En el día del periodista, leemos “Estado de sospecha. Luis María Castellanos y el periodismo bajo la dictadura (1976-1983)”, del escritor Osvaldo Aguirre. Contradicciones y tensiones del periodismo en los años oscuros de la dictadura militar.
“Castellanos fue un periodista atípico, pero la historia de su vida no interesa por sus eventuales excesos ni por el anecdotario que lo congela en los rasgos de un cínico intratable, según la opinión mayoritaria, o en los de genio incomprendido, en el mejor de los casos. Se trata de advertir más bien los matices contradictorios que constituyen su figura y su carrera profesional, ocultos por la condena gremial e imposibles de observar desde una visión maniquea, y analizar de qué manera esas características singulares traman las tensiones de una época y los dilemas de un oficio.” (Osvaldo Aguirre, Estado de sospecha. Luis María Castellanos y el periodismo bajo la dictadura (1976-1983), Eduvim, 2023.)
La cita es ya una síntesis de la propuesta que el escritor Osvaldo Aguirre, autor de obras como Francisco Urondo, la exigencia de lo imposible (Ediciones UNL) y Un periodismo literario. Conversaciones con Rodolfo Walsh (Mansalva) formula en Estado de sospecha. Luis María Castellanos y el periodismo bajo la dictadura (1976-1983).
Publicado por la editorial Eduvim en 2023, en Estado de sospecha… el autor sigue las huellas del periodista rosarino Luis María Castellanos (1943-2005). A lo largo de sus 225 páginas demuestra que aunque no se haya concebido como parte de su proyecto político, Castellanos fue hombre del ex almirante Emilio Eduardo Massera. Por fuera de esta definición, pocos sucesos en la trayectoria de este personaje son lineales y previsibles. Tampoco el relato de Aguirre es estrictamente cronológico o temático, el ritmo de su escritura va detrás del cruce de hechos y situaciones en los que la biografía de Castellanos se va desvaneciendo laberíntica, luego de ser denunciado ante la Conadep y durante el Juicio a las Juntas militares.
El libro reconstruye el perfil del periodista, su individualidad tensionada con el momento histórico y las decisiones profesionales y personales que tomó. La imagen de Rodolfo Walsh, como también observa Aguirre, inevitablemente aparece como antítesis. Aquel Walsh que aún partidario de la “Libertadora”, llegado el momento y confrontado con las fuentes decide investigar y escribe Operación masacre, el gran registro de la barbarie que fue José León Suarez. Su participación posterior en el diario de la CGT de los Argentinos revaloriza su escritura y su oficio al servicio de las causas populares. Creó toda una escuela de periodismo militante que marcó su vida hasta el último momento. El zigzagueo de Castellanos va en exacto sentido contrario.
Reconstrucción
Luis María Castellanos nació en Rosario en 1943. De joven se prueba como escritor próximo al círculo del poeta Aldo Oliva. “Mordaz y brillante” lo describen algunos testigos relevados por Aguirre, díscolo de las aulas y la institucionalidad académica a la que confrontaba con su talento literario en los pasillos de la facultad o en los bares cercanos. Hacia mediados de la década de 1960 durante su ingreso a la carrera de Letras, narra Aguirre, conoció a Víctor Eduardo Lapegna, quien será un compañero de ruta. Lapegna militaba por entonces en la Federación Juvenil Comunista y dirigente del FAUDI (Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda), del Partido Comunista Revolucionario. Luego de estar preso en Villa Devoto, se enroló en las filas peronistas alineado con Alejandro Álvarez, el líder de Puerta de Hierro. Su admiración por Massera sobrevivió al conocimiento del accionar de las Juntas militares, los vuelos de la muerte y lo que ocurría en la ESMA. A diferencia de Castellanos reconoció sus vínculos con Massera, siendo su vocero público hasta que el Jefe de la Armada fue detenido en 1984 por los crímenes de Elena Holmberg, Fernando Branca y Héctor Hidalgo Solá.
