‘Paremos a la ultraderecha, con el respaldo de la OTAN’, es un caso miserable de cambalache político.
Marine Le Pen, la jefa de RN, es una vieja aliada de Putin, que ha cambiado de socios a partir de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Representa a una porción considerable de la burguesía francesa, que plantea la primacía de los intereses nacionales sobre los europeos-comunitarios, en especial cuando las ondas proteccionistas se van imponiendo en la economía mundial y en especial en Estados Unidos. La prensa inglesa abunda en informaciones acerca de una aproximación de la burguesía ‘liberal’ o ‘cosmopolita’ a Le Pen, para que degrade los aspectos demagógicos del programa de RN, como reducir la edad de retiro laboral o aumentar el gasto público social y de obra pública. El Financial Times recuerda, para el caso, que las riendas de la deuda pública de Francia y el déficit fiscal (un 8% del PBI) depende del apoyo del Banco Central Europeo y su política de ajuste.
La prensa internacional ubica a Le Pen en la derecha más agresiva, en contraste con la italiana Meloni, que ya ha sido domesticada por la autoridad de la UE, la Comisión Europea. De hecho, Le Pen y Meloni pertenecen a dos bloques distintos en el Parlamento Europeo –Identidad Nacional, una, Democracia y Transparencia, la otra. Esta divergencia esconde una crisis de conjunto entre Francia e Italia por espacios de mercado y obras públicas transfronterizas, que han llevado a diatribas espectaculares de la Meloni, como dice la jerga italiana, y el presidente Macron.
Para que la crisis política en Francia se convierta en un epicentro del reagrupamiento de la clase obrera, es necesario superar la colosal confusión política que ha quedado expuesta. Es precisamente esta niebla política la que opera para el crecimiento de RN. El sábado pasado, el NFP convocó a manifestaciones contra la derecha, que reunieron a casi 700 mil personas en toda Francia (250 mil en París), pero que no desbodó a los acólitos de la izquierda, lo que significa que no se ha convertido en canal de masas. Lo que queda de este panorama es lo siguiente: Europa se convertido en un mosaico creciente de crisis políticas que irá agotando una experiencia de gobierno tras otra, en el marco de una guerra de alcance mundial. La lucha contra la guerra debe convertirse en una viga maestra estratégica para cohesionar a la clase obrera como masa. El impasse político de la guerra y la tragedia humana y social que comporta abrirá el paso a una intervención histórica independiente de las masas. Sobre esta base estratégica, lo más avanzado de la clase obrera y del activismo revolucionario construirán partidos que llevarán al proletariado a la victoria.
Jorge Altamira
18/06/2024
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