No representa ninguna novedad que la década del sesenta supuso para el amplio espectro de la cultura política e intelectual de la izquierda años de intensos debates con efectos en las organizaciones políticas y en las vivencias personales. El impacto de los movimientos independentistas que dieron por tierra al imperio colonial europeo de las viejas potencias se sumó al despertar antiimperialista que había provocado a nivel continental la revolución cubana. Castellanos, cuenta Aguirre, integró por entonces y por corto tiempo el Movimiento de Liberación Nacional, el Malena, especialmente atractivo entre los estudiantes universitarios, “un grupo de izquierda conformado en torno a Ramón Alcalde, los hermanos Ismael y David Viñas y otros intelectuales y profesores universitarios de Buenos Aires, Rosario y Santa Fe”. (p. 27). El Malena se disolvió frente al Cordobazo, cuando los obreros desafiaron el poder y a la dictadura de Onganía, dando lugar a expresiones radicalizadas como el Partido Revolucionario de los Trabajadores-ERP por cuyas filas pasó por breve tiempo Castellanos. Eran tiempos de compromiso y lucha.
Castellanos ganó premios y reconocimientos como escritor. Se inició como redactor en el diario La Capital, trabajó en Hoy y en radio. En el mismo año del “Viborazo” se trasladó a Buenos Aires y junto a otros periodistas se incorporó a Radio El Mundo y a la corresponsalía de United Press Internacional (UPI). En junio de 1973 Perón retornaba al país después de 18 años en el exilio. Dando muestras de su versatilidad política, Castellanos trabajó como redactor general en la agencia oficial Télam y en la sección política de Noticias, el diario de la organización Montoneros, hasta la muerte de Perón.
Fracasado el intento del peronismo de contener el ascenso obrero, marzo de 1976 replanteó el escenario político. Si en la previa los sectores medios adoptaron el lenguaje de la rebeldía, a mitad de los años ‘70, cuando se fue configurando una situación aguda de la lucha de clases en la que la clase obrera no pudo imponer su propia salida revolucionaria, una fracción importante de estos sectores terminó avalando el golpe. En la trayectoria de Castellanos también se produce un corte. De ahora en más sus pasos son menos sinuosos y se mueven bajo las órdenes de su propio juego, anclado en la derecha política.
La intervención de la dictadura en los medios lo llevan de regreso a Rosario pero por poco tiempo. Regresa a Buenos Aires y se reincorpora nuevamente a la UPI. Se aproxima al círculo de periodistas que establece contactos con el hijo mayor del almirante, el abogado Eduardo Nicolás Massera, quien les propone incorporarse al proyecto de prensa de la Armada, el diario Convicción dirigido por Hugo Ezequiel Lezama cuyo primer número apareció en agosto de 1978 y concluyó en agosto de 1983. Convicción estaba pensado como soporte periodístico del proyecto político del Almirante Cero, como se lo apodaba a Massera “en reconocimiento de su liderazgo en la represión ilegal”. La oficina de prensa del diario, creado bajo el régimen militar y financiado, según relatan Saborido y Borrelli en Voces y Silencios. La prensa argentina y la dictadura militar (1976-1983), por empresas como Olivetti, Macri y Fiat relacionadas con la logia P-2, se ubicaba en Cerrito 1126, allí detenidos desaparecidos elaboraban informes sometidos a trabajo esclavo. En su declaración durante el Juicio a las Juntas militares, Miriam Lewin sostuvo: “Luis María Castellanos trabajaba junto con los periodistas Guillermo Aronín y Víctor Lapegna en las oficinas de prensa de Massera”. Lewin más tarde agregaba a su testimonio detalles del engranaje que sostuvo aquella publicación, episodios de los que da cuenta el libro.
El proyecto de Massera y su partido (Partido para la Democracia Social) proponía volver a las fuentes del golpe de 1976, del que creía representar su versión más consecuente, con críticas hacia el plan de Martínez de Hoz y su liberalismo económico. El Almirante buscaba ubicar a la Armada como árbitro de las tensiones entre las facciones del Ejército, valiéndose del poder y la estructura que había construido en la ESMA, por el que pasaron cerca de 5.000 detenidos-desaparecidos. La revista Humor se dice retrató a un Massera descamisado.
Castellanos trabajó en el Ministerio de Bienestar Social y luego en varias publicaciones como el periódico quincenal Cambio para una democracia social, editado entre 1981 y 1982, asociado a Massera. Y en 1982 en la revista La Semana, la misma que frente a la guerra de Malvinas adoptó un tono crítico hacia la dictadura pero en 1980 se había sumado a la réplica contra la “campaña antiargentina” cuestionando la “adoctrinada opinión pública europea” que creía en la existencia de campos de concentración” (p. 102). En ese medio dio cobertura a la campaña electoral de 1983 de Italo Lúder. Desde la detención de Massera, la imagen del rosarino estuvo asociada a la del “colaborador”. Trabajó en el Informador Público, famoso por sus fuentes en los servicios de inteligencia; luego en Usted, un semanario alineado a Menem en la interna contra Cafiero y después en El Otro, respaldando en 1989 su candidatura presidencial.
Dictadura, periodismo y prensa “canalla”
El libro deja expuesta otra faceta del periodismo bajo la dictadura, la de la prensa “canalla” como la definió Eduardo Varela Cid en uno de los trabajos pioneros sobre el tema. Estado de sospecha… nos hace reconsiderar no sólo la colaboración de las empresas periodísticas más importantes con el proyecto del golpe militar de 1976 sino la trama de complicidades, silencios y compromisos que una parte, cuesta dimensionar su alcance capilar, de la comunidad periodística en el país construyó durante aquellos años; sus vínculos con agencias de inteligencia, los grupos de tareas y la represión.
Osvaldo Aguirre trabaja en la arqueología de la cruzada que este sector del periodismo encaró para sostener en la opinión pública la legalidad y legitimidad del accionar del régimen militar. Una cruzada militante que desde marzo de 1976, en nombre de los valores de la sociedad cristiana y occidental, respaldó la “lucha contra la subversión” para legitimar el accionar contra el ascenso obrero y popular, en convergencia de intereses económicos e ideológicos con los grupos periodísticos voceros de la Junta militar. Un periodismo que se mantuvo y recicló hasta bien avanzada la transición y que solo las condiciones de impunidad les ha permitido rehabilitarse. De ese modo no pocos continuaron en programas televisivos y empresas periodísticas radiales y gráficas. Solo basta ver a Samuel “Chiche” Gelblung, ex director de Gente de la apologética editorial Atlántida, en horario prime time de la televisión o a Juan Bautista Yofre propiciando spots oficialistas que reivindican el genocidio bajo el significante “memoria completa”
Aunque la censura había comenzado antes del golpe militar, el régimen renovó con su propio manual de censura los procedimientos a los que debían atarse los medios de comunicación masivos, que indudablemente supuso límites al oficio de periodistas, trabajadores de prensa y reporteros junto a las amenazas, el miedo y la prohibición o cierre de publicaciones. Sin embargo el silencio siempre puede desafiarse. Una vez más aparece la valentía de Walsh y la de tantos otros periodistas que resistían en aquellas duras condiciones en la clandestinidad.
A dos meses del golpe, a partir de junio de 1976 Walsh puso en marcha la cadena Agencia de Noticias Clandestina y Cadena Informativa, desde donde circulaban notas y artículos bajo el llamado a reproducir la información: “hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”. Afortunadamente este material no fue robado ni extraviado y una buena parte fue recopilado por Horacio Vetbistky en Walsh y la prensa clandestina 1976-1978.
La relación del periodismo con los militares no tuvo la densidad ni fue tema en la agenda pública desde la restauración democrática, como tampoco lo fueron la colaboración de los partidos políticos, la justicia ni la responsabilidad empresarial. Las listas y archivos del golpe se mantienen silenciados. El Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado de la Secretaría de Derechos Humanos reconoció en 2019 la cifra de 223 trabajadores de prensa, periodistas y obreros gráficos desaparecidos, aunque sigue siendo una nómina en construcción.
Estado de sospecha… deja planteada la tensión entre política y el rol del periodismo y nos permite repensar antiguas querellas sobre cómo derribar los límites y la censura mediática construyendo alternativas informativas o mejor, cómo dar pasos desde el presente para construir un periodismo comprometido con la lucha y la transformación social en los contextos más difíciles.
Liliana O. Caló
@LilianaOgCa
Viernes 7 de junio | 00:56